martes, 8 de diciembre de 2009

Los librotes de la década

To remember only achievement and worth is to ignore the vast majority of our cultural experience. It helps create that strange cultural telescoping that makes us think that the past was always better; that odd warping of collective memory that enables us to recall even the 1970s fondly.
–Sam Jordison
Buscando información para el que será el próximo post, encuentro esta nota en The Guardian. Dos cosas llaman mi atención: a) la furia con que se consume el tiempo presente en la actualidad, o la necesidad de mantenerse a la vanguardia, sin importar pasado ni futuro lejanos (lo que es signo palpable del consumismo), que se asocia con a') una ominosa ignorancia del cómputo del tiempo.
"¿De qué te estás quejando? No entiendo un carajo." ¿Recuerdan que los últimos seis meses de 1999 vivimos una pseudocrisis debido a la incertidumbre de las reacciones que podrían tener los equipos informáticos ante el cambio de siglo, el famosérrimo-y-ahora-olvidado fenómeno Y2K? Todo mundo tenía los ojos puestos no en el cambio de siglo, sino de milenio, pero muy pocos estaban al tanto de que los siglos (y los milenios) cambian hasta el año 01: el S. XXI comenzó a computarse como tal en 2001. El sistema no es arbitrario, sino lógico y de costumbre: cuenten diez unidades, comiencen donde quieran; podría apostar a que comenzaron en 1 y terminaron en 10.
Pero decía yo que dos cosas me llaman la atención: b) la concepción del pasado, el ejercicio de la memoria, requiere obligatoriamente de un acto de discriminación. Los recuerdos (y antes que ellos, los fenómenos que se instalan en la memoria) se seleccionan según una necesidad particular. Recuerdo las palabras exactas que reactivaron mi odio, pero no recuerdo el color de las paredes; y en sentido contrario, tengo presente el color del vestido y cada movimiento de la última mujer de la que me enamoré, pero no podría recuperar la vasta mayoría de sus palabras.
Lo anterior es una cualidad/necesidad humana: es biológicamente imposible que una persona recuerde absolutamente todos los días de su propia vida, no digamos eventos ajenos a sí; cierto, hay casos de memorias atormentadas que registran la totalidad de lo que perciben, pero son tan contados que sólo tengo noticia de uno de finales del S. XIX. Inmersos en la era de la información, donde en los últimos veinte años hemos producido más textos que de los sumerios a la fecha, donde se espera producir la primera computadora personal con memoria física de un petabyte en los próximos quince años, donde las tecnologías de almacenamiento y distribución de información son obsolescentes seis meses después de su presentación, es inaceptable considerar la necesidad de discriminar los eventos que han de formar parte de la posteridad en función de su valor.
La Historia, compuesta de "rodajas" de Realidad (ese cúmulo de simultaneidad temporo espacial, donde residen el total de memoria, expectativa y hechos), se ve obligada a acotar periodos de estudio. Sin embargo, los estragos de la guerra no son omitidos debido a su carencia de valor (bueno: habrá quien los encuentre valiosos): aunque se me podría objetar que la Historia entera es el registro de las guerras, debiera ser un derecho disponer de la totalidad de los registros de una época, sin sesgar a priori la aproximación a los eventos de la memoria.
Y toda esta divagación gracias a los peores libros de los últimos diez años (que no de la década, que todavía no se acaba).

2 comentarios:

Kenneth Moreno May dijo...

Según Freud (e insisto en ello: según Freud), es biológicamente imposible que el hombre realmente olvide algo.

Prefiero hacerle caso a Nietzsche, quien afirma, creo recordar, que la razón y el lenguaje no son otra cosa que olvido hecho metáfora.

Julián Iriarte (bueno, ya: Oliver) dijo...

Sin duda, según Freud… Los sesgos en su teoría, si bien interesantísimos, revelan más de él que de sus aciertos. Y admito que mis lecturas de Nietzsche son más bien escasas, pero esa noción raya en lo hermoso.