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miércoles, 26 de octubre de 2011

Una coincidencia

Pasan los intentos, uno después de otro, y por fin termino The Scarlet Letter. Hester Prynne es una de las mujeres más hermosas de la literatura, y eso se debe no sólo a su fulgente cabello y sus ojos imponentes, o a la devoción y amor de su corazón y su paciencia para con sus vecinos. Nathaniel Hawthorne supo dominar un lugar común –el que se lee al final de la narración y que el lector conoce desde muchas páginas atrás– y empujó el lenguaje hasta encaminar ese desenlace inevitable, sin que uno sienta un repudio innombrable hacia el autor. Por el contrario.
Y lograr ese pequeño milagro, narrar algo que el lector conoce, y sin embargo mantener su atención, el placer de su lectura, es obra de maestro, cosa que pocos logran.
Entonces continúo con mis lecturas, en inglés porque se hace costumbre ese sonido. Levanté hace dos meses La cámara oscura de Georges Perec, en una muy linda edición de Impedimenta, y me pareció que sencillamente no tenía la potencia de mis lecturas más recientes (a saber: The Jungle Book, Moby Dick, Dubliners). Quizá el juicio es injusto: poner en abierta confrontación a tres autores que se toman muy en serio el lenguaje y la literatura contra uno solo que se divierte al hacerlo, y que tiene muy otra visión de las implicaciones de la escritura, es poner en desequilibrio el fiel.
Así que vuelvo a mis lecturas, sigo recorriendo mi biblioteca, y me cruzo con Dickens y Great Expectations. Recuerdo que lo compré en Borders (RIP) junto con Things Fall Apart de Chinua Achebe, hace unos nueve años, en el primer viaje que hice con mi padre. Se quedó guardando polvo y esperando en el estante todo ese tiempo, guardando la voz de Pip. Y levanto Great Expectations, su humor sardónico, su voz inocente y ambiciosa y triste, su humildad y su desprecio por la condición de la vida cotidiana.
Hoy, de camino (largo) a esta oficina, me encuentro de pie junto a un sujeto batallando por mantenerse en equilibrio, el libro abierto. "Chapter I" leo de reojo (siempre la curiosidad de leer el libro ajeno); me pregunto qué libro leerá, como siempre. A la primera oportunidad, en cuanto gira el libro para cambiar la página, deduzco -pectations en la segunda palabra.

jueves, 6 de enero de 2011

Vida y opinión

I.
Una prueba de personalidad arroja los siguientes descriptores a partir de mis respuestas; comprenderán si me permito escoger los datos relevantes.
Oliver es un individuo preciso, exacto y meticuloso. Constantemente busca la perfección y se interesa mucho en los detalles; si bien tiene cierta inclinación por el detalle, también necesita realizar tareas de carácter variado, para evitar aburrirse y lograr la máxima eficiencia. Le gusta reflexionar sobre las cosas. Usa sus destrezas lógicas y analíticas para responder a problemas complejos y difíciles. Tiende a seguir el protocolo. Trabaja más eficaz y cómodamente en situaciones estructuradas, claras e inequívocas. Su aproximación general es cautelosa y conservadora.
Ha de entenderse que es un perfil para reclutadores laborales y que la 'valoración' está sesgada hacia mi capacidad para funcionar en un entorno de trabajo. Pero maldita la cosa, la piedra no cae lejos respecto a mi carácter general; ni siquiera de mi gusto literario. Del musical no hablo, porque en definitiva no ajusta.

Ia.
Lo que una prueba de personalidad en línea no arroja es la variación en situaciones localizadas: sí, tengo una obsesión por el orden y el sistema; sí, le traigo el ojo puesto al objeto perfecto; sí, necesito hacer cosas muy distintas, muchas, al mismo tiempo, o no me pongo quieto; sí, soy de formas y gusto conservador ('clásico' me parecería un poco más preciso). Pero tengo una pulsión maniática por encontrar soluciones distintas dentro de un mismo proceso. 'Make it new' (Pound).

