jueves, 31 de diciembre de 2009

Imperium

Todos sabemos que presumo de una amargura que a nadie queda claro si es cierta o si nomás soy un presuntuoso de proporciones bíblicas. Como sea, en unos minutos he de recibir en casa -después de un par de años de llevar una vida al margen de las relaciones sociales- a todos los huérfanos de este año nuevo.
La falta de costumbre dicta "paranoia, ponles correa a todos (y todas);" la realidad, el sentido común, la conciencia de que es factible, mas insano seguir así, la brevísima epifanía de que los modos pueden variar sin que por ello se modifiquen de fondo las formas, acusan con voz queda "abre la puerta y sonríe."
El año entrante no he de recorrer distancias a pie, sino sentarme en mi oficina y dominar el imperio que todo tirano ha de construir. Y el mío querrá emular a Carlo y Alejandro.

domingo, 27 de diciembre de 2009

Escombros

Interrumpo la interrupción. Caso especial, pues acabo de encontrar la antena de internet que me regalaron.
Después de poco más de un mes de vivir en este departamento, apenas esta semana los libreros tomaron su lugar. Casi todos los libros, incluidos los de más reciente adquisición, salieron de las cajas y ya descansan en las repisas. Las dos cajas con los archivos de la carrera están arrinconadas, los kilos de papel que leí y escribí durante tres años.
En una de ellas debían estar las fotocopias de De fusilamientos de Julio Torri: después de cinco días, una cena de navidad, una visita a la familia y regalos que no esperaba, el enojo que alza la falta de atención al tiempo ajeno se ha calmado. Y a pesar de que recuerdo lo esencial de la cita, los microensayos/microcuentos de Torri saben decir con sobrada puntualidad: ¿para qué reconstruir según mi capricho?
Desaparecieron las fotocopias, o al menos no están en la carpeta en que debían. Y metiche, revisé mi trabajo final a esa materia: orgullo y vanidad aparte, creo que es el mejor ensayo que escribí en la carrera, muy a tono con las divagaciones que aquí se han leído.
Lo he dicho en repetidas ocasiones, y vale la pena repetirlo: si alguna vez fui feliz fue durante esos tres años. Recuerdo el terrible placer que me provocaba la crítica y la teoría literarias. Y comienza de nuevo la diatriba de abandonar de una vez por todas la literatura y arrojarme de lleno contra sierras circulares, caladoras, taladros, lijadoras, madera y clavos o continuar con la furiosa necedad que me insta a seguir trabajando en editoriales en las que no puedo ejercer el pleno de mi pasión.

viernes, 18 de diciembre de 2009

Otro hiato

Estimado lector:
Debido al periodo vacacional que cruza la Universidad Nacional Autónoma de México, el blog que está frente a usted se encuentra temporalmente fuera de servicio. Si por un azar se cruza con un grupo de editoras, tenga a bien informarles/recordarles de dicho periodo.
V.g. no, no voy a corregir en varios días: estoy poniendo en orden mi casa y la base de operaciones mancomunada que tengo con mi socia.

viernes, 11 de diciembre de 2009

Una desesperanza

Decía en el post anterior que había delineado el contenido del que sería el presente. En términos generales, esto que se lee debió haber sido mi punto de vista respecto a Copenhague; más todavía, el apoyo y expectativa que este blog puede ofrecer en su debida proporción: como se evidencia en el primer banner de la columna derecha, yo también tenía esperanza de que podría establecerse un acuerdo de beneficio común.
Sin embargo, tras la noticia de un borrador que, en muy pocas palabras, da al traste con el Protocolo de Kyoto y licencia al rico para amasar fortuna y continuar un modo de vida insostenible a costa de los jodidos, admito con pena que empiezo a perder la esperanza.
No es que ya se haya aceptado esa resolutiva (pues se ha planteado un nuevo borrador) y en consecuencia debamos resignarnos a vivir en un país que no goza de los beneficios de una economía rapaz y esperar a que los recursos se terminen. Ciega de furia la irrefutable evidencia de que siempre hay un interés ulterior, un abuso de las estructuras de poder, una flagrante negación a la vida, la imposibilidad de considerar al otro en la toma de decisiones.
Ante un panorama como el que plantean quienes toman las decisiones que marcan todos los días de mañana, quizá la vida, efectivamente, encontrará su camino sin nosotros. Y nos lo habremos ganado a pulso.

