Sería una imprecisión decir que postergué la escritura de esta entrada de manera deliberada, cuando en realidad el motivo es que perdí capacidad, confianza, energía y una larga lista de otras cosas. Sin embargo, ya ha pasado suficiente tiempo desde que sucedió lo que narro a continuación; por tanto, cuanto se lea debiera ser exclusivamente lo que resulte relevante a la distancia.
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viernes, 11 de noviembre de 2011
viernes, 11 de febrero de 2011
Una tormenta de hojas
Hoy día, hacer un libro significa dominar diversas herramientas digitales; decir 'tecnológicas' es de suyo una perogrullada si consideramos que la factura del libro como lo conocemos va de la mano de los desarrollos tecnológicos de la época. Al margen de eso, hacer un libro implica seguir un proceso que no ha variado mucho desde que Gutenberg fraguó una idea.
Hacer un libro, ante todo, implica conocimiento y técnica, orden, proceso, y por supuesto control de tiempos. Sí, podemos hacer un libro en quizá la vigésima parte de lo que tomaba hace cien años, gracias a las herramientas de transmisión de datos, almacenaje y portabilidad, lo que no quiere decir que podemos hacerlo en la vigésima parte de lo que toma hacer un libro.
Hacer un libro siempre ha sido una tarea especializada, meticulosa, que se aprende en el proceso, con la nariz metida en cada etapa. Ese conocimiento, sin embargo, es inútil sin materiales de los cuales partir: un libro se hace para alguien más, con lo que ese alguien quiere leer publicado, con lo que entrega, con lo que tiene. Y sucede casi de cotidiano que eso que entrega no cumple con las características razonables para producir su libro, así que se buscan salidas: investigar datos aquí y allá, consultar reiteradamente, cotejar, revisar, dibujar de nuevo, y pedir y pedir y pedir al autor que entregue materiales de mejor calidad, a veces asistirlo para que así sea.
Ya no hacemos libros por capricho propio: hacemos libros siguiendo nuestros criterios para cumplir el capricho ajeno, para que luzcan y poder decir orgullosamente "aquí está mi firma, esto lo hice yo", no como autores, sino como los encargados de hacer que ese objeto sucediera. Eso nos hace, de cierta manera, mercenarios que trabajan para quien pueda costear, aunque muchas veces estemos a expensas de a ver qué ocurrencia.
¿Y qué tareas implica hacer un libro hoy día? Primero, todos deben estar de acuerdo: cuánto cuesta, en cuánto tiempo está listo, cómo se entrega, qué tareas específicas se tienen que hacer, bajo qué criterios se hacen esas tareas, qué quiere el autor y qué se puede hacer realmente. Después empieza el trabajo: dictamen (cuando se requiere), edición del texto, corrección de estilo, comentarios con los autores, diseño de maquetas, diagramación y vaciado en cajas, manipulación, retoque y trazado de imágenes, lectura de pruebas de impresión, más comentarios de los autores, más lecturas de pruebas, más revisiones. Y si sobrevivimos eso, entonces entramos a imprenta y alguien tendrá que ver asuntos de distribución.
El párrafo anterior, ha de decirse, involucra al autor aparentemente de manera tangencial. "Yo te entrego y tú resuelve: a mí no me molestes hasta que lo tengas listo"; mas no es así: el proceso editorial tiene un departamento de calidad (los correctores), pero el primer filtro es el autor. Un libro que se entrega en condiciones suficientes (no digamos siquiera óptimas o prístinas) fluye con ligereza y llega a buen puerto sin que nadie se desmaye en el camino. Un autor que se preocupa por su libro le procura atención y tiempo antes siquiera de entregarlo a un editor.
Hoy dejé de hacer un libro, debido a que el autor, en su completa incapacidad para seguir instrucciones y atenerse a un proceso, decide fincar en mí la responsabilidad que le compete a él. A todas luces, un instructivo completo y detalladito, con marcas de tiempo y especificaciones puntuales para todos los materiales, no es suficientemente ilustrativo como para que se siga atentamente. Y resulta que lo quiero en tres días o no entro a imprenta, pero te mando todo en el texto (no vaya a ser que te pierdas, y tampoco tiene mucho caso que te mande cuarenta archivos si en uno caben todos), y si quieres que te reciba para ver lo que no te mandé correctamente, nos vemos en un rato, pero me esperas una hora y media porque tengo una junta y se me olvidó decirte; y fíjate que los cambios que hiciste no me gustan porque suena mejor como lo escribí yo, aunque gramaticalmente sea incorrecto; aunque estaría bien que me entregaras tus archivos de trabajo y yo lo resuelvo (sirve que me quedo con tu trabajo y te quito de los créditos y todo sale a mi nombre); y es que no es posible que hasta ahora me digas que no te sirven las imágenes (no, no me importa que me lo dijeras desde el inicio). Ah, y de una vez te lo digo: voy a hacer todo lo posible porque no agarres una puta chamba: te voy a boletinar a ti y a tu empresa, cabrón.
Por supuesto, tengo la violenta tentación de encontrar recovecos y dinamitar la dependencia entera. Pero ahí hay gente que aprecio. Me limito a ser elegante, citar a un gran amigo (que también conoce con claridad cómo piensan) y encajar la aguja en el iceberg de su ego, en su asunción de que sólo ellos tienen acceso a la verdad de las consecuencias del cambio climático:
Hacer un libro, ante todo, implica conocimiento y técnica, orden, proceso, y por supuesto control de tiempos. Sí, podemos hacer un libro en quizá la vigésima parte de lo que tomaba hace cien años, gracias a las herramientas de transmisión de datos, almacenaje y portabilidad, lo que no quiere decir que podemos hacerlo en la vigésima parte de lo que toma hacer un libro.
Hacer un libro siempre ha sido una tarea especializada, meticulosa, que se aprende en el proceso, con la nariz metida en cada etapa. Ese conocimiento, sin embargo, es inútil sin materiales de los cuales partir: un libro se hace para alguien más, con lo que ese alguien quiere leer publicado, con lo que entrega, con lo que tiene. Y sucede casi de cotidiano que eso que entrega no cumple con las características razonables para producir su libro, así que se buscan salidas: investigar datos aquí y allá, consultar reiteradamente, cotejar, revisar, dibujar de nuevo, y pedir y pedir y pedir al autor que entregue materiales de mejor calidad, a veces asistirlo para que así sea.
Ya no hacemos libros por capricho propio: hacemos libros siguiendo nuestros criterios para cumplir el capricho ajeno, para que luzcan y poder decir orgullosamente "aquí está mi firma, esto lo hice yo", no como autores, sino como los encargados de hacer que ese objeto sucediera. Eso nos hace, de cierta manera, mercenarios que trabajan para quien pueda costear, aunque muchas veces estemos a expensas de a ver qué ocurrencia.
¿Y qué tareas implica hacer un libro hoy día? Primero, todos deben estar de acuerdo: cuánto cuesta, en cuánto tiempo está listo, cómo se entrega, qué tareas específicas se tienen que hacer, bajo qué criterios se hacen esas tareas, qué quiere el autor y qué se puede hacer realmente. Después empieza el trabajo: dictamen (cuando se requiere), edición del texto, corrección de estilo, comentarios con los autores, diseño de maquetas, diagramación y vaciado en cajas, manipulación, retoque y trazado de imágenes, lectura de pruebas de impresión, más comentarios de los autores, más lecturas de pruebas, más revisiones. Y si sobrevivimos eso, entonces entramos a imprenta y alguien tendrá que ver asuntos de distribución.
El párrafo anterior, ha de decirse, involucra al autor aparentemente de manera tangencial. "Yo te entrego y tú resuelve: a mí no me molestes hasta que lo tengas listo"; mas no es así: el proceso editorial tiene un departamento de calidad (los correctores), pero el primer filtro es el autor. Un libro que se entrega en condiciones suficientes (no digamos siquiera óptimas o prístinas) fluye con ligereza y llega a buen puerto sin que nadie se desmaye en el camino. Un autor que se preocupa por su libro le procura atención y tiempo antes siquiera de entregarlo a un editor.
