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miércoles, 25 de enero de 2012

Verba volant, scripta manent

[Disculparán los que sí saben de filosofía si esta disquisición carece de sustento, pero yo sé de literatura y libros y algunos objetos lingüísticos, que no de filosofía y lógica y metafísica, propiamente. Reflexiones vicarias...]
¿Es posible ejercer la duda cartesiana de manera discriminada? Es decir, en lugar de atajar rabiosamente cada aspecto y arista de uno mismo, enfocar la comprobación a una sola faceta. Sé que no: si una faceta de mí es parte de mí, entonces toca absolutamente todas las demás y existe en resonancia con todas ellas. Ergo, analizar una implica –al menos de manera tangencial– el análisis de todas las demás.
Pongamos por caso que doy ese salto a la certeza (vía la duda sistemática; prueba, error, intento, falla); pongamos por caso que me cuestiono en tanto crítico literario.
Mi primera asunción, especialmente en este momento (con la nariz sumida en los textos que bullen de las aulas a las que he vuelto), es que soy un buen lector. Ahí empieza: ¿un buen lector es un buen crítico? Si el fundamento de la crítica es el análisis a partir de la lectura, se sigue que sí. Luego, ¿soy un buen lector?
Puedo, por ejemplo, encontrar las resonancias de un cuerpo en una obra literaria, leer despacio los sonidos que la componen y reconocer el punto en que el sonido (sólo el sonido) llega a la cúspide de la tensión. Puedo encontrar en mí las vibraciones que pulsan al otro lado de la página, y sentir en la punta de los dedos el roce de una flor (cuando la hace florecer Huidobro, por ejemplo). Puedo mirar al vacío y llenarlo, de experiencia y memoria, de solidez, de dudas, de preguntas que formulan más preguntas. Puedo arrancarle voces de muy vario color a un cuerpo que sólo tenía una. Puedo reconocer una intención en un gesto sutil y escondido.
¿Puedo hacerlo en verdad? ¿De qué recursos me valgo? Memoria, dureza (firmeza, tal vez), creatividad, rigor, práctica, determinación. Quizá.
Pero la duda no se disipa. La duda sigue, porque bien podría hacer la asunción entera y derivar sus consecuencias en función de una falacia, o de un falso problema. Y entonces toda esta certeza de que soy un buen crítico está errada, y todos estos años en que me he presumido, arrogante, entre los mejores ("soy bueno, y no te queda duda") han sido sueño.
Entonces esto que soy podría no ser yo, y la directriz que ha llevado los últimos ¿siete? años nunca tuvo rumbo.
Pero queda esperanza, que debe quedar en registro, para la memoria cuando olvide mis propias palabras: insistir, no claudicar, intentar de nuevo, comprobación fáctica, prueba y error.

martes, 6 de diciembre de 2011

What if black

Muy tarde, ya entrada la noche y cuando terminé de desvestirme, me di cuenta de que ayer toda mi vestimenta fue negra: de los zapatos al saco, así todas mis prendas.
¿Qué poderosa fuerza, oscura y oculta de la vista plena, puede obligar a un acto que podría parecer del todo deliberado? Han pasado muchos años desde que vestí enteramente de negro, en que al menos mi ropa guardó luto. Nunca me ha parecido indispensable, y estos gatos lo hacen más difícil (apenas sale la camisa del clóset y ya tiene sendas manchas de pelo; pero eso no afecta, porque sencillamente ya me vale madre).
Inhóspito momento para hacer estas reflexiones.

martes, 3 de mayo de 2011

Un peso

Hay días en que me pregunto cómo he tomado mis decisiones, en qué entorno me he detenido y las razones por las que veo el mundo tan lejos. Qué oscuro hado me presenta la realidad que veo.
Inmediatamente quiero ser responsable y asumir que el azar tiene poco o nada que ver, que son efectivamente mis decisiones las que distribuyen esa realidad, y no una potencia ultraterrena la que dicta suceso y destino. Por supuesto, la consecuencia es más grave, y sin embargo queda ese resabio incierto de que algo no he decidido, que el mundo también pasa frente a mí y no todas las opciones están en mis manos o a mi alcance, que puedo aspirar a cierta solución, pero desde el inicio el rumbo era otro.
También siento la necesidad de desarraigar esa responsabilidad de mí y delegarla cómodamente hasta hacerla desaparecer. Eso me daría a quién culpar y sería libre de todo fardo. O lisamente olvidar toda responsabilidad y seguir sin memoria. Pero esta constitución me lo prohíbe, no hay sombra de descanso.
No siendo suficiente, la potencia de la memoria arrastra a un recuerdo, una experiencia, una emoción, o quizá una ilusión. Y cualquier cosa que eso sea, duele de alguna manera, y sabe exigir atención y encontrar su espacio en el cotidiano. No me queda en claro por qué regresar a ese dolor, si quizá intentemos recuperar lo bello que encerró, a costa de padecerlo de nuevo. Pero queda claro que volvemos.
Y ahí voy, mascullando canciones y poemas que aplastan porque no son o no fueron. Es esa relación metonímica con un objeto simbólico (Barthes): el objeto no contiene un significado por cuenta propia, sino que lo imponemos nosotros a partir de la memoria de lo simbolizado. Resulta entonces que un letrero, una hoja de papel, un aroma o una textura encierran un fragmento del otro. No está ahí, y sin embargo está presente. Son recuerdos (o experiencias, más bien) dulces, que en su ausencia y distancia pesan.
Queda resignarse estoicamente o combatir cada fibra de uno mismo. Cualquiera que sea el caso, sé que tengo un problema mayor cuando me cuesta tanto trabajo hilar discurso.

