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viernes, 28 de octubre de 2011

martes, 1 de febrero de 2011

Una centena

O cuantos sean.
Devotchka es grande; y es hermoso. Y es lo que necesito en días como casi todos mis días amargos.

sábado, 1 de enero de 2011

A su salud

Sobran, a todos, los motivos para recordar y hacer evaluaciones, especialmente en estos dos días. Me parece más pertinente planear y disponerse a descubrir que sancionar, o no tener la providencia de considerar complementarios esos dos momentos.
En última de las instancias, tendría que hacer memoria en función de las cosas que me apasionan y cambiaron, por adición o sustracción. En mi lista de conciertos que reverberan con rabia, despuntan los Boredoms, Massive Attack (los dos) y Health. En su momento no hice una reseña en forma y orden, pero me excusa (que no disculpa) el vértigo que continúa al día de hoy y que seguirá al menos durante dos semanas.
Para repasarlo de manera sencilla, pocas veces verán que una masa de ruido haga bailar al público. Intenso. Emocionante. Divertido. Vital.
Revisen las rolotas: de veritas que vale la pena.

viernes, 3 de diciembre de 2010

Los demonios

I.
Pasada la medianoche de ayer caí en cuenta de qué día es hoy. "No desmayes" me dijiste un día en que ambos estábamos en condición precaria; desde hace dos meses es frase que trato de grabarme en los brazos para tenerla presente, cerca del corazón: no desmayes, no te rindas, no ceses, pues el trabajo es apenas la sombra de todo lo que debes hacer, apenas una fracción del esfuerzo.
Y sin embargo he caído, en términos reales y no retóricos, rendido ante el cansancio, el momento, el panorama, el día de hoy, y especialmente el de ayer; hay quien dice que también ante ti. Quizá sea cierto y me esté empecinando en hundirlo todo.
Tu cumpleaños fue amargo, el día fue el más espeso, y la turbulencia ingente. Hoy no. Es factible considerar que mi atención está empantanada con las reflexiones de filósofos soberbios y artistas en el vértigo de sus procesos creativos. No recuerdo un momento en que el cansancio se tradujera en dolor crudo.

II.
La extravagancia del título me llevó a leer un artículo de física en Nature. Demonología por una parte; la física al otro lado. La curiosidad.
¿Saber qué? ¿De dónde obtener energía o los medios para transformarla? La segunda ley de la termodinámica cobra sentido ontológico cuando la definición de 'sistema' se considera en términos orgánicos. Tuve que escribirla inmediatamente, para tenerla como recordatorio y mirar el sistema en su conjunto, a la distancia, y modificarlo.

III.
Efectivamente el día ha sido más ligero que en otras ocasiones. Si me aficioné al jazz hace tiempo es debido a ti, y ahora es más llevadero el día.

sábado, 14 de agosto de 2010

Consciente

Descargué Deathconsciousness, el debut de Have a Nice Life hace ¿dos meses? Sin motivo mayor a la curiosidad, me lo llevé conmigo sencillamente porque una canción le da nombre a mi más recurrido proveedor de música en la actualidad. Sin embargo, apenas esta semana tuve oportunidad de escucharlo. Y no sé cómo describirlo. Mejor fuera que no escribiera una sola letra más al respecto y escucharan las rolotas en la barra lateral.
Pero esto tendrá que ser un ejercicio de disciplina, y habré de hacer el esfuerzo de hablar sobre algo que me parece sobradamente complejo.
Como cualquier otra expresión del shoegaze, lo que el escucha percibe es una masa de sonido en la que, sin embargo, pueden reconocerse los elementos que componen cada pieza musical. Como todo el shoegaze, no es de fácil acceso, y se requieren varias escuchas antes de aprehender la música, de hacerla propia.
Introspectiva, densa, sólida, material, exigente, por ningún motivo tímida. Música que crea momentos y constituye experiencias, que perdura en el tiempo a pesar de las distracciones cotidianas. A esto hay que sumar la naturaleza del contenido: todas las canciones versan sobre la muerte y su abrumadora inminencia: una pieza de arte que aborde rigurosamente el tema no puede ser banal o superficial.
Ciertamente no puedo comunicar la experiencia, y resulta terriblemente difícil. Mejor es, sin duda, que se arriesguen a picarle play a las Rolotas y decidan si se amarran a la silla. Si tuvieran la intención de hacerse con una copia digital, aquí pueden encontrar el disco.

