lunes, 30 de noviembre de 2009

Teorema

Modificar hábitos es tarea absurdamente difícil. Unamuno, en cuanto se le puede respetar, decía que somos animales de costumbres. Y los suecos lo entendieron bien.







No puedo, sin embargo, dejar de considerar una cosa. Con estas ideas increíbles se modificó efectivamente, en experimentos muy sencillos, el comportamiento de una comunidad. ¿Qué sucederá cuando la novedad se vuelva costumbre? Y atención, que esto no es socavar ni demeritar el proyecto, sino pensarlo en un espectro algo más amplio, y llegar a la conclusión de que esas ideas tendrían que refrescarse constantemente.
Come on people: don't tell me it can't be done once again.

miércoles, 25 de noviembre de 2009

El presidente Buer

Beba té de jengibre, ajenjo, limón y agua fuerte; sólo miel. Hoy no guarde cama, no tenga paciencia, no respete, no deje de arrastrarse a la fiebre, no espere a las preguntas. Ellos son materia; consumen materia y la reconstituyen en nueva materia; la exudan y la excretan. Y así usted, en los patrones que se perpetúan, que pueden no ser.
Sol y fuego en la casa. Dos de los míos le aguardan, como tres años ha; de ellos cuatro, dos cargaban mis plumas. Espere a la lechuza. Espere, mientras los busco uno a uno, a quienes la furia toma en cargo de distancia, a los que nublan los días que son con amarga sombra, a los que se hundieron en el silencio, quienes no guardan las mismas palabras, cuantos no son lo que la memoria abraza.

martes, 24 de noviembre de 2009

Llamado a domicilio

Quién le vendió mi dirección a una emisora de correo masivo es duda que nubla mi calma: lo mismo recibo pornografía e invitaciones para citas a ciegas con rusas que escriben en un inglés escabroso, que recordatorios para tomar talleres de espiritualidad o de balance general contable y capacitación del personal de compras.
Hay que admitir que no es un alud que aplasta mi buzón, pero no deja de ser una incómoda pérdida de tiempo. Sin embargo, me sorprendió recibir ofertas laborales; ¿soy sólo yo o en verdad hay un discurso increíblemente sórdido en la descripción del puesto?

Probando mi lealtad

lunes, 23 de noviembre de 2009

Licencia a la biblioclastia

No, y no, y no

Escalofrío.
Ya sea la falta de interés de 42 de los 98 respetadísimos árbitros que leen los trabajos imposibles que les envío, ya sea tan solo su desidia, acaba de aterrizar en este escritorio una cantidad onerosa de búsquedas en Google por hacer. Y me rehúso categóricamente a construir los alteros de información curricular que se deben entregar a CONACyT.
¿No ven que estoy muy a mi sabor deshaciéndome desde hace casi dos horas, aplastado bajo la espeluznante fuerza de una canción? Hoy en día no se puede tener un arrobo y gruñir y maullar sin verse interrumpido por minucias.
Escalofrío.

jueves, 19 de noviembre de 2009

Segunda persona del singular

A pesar de que antes consideraba la labor del corrector de estilo como una grave ofensa a mi honor, hoy es sin duda una de mis grandes diversiones: un justificado ejercicio de mi soberbia, pagado (a veces) y que otros agradecen (las más de las veces no).
Hace tiempo ya que caí en cuenta de que el diacrítico es el reto más grande de cualquier ortografía, pero hasta hace poco –tras revisar las fotografías que esperaban su momento para demostrar el pobre dominio que tienen los publicistas de la lengua española– noté que la segunda persona les aberra.
El lenguaje es revelación y constatación. Así como dice en la columna de la derecha, eres como escribes y hablas: eres tus palabras (y lo que comes y con quien te juntas y lo que lees y los sitios de internet que visitas y el teléfono celular que usas y los pantalones que vistes…). Si "tú" –el otro– es imposible y si ni siquiera se respeta su grafía, cabe preguntarse qué sucede en la relación entre el yo y el otro, entre el que está en estos zapatos e interpela al que no es sí mismo. "Yo es otro", dijo Rimbaud; y qué maldita razón tenía el niño precoz.