lunes, 18 de abril de 2011

Imperatrix mundi

Let's not be afraid to be Don Quixotes.
Algirdas Julien Greimas

Para Aquiles, la gran preocupación era fama y gloria (que no necesariamente pasar a la inmortalidad, como se pretende en la multimillonaria y muy libre adaptación en Troya): podía quedarse sentado a la vera de su tienda y esperar a que llegara la muerte en la vejez, perdido en el olvido de los hombres, uno más sin pasado; o podía levantarse, con la certeza de que quedaría tendido en los campos de Troya y la inconmensurable fama de haber sido el mayor guerrero que recordaran los hombres. Y sin embargo, Odiseo encuentra en los infiernos a uno que preferiría ser un esclavo vivo a un rey entre los muertos.
La fama, entonces, se volvió carga a cuestas para los siguientes siglos, todos penando por pasar a la memoria del mundo. Fama y Fortuna comandaron los actos hasta entrado el S. XVI, y sólo hasta que Don Alonso se burló —sin saberlo— de esa gloria, paró ésta de encontrar su camino.
La defensa de la fama no ha perdido vigencia, y una medida es mantener la cordura, aparentar solvencia en todos los órdenes de la vida, lograr sin demasiada pirotecnia que Fortuna sonría y su rueda nos encuentre en alto. No cometer impertinencia o imprudencia alguna, ser probos, mantenerse en los lindes del respeto convenido, hacerse del reconocimiento a punta de méritos.
Pero entonces falta la voluntad, el asalto del cambio, una oscura pulsión de vida que dicta: "no tiene importancia, no hay decisión absoluta, puedes cambiar la opinión ajena si tienes la tenacidad, reventar la locura, disolver el tiempo". Se vislumbra la posibilidad de vencer en batallas absurdas o que ya han sido ganadas, de cargar contra un justo. Y entonces hacerse de su nombre.
¿A quién mira Fortuna desde lo alto? ¿Al que espera que lo aplaste, o al que se yergue para alcanzarla? El refrán es viejo: Audaces fortuna iuvat.

martes, 8 de febrero de 2011

La marea

¿Qué poder encierra la palabra? Es (debiera ser) la articulación del lenguaje en un acto inteligible y comunicable. Puede ser un milagro, un capricho, un accidente, un reflejo.
Las palabras no dicen nada, son en sí mismas materia fónica. El sonido bien puede aglomerarse de la misma manera en otro entorno y las palabras seguirán sin decir nada. Las palabras sólo tienen vida en correlatos, en distinciones por oposición y comparación; su expansividad depende de lo que pueden abarcar, pero también de lo que obligatoriamente excluyen de su significación.
Las palabras son virtualidad, presencia de eso que lleva nombre, que puede llevar nombre. Eso no está (quizá nunca estará) aquí, y sin embargo tiene presencia en cuanto lo evoco por la palabra. Y aun cuando quisiera negarse, llega aquí y se instala en este presente, en lo que digo, en mis imaginaciones sobre eso y esotro. No cobra vida por la palabra, sólo presencia: no están aquí los niños que extraño aunque no lo sepan, pero sí sus sonrisas terribles, sus manos, sus ojos que me separaban al menos un momento.
Esto que lees no pertence a un espacio determinado: se actualiza según tus circunstancias y experiencias, eso que te parece relevante. Bien podrías considerar que has perdido el tiempo al leer estas líneas, y sería correcto si no puedo llegar a un punto en el que nos entendamos.
No somos palabras: somos lenguaje. Comunicamos con muchos más recursos. ¿Comunicar qué? Esto que lees es una caja casi cerrada; en cada costado hay una cantidad variable de agujeros por los que podrías asomar; cada agujero debiera permitirte una imagen distinta: ves un mismo objeto (si acaso hay un objeto ahí dentro) y alguna cantidad de entornos y sombras.
Y hay lenguajes acerbos, dulces, cáusticos, conmovedores, inquietantes; sea cual fuere, nos instalamos en uno, por azar o decisión, y desde ahí construimos discurso. A veces, si suficientemente hábiles, un lenguaje se arropa en otro por disímil que sea, se disfraza de una capacidad que le es ajena; entonces tenemos la rara habilidad de mostrarnos igualmente expansivos y dinámicos. Decimos con suficiencia una mentira inocente, o extendemos una verdad con malicia hasta llegar a los fines de una agenda personal. Pero el discurso se revela, apenas un susurro debajo de la espuma.
Ahí comienza el esfuerzo. ¿Qué lenguaje? ¿Y qué si no me place tal?
Tomar una decisión es de regular sencillo: sin prisa podemos ver las consecuencias y las responsabilidades que seguramente acarrea. Su ejecución es lo que arrebata.

Addendum
Just read it; had to share (00:42).

miércoles, 26 de enero de 2011

Un banco de arena

La última vez que pisé una playa fue en el verano de 2004, justo después de varios malos momentos. Lo que ha seguido se resume en trabajo y poco tiempo libre; también poca voluntad.
El sábado, por intempestiva iniciativa del primo de mi cuñado, aparecimos en la Bahía de Kino con tres cervezas bajo la mano. No recuerdo cuándo fue la última vez que comí ostiones frescos, o pata de mula, o jaibas en su concha; pero sí recuerdo la última vez que pisé una playa, y acompañado de quien. Y ese recuerdo navegaba el instante, mi relación con una playa que no conocía.
El agua era incómodamente fría, no cargábamos toallas con nosotros (sólo tres cervezas), no era clima para nadar en el mar: el sol era plácido, pero había familias en chamarra. No era ocasión de nadar —al menos para aflojar por fin el cuerpo después de tanto tiempo de tensión y trabajo y entregas y dolor—; a pesar de alguna necedad de lanzarme, sólo pude meter las piernas hasta las rodillas y mirar mis pies hundidos en la arena.
Si me paro en cierto lugar, este viaje fue mala idea; si doy un paso, es lo más prudente y correcto en mucho tiempo.