II.
En la columna de la derecha se lee un robusto pliego petitorio: libros de variopinto tono y color que debieran formar parte de mi biblioteca* desde hace mucho tiempo, o quizá desde que se agitó mi curiosidad. Poco de lo que ahí se enlista se escribió en la segunda mitad del S. XX, y es generosa la cantidad de lo que se remonta a dos (o tres) siglos atrás.
Es perogrullada que ese pliego petitorio da clara idea de mi gusto literario; lo que resalta, en última de las instancias, es el derecho que tienes de disentir: si mi selección te parece anticuada, a mí no me da curiosidad leer a Stephenie Meyer o Dan Brown, entre otras novedades editoriales. Y todos contentos.

III.
Y podrá ser anticuado, oxidado, retrógrado o sencillamente viejo, pero la gran literatura se actualiza y toma su lugar en el tiempo, se hace espacio y presencia sin importar su edad. Sólo la gran literatura aprehende su futuro.
Ya saben qué edición quiero y me pueden regalar.

*De paso le agradezco a Xotlatzin por aquella edición digital de Los viajes de Gulliver. Digo, ya que estamos tocando el tema.

domingo, 5 de septiembre de 2010

Call me Arthur.

Still, some times they come back in an all-loving hand. And all you can do is acknowledge such love.
And say not much more.

martes, 15 de junio de 2010

El corazón de la selva

Un músico esencialmente ha vaciado su vida: figura prometedora de la musicología, su última composición –si bien soberbia a decir de los amigos, grandilocuentes aduladores– ha servido para musicalizar un comercial. Su esposa ahora le es desconocida, pues su carrera como actriz, representando el mismo papel noche tras noche, hace imposible que tengan una vida juntos. Su amante es veleidosa, superficial, inestable: la vida que la circunda –y por extensión a él– es aterradoramente obtusa, acrítica, autoindulgente, incapaz de construir un discurso propio, repitiendo sordamente uno harto gastado.
Dado una oportunidad para recuperar algo de lo que le fuera valioso en otro tiempo, acepta por inercia la encomienda de adentrarse en la selva amazónica para localizar un conjunto de instrumentos musicales que podrían redefinir las nociones aceptadas en la academia musical. Pero a cuestas lleva el fardo de esa amante suya, con su humor demasiado parisino, sus costumbres muy civilizadas, su gusto en exceso refinado para un entorno agreste como las convulsas ciudades sudamericanas y los lindes de la selva. Es peso muerto que no permite conocer debidamente el mundo que se le presenta. Y a cuestas debe ir hasta que termine.
Sin embargo, sólo Fortuna conoce el punto alto y el punto bajo de la rueda: en una cima andina, una mujer aparece envuelta apenas por un poncho, mirando al vacío, absorta, en un letargo que no le permite responder al entorno. Rescatada, Rosario se acerca al músico: evocación de un pasado tan lejano que el idioma y los aromas le son nuevos, ella es la vuelta al origen que no creyó encontrar de nuevo. Y el fardo a su lado lo restringe.
El fardo será desechado, la vida tendrá que encontrar su camino, eso que es lo más cercano al amor buscará su modo de ser. Rosario olvidará deliberadamente su nombre y se convertirá en Tu mujer: "Me rodea de cuidados, trayéndome de comer, ordeñando las cabras para mí, secándome el sudor con paños frescos, atenta a mi palabra, mi sed, mi silencio o mi reposo, con una solicitud que me hace enorgullecerme de mi condición de hombre: aquí, pues, la hembra 'sirve' al varón en el más noble sentido del término, creando la casa con cada gesto. Porque, aunque Rosario y yo no tengamos un techo propio, sus manos son ya mi mesa y la jícara de agua que acerca a mi boca, luego de limpiarla de una hoja caída en ella, es vajilla marcada con mis iniciales de amo".
Es de dudar que en la relación entre un hombre y una mujer haya una frase con implicaciones tan graves como ésa: 'tu mujer' no es sólo el sentido de posesión sobre un objeto, sino la corresponsabilidad de ambos; él, en el preciso instante en que Rosario se vuelve 'tu mujer', se convierte en 'tu hombre'. La ansiedad que siga será, eminentemente, por la incapacidad de ese hombre para entrar sin cortapisas al mundo de esa mujer.
Los pasos perdidos, novela mística, de crecimiento, existencialista a su modo, reacia a formar parte de alguna vanguardia, es uno de los textos más exigentes que recuerdo, por las complejas estructuras lingüísticas de Carpentier, su vastísimo vocabulario, la prolijidad casi obstinada de sus descripciones, sus personajes que hastían por su idiotez. Hoy que estoy por terminar el mamotreto de 800 páginas, las tres novelas que lo conforman, siento una particular relación no con las históricas (El reino de este mundo y El siglo de las luces), sino con la anecdótica: "En cuanto a Yannes, el minero griego que viajaba con el tomo de La Odisea por todo haber, baste decir que el autor no ha modificado su nombre, siquiera. Le faltó apuntar, solamente, que junto a La Odisea, admiraba sobre todas las cosas La Anábasis de Jenofonte."