Hoy dejé de hacer un libro, debido a que el autor, en su completa incapacidad para seguir instrucciones y atenerse a un proceso, decide fincar en mí la responsabilidad que le compete a él. A todas luces, un instructivo completo y detalladito, con marcas de tiempo y especificaciones puntuales para todos los materiales, no es suficientemente ilustrativo como para que se siga atentamente. Y resulta que lo quiero en tres días o no entro a imprenta, pero te mando todo en el texto (no vaya a ser que te pierdas, y tampoco tiene mucho caso que te mande cuarenta archivos si en uno caben todos), y si quieres que te reciba para ver lo que no te mandé correctamente, nos vemos en un rato, pero me esperas una hora y media porque tengo una junta y se me olvidó decirte; y fíjate que los cambios que hiciste no me gustan porque suena mejor como lo escribí yo, aunque gramaticalmente sea incorrecto; aunque estaría bien que me entregaras tus archivos de trabajo y yo lo resuelvo (sirve que me quedo con tu trabajo y te quito de los créditos y todo sale a mi nombre); y es que no es posible que hasta ahora me digas que no te sirven las imágenes (no, no me importa que me lo dijeras desde el inicio). Ah, y de una vez te lo digo: voy a hacer todo lo posible porque no agarres una puta chamba: te voy a boletinar a ti y a tu empresa, cabrón.
Por supuesto, tengo la violenta tentación de encontrar recovecos y dinamitar la dependencia entera. Pero ahí hay gente que aprecio. Me limito a ser elegante, citar a un gran amigo (que también conoce con claridad cómo piensan) y encajar la aguja en el iceberg de su ego, en su asunción de que sólo ellos tienen acceso a la verdad de las consecuencias del cambio climático:
EL CONOCIMIENTO NO ADMITE REPRESENTANTES
lunes, 6 de diciembre de 2010
Otras funciones contemporáneas del corrector de estilo
Coadyuvar en la comisión de fraudes y robo de información personal, entre otros delitos electrónicos.
lunes, 15 de noviembre de 2010
Acto penitencial
Desde hace tres días escribo mentalmente este post; si la redacción no llegaba, eran la falta de tiempo y el cansancio bruto los que detenían la firme intención: ninguna excusa.
I.
Me sobran los temas sobre los cuales escribir, como el convenio que una empresa de pocos escrúpulos (o más puntualmente, su personal) decidió terminar a costa nuestra, y que ahora exige un pago que se acordó originalmente en especie; o el examen de admisión que presenté casi por desdén, puesto que no puedo matricularme a falta de un prerrequisito de dominio de lengua inglesa (que no cubrí por estar discutiendo con el mentado personal de la empresa en cuestión); o el concierto más reciente de Massive Attack y de nuevo el ejercicio de politizar inteligentemente los que ya cuentan como himnos en la memoria de los escuchas; o el libro que hicimos casi en tiempo récord y que nos costó sangre y muchas horas de tensión, que por otra parte rebasó lo que tasamos; o la fiesta de cumpleaños a la que llegué el viernes casi en estado de bulto a causa de ese libro, pero que me es indispensable desde hace unos años; o aquél al que recuperé después de años de considerarlo fuera de la nómina de mis amigos; o la risa después de aparecer como marmota de bajo las sábanas y el conato de enojo que siguió; o la pelea que se desató frente a nuestros ojos en el metro abarrotado, un sábado antes de la siete de la mañana.
Han sido semanas cargadas de vértigo y sobresaltos. Sin embargo, mi necesidad de decir es otra. Encima de eso, esta necesidad es pública, aun cuando por su naturaleza debiera conservarse en el fuero de lo privado.
II.
En agosto celebro otra de mis fechas cívicas: ella, que es un pedacito de mi corazón, cumplió años y lo festejó en el Tenampa. Por azar me encontré con un buen amigo, y por maldición me sirvió todo el tequila que me entró en el cuerpo, más toda la cerveza que tenía capacidad de tomar esa noche; y maldición fue, sin duda, pues en esas fechas rugían resabios de una ira encarnizada, buscando salida a como diera lugar.
Y ella estrenaba novio, y yo apenas alcanzo a recordar que me trajeron a casa, corteses como pocas personas conozco. A la mañana siguiente todo se mueve lento, y me urge un vaso de agua y comer: nada ha sucedido, aunque siento que el tiempo pasó demasiado pronto, o sencillamente no recuerdo todo. Pero una memoria lúcida no deja pasar de largo y en esa fiesta de viernes encuentro distancia que no comprendo.
– La noté extraña. Distante por lo menos.
– Es que de verdad te pasaste –me dice mi mejor amiga en tono recriminatorio.
– [???] ¿Qué corchos hice?
Lo que hice se resume en una frase suya: "yo siempre voy a estar de tu lado, y siempre te voy a querer, y siempre te voy a defender, pero esta vez no hay cómo defenderte". Y siguen quince minutos de regaños, que tengo perfectamente merecidos. No hay cómo defenderme: no lo intento.
Lo que hice sobrepasa los términos de la estupidez y la ofensa abierta, sin mencionar el cinismo. Para colmo de los agravantes, no recuerdo haberla visto tan feliz en los años que tengo de conocerla, y justo ahí hinqué y desahogué esa rabia que bullía por esas fechas, sin culpa suya o de su novio, o del resto de los presentes en última de las instancias. Y corona de todo, me atreví a cuestionar esa decisión suya que la hace feliz, en la inteligencia de que su prudencia la ha llevado al punto preciso y maravilloso en el que está.
No tengo autoridad moral para atropellar decisiones ajenas: propugno por la autonomía de cada cual y la responsabilidad sobre los actos. Por otra parte, desde hace mucho me he dado a la tarea de desaparecer lentamente, pero nunca me he permitido desamparar a quienes quiero o negarles el apoyo que soy capaz de dar. Ya antes he abogado por las decisiones de mis amigos, enarbolando frases como "tu chamba no es cuestionar lo que haga, sino estar ahí si se cayera".
¿Qué sucedió, si procuro ser tan recto? Podría permitirme especular, pero en cierto modo sería justificarme, y no puedo hacer eso: sencillamente ofendí a alguien que ocupa un lugar precioso en mi memoria y mis afectos. Todo lo siguiente que dijera se sumaría a esa ofensa.
Desde el fondo del corazón me avergüenza mi actitud de aquella noche y cada palabra; inmediatamente hubiera pedido esta disculpa de haber caído antes en la cuenta de mis actos. Por más que lo intente, no tengo palabras suficientes: son días en los que uno siente merecerse el desprecio del mundo. ¿Cómo tener el descaro de rogar que intercedan por mí?
I.
Me sobran los temas sobre los cuales escribir, como el convenio que una empresa de pocos escrúpulos (o más puntualmente, su personal) decidió terminar a costa nuestra, y que ahora exige un pago que se acordó originalmente en especie; o el examen de admisión que presenté casi por desdén, puesto que no puedo matricularme a falta de un prerrequisito de dominio de lengua inglesa (que no cubrí por estar discutiendo con el mentado personal de la empresa en cuestión); o el concierto más reciente de Massive Attack y de nuevo el ejercicio de politizar inteligentemente los que ya cuentan como himnos en la memoria de los escuchas; o el libro que hicimos casi en tiempo récord y que nos costó sangre y muchas horas de tensión, que por otra parte rebasó lo que tasamos; o la fiesta de cumpleaños a la que llegué el viernes casi en estado de bulto a causa de ese libro, pero que me es indispensable desde hace unos años; o aquél al que recuperé después de años de considerarlo fuera de la nómina de mis amigos; o la risa después de aparecer como marmota de bajo las sábanas y el conato de enojo que siguió; o la pelea que se desató frente a nuestros ojos en el metro abarrotado, un sábado antes de la siete de la mañana.