"??? No entiendo. ¿Dónde está el error?"
Aquí merito:

miércoles, 18 de noviembre de 2009

Una versión portátil del infierno

El Índice de Revistas Mexicanas de Investigación Científica y Tecnológica del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología requiere que las publicaciones académicas "demuestren" que tienen los méritos suficientes para entrar o renovar su registro; v.g. auditan sus procesos editoriales hasta que deciden que ya se hartaron de revisar documentos que no terminan de entender. La documentación a entregar, a resumidas cuentas, es la relacionada al proceso de arbitraje: currículos de la cartera completa de árbitros (grado, nivel en el Sistema Nacional de Investigadores, disciplina, especialidad, líneas de investigación, últimas publicaciones y trabajos dirigidos) y notas de arbitraje (primera, segunda, y hasta tercera y cuarta lecturas [cuando suceden]).
Pero vamos, ¿cuánta información pueden estar solicitando? Si consideramos que revisan los útimos tres años, haga usted, lector, las debidas multiplicaciones:
  1. 2007: 16 artículos publicados.
  2. 2008: 16 artículos publicados.
  3. 2009: 23 artículos publicados (sí: mi trabajo aquí redunda en el aumento de la tasa de artículos en proceso y publicados; y el año entrante serán 28).
  • Dos árbitros (al menos) por artículo.
  • En promedio, dos notas de revisión por cada árbitro.
  • En total (para que el lector haga menos multiplicaciones), 98 árbitros.
La corrección de estilo es, entre las disciplinas asociadas a la literatura la labor más árida a desempeñar: la lectura se queda ahí, sin licencia ética para comentarla, a menos de que uno sea necio como mula y se empeñe en hacer el copy-edit, aunque a las editoras no les provoque la menor gracia, y sin embargo no puedan dejar de agradecer todo el trabajo que se quitan de encima. En la carrera me decía con regularidad "¿Yo, corrector de estilo? Jamás: eso es muy bajo para mi decoro y pundonor." Y terminé desempeñándome en labores ridículas, como correveidile factotum en una imprenta industrial…
En la actualidad, mido mi trabajo de ese escalafón hacia arriba: es esencialmente imposible caer más bajo. [rayón del disco de 33 rpm] "Necesito que fotocopies todos los arbitrajes de los últimos tres años, contactes a los árbitros, les pidas este altero de información, alimentes la base de datos de CONACyT, [una semana después] y que corrijas toda esta información que te pedí porque me equivoqué: no era esto, era estotro; y porfa dale seguimiento al proceso editorial porque nos estamos atrasando."
¿Mencioné que dijo, hace una semana, "yo creo que dejamos de hacer todo y nos concentramos en el informe que tenemos que entregarle a CONACyT o no terminamos"?

sábado, 14 de noviembre de 2009

Cómo saber...

si el lugar donde vives es el correcto.
Haces una mudanza, la quinta en tres años. Tu casa vive en cajas: libros, comida, artículos personales, utensilios de cocina, todo está empacado y esperando a que tengas tiempo y recursos para darles orden.
Te pasas el día recorriendo la casa, pensando cómo acomodar, dónde construir, dónde colgar los cuadros. Te pasas el día, esencialmente, haciendo nada; cuando más, lavas la ropa y el par de platos que estás usando.
Has hecho una mudanza; la quinta, decíamos. Reparas que de todos los locales que ocupan la planta baja, la tienda de parafernalia de los Beatles es más interesante que la papelería y la taquería. Dispuesto a atender los menesteres de casa, te quitas de encima al gato y subes a recoger la ropa que tendiste al sol. Comienza el frío de la tarde; piensas en voz alta (casi en cuello), rumias tus pensamientos, sin caer en la trampa de recordar los amargos.
Destiendes las camisas, y empiezas a doblar las sábanas cuando escuchas el graznido. Levantas la mirada y distingues un ave mayor posada en la antena de radiotelefonía que corona tu edificio. Miras de nuevo y cuentas cuatro; miras con atención y reconoces por fin a cuatro halcones pequeños, saltando entre las estructuras de la antena.
Te reconocen a ti también; saben que estás ahí, y no importa. Sientes la tentación de escalar los doce metros de hierro y mirarlos de cerca: una idea estúpida. Sigues mirándolos, con el pecho alzado y súbitamente recordando la lección más grande de tu padre: nunca pierdas tu capacidad de sorpresa. Y ya desde antes se te escurrían las lágrimas por el rostro. Y tiemblas.
Levantan el vuelo, uno a uno. Trazan rumbo hacia el oriente, y los ves perderse sobre los árboles. La ropa podría quedarse prendida de los cordeles toda la noche.