martes, 25 de mayo de 2010

Un día demasiado soleado

El metro abre sus puertas y el golpe de calor es abrumador –por decir lo menos–, muy a pesar de que los pasajeros apenas son los suficientes para ocupar los asientos. Tres estaciones después se vacía un poco más el vagón, y el calor no amaina.
Un sujeto encuentra un asiento justo frente a mí; el calor me hace difícil la lectura de El Siglo de las luces (la prolijidad del detalle, el avasallante conocimiento de marinería y plantas y fauna y adjetivos y música y arquitectura de Carpentier son una exigencia desconcertante, con su poderosa capacidad para olvidarse por completo de la narración para construir edificios lingüísticos a fuerza de descripción), y cualquier ruido logra distraerme.
De pronto percibo un chillido agudo, que no sé si es culpa del vendedor de discos con lo más granado de la música alternativa [sic] de los últimos veinte años o algún desperfecto en las puertas del vagón, pero no logro identificarlo. Intento regresar a la lectura, con mediano progreso; y un instante después, reaparece ese sonido.
Cuando por fin logro identificar de dónde proviene, descubro que es el sujeto sentado frente a mí, los audífonos del iPod bien metidos en las orejas, que balbucea "Have you ever seen the rain" de Creedence; alcanzo a reconocer el estribillo por encima de su nulo inglés y el "I know" que es difícil no reproducir correctamente, al menos hasta donde un 'ainou' lo permite. Me llamó la atención que empezara cantando para sí mismo, a volumen bajo, y que después no le importara si alguien más lo escuchaba: un hombre mayor, de traje, cabello gris, lentes redondos y mirada seria, prácticamente se levantó de su asiento para ver quién estaba gruñendo. Los demás pasajeros se sonreían modestamente y procuraban no mirarlo o les daba más risa.
Y con alguna razón. Intentando alcanzar los tonos rasposos de John Fogerty, caía constantemente en ese chillido raro que me distraía; en un principio creí que estaba imitando las distorsiones de la barra de trémolo de una guitarra, pero era su voz nasal, casi como oír un gangoso cantando.
Como pude pasé tres páginas sin que este tío me robara toda la atención, especialmente porque repitió la canción unas ocho veces. Cuando se levantó de su asiento –cantando por supuesto–, vi una Stratocaster gris en su camiseta, bajo la leyenda "Play me" en un azul casi chillante. Y mientras subía a zancadas las escaleras de salida, yo también cantaba en mi cabeza "I wanna now / Have you ever seen the rain / Comin' down on a sunny day?"


martes, 18 de mayo de 2010

Un modesto tributo

Hace treinta años, Ian Curtis consumó una decisión. La semana pasada, discutiendo con mi alumno sobre la Libertad, le decía que comprendía a quienes se quitaran la vida a razón de un dolor físico intolerable (el suicidio: el gran ejercicio de libertad de los existencialistas franceses; ah, qué pereza me dan la mayor parte del tiempo), mas no por una condición psicológica o una situación coyuntural. Me guardo el comentario al respecto que mi misántropo está arrojando desde el fondo de mis costillas: no hay necesidad de amargar la tarde.
Al margen de lo que yo pueda considerar reprobable o admisible, el hecho es que la música tomó un rostro nuevo con tan sólo dos discos de Joy Division, y probablemente sería tanto más interesante si Curtis viviera o hubiera vivido unos años más. Alcanzo a ver, en mi fantasía, un disco más, por el cual el Madchester fuera más hondo, el glam metal gringo no tuviera la menor justificación, el pop noventero (las Spice Girls, específicamente) no encontrara sustento, el grunge fuera más ordenado y reactivo.
Pero no es así: la memoria de Ian Curtis se sustenta –lamentablemente; primordialmente– en su muerte, en las posibilidades del rumbo que pudo tomar Joy Division y la música en general (como yo mismo especulo), en constituirse leyenda, alma atormentada en resonancia con los mares de adolescentes (todos los que somos y fuimos) en desasosiego. Un héroe para quienes no encuentran pertenencia y a quienes habla directamente, desde la misma experiencia.
Los grandes lo serán por sus actos.


