El precio de las cosas

I.
[...] después de haber estado sentado unas cuatro horas con mi impresor para corregir las pruebas de una de mis obras, más tarde, cuando había salido de la imprenta, aún flotaban delante de mis ojos las imágenes de aquellos pequeños mecanismos a los que había mirado tan intensamente, e incluso durante la noche me parecía verlos.
Bernardino Ramizzini (1700)

Tengo una razón de peso para escribir esta entrada: no queda muy en claro cuáles son las funciones de un corrector, y consecuentemente cómo hace su trabajo.
Doy un ejemplo veloz: hace unos días me pidieron que corrigiera un texto cuyo lector final era el director de operaciones de importante empresa. Antes siquiera de terminar el primer párrafo tenía sobre las espaldas un sutil reclamo: "¿Sabes qué? Pasemos a lo que sigue porque ya tengo que enviar ese documento. Llevo prisa." Eso último quería decir que yo debía leer un documento de quizá tres cuartillas en siete minutos, reloj en mano.
Sin embargo, no tengo licencia para culparlo: distinto de un cirujano plástico, un violinista, un abogado o un contador, el corrector de estilo no se forma propiamente en una universidad y esencialmente pasa desapercibido en cualquier proceso del que forme parte. La corrección no constituye una profesión a la que aspiren los estudiantes (yo mismo despreciaba la idea de ser corrector cuando estaba en la carrera) y no hay "convenciones" socialmente establecidas en torno a ella, como la bata blanca o el traje inmaculado.
Las consecuencias de eso abarcan un espectro ridículo, desde quiénes son susceptibles de obtener un puesto de corrector –como egresados de literatura y ciencias de la comunicación o médicos (en el caso de la corrección de literatura médica) con experiencia editorial, en lugar de lingüistas, mucho mejor preparados para semejante tarea–, hasta quiénes deben asumir esa responsabilidad en una empresa: resulta que el copy en una agencia de publicidad es el encargado de corregir hasta las cartas del director, o periodistas y traductores deben corregirse a sí mismos. Y eso sin mencionar a la miriada de (hay que decirlo) charlatanes que aprietan un botón en Word y dicen que corrigieron el texto en cuestión; conocí dos, así que es honesta la frase.

II.
Entre los factores indispensables del mundo literario, ningúno [sic] tan poco apreciado generalmente como el corrector de pruebas, cuyos inestimables servicios debieran proclamarse diariamente para que, siendo conocidos, pudieran ser debidamente recompensados.
Manuel Ossorio y Bernard (1880)

Pero eso agobia un poco menos que el tiempo del que dispone un corrector para hacer una lectura digna, o lo que pretenden pagarle por no poco esfuerzo. En México al menos, las tareas editoriales se tasan siguiendo los parámetros del Fondo de Cultura Económica; probablemente me traicione la memoria, pero en mi mente flotan $17 por cuartilla. El resto de las editoriales mantiene precios similares, a veces muy por debajo. En Porrúa ni siquiera leen originales y toda la corrección se hace sobre pruebas formadas.
El tiempo, por supuesto, es el gran látigo en las espaldas. Ya lo decía en el ejemplo del inicio, pero es recurrente, aún en empresas que conocen a fondo las implicaciones del proceso editorial (v.g. las editoriales mismas). Entonces un corrector tiene doscientas cuartillas sentadas en la mesa, y tres días montados sobre las espaldas: no hay café que te permita atrapar al vuelo las erratas más evidentes si el día ha durado más de doce horas.

III.
¿En qué consiste, ya para ponernos de acuerdo, una corrección de estilo? Por principio de cuentas, el corrector está justo en el punto donde se cruza el fuego del autor, el lector y el texto: no es solamente cazar errores gramaticales y ortográficos fusil en mano (el texto), sino comprender el mensaje original (el autor) y asegurarse de que sea claro y transmisible (el lector). Más todavía, tiene que conocer al lector potencial del texto –de definición mucho menos precisa que el lector ideal– y apegarse a los términos que le son familiares.
Por supuesto, gramática, ortografía, sintaxis; pero también sentido. En la semántica se nos queman las espaldas, pues de pronto resulta que la última afirmación traiciona el sentido del párrafo entero. Un corrector disciplinado, por regla general, pasa más tiempo en textos periféricos que en el texto que va a entregar.

IV.
Encima de eso, hay una sensación oscura de que la competencia es feroz y deshonesta. Pero entonces caemos en un círculo vicioso: si no especifico en qué consiste mi trabajo y cuánto cuesta, a menos de que me pidan una cotización, entonces mantengo a raya a mi competencia. Y mis clientes potenciales tampoco conocen los pormenores de lo que hago, y nadie sabe reconocer un trabajo bien hecho, correctamente tasado.

V.
Ninguno hay que no pueda ser maestro de otro en algo.
–Baltasar Gracián (1657)
Por todo lo anterior, así aparece una nueva etiqueta en este blog, y una sección en la columna de la derecha. Y para dar en mano:
  • Corrección de estilo (originales): $55 - $80
  • Corrección de pruebas formadas (digital): $45
  • Corrección sobre pruebas de impresión: $50
  • Corrección de estilo en inglés: $90 - $110
  • Traducción: $140 - $220
Estos precios se dan en pesos mexicanos y se contabilizan en cuartillas editoriales de 1,500 caracteres, contando espacios. El costo varía en función de la complejidad del lenguaje y el volumen de trabajo. El tiempo de entrega oscila entre cinco y siete días hábiles, aunque siempre estará en directa relación con el volumen: ni en broma logro traducir cuarenta cuartillas en un día.
Quede en defensa de las mejores prácticas (disculparán, pero a últimas fechas la jerga del mercadólogo es moneda corriente).

*Algunos de los epígrafes que aquí se leen fueron tomados de Libros y Bitios (de varias entradas, así que pueden tomarse el gusto de repasarlo a fondo).