jueves, 12 de noviembre de 2009

Una alegría


Ayer comencé propiamente a instalarme en casa: limpiar el baño (tres veces), acomodar los muebles, lavar los vasos y los tarros de cerveza, esquinar las cajas con libros que no saldrán hasta que no instale los libreros, tomar medidas para todo lo que se tendrá que comprar. He de admitir que mi prioridad era la tele (y qué bonito es verla en verdad, con una recepción razonablemente clara): no es que me pase aplastado las horas que pasé de niño, pero Canal Once en verdad está haciendo la mejor televisión nacional de la que tengo memoria, y XY se convirtió en un capítulo en la mejor serie que he visto jamás (no es que haya visto toda la producción televisiva, así que tampoco tomen eso como dogma).
Y las razones son obvias: una editorial y las vicisitudes que se viven ahí, un manojo de hombres que cubren todos los perfiles que un hombre "debe cumplir hoy en día", el cuidadoso desarrollo de los personajes, las guapotas (brutalmente guapas) del reparto, la honestidad de darles voz y personalidad y vocabulario a cada uno, la extraordinaria música. Puede que las actuaciones a veces tengan fallos, pero es una historia magníficamente escrita. Eso basta y sobra para tomarla en consideración.
Terminó el capítulo ("la edición"), y terminé una vez más con una ansiedad feroz de ver el siguiente. El sueño, que debiera ser una plaga incontrolable en estos días, se ha vuelto escurridizo, así que me acomodé en la cama. Una voz en off habla de una banda que surgió en Manchester y revolucionó la música, que creció con la ciudad y cuyas historias no pueden deslindarse; por lo bajo, admite que la película que he de ver es, en sí misma, la historia de la ciudad: Joy Division es, también, la ciudad que los arropó.
Quienes en algún momento se relacionaron con Joy Division recuerdan candorosamente los puntos más significativos de su historia: los artistas involucrados en la estética visual de discos y fotografías, los productores que –casi en un accidente– construyeron un sonido distintivo que ninguna imitación iguala dignamente (no digamos que lo supera), los miembros de la industria musical que apoyaron ese sonido feroz, los amigos que lo atestiguaron y lo sufrieron.
Honesta, abrumadoramente emotiva, a veces graciosa (cuando no ridícula: Peter Hook será un glorioso bajista, pero tiene una manera más bien ramplona de narrar historias en absoluto cómicas), Joy Division (Grant Gee, 2007) es la fotografía a la distancia de un momento en que las inquietudes de una generación no encuentran ya cabida. Hoy en día todo tiene cabida, y me atrevo a creer que eso va en detrimento para el desarrollo de la cultura y los individuos: todo es aceptado, no hay límite a romper, no se buscan nuevas formas, ser un loco es norma y no excepción (hubo en tiempo en que los locos daban voz a los dioses y el futuro).
Es doloroso considerar que quizá jamás exista otra banda como Joy Division: por más que el indie haya dado y siga dando sonidos espectaculares, la capitalización de las ideas y su industrialización no han de permitir, al menos en un futuro mediano, que las exploraciones artísticas se rijan por una noción de construcción de identidad y expresión particular, sino por criterios de masas y comercialización. Ya lo había declarado Barthes hace muchos años: la última obra maestra de todos los tiempos es el Ulises; habrá que preguntarse si ya ha aparecido esa última en música.
Llegar a casa no es botar la mochila en el primer rincón y rascarles las orejas a los gatos, sino tirarse con ellos y disfrutar el tiempo: encontrar de nuevo placeres que ya parecen desconocidos.


lunes, 9 de noviembre de 2009

En venta

Resulta que ahora le estoy vendiendo el alma a la que otrora fuera la revista adolescente que marcó tendencia hace quince años, la que mi hermana compraba por el "guapo" de la portada, la que contenía todos los tests de diez preguntas necesarios para resolver las dudas existenciales de una adolescente, la que dedicaba más tinta a su horóscopo que a los artículos de fondo (por la sencilla razón de que jamás los hubo).
Dos opciones: definitivamente soy un mercenario o estoy perdiendo el pudor.