viernes, 19 de febrero de 2010

La Marquesa y las hojas

Yo puedo subir a tu territorio y soy un huésped sagrado, ¿vale? Entro y salgo cuando quiero. Tú en cambio eres sagrado e inviolable mientras estés en los árboles, en tu territorio, pero como toques el suelo de mi jardín te conviertes en mi esclavo encadenado.
Italo Calvino, El barón rampante
La Marquesa Sofonisba Viola Violante de Ondariva es hermosa a rabiar, terriblemente inteligente, dulce, amorosa, sutil, coqueta, altiva, contradictoria, caprichosa, manipuladora, voluble. Viola no es ya la niña de unos diez años que, a su manera, afianzó la decisión de que Cosimo permaneciera en los árboles, sino la viuda del recién finado Duque Tolemaico –el menguado y celoso dueño de uno de los mejores cotos de caza de Ombrosa–, dispuesta a dilapidar la fortuna recién heredada con tal de deshacerse de los compromisos y familia recién adquiridos. Con tal de recuperar la casa de su infancia en el ahora olvidado marquesado de Ondariva.
Viola es la realización total del amor que Cosimo conoció tiempo atrás en los labios de Úrsula, la noble española exiliada a quien las circunstancias obligaron a vivir en los árboles: "Era el amor tan esperado […] y ahora tan inesperadamente aparecido, y tan hermoso que no comprendía cómo lo podía imaginar hermoso antes. Y lo más nuevo de su belleza era el ser tan sencillo, y al muchacho en aquel momento le parece que debiera siempre ser así." Pero no lo es, ha dejado de serlo en estos años idos, porque "como ocurre con todos los amores verdaderos, [se ha convertido] en algo despiadado y doloroso, que hiere y cercena para hacer crecer y dar forma."
Y ambos se cercenan y hieren, Viola en especial a Cosimo, por una feroz necesidad de demostrar a ambos que el amor debe trascender a las personas, extremarse irracional, que es renuncia a uno mismo, que está dispuesto a sufrirlo todo y ante todo. Y que es el punto donde cada uno debe ser una contradicción y ceder, admitir que es imposible ser aún el de otro tiempo.
Viola es el nombre que cubre los árboles de Ombrosa, donde sólo Cosimo deambula, que sólo Cosimo puede leer, que sólo para él significa. En cada lugar está, en todas las sombras, creciendo de nuevo y de nuevo en cada hoja. Es la única solución a la ausencia y los nogales que ya no los arropan, a la voz que ya no está por la mañanas, los ojos felices de estar en aquel rostro, la idea cruel de que no entendió nada y por eso la ha perdido.
¿Es acaso que la Marquesa –ahora Duquesa– es permanentemente consciente de que un Barón se mantiene por debajo en categoría, que ha subido en la escala social, al contrario del otro que ha renunciado al título y las posesiones por ser uno con su modo de pensar? ¿O será que ninguno de los dos tiene una idea terrena del amor y son diametralmente opuestos, y sin embargo entienden que eso que es el otro no puede serlo un tercero, sino apenas ellos, juntos?
"Se conocieron. Él la conoció a ella y a sí mismo, porque en realidad nunca se había conocido. Y ella lo conoció a él y a sí misma, porque aun habiéndose conocido siempre, jamás se había podido reconocer así."
Todos, en algún lugar, tienen una Viola.