martes, 8 de diciembre de 2009

Los librotes de la década

To remember only achievement and worth is to ignore the vast majority of our cultural experience. It helps create that strange cultural telescoping that makes us think that the past was always better; that odd warping of collective memory that enables us to recall even the 1970s fondly.
–Sam Jordison
Buscando información para el que será el próximo post, encuentro esta nota en The Guardian. Dos cosas llaman mi atención: a) la furia con que se consume el tiempo presente en la actualidad, o la necesidad de mantenerse a la vanguardia, sin importar pasado ni futuro lejanos (lo que es signo palpable del consumismo), que se asocia con a') una ominosa ignorancia del cómputo del tiempo.
"¿De qué te estás quejando? No entiendo un carajo." ¿Recuerdan que los últimos seis meses de 1999 vivimos una pseudocrisis debido a la incertidumbre de las reacciones que podrían tener los equipos informáticos ante el cambio de siglo, el famosérrimo-y-ahora-olvidado fenómeno Y2K? Todo mundo tenía los ojos puestos no en el cambio de siglo, sino de milenio, pero muy pocos estaban al tanto de que los siglos (y los milenios) cambian hasta el año 01: el S. XXI comenzó a computarse como tal en 2001. El sistema no es arbitrario, sino lógico y de costumbre: cuenten diez unidades, comiencen donde quieran; podría apostar a que comenzaron en 1 y terminaron en 10.
Pero decía yo que dos cosas me llaman la atención: b) la concepción del pasado, el ejercicio de la memoria, requiere obligatoriamente de un acto de discriminación. Los recuerdos (y antes que ellos, los fenómenos que se instalan en la memoria) se seleccionan según una necesidad particular. Recuerdo las palabras exactas que reactivaron mi odio, pero no recuerdo el color de las paredes; y en sentido contrario, tengo presente el color del vestido y cada movimiento de la última mujer de la que me enamoré, pero no podría recuperar la vasta mayoría de sus palabras.
Lo anterior es una cualidad/necesidad humana: es biológicamente imposible que una persona recuerde absolutamente todos los días de su propia vida, no digamos eventos ajenos a sí; cierto, hay casos de memorias atormentadas que registran la totalidad de lo que perciben, pero son tan contados que sólo tengo noticia de uno de finales del S. XIX. Inmersos en la era de la información, donde en los últimos veinte años hemos producido más textos que de los sumerios a la fecha, donde se espera producir la primera computadora personal con memoria física de un petabyte en los próximos quince años, donde las tecnologías de almacenamiento y distribución de información son obsolescentes seis meses después de su presentación, es inaceptable considerar la necesidad de discriminar los eventos que han de formar parte de la posteridad en función de su valor.
La Historia, compuesta de "rodajas" de Realidad (ese cúmulo de simultaneidad temporo espacial, donde residen el total de memoria, expectativa y hechos), se ve obligada a acotar periodos de estudio. Sin embargo, los estragos de la guerra no son omitidos debido a su carencia de valor (bueno: habrá quien los encuentre valiosos): aunque se me podría objetar que la Historia entera es el registro de las guerras, debiera ser un derecho disponer de la totalidad de los registros de una época, sin sesgar a priori la aproximación a los eventos de la memoria.
Y toda esta divagación gracias a los peores libros de los últimos diez años (que no de la década, que todavía no se acaba).

jueves, 3 de diciembre de 2009

El marqués Samigina

Doblar la voz por debajo de los cuartos traseros y los cascos. Prestar la voz a quien busca tras los muros del horizonte. Cambiar la lengua por otra más clara; hablar desde detrás de mí, con un aliento imperial. Callar: otro pide palabra.
Mi querido
Éste me trae sobre los lomos a ti: sabes mandarlos. Quisiera quedarme contigo, pero sé que me llevará de vuelta, y tendré que reposar de nuevo en mis huesos cansados y su dolor. Vengo, sólo, a recordarte. Después éste me llevará a otro lugar, uno donde Sol domine su imperio.
No desmayes, has logrado mucho –falta otro tanto–: lo que no hubiera imaginado, pero siempre confié que podrías. No pierdas nunca, por ninguna razón, tu capacidad para sorprenderte: sigue mirando las cosas pequeñas, busca a tu rosa y a tu zorro, pozo y agua. Eres mi orgullo, desde hace tanto, y cada vez más.
La tuya fue la última sonrisa; las tuyas fueron las últimas lágrimas de felicidad y la última piel erizada. Te amo entrañablemente.