martes, 10 de agosto de 2010

Geometría del discurso

Hace un par de semanas me dieron un ejemplar del número 99 (mayo-junio 2010) de la revista Tinta seca. Ahí se encuentra "Corregir lo incorregible" de Carlos López, que pretende defender el oficio del corrector frente al oficio mismo, los editores, los autores y demás especies dentro del proceso editorial.
Si bien es encomiable que se hagan estos esfuerzos y que se procure la dignidad del oficio, hay modos de hacerlo. Y el caso de este artículo no es el modo. "Si no fuera por el trabajo del corrector, las faltas se multiplicarían sin parar, navegaríamos en un mar de yerros, nos ahogaríamos en ellas. Pero aun así, es impresionante la cantidad de erratas y errores que se encuentra uno todos los días, en todos lados, a todas horas." De verdad que sí, Carlos: tan sólo en las cuatro páginas de tu texto encontré una cantidad infame.
El punto crucial, al margen de las traiciones lingüísticas y discursivas que pululan en esas cuatro páginas, está en otro lugar: "El corrector no sólo sabe las reglas del lenguaje; su acervo cultural es amplio, su conocimiento de las materias del saber es vasto." En lo ideal, sin duda; esto, sin embargo, no es moneda corriente. No sólo eso: en la práctica es de lo más inusual. Los correctores no sólo carecemos de un bagaje de conocimientos capaz de abarcar todos los temas que, en ocasiones, nos vemos obligados a leer, sino que tendemos a concentrarnos –por inercia y pragmatismo, hay que admitir– en alguna materia particular.
De un lado, no existe una especialización profesional en las distintas disciplinas donde la escritura nos requiere (e.g. legal, medicina, farmacéutica, ingeniería, y demás); del otro lado, no he conocido quien corrija con autoridad un texto médico y salte sin empacho o terror a uno de ingeniería mecánica. Las jergas son distintas y exigen un grado mínimo de conocimiento para encontrar los carices que les son particulares.
El corrector en este país, en otras palabras, es un individuo por lo regular atribulado, que duda de sí mismo y su trabajo por más que tenga vasta experiencia: siempre se pudo decir mejor y más limpiamente, siempre se pudo lograr más pulcritud, siempre se escapan la errata y el dato curioso, y ya no se puede hacer nada sobre el impreso.
Sí, hay que dignificar el oficio y hacernos del respeto de quienes publican (o sea, una abrumadora mayoría), pero también hay que considerar naturaleza y condición. Si el corrector no fuera ese ente atribulado que tiene la parte menos elegante y sexy de la cadena trófica editorial, si no viviera en una constante neurosis, en la búsqueda de la única expresión correcta, los textos no lograrían esa pulcritud que el lector deja de notar (nota los errores de la edición: un buen trabajo editorial es el que pasa desapercibido y deja que el texto se mantenga en el centro).
La verdadera labor del corrector es involucrarse con el texto que lee, aprehenderlo en todos sus sentidos posibles y sostener los que convienen. Un corrector, efectivamente, no se queda en la gramática, sino que se sumerge hasta la semántica y la fonética.
Nunca le mientas a alguien que hace análisis de discurso, no pretendas decirle verdades a medias, no intentes conservar oculto un significado, no escondas siquiera tu identidad: quien sabe leer es capaz de reconocer las aristas menores de un discurso particular.

lunes, 24 de mayo de 2010

Ab imo pectore

Amor animi arbitrio sumitur, non ponitur.
–Publio Siro

En el curso de los años he conocido mujeres de diverso perfil, muy similar en algunos casos: la que, dudando de la solidez de su relación actual, busca compañía y empatía, cortejo y halago; la que tiene una absoluta indisposición para cualquier pulsión de vida, y percibe toda su vida (la vida que le rodea) como deplorable; la que espera reparación de su condición emocional, sin tener muy en claro los motivos por los que se encuentra así; la que, incapaz de desasirse de una relación terminada –sin importar cuánto tiempo ha–, salta en indecisiones entre el recuerdo y el afecto que se le presenta; corolario al anterior, la que, ciega, se rehúsa a reconocer ese afecto y la posibilidad que contiene; la que pretende jugar un rol de mujer de vanguardia, que puede acercarse a hombres de diversa condición y valor, que abre los brazos a relaciones efímeras que no se parangonan entre sí, debido a que no puede poner en paz su propia persona; la que no sabe sobrellevar su soledad y la encuentra ominosa; la que se excusa en graves responsabilidades para no asumir otras –las que competen al fuero personal–; la que tiende distancia y no asume las consecuencias de ello, como es que el otro la acepte, la enarbole como medida de acción y la tienda de vuelta; otro corolario: tiende distancia, mas espera que el otro se mantenga al alcance, en caso de necesitarle de alguna manera.
También he conocido a quien no sepa acercarse por falta de los recursos que permitan establecer diálogo, y entonces sólo pueden construir discurso y expresar mutua ternura a través del sexo; quien no sabe si decir esa ternura por temor a respuesta imprevisible; quien, en su ternura, se arriesga a condiciones que le son nocivas, ya sean del entorno o de las acciones de quien tiene enfrente; quien alberga una memoria cálida sin importar si alguno de los dos tiene pareja; quien vuelve al origen de sus afectos.
Y así ambas listas podrían seguir mientras evoco a esas mujeres. Y miro los estados que resultaron y mi persona a la luz de esas experiencias: parte de responsabilidad tengo en que esos conatos de relación no funcionaran cuando albergaban su posibilidad, ya porque no supe desprenderme del recuerdo de otra mujer cuando frente a mí había tanta ternura, ya porque buscaba resarcir en mí los espacios vacíos que deja una ira por largo contenida. O quizá porque mi capacidad para expresar emociones es magra, salvo cuando de enojo se trata.
Entonces miro de nuevo el estado de las cosas y me es evidente que nadie puede trasladar su grado de responsabilidad a un tercero: la mecánica de las relaciones, del tipo que sean, es binaria por lo menos, aún cuando yo soy otro. Pero parece que pocos lo tienen en mente, o resulta más fácil hacer caso omiso; y entonces surgen comentarios de un feminismo primitivo o un machismo exacerbado en el tenor de "es que no hizo todo lo que debía", "él/ella me perdió, y ahora que lo sufra".
Soy, gustosamente, necio que entiende el amor como un engranaje de simultaneidad donde el sistema completo debe correr a una misma velocidad, a un mismo ritmo, buscando el mismo fin (para la máquina, que no para cada engrane); cuando esa condición no sucede, lo mejor que podemos entender es un estado de enamoramiento, efímero, acotado en el tiempo. Me falta una definición mejor, pero no la he encontrado.
¿Por qué esta divagación? Es momento de tomar decisiones y acción precisa, elegir un futuro y todo lo que conlleva. Dejar el curso de lo relevante a la deriva es irresponsable, probablemente nocivo a largo plazo.


miércoles, 3 de marzo de 2010

Delusional and compulsive

Para no variar demasiado, no tengo muy en claro cómo llegué al blog de Scott Adams (la recurrencia de esa falta de certeza empieza a ser inquietante…). Tengo idea de haber visto la versión animada de Dilbert, aunque cabe la posibilidad de que sea uno de esos delirios que se dicen una vida; sin embargo, es más poderosa la duda de haberlo leído en papel o en digital.
Me llama la atención esta reflexión dispersa que hace Adams. Eso que algunos consideran correcto o apropiado o necesario es aberración para otro; pero ¿qué define la distinción o le da sustento? Y volvemos a poner pie en lo subjetivo, donde todo se vuelve relativo (y la paradoja que contiene la frase) y cada quien deberá aportar su mejor definición según el modelo ético, social, político, económico, cultural et al. que le convenga o mejor le acomode.
Entonces uno y todo está a expensas del juicio de los demás; y más cruel aún: del propio. Y resulta que la literatura es una pérdida de tiempo, algo que pude haber aprendido en casa, inútil para el desarrollo económico, obsoleto, incompleto (por definición), un dispendio de recursos, un lindo pasatiempo, una de las pocas profesiones donde encuentro sentido, el único lugar donde alguna vez he sido feliz, una ambición, una botella de Klein.
The best you can do is make your delusions benign and your compulsions useful.