miércoles, 3 de febrero de 2010

Bajo las sombras

Fue el 15 de junio de 1767 cuando Cosimo Piovasco di Rondó, mi hermano, se sentó por última vez entre nosotros. Lo recuerdo como si fuera hoy. Estábamos en el comedor de nuestra villa de Ombrosa, las ventanas enmarcaban las frondosas ramas de la gran encina del parque. Era mediodía, y nuestra familia, según su vieja costumbre, se sentaba a la mesa a esa hora, pese a que ya los nobles seguían la moda, llegada de la poco madrugadora Corte de Francia, de disponerse a comer bien entrada la tarde. Soplaba un viento del mar, recuerdo, y se movían las hojas. Cosimo dijo: –¡He dicho que no quiero y no quiero! –y apartó el plato de caracoles. Jamás se había visto desobedencia más grave.
–Italo Calvino, El barón rampante
Cosimo, hijo mayor del barón Arminio de Ombrosa, ha subido a la encina del jardín familiar. Por asco, porque no acepta la impostura de la familia, por no estar de acuerdo con un castigo desmedido, por esencial rebeldía, para escapar de las silenciosas rencillas y discordias que sólo se ventilan en el comedor. Cosimo tiene doce años, edad suficiente para tomar decisiones propias, aun cuando se vean arrastradas por una fantasía inmadura. Cosimo nunca más ha de poner pie en suelo firme: su vida, a partir de esos doce años recién cumplidos, correrá entre las ramas de los bosques del baronato.
El de Cosimo es un acto de rebeldía adolescente, que con el paso de los años ha de convertirse en libertad. Una decisión, que en principio parece absurda, es llevada a sus últimas consecuencias, con la correspondiente declaración de principios enarbolada en alto como configuración moral del individuo.
A los doce años, Cosimo logra lo que una abrumadora mayoría no hace en una vida entera: rebelarse, disociarse de sus padres, y en consecuencia constituirse en un individuo independiente. No es, sin embargo, el adolescente que insulta a su padre por impositivo e intransigente para después humillar a la novia; no es el que reprueba la actitud de la madre y se emborracha a cargo y cuenta de las botellas reservadas o la tarjeta de crédito "para emergencias"; no es el que tacha de erróneo y espurio al sistema entero, sin tomar partido o considerar al menos a la distancia una solución o ejemplos de mejores prácticas; no es el muchachito que está harto de vivir en su casa y les exige a los padres que le den un departamento amueblado y mensualidad para gastos.
Cosimo, decía, ha disociado su persona de la de sus padres: no es un apéndice suyo, ni la promesa de resolución de los sueños de gloria ahora inalcanzables. Arminio y Konradine no serán vicariamente Duque de Ombrosa o General del Imperio, pues su hijo ha tomado una decisión, propia y sin la intervención (y aún en su contra) de persona alguna. Y la única medida que pueden tomar la familia y el baronato es aceptar y reconocer el valor de tal: la adultez de Cosimo es envidiada por muchos, deseada por otras tantas, debido esencialmente a que es libre, y feliz, y su persona no depende de nadie.
Todos en algún momento han de sostener esa rebelión por cuenta propia, llevar a cabo ese terrible esfuerzo de identidad, aprender a reconocer actitudes y decisiones sin por ello entrar en batalla abierta con la educación familiar, saber mirarse sin confundir los rasgos con los de otro. O pueden no hacerlo, y mantenerse sombra de alguien más.
Tarea ingrata si hay alguna, pero llena de dignidad, y orgullo.