Mudatum est

O instructivo para sobrevivir un cambio de domicilio.
No hay mudanza grata. Lo más parecido es "no se rompió nada", "no se me olvidó nada", "no se perdió nada", "no tuve que cargar nada aparatoso en el auto." En otras palabras, una mudanza se evalúa por negación.
Por regla general, la sola obligación de empacar es físicamente demandante; la mudanza en sí misma (en relación al tiempo) lo es mentalmente. Uno carga con la casa hecho un manojo de dolor y estrés y ansiedad y preocupación; llegar al departamento que durante una temporada ha de ser tu casa (esmérate y reza por que sea más de un año esta vez) no se traduce en descanso, pues falta instalarte, limpiar el baño y todo el polvo que entró con las cajas, montar los libreros en los muros, tender la cama, sacar los platos (y lavarlos), acomodar la ropa, esperar una noche entera para poder conectar el refrigerador, cazar al señor que vende gas, verificar que todas las instalaciones (electricidad, agua, gas) funcionen adecuadamente, y matar bichos a pisotones si es que los gatos no son tu única compañía en esa nueva casa.
Pero aun cuando sucediera un milagro (hechas las oraciones a San Judas Iscariote) y lograras instalarte por completo ese mismo día y todos los libros reposaran cándidamente en las repisas y –según un cómputo anómalo del tiempo– pudieras conectar el refrigerador antes de que la comida se pudra en las cajas en que la cargaste, aún tienes una relación con aquélla que fue tu casa hasta la tarde de ayer: ¿limpiaste el polvo y pelo de gato que dejaste atrás, sacaste la basura y cerraste las llaves de paso del gas y el agua, comprobaste tres veces que efectivamente cargaste con todas tus cosas, estás seguro de que no escondiste nada en ningún lugar secreto (sin que sea claro por qué, pues vives solo), reparaste modestamente los muchos hoyos que hiciste en las paredes? ¿Entregaste las llaves del departamento que has abandonado?
Y encima de todo eso, el gato tortura a todos los presentes con un llanto desconsolador durante las dos horas que toma la mudanza. Ah, pero no es suficiente, porque se le ocurre hacer su gracia, y se esconde en el único recoveco de la cama al que nunca se metía porque era demasiado gordo (el connato de leucemia lo adelgazó hasta mi escalofrío; quizá no vuelva a ser pachón), y nos hace creer a su padre obsesivo/paranoico y a sus dos tíos que se ha escapado, y nos pasamos casi dos horas recorriendo el parque de la esquina y la colonia entera, la espalda encorvada y asomados debajo de todos los autos, y me sume en una tristeza infame; y el muy cabrón aparece justo cuando me rindo y me recuesto en la cama, con su carota de escuincle bien portado, un maullido apenitas audible y preguntando por comida.
Gatos hijos de bruja, miren si los he de querer y le han de sacar canas a mis cejas y pestañas, que en mi cabeza hace nueve años no hay cabello.

lunes, 2 de noviembre de 2009

Ctónico

Aparentemente, de mi padre sólo heredé hábitos estúpidos, como una constitución moral que me prohibe mentir o dejar de reconocer mi responsabilidad en cada uno de mis actos y sus consecuencias; admitir como caballero mis errores y esperar la debida enmienda de los ajenos (cuando tal procede); tener un incontestable respeto a la amistad y atesorarla, jamás faltar a ella y por ningún motivo traicionarla; ser honesto, próvido, cordial, contenido y de maneras sobrias.
Sin embargo, hay quienes no se toman tan a pecho estas consideraciones, y parecen creer que un año es tiempo sobrado para olvidar y dejar de lado cualquier ofensa. Pero yo no olvido (esta memoria, con su crueldad implícita, no me lo permite), y rarísima la ocasión perdono. Más todavía, no hay motivo para perdonar si en la otra parte no sucede ese responsable acto de humildad y honestidad: pedir perdón.
Muy a pesar de que sería lo ideal, las ofensas no son piedras que se deslavan con el tiempo y el paso de las aguas; no pueden enterrarse y con ello darse por zanjadas las cuentas. En este caso, no hay una situación que pueda resolverse, porque no existe más el punto de convergencia que mantuvo la relación durante veinte años; y si bien tengo parte en la responsabilidad por mi intolerancia y la virulencia de mi reacción, es sin duda menor.
Hoy ya no es de mi interés que nuestros caminos se crucen de nuevo y vernos con gusto.