Han sido semanas cargadas de vértigo y sobresaltos. Sin embargo, mi necesidad de decir es otra. Encima de eso, esta necesidad es pública, aun cuando por su naturaleza debiera conservarse en el fuero de lo privado.
II.
En agosto celebro otra de mis fechas cívicas: ella, que es un pedacito de mi corazón, cumplió años y lo festejó en el Tenampa. Por azar me encontré con un buen amigo, y por maldición me sirvió todo el tequila que me entró en el cuerpo, más toda la cerveza que tenía capacidad de tomar esa noche; y maldición fue, sin duda, pues en esas fechas rugían resabios de una ira encarnizada, buscando salida a como diera lugar.
Y ella estrenaba novio, y yo apenas alcanzo a recordar que me trajeron a casa, corteses como pocas personas conozco. A la mañana siguiente todo se mueve lento, y me urge un vaso de agua y comer: nada ha sucedido, aunque siento que el tiempo pasó demasiado pronto, o sencillamente no recuerdo todo. Pero una memoria lúcida no deja pasar de largo y en esa fiesta de viernes encuentro distancia que no comprendo.
– La noté extraña. Distante por lo menos.
– Es que de verdad te pasaste –me dice mi mejor amiga en tono recriminatorio.
– [???] ¿Qué corchos hice?
Lo que hice se resume en una frase suya: "yo siempre voy a estar de tu lado, y siempre te voy a querer, y siempre te voy a defender, pero esta vez no hay cómo defenderte". Y siguen quince minutos de regaños, que tengo perfectamente merecidos. No hay cómo defenderme: no lo intento.
Lo que hice sobrepasa los términos de la estupidez y la ofensa abierta, sin mencionar el cinismo. Para colmo de los agravantes, no recuerdo haberla visto tan feliz en los años que tengo de conocerla, y justo ahí hinqué y desahogué esa rabia que bullía por esas fechas, sin culpa suya o de su novio, o del resto de los presentes en última de las instancias. Y corona de todo, me atreví a cuestionar esa decisión suya que la hace feliz, en la inteligencia de que su prudencia la ha llevado al punto preciso y maravilloso en el que está.
No tengo autoridad moral para atropellar decisiones ajenas: propugno por la autonomía de cada cual y la responsabilidad sobre los actos. Por otra parte, desde hace mucho me he dado a la tarea de desaparecer lentamente, pero nunca me he permitido desamparar a quienes quiero o negarles el apoyo que soy capaz de dar. Ya antes he abogado por las decisiones de mis amigos, enarbolando frases como "tu chamba no es cuestionar lo que haga, sino estar ahí si se cayera".
¿Qué sucedió, si procuro ser tan recto? Podría permitirme especular, pero en cierto modo sería justificarme, y no puedo hacer eso: sencillamente ofendí a alguien que ocupa un lugar precioso en mi memoria y mis afectos. Todo lo siguiente que dijera se sumaría a esa ofensa.
Desde el fondo del corazón me avergüenza mi actitud de aquella noche y cada palabra; inmediatamente hubiera pedido esta disculpa de haber caído antes en la cuenta de mis actos. Por más que lo intente, no tengo palabras suficientes: son días en los que uno siente merecerse el desprecio del mundo. ¿Cómo tener el descaro de rogar que intercedan por mí?
jueves, 21 de octubre de 2010
Memento
El despertador programado para sonar a las seis de la mañana. Reacciono realmente a las 8:30. La lista de trabajo pendiente crece casi exponencialmente cada semana: tengo la impresión de que no voy a terminar la entrega que tengo para hoy.
Hoy tengo dos juntas: una estrictamente personal y cuyas implicaciones son espantosas (por darle un adjetivo sobrio) y otra de trabajo. Escribo un correo pidiendo disculpas por el retraso, mañana será otro día, ya pronto termino (ajá...).
Voy a la primera junta. Menos de una hora, en algo a medio camino entre la plática de amigos y la asesoría especializada. Salgo con las ideas un poco más ordenadas (tenía en claro cómo es el procedimiento, pero el tema y su intrumental no son de mi dominio). Hago camino a casa, paso a comprar los ingredientes de la comida.
Estoy tentado a caer abatido, entre hambre, cansancio y hastío (nadie en la faz de la tierra tiene peor redacción que los artistos o menor capacidad de expresión). Claudica la idea de cocinar, preparo una torta. Y entonces me dejo rendir y me tiro a dormir.
Despierto, pero no tengo ganas de seguir trabajando ni prestar atención ni hacer esfuerzos. Después de un tazón de helado, cuatro llamadas telefónicas y una taza de té, me amarro a la silla y prosigo con los pendientes. Pero tengo la imperiosa necesidad de depurar la lista de contactos con tal de borrar por fin un nombre que duele: mierda, tenía junta de trabajo a las seis. Ni qué hacer: ya pasan de las diez.
Sigo revisando pendientes. El mensajero instantáneo:
– Oiga, entonces paso a dejarle las llaves mañana temprano.
Mierda: tenía que recoger las llaves de casa de los amigos para cuidar a la gata el fin de semana.
– Hoy definitivamente no estoy recordando nada. Tenía junta de trabajo y ahora esto.
Cuando uno se precia de extraordinaria memoria, esto es traición. Parece que no, pero estoy exasperado: ira acumulada y fluyendo erráticamente, cansancio, aturdimiento, maquinaciones a mediano plazo. Y por más que intento, no puedo poner orden. Aún los gatos vuelven a hacer travesuras, pero no me doy cuenta a tiempo para disciplinarlos.
Hoy tengo dos juntas: una estrictamente personal y cuyas implicaciones son espantosas (por darle un adjetivo sobrio) y otra de trabajo. Escribo un correo pidiendo disculpas por el retraso, mañana será otro día, ya pronto termino (ajá...).
Voy a la primera junta. Menos de una hora, en algo a medio camino entre la plática de amigos y la asesoría especializada. Salgo con las ideas un poco más ordenadas (tenía en claro cómo es el procedimiento, pero el tema y su intrumental no son de mi dominio). Hago camino a casa, paso a comprar los ingredientes de la comida.
Estoy tentado a caer abatido, entre hambre, cansancio y hastío (nadie en la faz de la tierra tiene peor redacción que los artistos o menor capacidad de expresión). Claudica la idea de cocinar, preparo una torta. Y entonces me dejo rendir y me tiro a dormir.
Despierto, pero no tengo ganas de seguir trabajando ni prestar atención ni hacer esfuerzos. Después de un tazón de helado, cuatro llamadas telefónicas y una taza de té, me amarro a la silla y prosigo con los pendientes. Pero tengo la imperiosa necesidad de depurar la lista de contactos con tal de borrar por fin un nombre que duele: mierda, tenía junta de trabajo a las seis. Ni qué hacer: ya pasan de las diez.
Sigo revisando pendientes. El mensajero instantáneo:
– Oiga, entonces paso a dejarle las llaves mañana temprano.
Mierda: tenía que recoger las llaves de casa de los amigos para cuidar a la gata el fin de semana.
– Hoy definitivamente no estoy recordando nada. Tenía junta de trabajo y ahora esto.
Cuando uno se precia de extraordinaria memoria, esto es traición. Parece que no, pero estoy exasperado: ira acumulada y fluyendo erráticamente, cansancio, aturdimiento, maquinaciones a mediano plazo. Y por más que intento, no puedo poner orden. Aún los gatos vuelven a hacer travesuras, pero no me doy cuenta a tiempo para disciplinarlos.
miércoles, 7 de julio de 2010
Un golfo
A la luz de las tormentas en el noreste del país, relumbran en mi cabeza un documental del Discovery Channel y una reflexión. La relación es incómodamente estrecha, aunque no se note a primera vista.