viernes, 19 de febrero de 2010

La Marquesa y las hojas

Yo puedo subir a tu territorio y soy un huésped sagrado, ¿vale? Entro y salgo cuando quiero. Tú en cambio eres sagrado e inviolable mientras estés en los árboles, en tu territorio, pero como toques el suelo de mi jardín te conviertes en mi esclavo encadenado.
Italo Calvino, El barón rampante
La Marquesa Sofonisba Viola Violante de Ondariva es hermosa a rabiar, terriblemente inteligente, dulce, amorosa, sutil, coqueta, altiva, contradictoria, caprichosa, manipuladora, voluble. Viola no es ya la niña de unos diez años que, a su manera, afianzó la decisión de que Cosimo permaneciera en los árboles, sino la viuda del recién finado Duque Tolemaico –el menguado y celoso dueño de uno de los mejores cotos de caza de Ombrosa–, dispuesta a dilapidar la fortuna recién heredada con tal de deshacerse de los compromisos y familia recién adquiridos. Con tal de recuperar la casa de su infancia en el ahora olvidado marquesado de Ondariva.
Viola es la realización total del amor que Cosimo conoció tiempo atrás en los labios de Úrsula, la noble española exiliada a quien las circunstancias obligaron a vivir en los árboles: "Era el amor tan esperado […] y ahora tan inesperadamente aparecido, y tan hermoso que no comprendía cómo lo podía imaginar hermoso antes. Y lo más nuevo de su belleza era el ser tan sencillo, y al muchacho en aquel momento le parece que debiera siempre ser así." Pero no lo es, ha dejado de serlo en estos años idos, porque "como ocurre con todos los amores verdaderos, [se ha convertido] en algo despiadado y doloroso, que hiere y cercena para hacer crecer y dar forma."
Y ambos se cercenan y hieren, Viola en especial a Cosimo, por una feroz necesidad de demostrar a ambos que el amor debe trascender a las personas, extremarse irracional, que es renuncia a uno mismo, que está dispuesto a sufrirlo todo y ante todo. Y que es el punto donde cada uno debe ser una contradicción y ceder, admitir que es imposible ser aún el de otro tiempo.
Viola es el nombre que cubre los árboles de Ombrosa, donde sólo Cosimo deambula, que sólo Cosimo puede leer, que sólo para él significa. En cada lugar está, en todas las sombras, creciendo de nuevo y de nuevo en cada hoja. Es la única solución a la ausencia y los nogales que ya no los arropan, a la voz que ya no está por la mañanas, los ojos felices de estar en aquel rostro, la idea cruel de que no entendió nada y por eso la ha perdido.
¿Es acaso que la Marquesa –ahora Duquesa– es permanentemente consciente de que un Barón se mantiene por debajo en categoría, que ha subido en la escala social, al contrario del otro que ha renunciado al título y las posesiones por ser uno con su modo de pensar? ¿O será que ninguno de los dos tiene una idea terrena del amor y son diametralmente opuestos, y sin embargo entienden que eso que es el otro no puede serlo un tercero, sino apenas ellos, juntos?
"Se conocieron. Él la conoció a ella y a sí mismo, porque en realidad nunca se había conocido. Y ella lo conoció a él y a sí misma, porque aun habiéndose conocido siempre, jamás se había podido reconocer así."
Todos, en algún lugar, tienen una Viola.

miércoles, 3 de febrero de 2010

Bajo las sombras

Fue el 15 de junio de 1767 cuando Cosimo Piovasco di Rondó, mi hermano, se sentó por última vez entre nosotros. Lo recuerdo como si fuera hoy. Estábamos en el comedor de nuestra villa de Ombrosa, las ventanas enmarcaban las frondosas ramas de la gran encina del parque. Era mediodía, y nuestra familia, según su vieja costumbre, se sentaba a la mesa a esa hora, pese a que ya los nobles seguían la moda, llegada de la poco madrugadora Corte de Francia, de disponerse a comer bien entrada la tarde. Soplaba un viento del mar, recuerdo, y se movían las hojas. Cosimo dijo: –¡He dicho que no quiero y no quiero! –y apartó el plato de caracoles. Jamás se había visto desobedencia más grave.
–Italo Calvino, El barón rampante
Cosimo, hijo mayor del barón Arminio de Ombrosa, ha subido a la encina del jardín familiar. Por asco, porque no acepta la impostura de la familia, por no estar de acuerdo con un castigo desmedido, por esencial rebeldía, para escapar de las silenciosas rencillas y discordias que sólo se ventilan en el comedor. Cosimo tiene doce años, edad suficiente para tomar decisiones propias, aun cuando se vean arrastradas por una fantasía inmadura. Cosimo nunca más ha de poner pie en suelo firme: su vida, a partir de esos doce años recién cumplidos, correrá entre las ramas de los bosques del baronato.
El de Cosimo es un acto de rebeldía adolescente, que con el paso de los años ha de convertirse en libertad. Una decisión, que en principio parece absurda, es llevada a sus últimas consecuencias, con la correspondiente declaración de principios enarbolada en alto como configuración moral del individuo.
A los doce años, Cosimo logra lo que una abrumadora mayoría no hace en una vida entera: rebelarse, disociarse de sus padres, y en consecuencia constituirse en un individuo independiente. No es, sin embargo, el adolescente que insulta a su padre por impositivo e intransigente para después humillar a la novia; no es el que reprueba la actitud de la madre y se emborracha a cargo y cuenta de las botellas reservadas o la tarjeta de crédito "para emergencias"; no es el que tacha de erróneo y espurio al sistema entero, sin tomar partido o considerar al menos a la distancia una solución o ejemplos de mejores prácticas; no es el muchachito que está harto de vivir en su casa y les exige a los padres que le den un departamento amueblado y mensualidad para gastos.
Cosimo, decía, ha disociado su persona de la de sus padres: no es un apéndice suyo, ni la promesa de resolución de los sueños de gloria ahora inalcanzables. Arminio y Konradine no serán vicariamente Duque de Ombrosa o General del Imperio, pues su hijo ha tomado una decisión, propia y sin la intervención (y aún en su contra) de persona alguna. Y la única medida que pueden tomar la familia y el baronato es aceptar y reconocer el valor de tal: la adultez de Cosimo es envidiada por muchos, deseada por otras tantas, debido esencialmente a que es libre, y feliz, y su persona no depende de nadie.
Todos en algún momento han de sostener esa rebelión por cuenta propia, llevar a cabo ese terrible esfuerzo de identidad, aprender a reconocer actitudes y decisiones sin por ello entrar en batalla abierta con la educación familiar, saber mirarse sin confundir los rasgos con los de otro. O pueden no hacerlo, y mantenerse sombra de alguien más.
Tarea ingrata si hay alguna, pero llena de dignidad, y orgullo.

