viernes, 19 de febrero de 2010

La Marquesa y las hojas

Yo puedo subir a tu territorio y soy un huésped sagrado, ¿vale? Entro y salgo cuando quiero. Tú en cambio eres sagrado e inviolable mientras estés en los árboles, en tu territorio, pero como toques el suelo de mi jardín te conviertes en mi esclavo encadenado.
Italo Calvino, El barón rampante
La Marquesa Sofonisba Viola Violante de Ondariva es hermosa a rabiar, terriblemente inteligente, dulce, amorosa, sutil, coqueta, altiva, contradictoria, caprichosa, manipuladora, voluble. Viola no es ya la niña de unos diez años que, a su manera, afianzó la decisión de que Cosimo permaneciera en los árboles, sino la viuda del recién finado Duque Tolemaico –el menguado y celoso dueño de uno de los mejores cotos de caza de Ombrosa–, dispuesta a dilapidar la fortuna recién heredada con tal de deshacerse de los compromisos y familia recién adquiridos. Con tal de recuperar la casa de su infancia en el ahora olvidado marquesado de Ondariva.
Viola es la realización total del amor que Cosimo conoció tiempo atrás en los labios de Úrsula, la noble española exiliada a quien las circunstancias obligaron a vivir en los árboles: "Era el amor tan esperado […] y ahora tan inesperadamente aparecido, y tan hermoso que no comprendía cómo lo podía imaginar hermoso antes. Y lo más nuevo de su belleza era el ser tan sencillo, y al muchacho en aquel momento le parece que debiera siempre ser así." Pero no lo es, ha dejado de serlo en estos años idos, porque "como ocurre con todos los amores verdaderos, [se ha convertido] en algo despiadado y doloroso, que hiere y cercena para hacer crecer y dar forma."
Y ambos se cercenan y hieren, Viola en especial a Cosimo, por una feroz necesidad de demostrar a ambos que el amor debe trascender a las personas, extremarse irracional, que es renuncia a uno mismo, que está dispuesto a sufrirlo todo y ante todo. Y que es el punto donde cada uno debe ser una contradicción y ceder, admitir que es imposible ser aún el de otro tiempo.
Viola es el nombre que cubre los árboles de Ombrosa, donde sólo Cosimo deambula, que sólo Cosimo puede leer, que sólo para él significa. En cada lugar está, en todas las sombras, creciendo de nuevo y de nuevo en cada hoja. Es la única solución a la ausencia y los nogales que ya no los arropan, a la voz que ya no está por la mañanas, los ojos felices de estar en aquel rostro, la idea cruel de que no entendió nada y por eso la ha perdido.
¿Es acaso que la Marquesa –ahora Duquesa– es permanentemente consciente de que un Barón se mantiene por debajo en categoría, que ha subido en la escala social, al contrario del otro que ha renunciado al título y las posesiones por ser uno con su modo de pensar? ¿O será que ninguno de los dos tiene una idea terrena del amor y son diametralmente opuestos, y sin embargo entienden que eso que es el otro no puede serlo un tercero, sino apenas ellos, juntos?
"Se conocieron. Él la conoció a ella y a sí mismo, porque en realidad nunca se había conocido. Y ella lo conoció a él y a sí misma, porque aun habiéndose conocido siempre, jamás se había podido reconocer así."
Todos, en algún lugar, tienen una Viola.

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