Tomando como tema el derrame petrolero en el Golfo de México, el Discovery Channel hacía una revisión cronológica de los hechos más relevantes, los intentos fallidos de British Petroleum para detener la fuga y clausurar el pozo, el impacto que tendrá en el ecosistema y las playas cercanas, las soluciones que se plantean. En entrevista a los habitantes de las playas más inmediatamente afectadas, un pescador se preguntaba cómo era posible que los desarrollos tecnológicos les permitieran poner en órbita una nave espacial o explorar Marte con robots y no pudieran detener una fuga en un pozo petrolero en el mar.
Habría que hacer algunas consideraciones al respecto. Por principio de cuentas, los grandes avances de la ciencia y la técnica no tratan con la vida: si mucho, la vida se considera y estudia como materia, con los objetos y entes que la constituyen, pero no en sus mecanismos. Un robot en Marte es, en esencia, una extensión del laboratorio, un conjunto de algoritmos, un desarrollo de ingeniería puesto en condiciones analizadas y estudiadas en el marco de amplios proyectos de investigación. Y si el robot se destroza en el aterrizaje o se jode el módulo de las baterías solares, la pérdida se traduce en cientos o miles de millones de dólares y sabrán los dioses cuántas horas de trabajo.
El caso aquí es exponencialmente más complejo: un ecosistema es (valga la bruta redundancia) un sistema compuesto, no lineal y multidimensional donde intervienen variables de muy diversos tipos. Algo tan nimio, por vida de dios, como el aumento de medio grado centígrado en la temperatura media del agua puede dar al traste con una cantidad todavía inconmensurable de especies biológicas. No queda en claro, por poner un ejemplo, cómo o cuánto pueden afectar los biosurfactantes que se podrían utilizar para remediar sistemas contaminados con petróleo y sus derivados: contrario a calcular la presión que debe resistir el robot en el amartizaje, que es cosa de un instante, los cálculos y proyecciones que se relacionan con un ecosistema tienen que considerar la evolución en periodos mucho más distendidos.
Por otra parte, y haciendo honor a la verdad, se dice fácil "sepulta el pozo con concreto"; pero una columna de agua de 1,500 m es un reto brutal. Vamos: la estructura de los objetos se comporta de muy otra manera bajo esa presión (no tengo que dar una clase de física aquí). Es un milagro de ingeniería perforar un pozo a esa profundidad, y es un milagro más grande el que tendrán que hacer para sellarlo y después reparar los daños biológicos que deriven.
Y lamentablemente no faltan las sugerencias estúpidas, motivadas exactamente por los mismos criterios que dieron pie a la perforación del pozo, con la misma falta de consideración al impacto ulterior que pudieran tener en el entorno. "[A nuclear explosion] is worth the money"; holy shit... As if planning a nuclear explosion with a very defined end were so bloody easy and took so little time (the estimate ranges from four to six months).
Es cierto, por una parte, que en este comentario hago una reducción simplista de la complejidad que implica poner un objeto en órbita, por no mencionar un robot en otro planeta; sin embargo, no creo que haya poder humano que me haga creer que eso es más difícil o elaborado que el desarrollo de la vida en cualquier entorno o su sustento en un periodo cualquiera. Aunque me choca caer en discursos manidos como lo terrible y nociva que es la actividad antrópica para con su entorno, no deja de abrumarme que la atención global se enfoque casi exclusivamente en el Mundial de futbol y en un pulpo que predice el futuro (!!), cuando asuntos mucho más apremiantes –como el derrame en el Golfo o las tormentas que azotan el noreste del país– debieran arrastrar toda la luz posible.
Con el corazón en la mano lo pregunto: si alguien sabe cómo puede ayudar quien está muy lejos de la costa y que carece de los conocimientos técnicos necesarios para presentar una propuesta, por favor digan cómo.

Tomando como tema el derrame petrolero en el Golfo de México, el Discovery Channel hacía una revisión cronológica de los hechos más relevantes, los intentos fallidos de British Petroleum para detener la fuga y clausurar el pozo, el impacto que tendrá en el ecosistema y las playas cercanas, las soluciones que se plantean. En entrevista a los habitantes de las playas más inmediatamente afectadas, un pescador se preguntaba cómo era posible que los desarrollos tecnológicos les permitieran poner en órbita una nave espacial o explorar Marte con robots y no pudieran detener una fuga en un pozo petrolero en el mar.
Habría que hacer algunas consideraciones al respecto. Por principio de cuentas, los grandes avances de la ciencia y la técnica no tratan con la vida: si mucho, la vida se considera y estudia como materia, con los objetos y entes que la constituyen, pero no en sus mecanismos. Un robot en Marte es, en esencia, una extensión del laboratorio, un conjunto de algoritmos, un desarrollo de ingeniería puesto en condiciones analizadas y estudiadas en el marco de amplios proyectos de investigación. Y si el robot se destroza en el aterrizaje o se jode el módulo de las baterías solares, la pérdida se traduce en cientos o miles de millones de dólares y sabrán los dioses cuántas horas de trabajo.
El caso aquí es exponencialmente más complejo: un ecosistema es (valga la bruta redundancia) un sistema compuesto, no lineal y multidimensional donde intervienen variables de muy diversos tipos. Algo tan nimio, por vida de dios, como el aumento de medio grado centígrado en la temperatura media del agua puede dar al traste con una cantidad todavía inconmensurable de especies biológicas. No queda en claro, por poner un ejemplo, cómo o cuánto pueden afectar los biosurfactantes que se podrían utilizar para remediar sistemas contaminados con petróleo y sus derivados: contrario a calcular la presión que debe resistir el robot en el amartizaje, que es cosa de un instante, los cálculos y proyecciones que se relacionan con un ecosistema tienen que considerar la evolución en periodos mucho más distendidos.
Por otra parte, y haciendo honor a la verdad, se dice fácil "sepulta el pozo con concreto"; pero una columna de agua de 1,500 m es un reto brutal. Vamos: la estructura de los objetos se comporta de muy otra manera bajo esa presión (no tengo que dar una clase de física aquí). Es un milagro de ingeniería perforar un pozo a esa profundidad, y es un milagro más grande el que tendrán que hacer para sellarlo y después reparar los daños biológicos que deriven.
Y lamentablemente no faltan las sugerencias estúpidas, motivadas exactamente por los mismos criterios que dieron pie a la perforación del pozo, con la misma falta de consideración al impacto ulterior que pudieran tener en el entorno. "[A nuclear explosion] is worth the money"; holy shit... As if planning a nuclear explosion with a very defined end were so bloody easy and took so little time (the estimate ranges from four to six months).
Es cierto, por una parte, que en este comentario hago una reducción simplista de la complejidad que implica poner un objeto en órbita, por no mencionar un robot en otro planeta; sin embargo, no creo que haya poder humano que me haga creer que eso es más difícil o elaborado que el desarrollo de la vida en cualquier entorno o su sustento en un periodo cualquiera. Aunque me choca caer en discursos manidos como lo terrible y nociva que es la actividad antrópica para con su entorno, no deja de abrumarme que la atención global se enfoque casi exclusivamente en el Mundial de futbol y en un pulpo que predice el futuro (!!), cuando asuntos mucho más apremiantes –como el derrame en el Golfo o las tormentas que azotan el noreste del país– debieran arrastrar toda la luz posible.
Con el corazón en la mano lo pregunto: si alguien sabe cómo puede ayudar quien está muy lejos de la costa y que carece de los conocimientos técnicos necesarios para presentar una propuesta, por favor digan cómo.

Imagen: NASA/MODIS Rapid Response Team
(Nomás como dato curioso: pocas cosas se ven desde el espacio exterior.)