viernes, 22 de enero de 2010

Loop

Hay libros a los que se vuelve; hay libros a los que se debe volver. Borges, héroe indiscutible de este blog, decía que se enorgullecía más de lo que había leído que de lo que había escrito, y se enorgullecía más de lo que había releído.
He vuelto a unos pocos, algunas veces, ya sea por gusto o disciplina: Iliada, Odisea, el Quijote, el Amadís, El Principito (unas ochenta veces), La ciudad y los perros, Eclesiastés, Residencia en la tierra, Altazor, Otra vuelta de tuerca, las obras completas de Girondo… Sin embargo, nunca había leído un libro dos veces seguidas.
Después de leer Plain Tales from the Hills, me pareció que Rudyard Kipling efectivamente se había construido un espacio en la historia de la literatura inglesa por cuenta propia, por su atenta observación y el cuidado obsesivo de su escritura, que sin embargo era fluida y apabullante en su abundancia. No recuerdo realmente la versión de Disney de El libro de la selva, así que no es por ahí donde tengo asidero o nociones de su obra. Sin embargo, cuando uno lee un título tan fastuoso y pretencioso como El mejor relato del mundo y otros no menos buenos (editorial Sexto Piso), la mezcla de curiosidad y morbo obliga a levantar el tomo de casi seiscientas páginas.
Maugham's Choice of Kipling's Best es la puntillosa selección que William Somerset Maugham –discípulo de Kipling– hizo en 1953. Efectivamente, "El mejor relato del mundo" tiene dignidad suficiente para tomar su lugar en la antología, y no más que "El pueblo que votó que la tierra era llana", "El que fue", "Ellos", "El chico de la leña", "Sin beneficio del clero", "La radio", "La tumba de sus antepasados", "La enmienda de Tods", "El hombre que iba a ser rey" y ahí me detengo, pues básicamente estoy repitiendo el índice (aunque en desorden).
Llegó un momento en que me di cuenta que las estructuras de los relatos vuelven sobre sí mismas como pocas otras obras. La literatura en sí misma es un discurso en que el lenguaje sigue un movimiento centrípeto, que sucede de nuevo al momento de la lectura y que se vuelve centrífugo en la interpretación y el análisis. Estos relatos de Kipling recuperan constantemente las informaciones que los constituyen, modifican las categorías de objetos y actantes: absolutamente nada es gratuito, y el peso específico de unos pocos detalles pueden sobrepasar eventos que parecían más relevantes.
Resumiendo: son resultado de un trabajo de hilvanado muy fino, y la única manera de abarcarlos en la medida de lo posible era leerlos dos veces (en ocasiones tres). En otras palabras, desde agosto tuve el libro entre manos, y lo he disfrutado como se paladea lento un plato magníficamente cocinado.
Hoy tengo Nuestros antepasados de Italo Calvino (regalo de cumpleaños grande como pocos); y con él he de volver a El vizconde demediado y El barón rampante. Eso es un atisbo de felicidad.

domingo, 27 de diciembre de 2009

Escombros

Interrumpo la interrupción. Caso especial, pues acabo de encontrar la antena de internet que me regalaron.
Después de poco más de un mes de vivir en este departamento, apenas esta semana los libreros tomaron su lugar. Casi todos los libros, incluidos los de más reciente adquisición, salieron de las cajas y ya descansan en las repisas. Las dos cajas con los archivos de la carrera están arrinconadas, los kilos de papel que leí y escribí durante tres años.
En una de ellas debían estar las fotocopias de De fusilamientos de Julio Torri: después de cinco días, una cena de navidad, una visita a la familia y regalos que no esperaba, el enojo que alza la falta de atención al tiempo ajeno se ha calmado. Y a pesar de que recuerdo lo esencial de la cita, los microensayos/microcuentos de Torri saben decir con sobrada puntualidad: ¿para qué reconstruir según mi capricho?
Desaparecieron las fotocopias, o al menos no están en la carpeta en que debían. Y metiche, revisé mi trabajo final a esa materia: orgullo y vanidad aparte, creo que es el mejor ensayo que escribí en la carrera, muy a tono con las divagaciones que aquí se han leído.
Lo he dicho en repetidas ocasiones, y vale la pena repetirlo: si alguna vez fui feliz fue durante esos tres años. Recuerdo el terrible placer que me provocaba la crítica y la teoría literarias. Y comienza de nuevo la diatriba de abandonar de una vez por todas la literatura y arrojarme de lleno contra sierras circulares, caladoras, taladros, lijadoras, madera y clavos o continuar con la furiosa necedad que me insta a seguir trabajando en editoriales en las que no puedo ejercer el pleno de mi pasión.