lunes, 25 de enero de 2010

Marcos

Verdeaba el alba; en el prado, los dos flacos duelistas negros estaban inmóviles, con las espadas en posición de firmes. El leproso hizo sonar su cuerno: era la señal; el cielo vibró como una membrana tensada, los lirones en sus guaridas hundieron las uñas en el barro, las urracas sin sacar la cabeza de debajo del ala se arrancaron una pluma de la axila haciéndose daño, y la boca de la lombriz comió su propia cola, y la víbora se picó con sus dientes, y la avispa se rompió el aguijón sobre una piedra, y cada cosa se volvía contra sí misma, la escarcha de los charcos se helaba, los líquenes se volvían piedra y las piedras líquenes, la hoja seca se volvía tierra, y la resina espesa y dura mataba sin remedio los árboles. Así el hombre se arrojaba contra sí, con las dos manos armadas con una espada.
–Italo Calvino, El vizconde demediado

El vizconde Medardo de Terralba se ha escindido en dos personas: una mitad atroz en su violencia y maldad; otra en su benevolencia. Medardo y el vizcondado que rige han conocido la impertinencia de lo puro, el balance de polos que el fiel no une. Es sí mismo y otro, se reconoce a la distancia y se odia recíprocamente.
El sábado me recordaron que soy legión, que somos. Como Medardo, he alzado la espada, una ballesta, los escudos han reventado lanzas como espigas, las cotas han contenido las mellas; como Medardo, he cortado el espacio donde estoy sin estar, eso que está más cerca que la piel, entre la piel, por debajo.
Pero a diferencia de Medardo, no soy uno que es dos, sino unos y otros y muchos siendo uno. Soy Legión, y no hay cerdos en las cercanías.

jueves, 7 de enero de 2010

Quizá sí sea el mejor ensayo que escribí.

Satán
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No creo hoy estar de acuerdo con los últimos tres párrafos, y me es evidente que están ahí porque de alguna manera debía relacionar todo lo anterior con una materia de ensayo mexicano (no creo que Miguel sepa del aprecio que le tengo): necesitaría varias páginas más para darles sentido.
En este justo momento, y sin que ustedes puedan ni deban saber mis motivos, sobresalta el primer párrafo. Duden, de cuando en cuando, de la prudencia de leer textos viejos; o al menos tengan la certeza de que es sinónimo de remover no sólo memoria.

martes, 8 de diciembre de 2009

Los librotes de la década

To remember only achievement and worth is to ignore the vast majority of our cultural experience. It helps create that strange cultural telescoping that makes us think that the past was always better; that odd warping of collective memory that enables us to recall even the 1970s fondly.
–Sam Jordison
Buscando información para el que será el próximo post, encuentro esta nota en The Guardian. Dos cosas llaman mi atención: a) la furia con que se consume el tiempo presente en la actualidad, o la necesidad de mantenerse a la vanguardia, sin importar pasado ni futuro lejanos (lo que es signo palpable del consumismo), que se asocia con a') una ominosa ignorancia del cómputo del tiempo.
"¿De qué te estás quejando? No entiendo un carajo." ¿Recuerdan que los últimos seis meses de 1999 vivimos una pseudocrisis debido a la incertidumbre de las reacciones que podrían tener los equipos informáticos ante el cambio de siglo, el famosérrimo-y-ahora-olvidado fenómeno Y2K? Todo mundo tenía los ojos puestos no en el cambio de siglo, sino de milenio, pero muy pocos estaban al tanto de que los siglos (y los milenios) cambian hasta el año 01: el S. XXI comenzó a computarse como tal en 2001. El sistema no es arbitrario, sino lógico y de costumbre: cuenten diez unidades, comiencen donde quieran; podría apostar a que comenzaron en 1 y terminaron en 10.
Pero decía yo que dos cosas me llaman la atención: b) la concepción del pasado, el ejercicio de la memoria, requiere obligatoriamente de un acto de discriminación. Los recuerdos (y antes que ellos, los fenómenos que se instalan en la memoria) se seleccionan según una necesidad particular. Recuerdo las palabras exactas que reactivaron mi odio, pero no recuerdo el color de las paredes; y en sentido contrario, tengo presente el color del vestido y cada movimiento de la última mujer de la que me enamoré, pero no podría recuperar la vasta mayoría de sus palabras.
Lo anterior es una cualidad/necesidad humana: es biológicamente imposible que una persona recuerde absolutamente todos los días de su propia vida, no digamos eventos ajenos a sí; cierto, hay casos de memorias atormentadas que registran la totalidad de lo que perciben, pero son tan contados que sólo tengo noticia de uno de finales del S. XIX. Inmersos en la era de la información, donde en los últimos veinte años hemos producido más textos que de los sumerios a la fecha, donde se espera producir la primera computadora personal con memoria física de un petabyte en los próximos quince años, donde las tecnologías de almacenamiento y distribución de información son obsolescentes seis meses después de su presentación, es inaceptable considerar la necesidad de discriminar los eventos que han de formar parte de la posteridad en función de su valor.
La Historia, compuesta de "rodajas" de Realidad (ese cúmulo de simultaneidad temporo espacial, donde residen el total de memoria, expectativa y hechos), se ve obligada a acotar periodos de estudio. Sin embargo, los estragos de la guerra no son omitidos debido a su carencia de valor (bueno: habrá quien los encuentre valiosos): aunque se me podría objetar que la Historia entera es el registro de las guerras, debiera ser un derecho disponer de la totalidad de los registros de una época, sin sesgar a priori la aproximación a los eventos de la memoria.
Y toda esta divagación gracias a los peores libros de los últimos diez años (que no de la década, que todavía no se acaba).

sábado, 14 de noviembre de 2009

Cómo saber...