(Nomás como dato curioso: pocas cosas se ven desde el espacio exterior.)
miércoles, 2 de junio de 2010
lunes, 17 de mayo de 2010
La noche de los muertos vivientes
Es viernes por la tarde y uno está allanando el camino para atender calmadamente el hábito de viernes por la noche y el fin de semana, pues no quedan ganas de regresar la cabeza a las minucias del cotidiano, sino arrojarla a los proyectos entre manos y cejas. Queda intención todavía de resolver las estrategias para colaborar activamente en cierta asociación de editores y hacerla crecer (tanto como uno puede hacer crecer un proyecto que no es propio). Y ah, la emoción de las cosas que uno sí disfruta.
Pero no perduran los idilios modernos en bucólicos paisajes: siempre hay un necio o un evento que le dé en la madre a todo locus amoenus. O peor aún: uno siempre puede ser suficientemente necio para encontrar un evento tal. Y se confirman, serenamente, los motivos soslayados –que uno no podía sino especular– por los cuales las labores cesaron; oh, hermoso nepotismo.
Entonces uno se sacude la incomodidad para no llegar con ese escozor en la espalda baja al hábito de viernes. Respira profundo, se va a casa de los amigos para llegar todos juntos, les rasca la barriga a todos los gatos a mano (v.g. los propios y la de los amigos), y pone la situación en perspectiva con la ayuda, evidentemente, de quienes le tienen aprecio y paciencia.
Lidiando con una garganta cerrada, se amilana la impaciencia bajo el manto de una degustación de mezcal (entre cuarenta y cincuenta grados de alcohol), a sabiendas del peligro de caer devastado en tanto la condición emocional no es estable; pero qué importa, si uno lo que quiere es poder hablar sin que suene la voz a murmullo silbado. Bebidas dos copitas, el pecho entibiado a fuerza de fermentados, procede uno a la cena, con el bendito sabor de Oaxaca que constituye, en sí mismo, la esencia del hábito de viernes; lo demás son corolarios que hacen más grata la noche, algunos (mucho) más lindos que otros.
Y entonces se vislumbra otra razón de desasosiego laboral (de otra latitud, digamos, pero aún de la geografía editorial). Y un instante después otra más, pero del país de la gente que uno juraba que no volvería a ver jamás; por si no fuera suficiente, íntimamente relacionada con quien uno ya no quiere ni espera cruzarse.
Lo que se mira en torno –amabilísimo realmente– se ve opacado (apenas, cierto, pero no deja de nublarse el aire) por la presencia de los muertos que se procura enterrar hasta no tener que hacerlo día con día, dejar en el cementerio del pasado esa amargura para sembrar un campo más hermoso (hacen falta flores, hacen falta flores). Pero esta ciudad es un pañuelo, y sin duda seguiré encontrando rostros conocidos después de un tiempo de frecuentar cierto lugar. Cuando eso suceda –sea agradable el encuentro en el mejor de los casos–, con toda seguridad volveré a estas anécdotas que escribo para descargar el pecho de los zumbidos que surgen.
Pero no perduran los idilios modernos en bucólicos paisajes: siempre hay un necio o un evento que le dé en la madre a todo locus amoenus. O peor aún: uno siempre puede ser suficientemente necio para encontrar un evento tal. Y se confirman, serenamente, los motivos soslayados –que uno no podía sino especular– por los cuales las labores cesaron; oh, hermoso nepotismo.
Entonces uno se sacude la incomodidad para no llegar con ese escozor en la espalda baja al hábito de viernes. Respira profundo, se va a casa de los amigos para llegar todos juntos, les rasca la barriga a todos los gatos a mano (v.g. los propios y la de los amigos), y pone la situación en perspectiva con la ayuda, evidentemente, de quienes le tienen aprecio y paciencia.
Lidiando con una garganta cerrada, se amilana la impaciencia bajo el manto de una degustación de mezcal (entre cuarenta y cincuenta grados de alcohol), a sabiendas del peligro de caer devastado en tanto la condición emocional no es estable; pero qué importa, si uno lo que quiere es poder hablar sin que suene la voz a murmullo silbado. Bebidas dos copitas, el pecho entibiado a fuerza de fermentados, procede uno a la cena, con el bendito sabor de Oaxaca que constituye, en sí mismo, la esencia del hábito de viernes; lo demás son corolarios que hacen más grata la noche, algunos (mucho) más lindos que otros.
Y entonces se vislumbra otra razón de desasosiego laboral (de otra latitud, digamos, pero aún de la geografía editorial). Y un instante después otra más, pero del país de la gente que uno juraba que no volvería a ver jamás; por si no fuera suficiente, íntimamente relacionada con quien uno ya no quiere ni espera cruzarse.
Lo que se mira en torno –amabilísimo realmente– se ve opacado (apenas, cierto, pero no deja de nublarse el aire) por la presencia de los muertos que se procura enterrar hasta no tener que hacerlo día con día, dejar en el cementerio del pasado esa amargura para sembrar un campo más hermoso (hacen falta flores, hacen falta flores). Pero esta ciudad es un pañuelo, y sin duda seguiré encontrando rostros conocidos después de un tiempo de frecuentar cierto lugar. Cuando eso suceda –sea agradable el encuentro en el mejor de los casos–, con toda seguridad volveré a estas anécdotas que escribo para descargar el pecho de los zumbidos que surgen.
lunes, 19 de abril de 2010
Iustitia et sapientia
Viernes por la noche. Cena oaxaqueña en el que se ha convertido en mi hábito de viernes por la noche. Después de meses de no ver a las amigas, las llevo conmigo y cenamos todos juntos. Carta comodín que supone riesgo a cada ocasión: el novio sueco de una, al que le caben cantidades infames de alcohol.
Y a'i va uno a acompañarlos en la cena, y en los tragos. Y pasan las horas. ¿Siete? cervezas y ¿cuatro? mezcales después, penosamente traicionado por los segundos (a tan grave nivel que no sé si eché a perder un proyecto).
Son más de las dos de la mañana; tengo que estar en mis cinco o lo más cercano a las ocho de la mañana. Tomo un taxi; por la distancia, esperaría una cuota de quince pesos, cuando mucho, de día. Pero conozco de sobra los abusos que se permiten los taxistas en esta ciudad pasadas las once de la noche.
– ¿Y cuánto va a ser?
– Cuarenta pesos.
– Seguro… Déjame aquí.
– Acá son quince pesos.
Saco una moneda de diez: "y di que te fue bien".
Ufano salta el taxista y me exige que le pague completo. Me rehúso a permitir el abuso. Me amenaza con partirme mi madre [sic] si no hago caso. Me amenaza con parar una patrulla. "Para la patrulla, entonces. Pero no esperes ni por accidente que te pague."
– Mira cabrón: a mí no me gritas.
– Ni estoy gritando, ni permito que TÚ me grites a mí. Para la patrulla.
Y en efecto: cinco minutos después, la patrulla se detiene. Sin esperar explicaciones, dos imbéciles me empujan, gritándome que me van a llevar a la delegación.
– Entiende cabrón: estás borracho.
– ¿Y dónde dice que es un delito caminar borracho por la calle? Podría estar ahogado y ustedes no tienen motivo para llevarme a la delegación. O muéstreme el reglamento o la ley donde dice que es un delito.
– Que te lo muestre el juez cívico –y comienzan de nuevo los empujones y tirones: un oficial me empuja para meterme a la patrulla, el otro me tira de la pretina del pantalón, por la espalda. Sigo sorprendido que entre esos dos no pudieran meterme, a mis 46 kilos de masa corporal, a una patrulla a punta de agresiones. Y entre manazos y tirones, comienzan los gritos.
– No me grites, cabrón, que te va peor.
– Bueno, ya, joder: ¿quieren que le pague a ese cabrón?
– Pero no lo insulte, joven. Tratémonos con respeto.
Mejor me guardo el comentario, antes de reventarlos a los tres. Los policías se reparten el título de policía bueno / policía malo; juego con ellos, no en su juego, así que callo a éste, luego callo a aquél, luego los callo a los dos, luego me permito hablarles de usted a los tres.
– ¿Qué lee, joven?
– Obras selectas de Alejo Carpentier –y levanto el mamotreto de ochocientas páginas a altura suficiente para que lea la tapa–: extraordinario libro, se lo recomiendo.