All she ask's the strength to hold me
Then again the same old story

viernes, 26 de marzo de 2010

Un ángel sin trompeta

Después de mucho tiempo –tanto que ni siquiera recuerdo qué fue lo último que apareció–, este blog recupera su espacio para rolotas.
Desde que imeem murió (o pasó a manos de Myspace), he buscado una alternativa que me permita presumir los meses y meses de música que orgullosamente he coleccionado al paso de los últimos años. Habrá quien encuentre un mayor beneficio a esas bibliotecas, pero hay que saber conseguirlo.
Entrando al quid de esta entrada, la serie Book of Angels de John Zorn puede ser sorprendente o monótona, aunque en Tzadik siempre presuman que toda nueva encarnación del proyecto es espeluznante, hermosísima, sin duda la mejor en la historia de la disquera, soberbia y… Lo cierto es que no siempre es así y hay ocasiones en que uno se aburre terriblemente.
En esta ocasión, afortunadamente, Mycale es un disco chulísimo. Basya Schecter, Ayelet Rose Gottlieb, Malika Zarra y Sofía Rei Koutsovitis arreglaron las composiciones de Zorn como no se les escucha normalmente. Y en su brevedad de apenas media hora, es gratísimo escuchar jazz y klezmer sin recurrir a los instrumentos que de regular les dan voz.
En menesteres no tan musicales, el miércoles tuve el gusto de tomar (más de) una cerveza con Arturo, tomando por excusa la entrega del ejemplar que le corresponde de Gastronómica de México. Tenía intención de colgar un pdf con las páginas de microficciones donde nos podrían encontrar; es más: tenía la buena voluntad de levantar la revista enterita para que pudieran leerla gratis y se ahorraran la vuelta al puesto de revistas, pero la tecnología me traicionó. Si logro resolverlo (y me acuerdo de resolverlo), les dejaré un regalito.

miércoles, 10 de febrero de 2010

Anti-edad



I.

En la fiesta de premiación.
– ¿Cuántos años tienes?
– Veinticuatro [en ese entonces].
– ¿En serio? ¡Qué chistoso! Cuando te leía creía que eras el más viejo de todos.

II.
– ¿Cuántos años tienes?
– A ver, haz tu cálculo.
– ¿Treinta y cuatro?
Me río; inmediatamente ataja:
– ¡Nooo! ¿Treinta y ocho?
Ahogo la risa: "Veintiséis [en ese momento]." Lo que los dos sabíamos es que ella era mayor, sólo que nunca supe por cuántos años.

III.
– ¿Y cuántos años tiene Oliver?
– Veintiséis.
– Hubiera creído que eras mayor. Y es raro: normalmente no me fijo en chicos más jóvenes.
– Ya ves: soy más viejo de lo que soy.

IV.
El lunes, de camino a mi clase con un arquitecto que no sabe absolutamente nada de escritura (ni lo esencial de acentuación, pues) y tiene que presentar su tesis de maestría en ocho meses:
– Oye, oye. ¿Te gustaría participar en un estudio de mercado?
Ya pensando en la excusa que voy a dar para rechazar la oferta:
– ¿Y en qué consiste?
– En comer yogur. Son como dos horas y te pagarían trescientos pesos. ¿Cuántos años tienes?
– Veintisiete.
– Híjole, no: es hasta los veintiuno [!!]. Pero muchas gracias.
– Sí, qué pena que no puedo ayudarte.
Y sigo caminando a mi clase, pensando en el ejercicio que el arquitecto tendrá que resolver.

