miércoles, 10 de febrero de 2010

Anti-edad



I.

En la fiesta de premiación.
– ¿Cuántos años tienes?
– Veinticuatro [en ese entonces].
– ¿En serio? ¡Qué chistoso! Cuando te leía creía que eras el más viejo de todos.

II.
– ¿Cuántos años tienes?
– A ver, haz tu cálculo.
– ¿Treinta y cuatro?
Me río; inmediatamente ataja:
– ¡Nooo! ¿Treinta y ocho?
Ahogo la risa: "Veintiséis [en ese momento]." Lo que los dos sabíamos es que ella era mayor, sólo que nunca supe por cuántos años.

III.
– ¿Y cuántos años tiene Oliver?
– Veintiséis.
– Hubiera creído que eras mayor. Y es raro: normalmente no me fijo en chicos más jóvenes.
– Ya ves: soy más viejo de lo que soy.

IV.
El lunes, de camino a mi clase con un arquitecto que no sabe absolutamente nada de escritura (ni lo esencial de acentuación, pues) y tiene que presentar su tesis de maestría en ocho meses:
– Oye, oye. ¿Te gustaría participar en un estudio de mercado?
Ya pensando en la excusa que voy a dar para rechazar la oferta:
– ¿Y en qué consiste?
– En comer yogur. Son como dos horas y te pagarían trescientos pesos. ¿Cuántos años tienes?
– Veintisiete.
– Híjole, no: es hasta los veintiuno [!!]. Pero muchas gracias.
– Sí, qué pena que no puedo ayudarte.
Y sigo caminando a mi clase, pensando en el ejercicio que el arquitecto tendrá que resolver.

V.
Platicando por el servicio de mensajería de Facebook con quien fuera amiga mía en la primaria, o el kinder; hace veinte años al menos que no la veo. La razón por la que recobramos contacto: mi intempestiva oferta de hacer fiesta de reunión en casa.
– ¿Por qué no hay fotos tuyas en tu perfil?
– Porque yo no me tomo fotografías. Pero mis amigas lo hacen por mí y me etiquetan.
– ¡Sube fotos!
– Quisiera (no, eso no es cierto…), pero no puedo. No tengo fotografías mías, salvo unas cuantas en casa. Pero ésas están esperando su momento.
– Ah, ya te encontré. Estás igualito a como te recuerdo. Te pareces a tu papá.
Arrojo el cuerpo al respaldo de la silla, francamente pasmado.
– ¿Recuerdas a mi padre? –pregunto con desconcierto. Ella no lo sabe, pero tengo la boca abierta y siento el cuerpo frío.
– Sí. Iba muy seguido a la escuela. Pasaba por ti.

VI.
Tengo la sospecha de que el consumismo contemporáneo y la falta de valor de las cosas pequeñas se debe a que el tiempo, ahora, se deslava. Alguna vez lo importante fue el tiempo futuro: la gloria inmarcesible de Aquiles, el reino de los cielos, yo qué sé. El eterno presente, más efímero de lo que es en esencia, es una invención amarga.
Reconocer el paso del tiempo, sin excusas, tangentes, quimeras ni máscaras, a veces ilumina.



Ésta es la publicidad que me fascina. ¿Qué compra en verdad la usuaria?

3 comentarios:

Alisma dijo...

La edad, finalmente, no es más que un número: hay quien tiene 40 y su conducta no pasa de 20.

En todo caso, mejor parecer mayor, ¿no crees?

Un abrazo ;)

Palomilla Apocatastásica dijo...

El tiempo es sólo un pretexto para ir pasando la vida.
Pero los años, esos a veces avanzan o retroceden sin darnos cuenta.

Julián Iriarte (bueno, ya: Oliver) dijo...

Mi caso es precisamente el contrario: cuento veintisiete y la conclusión es por lo menos diez años mayor. Y así está bien y es grato (casi siempre).
Híjoles, no sé: entre otras obsesiones, miro la hora a cada instante, y ser consciente del tiempo (en sentido amplio) es de lo poco que me permite apreciar y disfrutar un momento cuando vuelvo a él y miro en perspectiva.