martes, 8 de diciembre de 2009

Los librotes de la década

To remember only achievement and worth is to ignore the vast majority of our cultural experience. It helps create that strange cultural telescoping that makes us think that the past was always better; that odd warping of collective memory that enables us to recall even the 1970s fondly.
–Sam Jordison
Buscando información para el que será el próximo post, encuentro esta nota en The Guardian. Dos cosas llaman mi atención: a) la furia con que se consume el tiempo presente en la actualidad, o la necesidad de mantenerse a la vanguardia, sin importar pasado ni futuro lejanos (lo que es signo palpable del consumismo), que se asocia con a') una ominosa ignorancia del cómputo del tiempo.
"¿De qué te estás quejando? No entiendo un carajo." ¿Recuerdan que los últimos seis meses de 1999 vivimos una pseudocrisis debido a la incertidumbre de las reacciones que podrían tener los equipos informáticos ante el cambio de siglo, el famosérrimo-y-ahora-olvidado fenómeno Y2K? Todo mundo tenía los ojos puestos no en el cambio de siglo, sino de milenio, pero muy pocos estaban al tanto de que los siglos (y los milenios) cambian hasta el año 01: el S. XXI comenzó a computarse como tal en 2001. El sistema no es arbitrario, sino lógico y de costumbre: cuenten diez unidades, comiencen donde quieran; podría apostar a que comenzaron en 1 y terminaron en 10.
Pero decía yo que dos cosas me llaman la atención: b) la concepción del pasado, el ejercicio de la memoria, requiere obligatoriamente de un acto de discriminación. Los recuerdos (y antes que ellos, los fenómenos que se instalan en la memoria) se seleccionan según una necesidad particular. Recuerdo las palabras exactas que reactivaron mi odio, pero no recuerdo el color de las paredes; y en sentido contrario, tengo presente el color del vestido y cada movimiento de la última mujer de la que me enamoré, pero no podría recuperar la vasta mayoría de sus palabras.
Lo anterior es una cualidad/necesidad humana: es biológicamente imposible que una persona recuerde absolutamente todos los días de su propia vida, no digamos eventos ajenos a sí; cierto, hay casos de memorias atormentadas que registran la totalidad de lo que perciben, pero son tan contados que sólo tengo noticia de uno de finales del S. XIX. Inmersos en la era de la información, donde en los últimos veinte años hemos producido más textos que de los sumerios a la fecha, donde se espera producir la primera computadora personal con memoria física de un petabyte en los próximos quince años, donde las tecnologías de almacenamiento y distribución de información son obsolescentes seis meses después de su presentación, es inaceptable considerar la necesidad de discriminar los eventos que han de formar parte de la posteridad en función de su valor.
La Historia, compuesta de "rodajas" de Realidad (ese cúmulo de simultaneidad temporo espacial, donde residen el total de memoria, expectativa y hechos), se ve obligada a acotar periodos de estudio. Sin embargo, los estragos de la guerra no son omitidos debido a su carencia de valor (bueno: habrá quien los encuentre valiosos): aunque se me podría objetar que la Historia entera es el registro de las guerras, debiera ser un derecho disponer de la totalidad de los registros de una época, sin sesgar a priori la aproximación a los eventos de la memoria.
Y toda esta divagación gracias a los peores libros de los últimos diez años (que no de la década, que todavía no se acaba).

lunes, 24 de agosto de 2009

Mala paráfrasis de Milton

Supongamos que recuperara la vida académica y el inmenso placer que me provocaba la crítica literaria y la investigación: acabo de encontrar un pequeño paraíso que exprimiría hasta desprenderle el sentido.
Al menos Lucifer tenía un sentido heroico, y con altura moral.

"Carajo, cómo sufro."

viernes, 14 de agosto de 2009

Un deseo

El Cielo ha sido bondadoso conmigo durante mi estancia en Inglaterra, donde pude librarme de varios poemas, de otros cuatro cuentos del Libro de la Selva y de una pieza farsesca y disparatada [...] que me hizo reír a carcajadas durante tres días seguidos... Me pregunto si la gente recibirá siquiera de mis relatos una milésima parte de la diversión que yo vivo escribiéndolos.
–Rudyard Kipling, en carta a E. L. White, 17 de agosto de 1894

Si algo debiera preocupar a un poeta (en el sentido en que Alfonso Reyes entiende la palabra, o sea el etimológico) es que eso que dice llegue al lector, que sepa transmitir esas sensaciones -por sobre las ideas- a alguien que deja de ser él: es horrible leer lo que uno ha escrito con furia y notar que parece un berrinche.
Detesté Respiración artificial de Ricardo Piglia: ni siquiera La náusea me parece un libro tan estúpido. Si llegué a la última página fue por disciplina, por no perder el rigor que hube de desarrollar en la carrera para emitir un juicio fundamentado y serio, con dignidad. Ahora que lo he tirado casi con rencor (es prestado, pero no me faltaron las ganas de quemarlo) y que tengo la antología de William Somerset Maugham de los mejores cuentos de Kipling, un solo párrafo me parece a todas luces más sorprendente y necesario.
Al margen de eso, después de leer la cita a la carta, tuve un deseo: algún día escribir así, y disfrutar tan llanamente de ese largo momento.