V.
Platicando por el servicio de mensajería de Facebook con quien fuera amiga mía en la primaria, o el kinder; hace veinte años al menos que no la veo. La razón por la que recobramos contacto: mi intempestiva oferta de hacer fiesta de reunión en casa.
– ¿Por qué no hay fotos tuyas en tu perfil?
– Porque yo no me tomo fotografías. Pero mis amigas lo hacen por mí y me etiquetan.
– ¡Sube fotos!
– Quisiera (no, eso no es cierto…), pero no puedo. No tengo fotografías mías, salvo unas cuantas en casa. Pero ésas están esperando su momento.
– Ah, ya te encontré. Estás igualito a como te recuerdo. Te pareces a tu papá.
Arrojo el cuerpo al respaldo de la silla, francamente pasmado.
– ¿Recuerdas a mi padre? –pregunto con desconcierto. Ella no lo sabe, pero tengo la boca abierta y siento el cuerpo frío.
– Sí. Iba muy seguido a la escuela. Pasaba por ti.

VI.
Tengo la sospecha de que el consumismo contemporáneo y la falta de valor de las cosas pequeñas se debe a que el tiempo, ahora, se deslava. Alguna vez lo importante fue el tiempo futuro: la gloria inmarcesible de Aquiles, el reino de los cielos, yo qué sé. El eterno presente, más efímero de lo que es en esencia, es una invención amarga.
Reconocer el paso del tiempo, sin excusas, tangentes, quimeras ni máscaras, a veces ilumina.



Ésta es la publicidad que me fascina. ¿Qué compra en verdad la usuaria?

viernes, 5 de febrero de 2010

Respira

No odies, que te están doliendo hasta los brazos y la espalda. Respira. Antes de que estalles en una embolia.


jueves, 21 de enero de 2010

Las llamas

Doug Savage, además de dibujar un cómic maravilloso (PROD3000 es el epítome de muchos de mis trabajos), acaba de animar "July flame" de Laura Veirs. Y está increíble.



En definitiva, si hay algo que me parece aburrido ad nauseam es que los videos musicales sean una larga toma de los músicos. Por eso precisamente el stop-motion me parece tan relevante en un momento en que contar historias o materializar visualmente una idea corre el riesgo constante de caer en lugares comunes o mantenerse al margen de construir un objeto (el video) que trascienda a su pre-texto (la canción) y se constituya un objeto autónomo, o tanto como le sea posible.
[Ahora que lo considero, sirva esto de pequeño regalo de cumpleaños a mi sobrina, aunque la posibilidad de que lo vea va de ínfima a nula.]

