jueves, 3 de diciembre de 2009

El marqués Samigina

Doblar la voz por debajo de los cuartos traseros y los cascos. Prestar la voz a quien busca tras los muros del horizonte. Cambiar la lengua por otra más clara; hablar desde detrás de mí, con un aliento imperial. Callar: otro pide palabra.
Mi querido
Éste me trae sobre los lomos a ti: sabes mandarlos. Quisiera quedarme contigo, pero sé que me llevará de vuelta, y tendré que reposar de nuevo en mis huesos cansados y su dolor. Vengo, sólo, a recordarte. Después éste me llevará a otro lugar, uno donde Sol domine su imperio.
No desmayes, has logrado mucho –falta otro tanto–: lo que no hubiera imaginado, pero siempre confié que podrías. No pierdas nunca, por ninguna razón, tu capacidad para sorprenderte: sigue mirando las cosas pequeñas, busca a tu rosa y a tu zorro, pozo y agua. Eres mi orgullo, desde hace tanto, y cada vez más.
La tuya fue la última sonrisa; las tuyas fueron las últimas lágrimas de felicidad y la última piel erizada. Te amo entrañablemente.

4 comentarios:

Kenneth Moreno May dijo...

Me gusta el cambio de perfil, un saludo

Julián Iriarte (bueno, ya: Oliver) dijo...

Así se siente la artritis.
Abrazo

Palomilla Apocatastásica dijo...

Y las lágrimas fecundaron la tierra, de ahí nacieron los primeros brotes del musgo/hombre cazador del tiempo.

Julián Iriarte (bueno, ya: Oliver) dijo...

De lágrimas muchas cosas, en particular la memoria.