si el lugar donde vives es el correcto.
Haces una mudanza, la quinta en tres años. Tu casa vive en cajas: libros, comida, artículos personales, utensilios de cocina, todo está empacado y esperando a que tengas tiempo y recursos para darles orden.
Te pasas el día recorriendo la casa, pensando cómo acomodar, dónde construir, dónde colgar los cuadros. Te pasas el día, esencialmente, haciendo nada; cuando más, lavas la ropa y el par de platos que estás usando.
Has hecho una mudanza; la quinta, decíamos. Reparas que de todos los locales que ocupan la planta baja, la tienda de parafernalia de los Beatles es más interesante que la papelería y la taquería. Dispuesto a atender los menesteres de casa, te quitas de encima al gato y subes a recoger la ropa que tendiste al sol. Comienza el frío de la tarde; piensas en voz alta (casi en cuello), rumias tus pensamientos, sin caer en la trampa de recordar los amargos.
Destiendes las camisas, y empiezas a doblar las sábanas cuando escuchas el graznido. Levantas la mirada y distingues un ave mayor posada en la antena de radiotelefonía que corona tu edificio. Miras de nuevo y cuentas cuatro; miras con atención y reconoces por fin a cuatro halcones pequeños, saltando entre las estructuras de la antena.
Te reconocen a ti también; saben que estás ahí, y no importa. Sientes la tentación de escalar los doce metros de hierro y mirarlos de cerca: una idea estúpida. Sigues mirándolos, con el pecho alzado y súbitamente recordando la lección más grande de tu padre: nunca pierdas tu capacidad de sorpresa. Y ya desde antes se te escurrían las lágrimas por el rostro. Y tiemblas.
Levantan el vuelo, uno a uno. Trazan rumbo hacia el oriente, y los ves perderse sobre los árboles. La ropa podría quedarse prendida de los cordeles toda la noche.

martes, 27 de octubre de 2009

Un (otro) connato

Hace siete años, alguien que poseía mi amor me dijo que padecía leucemia. Le miré con desconcierto y algún cinismo. No le creía, no podía, pues nunca mi estado físico ha sido preocupación seria ni motivo de desasosiego. Error mío, sin duda: mi modus vivendi de los últimos dos años ha de costarme en un futuro no muy lejano.
Me dijo que debía tener confianza, y fe; fue la última vez que le pedí algo a dios: una semana después mi leucemia había sanado, pero aparecía un cuadro de lupus. Se hundió el primer clavo que resquebrajara el edificio de mi amor, y desde entonces me debato entre una suerte de conmiseración aberrante y el desprecio, bajo la ubicua certeza de que no puedo odiarle.
Alta traición. Terrorismo en forma clara. Visto en perspectiva, mi escepticismo y la objetividad con que intento mirar las cosas se deben a ese solo episodio: el mundo new age perdió un adepto [sic] en tan solo dos frases. Yo, sin embargo, no perdí nada, sino que trasladé el amor y la fe a donde encontraran mejor puerto. Visité a un oncólogo con la sola razón de que me diera un diagnóstico clínico, sin especulaciones, sin suposiciones subjetivas, sin magia como medio de análisis, sin importarme siquiera el diagnóstico per sé.
Este sábado noté que Timoteo está espantosamente delgado: al gato pachón que me asfixiaba si se sentaba en mi pecho, ahora se le ven los huesos sin mirar con demasiada atención. La veterinaria me advirtió que bien podía ser leucemia, y sentí que la sangre se me escurría hasta el suelo. Después de los análisis, el diagnóstico es negativo, pero existe una alta posibilidad de que padezca asma.
Bien: dejo de creer en un sistema arbitrario donde el consenso es tácito, rara vez uniforme, y las suposiciones son el motor y motivo de sustento, para creer ahora en un sistema ordenado, con el mismo consenso, las mismas suposiciones, los mismos motivos. La religión (y sus variantes) y la ciencia tienen pocas diferencias en lo profundo.

"Papá, ¿por qué me rasuraron la garganta y me picaron con la aguja?"

miércoles, 23 de septiembre de 2009

Helix pomatia

"Nunca pierdas tu capacidad para sorprenderte", me dijo mi padre entre exclamaciones y risotadas, con la piel erizada y una amplia sonrisa; era el cuarto día que mirábamos el atardecer, parados en la misma piedra que los tres anteriores. Las nubes doradas parecían tan bajas que era natural sentir la tentación de estirar las manos.
Anoche, después de remover con suma violencia mi odio y otros recuerdos que me enervan, y que casi desprecio por quienes están implicados y las consecuencias que derivaron, tuve que sosegarme antes de llegar a casa. Temblando, después de escuchar a la única persona que consideré capaz de ofrecerme un instante de calma, tuve que detenerme en el primer lugar que pude sentarme y respirar.
En un altar improvisado entre dos ramas, un San Judas me daba la espalda; por ofrenda un plátano mordisqueado. Y un caracol.


Reconocer la belleza cuando no se puede mirar nada más –salvo uno mismo y cuando no se es bello– es terriblemente difícil.

miércoles, 9 de septiembre de 2009

He ahí la cuestión

Por fin tomando un curso de Open Journal Systems -parte del Public Knowledge Project-, en virtud de que desde que entré a trabajar a esta revista se tiene el proyecto de utilizar la aplicación para administrar el proceso editorial. La verdad es que echar a andar OJS es proceso largo, rara vez complejo, locamente laborioso, y si no se cuenta con un departamento de cómputo que entienda cómo carajos hacer que funcione el servidor con Apache y que MySQL de verdad conforme la base de datos, no es recomendable jugar al editor del S. XXI.
El proyecto (disfruten del chisme/adelanto) tiene el fin de consolidar algo llamado "ego puma"; v.g. buscar rutas que coloquen a la H. Universidad Nacional Autónoma de México en mejores puestos dentro del ranking mundial. Una de las principales es darle mayor visibilidad y factor de impacto de las publicaciones académicas, su indización en ISI Web of Knowledge y Scopus, y dicho en poquísimas palabras, índices bibliométricos cada vez más altos que reflejen el alto nivel de la investigación que se realiza en casa. OJS, en tanto gestor de contenidos editoriales, pensado específicamente para publicaciones académicas, desarrollado por editores que apuestan por el libre acceso a las investigaciones recientes (muera el celo y la administración capitalista del conocimiento), cumple la función de eficientar y dar seguimiento a los procesos editoriales; eso, toda proporción guardada, ha sido mi función en esta revista desde hace ya dos años.
La tendencia "natural" que siguen las publicaciones (de cualquier corte) es la vía digital, aun cuando es estricto sentido es antinatural; el acceso en línea a cantidades insospechadas de información, de absolutamente todos los temas, permite la democratización que durante siglos ha sido meramente una ilusión. Si Leonardo fue El Gran Leonardo se debe a que tenía acceso a una biblioteca descomunal (en su momento) y pudo integrar y derivar ese conocimiento en aplicaciones que sobrepasaban a la información cruda.
Todo esta divagación se debe a que hoy me pasaron la siguiente nota, publicada en Facebook (ah, qué Web 2.0 soy [ajá...]) por Brena Smith, o eso creo, porque en realidad está almacenada en la cuenta de la biblioteca de CalArts y no encuentro quien la firme. Copio verbatim, así que los errores que le encuentren vienen de la fuente.
To Kindle or not to Kindle
I love books. I love all kinds of books - fiction, nonfiction, old books, new books (and sometimes even trashy books)...I love the printed page. I can't edit my writing on a computer, I have to print it out to make my edits. Despite all of the wonderful digital content available through various databases that I access regularly, I print it all out when I settle in to read. I often read when I eat. I normally read for at least a little bit before I fall asleep. If I were to add up all of the hours and days of my life that have disappeared into books, it would be...umm, a lot of time.