jueves, 12 de noviembre de 2009

Una alegría


Ayer comencé propiamente a instalarme en casa: limpiar el baño (tres veces), acomodar los muebles, lavar los vasos y los tarros de cerveza, esquinar las cajas con libros que no saldrán hasta que no instale los libreros, tomar medidas para todo lo que se tendrá que comprar. He de admitir que mi prioridad era la tele (y qué bonito es verla en verdad, con una recepción razonablemente clara): no es que me pase aplastado las horas que pasé de niño, pero Canal Once en verdad está haciendo la mejor televisión nacional de la que tengo memoria, y XY se convirtió en un capítulo en la mejor serie que he visto jamás (no es que haya visto toda la producción televisiva, así que tampoco tomen eso como dogma).
Y las razones son obvias: una editorial y las vicisitudes que se viven ahí, un manojo de hombres que cubren todos los perfiles que un hombre "debe cumplir hoy en día", el cuidadoso desarrollo de los personajes, las guapotas (brutalmente guapas) del reparto, la honestidad de darles voz y personalidad y vocabulario a cada uno, la extraordinaria música. Puede que las actuaciones a veces tengan fallos, pero es una historia magníficamente escrita. Eso basta y sobra para tomarla en consideración.
Terminó el capítulo ("la edición"), y terminé una vez más con una ansiedad feroz de ver el siguiente. El sueño, que debiera ser una plaga incontrolable en estos días, se ha vuelto escurridizo, así que me acomodé en la cama. Una voz en off habla de una banda que surgió en Manchester y revolucionó la música, que creció con la ciudad y cuyas historias no pueden deslindarse; por lo bajo, admite que la película que he de ver es, en sí misma, la historia de la ciudad: Joy Division es, también, la ciudad que los arropó.
Quienes en algún momento se relacionaron con Joy Division recuerdan candorosamente los puntos más significativos de su historia: los artistas involucrados en la estética visual de discos y fotografías, los productores que –casi en un accidente– construyeron un sonido distintivo que ninguna imitación iguala dignamente (no digamos que lo supera), los miembros de la industria musical que apoyaron ese sonido feroz, los amigos que lo atestiguaron y lo sufrieron.
Honesta, abrumadoramente emotiva, a veces graciosa (cuando no ridícula: Peter Hook será un glorioso bajista, pero tiene una manera más bien ramplona de narrar historias en absoluto cómicas), Joy Division (Grant Gee, 2007) es la fotografía a la distancia de un momento en que las inquietudes de una generación no encuentran ya cabida. Hoy en día todo tiene cabida, y me atrevo a creer que eso va en detrimento para el desarrollo de la cultura y los individuos: todo es aceptado, no hay límite a romper, no se buscan nuevas formas, ser un loco es norma y no excepción (hubo en tiempo en que los locos daban voz a los dioses y el futuro).
Es doloroso considerar que quizá jamás exista otra banda como Joy Division: por más que el indie haya dado y siga dando sonidos espectaculares, la capitalización de las ideas y su industrialización no han de permitir, al menos en un futuro mediano, que las exploraciones artísticas se rijan por una noción de construcción de identidad y expresión particular, sino por criterios de masas y comercialización. Ya lo había declarado Barthes hace muchos años: la última obra maestra de todos los tiempos es el Ulises; habrá que preguntarse si ya ha aparecido esa última en música.
Llegar a casa no es botar la mochila en el primer rincón y rascarles las orejas a los gatos, sino tirarse con ellos y disfrutar el tiempo: encontrar de nuevo placeres que ya parecen desconocidos.


jueves, 15 de octubre de 2009

miércoles, 30 de septiembre de 2009

Un mapa del piano

Las noches de martes se están confirmando las más amargas de la semana. Me recomiendan, por salud, construir un proyecto que debiera hacerme ver otra cara; no les sorprenda si me cuesta volver y decir.
Habiendo arrojado tantas cosas por la borda, toca turno a recuperar las que lo permitan.



lunes, 28 de septiembre de 2009

Tempus finis

El 21 de diciembre de 2012 termina la cuenta larga del calendario maya. Leído textualmente, el tiempo se termina; sobreinterpretado (a la manera de los exégetas paranoicos de las Revelaciones de Juan), el mundo se va a acabar, o la humanidad va a tener una epifanía, o sucederá por fin el sueño de Vasconcelos. O ninguna de las anteriores.
En otras palabras, y si no sucede nada en perjurio de mi persona (como que me vuelvan a reventar en mi propia casa o me explote un ventrículo o un coágulo se me estacione en el cerebro, todas las cuales son muy probables dado mi muy sano humor), habré cumplido treinta años cuando me siente con un vaso de whiskey y cacahuates a ver el fin del mundo, que no será otro que el de los paranoicos y los suicidas apocalípticos haciendo eso que mejor saben hacer.
Al margen de que sería extraordinario confrontar a Agustín con los mayas, lo sano es pensar en tiempo presente. Y Beth Orton lo dijo rebonito: today is whatever I want it to be.


jueves, 17 de septiembre de 2009

viernes, 4 de septiembre de 2009

viernes, 31 de julio de 2009

Don't you know, you fool?

Ayer, metido en un bar donde la abrumadora mayoría eran metaleros matudos ladrando (mal) a Iron Maiden, grité en repetidas ocasiones que callaran a la banda (mala) de covers y pusieran el audio de la tele; raro, pero estaban pasando joyas de ésas que uno oye con la sonrisota puesta.
Sin embargo, tuvieron que pescarme y ponerme quieto cuando vi en la pantalla a Frank acompañado del mamarracho de Bono. Y es que habrán sido buenos chicos (el más adulto frisaba apenitas los 22 años), pero qué bonito fuera si tuvieran disposición y capacidad de escuchar algo distinto a Cannibal Corpse y Dark Tranquility.