Me mira con cara de consternación, se miran entre ellos con incredulidad. "Disculparán los señores, pero soy literato. Yo sí leo."
– Bueno, pero págale al señor o nos vamos a la delegación.
– Está bien, está bien. A ver, tú, cabrón: ven para acá.
Meto la mano en el bolsillo y rebusco una moneda de cinco pesos. "Toma, lo que me faltaba."
– Pero el taxímetro está corriendo.
– No cuando yo me subí, así que no es mi cuota. Me dijiste que quince pesos aquí: esos cinco más los diez que te di, ya no te debo nada.
Los tres me miran con una incredulidad que casi me hace estallar en carcajadas ahí mismo.
– Con su permiso, señores: me voy a mi casa.
El resto del camino, apenas quince minutos a pie, no puedo contener las carcajadas. Creo que mis vecinos me escucharon subir las escaleras. El respeto, eso lo sabemos hace mucho, se gana.
Y a'i va uno a acompañarlos en la cena, y en los tragos. Y pasan las horas. ¿Siete? cervezas y ¿cuatro? mezcales después, penosamente traicionado por los segundos (a tan grave nivel que no sé si eché a perder un proyecto).
Son más de las dos de la mañana; tengo que estar en mis cinco o lo más cercano a las ocho de la mañana. Tomo un taxi; por la distancia, esperaría una cuota de quince pesos, cuando mucho, de día. Pero conozco de sobra los abusos que se permiten los taxistas en esta ciudad pasadas las once de la noche.
– ¿Y cuánto va a ser?
– Cuarenta pesos.
– Seguro… Déjame aquí.
– Acá son quince pesos.
Saco una moneda de diez: "y di que te fue bien".
Ufano salta el taxista y me exige que le pague completo. Me rehúso a permitir el abuso. Me amenaza con partirme mi madre [sic] si no hago caso. Me amenaza con parar una patrulla. "Para la patrulla, entonces. Pero no esperes ni por accidente que te pague."
– Mira cabrón: a mí no me gritas.
– Ni estoy gritando, ni permito que TÚ me grites a mí. Para la patrulla.
Y en efecto: cinco minutos después, la patrulla se detiene. Sin esperar explicaciones, dos imbéciles me empujan, gritándome que me van a llevar a la delegación.
– Entiende cabrón: estás borracho.
– ¿Y dónde dice que es un delito caminar borracho por la calle? Podría estar ahogado y ustedes no tienen motivo para llevarme a la delegación. O muéstreme el reglamento o la ley donde dice que es un delito.
– Que te lo muestre el juez cívico –y comienzan de nuevo los empujones y tirones: un oficial me empuja para meterme a la patrulla, el otro me tira de la pretina del pantalón, por la espalda. Sigo sorprendido que entre esos dos no pudieran meterme, a mis 46 kilos de masa corporal, a una patrulla a punta de agresiones. Y entre manazos y tirones, comienzan los gritos.
– No me grites, cabrón, que te va peor.
– Bueno, ya, joder: ¿quieren que le pague a ese cabrón?
– Pero no lo insulte, joven. Tratémonos con respeto.
Mejor me guardo el comentario, antes de reventarlos a los tres. Los policías se reparten el título de policía bueno / policía malo; juego con ellos, no en su juego, así que callo a éste, luego callo a aquél, luego los callo a los dos, luego me permito hablarles de usted a los tres.
– ¿Qué lee, joven?
– Obras selectas de Alejo Carpentier –y levanto el mamotreto de ochocientas páginas a altura suficiente para que lea la tapa–: extraordinario libro, se lo recomiendo.
Me mira con cara de consternación, se miran entre ellos con incredulidad. "Disculparán los señores, pero soy literato. Yo sí leo."
– Bueno, pero págale al señor o nos vamos a la delegación.
– Está bien, está bien. A ver, tú, cabrón: ven para acá.
Meto la mano en el bolsillo y rebusco una moneda de cinco pesos. "Toma, lo que me faltaba."
– Pero el taxímetro está corriendo.
– No cuando yo me subí, así que no es mi cuota. Me dijiste que quince pesos aquí: esos cinco más los diez que te di, ya no te debo nada.
Los tres me miran con una incredulidad que casi me hace estallar en carcajadas ahí mismo.
– Con su permiso, señores: me voy a mi casa.
El resto del camino, apenas quince minutos a pie, no puedo contener las carcajadas. Creo que mis vecinos me escucharon subir las escaleras. El respeto, eso lo sabemos hace mucho, se gana.
martes, 13 de abril de 2010
Días de rabia
Un buen día te hartas del trabajo. O hace mucho que estás harto del trabajo. O la gente a tu alrededor está harta de que estés harto del trabajo. Y te notifican que no te van a recontratar. Y que tienes dos meses para encontrar otro trabajo.
Calma el hastío: después habrá tiempo para las búsquedas.
Calma el hastío: después habrá tiempo para las búsquedas.
Y me importa un corcho que sea abril.
martes, 16 de marzo de 2010
A true friendship
Este año cambiaron de manera significativa mis hábitos de lectura: sentado frente a esta computadora durante la comida, procuro distraerme de mis responsabilidades y dedicar al menos una hora a lecturas más amables que el agua de cola y los residuos de diazinón en miel de abeja.
Sin embargo, Never Neutral –el que otrora fuera el blog que me mostrara un montón de cosas o me recordara que mi capacidad de análisis no es todo lo profunda que yo quisiera– cerró en enero. Ahora voy saltando ocasionalmente entre blogs y me cuesta trabajo no perder la atención. Y comer me exige ambas manos libres y pocas distracciones, así que ahora leo Gog de Giovanni Papini en línea.
Hoy llego a estos párrafos, que me recuerdan a "Una modesta propuesta" de Swift (sí, otra vez Swift), pero con muy otra solución.
Sin embargo, Never Neutral –el que otrora fuera el blog que me mostrara un montón de cosas o me recordara que mi capacidad de análisis no es todo lo profunda que yo quisiera– cerró en enero. Ahora voy saltando ocasionalmente entre blogs y me cuesta trabajo no perder la atención. Y comer me exige ambas manos libres y pocas distracciones, así que ahora leo Gog de Giovanni Papini en línea.
Hoy llego a estos párrafos, que me recuerdan a "Una modesta propuesta" de Swift (sí, otra vez Swift), pero con muy otra solución.
–Cuando le haya dicho lo que es la FOM estoy seguro de que cambiará de manera de pensar. El nombre, como ya debe imaginarse, es una sigla de iniciales. Nuestra Liga se llama Friends of Mankind y sus fines son completamente desinteresados. Los fundadores, cuyos nombres me es imposible revelarle, han partido del siguiente principio: el aumento continuo de la Humanidad es contrario al bienestar de la Humanidad misma. Por medio de la industria, la agricultura y la política colonial se intenta suplir el déficit, pero está claro que dentro de algún tiempo habrá un balance demasiado desigual entre el banquete y el número de los que al banquete asisten. Malthus tenía razón, pero se equivocó al creer demasiado cercano el desastre. En realidad, la Naturaleza, en forma de terremotos, erupciones, epidemias, carestía y guerras, viene a diezmar de un modo periódico al género humano. También el tráfico automovilístico, el comercio de estupefacientes y los progresos del suicidio contribuyen, desde hace algún tiempo, a la reducción de los habitantes del planeta. Pero todas estas, llamémoslas providencias, no consiguen compensar el aumento de nacimientos, sin contar que son, para las víctimas, formas dolorosas de supresión.¡Cuántos que caerían en esas categorías! ¡Cuántos que uno quisiera entronizar en lo más alto del patíbulo!