To my dismay, over the past several years there have been many commentators who state that the printed book is suffering a serious illness. The book is not not necessarily on its death bed, but sick. Very, very sick.

Unless you've been hiding under a rock, then you know the world of print publishing is changing. The print world is in decline, there's no way around it, there's no argument. Print publishing as everyone 30 and older has known it is going away. (Mr. Guttenberg is rolling over in his grave right now).

I follow the issues related to publishing very closely. It's part of my job as a librarian. Issues around publishing are very important to my profession because it directly impacts our libraries' collections and peoples' access to information. It is also important to my patrons, which include - because I am an academic librarian - college students and teaching faculty. Publishing is extremely important to the job security of many teaching faculty and can, in fact, make or break the careers of faculty members. What will they do if publishers cease to publish?

But I am not here to expound on how the decline of print publishing is affecting careers, access to information, education, or the spread of knowledge. These are other topics for other days. I am here to begin to pose questions about alternative ways to access books. The book is not going away, it just may look a little different than many of us are use to.

Earlier this year I went to hear a panel of professors speak who are active in the world of open access. The quick and dirty definition of open access is material that is published online and is freely available.* These professors I heard are strong advocates for open access publishing in many formats, including books. They are are in general strong advocates of alternative publishing. And on the topic of the book one professor claimed "we have fetishized the book;" we need to begin to think differently about the book.

I gasped. But the book is precious. It's important. Books change lives. It's..it's..it's... I. Love. Books.

And then I heard myself. I realized this man was right. We have fetishized the book. And from that point I began to question my relationship with books.

For a librarian, this could be considered a crisis of faith.

I remember several years ago when I first heard about the Kindle. I was with my sister and we were listening to the news. "Oh the horror!" I remember thinking about the report on the Kindle. I just couldn't imagine reading a book in it's entirety on an electronic object. I didn't think this Kindle thing would catch on. I had faith in my fellow book lovers. I ignored it. I ignored it the way we all ignore things that we know are not going away when we want them to.

I have been proven wrong. (This happens only on rare occasions. But it does happen). The Kindle (or any e-reader that matter) isn't going anywhere.

Publishing is changing. Our notion of the book is changing. We must admit this.

So, in the spirit of open-mindedness and "to try it before I knock it," I am giving the Kindle a shot. Luckily the CalArts Library purchased a Kindle and has been passing it around to the staff, so I don't need to shell out the $299. I will provide my review here and welcome your feedback.

I will say that my trial has gotten off to a rough start. I was given the Kindle last Friday and was excited to have it for the holiday weekend. As soon as I got home I pulled it out and prepared to charge it because the battery was dead. ...And realized - I, umm, forgot the power cord in my office. Sigh.

I'm not sure how I feel about book that require power.

In the coming weeks I will also be looking at different ways that libraries are utilizing e-book readers. I am very curious to hear from the CalArts community (and non-CalArts people as well!) concerning your thoughts about being able to access an e-book reader through the library and just your general thoughts on electronic books.

Happy reading!!

*Peter Suber of Earlham College in Indiana offers a good introduction to open access available here: http://www.earlham.edu/~peters/fos/overview.htm

The Directory of open access journal http://www.doaj.org/ provides a gateway to 4344 peer-reviewed journals. 1648 of them are searchable at the article level. All scientific and scholarly disciplines are represented, as are many languages.
Notita: esta revista donde heroicamente me desempeño está listada en el DOAJ.

miércoles, 26 de agosto de 2009

Sintagma y paradigma

I.
On my way to an appointment with the one that helps me keep my mind clear, after some ten hours of ranting. Still growling, almost kicking people out of my way; in my worst mood. About two blocks after coming out of the subway, I find myself singing "With a little help from my friends"; anagnorisis: all what The Beatles are, is what I am not now. And that is a sad conclusion to come up with: Lord knows my love for their music.

II.
"En tu estado, la rabia que sientes, la ansiedad y el agobio desmesurado, hay dos opciones: hacer que funcionen y darles un uso para cambiar las cosas, o la parálisis, perder la esperanza dado el estado de las cosas, porque no hay ya solución. Y a ti en particular te es muy fácil encontrar el error y el peor lado de cuanto sucede. Estás cayendo en esa desesperanza, y es donde no quiero que estés."
No es algo que pueda modificar con sencillez: la manera más correcta de atajar el problema es haciendo cambios mayores. No es un análisis profundo el que hago, pero me basta para saber que es faena titánica y de largo aliento (a pesar de que no hay tiempo siquiera para un respiro): cambiar el sintagma es absolutamente inútil, no tiene uso repetir o reconstruir un discurso. La necesidad real es modificar el paradigma y DESDE AHÍ construir un sintagma (todas las veces que escuchen a algún "intelectual" hablando sobre la construcción de un nuevo discurso, seguramente se le ha olvidado que el paradigma es el que define qué sintagma, y en consecuencia qué discurso, puede suceder).

III.
Es deseable -e indispensable si se plantea en términos reales- que el movimiento de mis ideas sea centrífugo. Evidentemente tendría que modificar mis propios paradigmas, pero las epifanías son elusivas. Mi creatividad no se enfrenta a este tipo de conflictos, suele resolver situaciones en la misma medida en que llena espacios vacíos o desarticula un discurso: en literatura, al menos, los grandes han sido quienes abordaron el sintagma de otra manera, quienes optaron por otra combinatoria; sólo en la teoría se ha modificado el paradigma, y por lo general han sido movimientos oscuros y difíciles de aprehender (consecuencia natural de ese nuevo paradigma).
¿Cómo hacer esas modificaciones profundas? Habría que sacar valor antes que otra cosa, y acelerar la furia de las ideas.
Nuevamente en ese punto entre la desolación y la proactividad. Nuevamente me confirmo que entiendo el mundo mayoritariamente en términos literarios.

lunes, 22 de junio de 2009

Te Deum

Ésta será una de esas reflexiones que cansan; si usted, estimado lector, no se encuentra en disposición de pensar diez minutos o pasó a esta sepultura a ver en qué divertimento consumía su tiempo, le recomiendo que consulte esta etiqueta o visite el xkcd.

