Manual de abuso de un corrector

Desesperar a un corrector de estilo es una de las tareas más naturales –y probablemente nobles– que pueda llevar a cabo un autor, al cual se le reconoce como la figura responsable y absoluta detrás de la creación de un texto, sin importar el tema, tipo o género en el que esté escrito.
Por supuesto, un corrector no es pieza fundamental en el proceso editorial: más propiamente dicho, es trámite y tradición estorbosa que sólo consume el presupuesto de la editorial, y por ende el del autor. Vamos: Word ya incluye la función de corrección ortográfica y gramatical; ¿para qué perder tiempo con un paso adicional en la edición? Puede tener por seguro que la participación del corrector no es indispensable para que usted publique un texto. Pero si –para su mala fortuna– la editorial a la que recurrió todavía está chapada a la antigua y le piden que corrija sus textos antes de enviarlos para publicación, tenga a bien seguir paso a paso las siguientes indicaciones:
• No está obligado a leer su texto antes de remitirlo al corrector: todos ellos están capacitados para entender lo que usted quiere decir. Si no sabe interpretar la ausencia o exceso de preposiciones, verbos, adverbios y signos de puntuación, o si no entiende la importancia que el texto completo sea un único párrafo u oración de corrido, entonces es un mal corrector.
• En cuanto contacte al corrector, exprese su desconcierto: no entiende por qué lo obligan a corregir el texto si usted hasta tiene un libro con todas las reglas ortográficas.
• Pídale referencias: dónde vive, con quién ha trabajado, cuántos años tiene, por qué trabaja como corrector, dos números de teléfono donde localizarlo y una cuenta bancaria. Los correctores son personas taimadas que suelen abusar de la confianza de sus clientes: tome todas las precauciones posibles.
• Nunca acepte la primera cotización que le presente: es bien sabido que todos tienen algo de comerciante árabe y les gusta rebajar sus precios. Regatee todo lo posible. Insista, particularmente, en que le parece un precio excesivo: ¿desde cuándo se cobra, y tanto, por leer?
• Concuerde con el corrector en cuanto a la necesidad de hacer los cambios necesarios, pero exíjale que sean los menos posibles (doce es un buen número); de excederse, niéguese categóricamente a pagar el precio estipulado: la integridad de sus escritos está primero.
• Pregúntele todos los días cuándo planea terminar. Después de todo, a un ocioso como él, que se pasa el día leyendo, seguramente le sobra el tiempo.
• Una semana después de que reciba el texto corregido –o en su defecto, un día antes de que termine el plazo de revisiones–, devuélvalo sin haberlo leído y dígale al corrector que no entiende nada de lo que hizo y no sabe por qué llenó de garabatos las páginas.
• En respuesta, el corrector seguramente le enviará un largo texto (que no tiene por qué leer: usted sabe que el corrector ortográfico de Word es más eficiente que ese señor que se vio obligado a contratar) detallando punto por punto todas las marcas que hizo. Conteste con tono malhumorado que tiene que revisar a detalle el documento, y que pronto lo contactará usted mismo para preguntar lo necesario, o que quizá lo hagan sus abogados.
• Ponga a su gato a teclear en el texto a su gusto y rechace los cambios que le indique; después pregúntele al corrector por qué insiste en modificar algo que no tiene errores.
• Exceda el periodo de revisiones y hágale observaciones sobre los muchos errores que cometió. Sin embargo, sea magnánimo: usted –a diferencia de él– no tiene mal corazón y puede perdonar las faltas ajenas, así que sólo exigirá 35 % de descuento; prometa no demandar al susodicho.
• Terminada la labor, agradezca a su corrector y enfatice la utilidad de las nuevas funciones de Word.
• Es muy recomendable contactar al corrector una semana después con la solicitud de cotización de un textito de unas ocho páginas; no especifique cantidad de palabras ni caracteres, mucho menos envíe una copia del documento. Si el corrector respinga, busque otro y repita todos los pasos anteriores.

Por una cultura editorial y una sociedad libres de este lastre.