»¿Cómo remediarlo? Aunque no hayamos llegado al hambre, está cercano el momento en que nuestras raciones se verán reducidas. Y entonces es cuando interviene la FOM. Ésta se propone acelerar racionalmente la desaparición de los que sean menos dignos de vivir. La nuestra podría llamarse –en su primera fase– la Liga para la eutanasia inadvertida. El inconveniente de las calamidades naturales –como las epidemias y las guerras– es que provocan la desaparición de los jóvenes, de los inocentes, de los fuertes. Pero si es necesario hacer un expurgo sobre la tierra, es justo, ante todo, eliminar a los inútiles, a los peligrosos o a aquéllos que han vivido ya bastante. El terremoto y la cólera son ciegos; nosotros tenemos ojos y muy buena vista. Nuestra Liga se propone, pues, apresurar de un modo dulce y discreto, y en el secreto más absoluto, la extinción de los débiles, de los enfermos incurables, de los viejos, de los inmorales y de los delincuentes; de todos esos seres que no merecen vivir, o que viven para sufrir, o que imponen gastos considerables a la sociedad.
viernes, 12 de marzo de 2010
Al carajo
Para una semana que en cuestión de dos palabras mal dichas (y no por mí) se convirtió en un insulto, una manera prudente de cerrarla, o al menos ponerle el punto y empezar a cambiar la página, es ésta.
No es difícil encontrar alguna resonancia entre la poesía japonesa y el epigrama griego, aunque el último sea más lúdico e incisivo. Pero cabezas inquietas como Ikkyu rebasan los límites de su formato de escritura, del zeitgeist de su época. Otra vez, ¿qué sería de nosotros si tuviéramos límites?
No es difícil encontrar alguna resonancia entre la poesía japonesa y el epigrama griego, aunque el último sea más lúdico e incisivo. Pero cabezas inquietas como Ikkyu rebasan los límites de su formato de escritura, del zeitgeist de su época. Otra vez, ¿qué sería de nosotros si tuviéramos límites?
jueves, 11 de febrero de 2010
Una novedad
Noticias como ésta me enternecen a alturas sorprendentes: ¿cuántas veces hemos sabido del nacimiento de un lago en la histora contemporánea? Y si no fuera suficiente, debido a la pertinencia de nuestros actos. Sí, sin duda somos la especie más especial que ha hollado la faz de la tierra.
viernes, 5 de febrero de 2010
Respira
No odies, que te están doliendo hasta los brazos y la espalda. Respira. Antes de que estalles en una embolia.
jueves, 21 de enero de 2010
Sistemas
La presunción de ermitaño y sociópata es tan verdadera como Plutón: la gallardía de su estatuto terminó y se desmintió a la luz de una nueva definición. V.g. el Facebook es una de mis actividades de cotidiano, este blog se actualiza (casi) regularmente, me he hecho de relaciones y amistades vía blogs y otros medios digitales, es usual que me cruce con amigos y conocidos en muchos de los lugares donde pongo pie, Navidad y Año Nuevo fueron razón para recibir mensajes de conocidos que habían permanecido en el descuido mucho tiempo ha.
Etiquetas en las fotos de segundo de primaria: susto y desconcierto de ver esos recuerdos, asociar rostros con momentos y voces, algún gusto de saber de nueva cuenta de algunos con quienes se compartió el almuerzo en el descanso. Y el bocón en un esperpento: "pues alguien tendrá que decirlo: yo pongo la casa." Y empieza a anunciarse la gran fiesta de reunión de primaria, de todos ésos que para mí son desconocidos, de quienes quizá no me recuerden, como yo no los recuerdo, de los que nos veremos a los ojos, sonreiremos como idiotas, nos diremos que es un gusto vernos después de tantos años, tomaremos cerveza, nos tendremos simpatía o aversión callada, intercambiaremos números de teléfono para no llamarnos, y diremos que pronto haremos otra reunión.
Nada de eso lo encuentro incómodo. Sin embargo, es irritante (por darle un adjetivo que no es suficiente, ni abarca el total de la repulsión que siento) encontrar en la lista de invitados los nombres de quienes se ha procurado enterrar en un doloroso ejercicio de sensatez y amor propio. Desafortunadamente, nuestros caminos podrían cruzarse de nuevo, así que con cortesía de caballero –ésa que me enseñó mi padre– tendré que pedir que abandone mi casa apenas vaciada la primera cerveza.
Etiquetas en las fotos de segundo de primaria: susto y desconcierto de ver esos recuerdos, asociar rostros con momentos y voces, algún gusto de saber de nueva cuenta de algunos con quienes se compartió el almuerzo en el descanso. Y el bocón en un esperpento: "pues alguien tendrá que decirlo: yo pongo la casa." Y empieza a anunciarse la gran fiesta de reunión de primaria, de todos ésos que para mí son desconocidos, de quienes quizá no me recuerden, como yo no los recuerdo, de los que nos veremos a los ojos, sonreiremos como idiotas, nos diremos que es un gusto vernos después de tantos años, tomaremos cerveza, nos tendremos simpatía o aversión callada, intercambiaremos números de teléfono para no llamarnos, y diremos que pronto haremos otra reunión.
Nada de eso lo encuentro incómodo. Sin embargo, es irritante (por darle un adjetivo que no es suficiente, ni abarca el total de la repulsión que siento) encontrar en la lista de invitados los nombres de quienes se ha procurado enterrar en un doloroso ejercicio de sensatez y amor propio. Desafortunadamente, nuestros caminos podrían cruzarse de nuevo, así que con cortesía de caballero –ésa que me enseñó mi padre– tendré que pedir que abandone mi casa apenas vaciada la primera cerveza.
jueves, 14 de enero de 2010
"Para eso te contratamos"
Si me entregas una carpeta y ves que pasa una semana y no te hago caso, vienes y me dices "está esto y estotro" y lo revisamos. No es posible que vuelva a pasar esto [señalando con la mirada el altero de carpetas que él no ha revisado en los últimos dos meses, que esquina porque está haciendo otra cosa, que relega porque tiene otras ocupaciones que no son –ni remotamente– editoriales, que aplaza porque comienzan sus casi dos horas de comida], no se pueden atrasar los arbitrajes o quedarse los trabajos sin revisores. Para eso te contratamos [y su estúpida sonrisa, rayana en la ironía].Ahora resulta que mi responsabilidad es asumir la responsabilidad de mi jefe y hacer su trabajo (v.g. conocer a los árbitros de todas las áreas que cubre la revista y determinar quién es el lector más indicado para emitir una opinión calificada).
Es bastante tener en la cabeza el estado de setenta procesos editoriales simultáneos, quiénes han leído qué, quiénes se comprometieron, cuándo deben entregar, cuál fue su determinación, qué trabajo está asignado a qué número, quiénes han corregido sus trabajos, qué y por qué motivos lo rechacé, qué hizo un autor en una versión anterior.
Sí, bueno: mi memoria es capaz de abarcar una cantidad absurda de datos, que poco a poco olvido según me conviene. ¿También debe abarcar la falta de atención de mi jefe, su desaliño laboral, su desfachatez casi cínica, sus pretensiones de que en tres años estas revistas publiquen diez artículos por número?
A puntitito de gritar "váyanse a la mierda."
viernes, 11 de diciembre de 2009
Una desesperanza
Decía en el post anterior que había delineado el contenido del que sería el presente. En términos generales, esto que se lee debió haber sido mi punto de vista respecto a Copenhague; más todavía, el apoyo y expectativa que este blog puede ofrecer en su debida proporción: como se evidencia en el primer banner de la columna derecha, yo también tenía esperanza de que podría establecerse un acuerdo de beneficio común.
Sin embargo, tras la noticia de un borrador que, en muy pocas palabras, da al traste con el Protocolo de Kyoto y licencia al rico para amasar fortuna y continuar un modo de vida insostenible a costa de los jodidos, admito con pena que empiezo a perder la esperanza.