I.
Hace unos meses, mi diseñadora (que también es mi socia y mi guardaespaldas y mi espía y la madre de mi sobrina gata) me preguntó qué era la espiritualidad. Cuando las preguntas son tan abstractas y las posibles respuestas son bastísimas, creo que la mejor es la que no se piensa, sino la que se espeta: "la necesidad de trascendencia". Además, spirituality means dealing with intuition.
Consideramos el asunto, y resultó que a los dos nos hacía sentido: pronto recordó algún pasaje del I-Ching. Es terriblemente interesante el tiempo que Confucio le dedicó y su poco interés en las aproximaciones espirituales, por sobre las que puso gravísimas reflexiones filosóficas y metafóricas; tampoco es gratuito el interés de Jung, aunque su sistema me interese poco: John Cage es más divertido.

II.
El sábado, después de atragantarnos, fuimos por cerveza. Nos hartamos de esperar en un bar y brincamos al siguiente. Cómo, no sé -porque no estaban los humores para honduras ni los estados etílicos suficientemente altos para necedades-, pero nos enfrascamos en una larga discusión sobre religión.
El postulado era: "Rendir la voluntad ante otro y perder la libertad en aras de una vida que no voy a disfrutar en estado consciente, es estúpido; ¿por qué declinar la experiencia sensible y someterme al miedo?". En estricto sentido, no tenía nada que objetar, pues encuentro correcta la premisa. Pero lo que me asaltó fue la reducción que hizo después: la sola profesión religiosa es estúpida, y desde sus bases toda religión es un error. De ahí siguieron otras reducciones que me agitaron, como que sólo los religiosos tienen tendencias extremistas: siendo mi interlocutor de tendencia neo-nazi (y me pregunto cómo es que me considera entre sus mejores amigos, ario como soy), estuve a punto de encajar una aguja.
Mi empeño, tratando de sosegarme, fue navegar otra ruta: el pensamiento mítico funcionó en su momento para explicar fenómenos que rebasaban a los pueblos. Yo, persona, puedo confeccionar artículos a partir de materias primas, pero no puedo producir esas materias; si yo no lo hice y él no lo hizo y ninguno de los que nos antecedieron pudieron haberlo hecho, ¿quién entonces? Y ahí hacen su aparición tanto los dioses como las potencias infernales: en el Corán, existen artesanos (de sumo especializados, hay que agregar), pero no artistas: Alá es el único artista; poiesis.
Más todavía: veo y conozco este mundo, tengo una experiencia en él y tengo relación con otros. Entiendo mi procedencia (siempre sé mi pasado, mientras lo recuerde o lo asocie con el pasado de otro), pero desconozco mi destino. Qué sucede cuando muero es una experiencia que sobrepasa cada una de mis capacidades, salvo la conciencia de que algún día habrá de ser. Lo único que me parece plausible es pensar en una tierra donde todos seguimos y que no está aquí: Hades, She'ol, Hel, Mictlán, Naraka, todos comparten la residencia en el inframundo, y no necesariamente el sitio de lamentaciones y castigo.
Por otra parte, y como corolario, las religiones tuvieron una función crucial: el ordenamiento social. Los diez mandamientos sentaron las bases de lo que después fue el Derecho en diversas encarnaciones, y fueron suficientemente lejos como para hacerlos auto-gestivos: los tres primeros imponen autoridad para limitar la transgresión del resto.

III.
Pero entre el séptimo y el décimo se encargan de quitarle lo divertido al cotidiano...
Al margen del mal chiste, creo que el problema mayor es que las religiones se construyeron alrededor del pensamiento mágico-mitológico, y no se actualizaron ante las circunstancias. Galileo sobra como ejemplo; la alquimia es un paréntesis sincrético locamente extraño. Y llegado el S. XIX, con Darwin derrumbando bastiones, con la técnica comprendiendo e imitando esos fenómenos que estudiaba, con la ciencia desarrollándose (irónicamente) a partir de lo que hicieron bien los alquimistas, no hubo una religión que abrazara esos nuevos postulados, esencialmente porque sería ir contra sí misma.
Comprensible: nadie encuentra comodidad en ver su constitución demolida porque algún metiche le demostró su error. Los más ágiles, después del entripado, quizá miren hacia atrás y contemplen las posibilidades que perdieron, asuman sus responsabilidades, rectifiquen el camino; pero serán los menos: sentido común, qué doloroso oxímoron.
Pero a pesar de eso, ¿de verdad es tan estúpido, en el S. XXI, profesar una devoción religiosa?

IV.
Es tan evidente que las religiones no actualizaron sus presupuestos fundacionales que a la fecha conservan a sus enemigos. O recurren a mecanismos "sincréticos" (si se me permite la expresión) para sobrevivir y atraer adeptos. El estado en que se contuvieron funcionó plenamente hasta hace ¿400? años (una concepción cristiana concebía a Europa, África y Asia como la comprobación terrenal y geográfica de la Trinidad; América vino a dar al traste, y luego Oceanía, y la Antártida), pero la costumbre de las formas no supo seguir ese paso vertiginoso. ¿Qué hacer hoy en día con los científicos que se entretienen con aceleradores de partículas y juegan a crear el universo?
Sin embargo, lo más rescatable -entre muchas otras cosas- es la fe, que no es sino esperanza en lo que no se conoce. Fe en el futuro o la consecución de una meta, en los otros, en cada cual, en la posibilidad de hacer las cosas de un modo distinto. El que dice "quiero creer que no soy tan mala persona, que mi ego -en tanto enorme- es terriblemente frágil", en realidad está haciendo una declaración de fe, precisamente sobre lo que conoce de sí mismo, y sin embargo escapa de su comprensión: el conocimiento que tiene el otro.

V.
Dios ya no sirve para explicarnos el mundo sensible (o más o menos: las partículas subatómicas no son muy sensibles), pero sabe hacer su trabajo: "La religión es el suspiro de la criatura oprimida, el corazón de un mundo descorazonado, el alma de una situación sin espíritu. La religión es el opio de los pueblos"; si al menos los ateos radicales citaran a Marx considerando el contexto.