No es que ya se haya aceptado esa resolutiva (pues se ha planteado un nuevo borrador) y en consecuencia debamos resignarnos a vivir en un país que no goza de los beneficios de una economía rapaz y esperar a que los recursos se terminen. Ciega de furia la irrefutable evidencia de que siempre hay un interés ulterior, un abuso de las estructuras de poder, una flagrante negación a la vida, la imposibilidad de considerar al otro en la toma de decisiones.
Ante un panorama como el que plantean quienes toman las decisiones que marcan todos los días de mañana, quizá la vida, efectivamente, encontrará su camino sin nosotros. Y nos lo habremos ganado a pulso.
Sin embargo, tras la noticia de un borrador que, en muy pocas palabras, da al traste con el Protocolo de Kyoto y licencia al rico para amasar fortuna y continuar un modo de vida insostenible a costa de los jodidos, admito con pena que empiezo a perder la esperanza.
No es que ya se haya aceptado esa resolutiva (pues se ha planteado un nuevo borrador) y en consecuencia debamos resignarnos a vivir en un país que no goza de los beneficios de una economía rapaz y esperar a que los recursos se terminen. Ciega de furia la irrefutable evidencia de que siempre hay un interés ulterior, un abuso de las estructuras de poder, una flagrante negación a la vida, la imposibilidad de considerar al otro en la toma de decisiones.
Ante un panorama como el que plantean quienes toman las decisiones que marcan todos los días de mañana, quizá la vida, efectivamente, encontrará su camino sin nosotros. Y nos lo habremos ganado a pulso.
lunes, 23 de noviembre de 2009
No, y no, y no
Escalofrío.
Ya sea la falta de interés de 42 de los 98 respetadísimos árbitros que leen los trabajos imposibles que les envío, ya sea tan solo su desidia, acaba de aterrizar en este escritorio una cantidad onerosa de búsquedas en Google por hacer. Y me rehúso categóricamente a construir los alteros de información curricular que se deben entregar a CONACyT.
¿No ven que estoy muy a mi sabor deshaciéndome desde hace casi dos horas, aplastado bajo la espeluznante fuerza de una canción? Hoy en día no se puede tener un arrobo y gruñir y maullar sin verse interrumpido por minucias.
Escalofrío.
Ya sea la falta de interés de 42 de los 98 respetadísimos árbitros que leen los trabajos imposibles que les envío, ya sea tan solo su desidia, acaba de aterrizar en este escritorio una cantidad onerosa de búsquedas en Google por hacer. Y me rehúso categóricamente a construir los alteros de información curricular que se deben entregar a CONACyT.
¿No ven que estoy muy a mi sabor deshaciéndome desde hace casi dos horas, aplastado bajo la espeluznante fuerza de una canción? Hoy en día no se puede tener un arrobo y gruñir y maullar sin verse interrumpido por minucias.
Escalofrío.
miércoles, 18 de noviembre de 2009
Una versión portátil del infierno
El Índice de Revistas Mexicanas de Investigación Científica y Tecnológica del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología requiere que las publicaciones académicas "demuestren" que tienen los méritos suficientes para entrar o renovar su registro; v.g. auditan sus procesos editoriales hasta que deciden que ya se hartaron de revisar documentos que no terminan de entender. La documentación a entregar, a resumidas cuentas, es la relacionada al proceso de arbitraje: currículos de la cartera completa de árbitros (grado, nivel en el Sistema Nacional de Investigadores, disciplina, especialidad, líneas de investigación, últimas publicaciones y trabajos dirigidos) y notas de arbitraje (primera, segunda, y hasta tercera y cuarta lecturas [cuando suceden]).
Pero vamos, ¿cuánta información pueden estar solicitando? Si consideramos que revisan los útimos tres años, haga usted, lector, las debidas multiplicaciones:
En la actualidad, mido mi trabajo de ese escalafón hacia arriba: es esencialmente imposible caer más bajo. [rayón del disco de 33 rpm] "Necesito que fotocopies todos los arbitrajes de los últimos tres años, contactes a los árbitros, les pidas este altero de información, alimentes la base de datos de CONACyT, [una semana después] y que corrijas toda esta información que te pedí porque me equivoqué: no era esto, era estotro; y porfa dale seguimiento al proceso editorial porque nos estamos atrasando."
¿Mencioné que dijo, hace una semana, "yo creo que dejamos de hacer todo y nos concentramos en el informe que tenemos que entregarle a CONACyT o no terminamos"?
Pero vamos, ¿cuánta información pueden estar solicitando? Si consideramos que revisan los útimos tres años, haga usted, lector, las debidas multiplicaciones:
- 2007: 16 artículos publicados.
- 2008: 16 artículos publicados.
- 2009: 23 artículos publicados (sí: mi trabajo aquí redunda en el aumento de la tasa de artículos en proceso y publicados; y el año entrante serán 28).
- Dos árbitros (al menos) por artículo.
- En promedio, dos notas de revisión por cada árbitro.
- En total (para que el lector haga menos multiplicaciones), 98 árbitros.
En la actualidad, mido mi trabajo de ese escalafón hacia arriba: es esencialmente imposible caer más bajo. [rayón del disco de 33 rpm] "Necesito que fotocopies todos los arbitrajes de los últimos tres años, contactes a los árbitros, les pidas este altero de información, alimentes la base de datos de CONACyT, [una semana después] y que corrijas toda esta información que te pedí porque me equivoqué: no era esto, era estotro; y porfa dale seguimiento al proceso editorial porque nos estamos atrasando."
¿Mencioné que dijo, hace una semana, "yo creo que dejamos de hacer todo y nos concentramos en el informe que tenemos que entregarle a CONACyT o no terminamos"?
lunes, 2 de noviembre de 2009
Ctónico
Aparentemente, de mi padre sólo heredé hábitos estúpidos, como una constitución moral que me prohibe mentir o dejar de reconocer mi responsabilidad en cada uno de mis actos y sus consecuencias; admitir como caballero mis errores y esperar la debida enmienda de los ajenos (cuando tal procede); tener un incontestable respeto a la amistad y atesorarla, jamás faltar a ella y por ningún motivo traicionarla; ser honesto, próvido, cordial, contenido y de maneras sobrias.
Sin embargo, hay quienes no se toman tan a pecho estas consideraciones, y parecen creer que un año es tiempo sobrado para olvidar y dejar de lado cualquier ofensa. Pero yo no olvido (esta memoria, con su crueldad implícita, no me lo permite), y rarísima la ocasión perdono. Más todavía, no hay motivo para perdonar si en la otra parte no sucede ese responsable acto de humildad y honestidad: pedir perdón.
Muy a pesar de que sería lo ideal, las ofensas no son piedras que se deslavan con el tiempo y el paso de las aguas; no pueden enterrarse y con ello darse por zanjadas las cuentas. En este caso, no hay una situación que pueda resolverse, porque no existe más el punto de convergencia que mantuvo la relación durante veinte años; y si bien tengo parte en la responsabilidad por mi intolerancia y la virulencia de mi reacción, es sin duda menor.
Hoy ya no es de mi interés que nuestros caminos se crucen de nuevo y vernos con gusto.
Sin embargo, hay quienes no se toman tan a pecho estas consideraciones, y parecen creer que un año es tiempo sobrado para olvidar y dejar de lado cualquier ofensa. Pero yo no olvido (esta memoria, con su crueldad implícita, no me lo permite), y rarísima la ocasión perdono. Más todavía, no hay motivo para perdonar si en la otra parte no sucede ese responsable acto de humildad y honestidad: pedir perdón.
Muy a pesar de que sería lo ideal, las ofensas no son piedras que se deslavan con el tiempo y el paso de las aguas; no pueden enterrarse y con ello darse por zanjadas las cuentas. En este caso, no hay una situación que pueda resolverse, porque no existe más el punto de convergencia que mantuvo la relación durante veinte años; y si bien tengo parte en la responsabilidad por mi intolerancia y la virulencia de mi reacción, es sin duda menor.
Hoy ya no es de mi interés que nuestros caminos se crucen de nuevo y vernos con gusto.
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