(Nomás porque es Tin Tan.)

jueves, 23 de abril de 2009

Un espíritu festivo

Las Fábulas fantásticas de Ambrose Gwynnett Bierce se publicaron en 1899, y son el libro que debiera acompañar a todo estudiante de primaria. Festejando el Día Internacional del Libro, copio algunas de mis favoritas. Regalen(me) libros: el Diccionario del Diablo debiera formar parte de toda biblioteca, y falta en la mía.

El Principio Moral y el Interés Material
Un Principio Moral se encontró con un Interés Material en un puente cuya anchura sólo daba para uno.
- ¡Al suelo, despreciable criatura -tronó el Principio Moral-, y deja que pase sobre ti!
El Interés Material se limitó a mirar al otro a los ojos sin decir nada.
- ¡Ah! -dijo el Principio Moral, vacilante-, echemos suertes, a ver quién de los dos ha de retroceder para que pase el otro.
El Interés Material mantuvo un silencio impasible y una firme mirada.
- Para evitar conflictos -prosiguió el Principio Moral, algo inquieto-, me agacharé yo para que pases tú sobre mí.
Entonces el Interés Material encontró una lengua, que por extraña conicidencia era la suya, y dijo:
- No creo que me convenga pisarte. Soy algo escrupuloso sobre lo que tengo debajo de los pies. De modo que al agua.
Y así fue.

La Gata y el Rey
Una Gata estaba contemplando a un Rey, como autoriza el proverbio.
- Bien -dijo el monarca al observar la inspección que la gata realizaba de su real persona-, ¿te gusto?
- Aún puedo imaginar un Rey -dijo la Gata- que me gustaría más.
- ¿Cuál?
- El Rey de los Ratones.
El soberano se sintió tan complacido por la agudeza de la respuesta que le concedió permiso para arrancarle los ojos a arañazos a su Primer Ministro.

El León y la Serpiente de Cascabel
Un hombre que se había encontrado en su camino con un León se puso a someterlo por el poder del ojo humano; y no lejos de allí se hallaba una Serpiente de Cascabel dedicada a fascinar a un pajarillo.
- ¿Cómo te va, hermana? -dijo el Hombre al otro reptil, sin apartar sus ojos de los del León.
- De maravilla -dijo la serpiente-. El éxito es seguro: mi víctima se acerca cada vez más a pesar de sus esfuerzos.
- Pues la mía -dijo el Hombre- se acerca cada vez más a pesar de los míos. ¿Estás segura de que es así?
- Si no estás seguro -replicó esl reptil, lo mejor que pudo con la boca llena-, es mejor que lo dejes.
Media hora después, el León, limpiándose pensativamente los dientes con las uñas, le contó a la Serpiente de Cascabel que jamás en toda su variada experiencia de ser sometido, había visto a un amansador que intentara tan seriamente abandonar el trabajo.
- Pero -añadió con amplia y significativa sonrisa-, le he mirado atentamente a la cara.

El Médico Compasivo
Estando sentado un Médico Bondadoso junto a la cabecera de un paciente aquejado de una enfermedad incurable y dolorosa, oyó un ruido detrás de él, y al volverse, vio a un gato que se reía de los débiles esfuerzos que realizaba un ratón herido por salir a rastras de la habitación.
- ¡Bestia curel! -exclamó-. ¿Por qué no lo matas de una vez como un caballero?
Se levantó, echó al gato de una patada y, cogiendo al ratón compasivamente, le alivió sus desdichas arrancándole la cabeza. Llamado nuevamente junto a la cama por los lamentos de su paciente, el Bondadoso Médico le administró un estimulante, un tónico y un reconstituyente, y se marchó.

En las puertas del Cielo
Tras abandonar la tumba, una Mujer se presentó ante las puertas del Cielo y llamó con mano temblorosa.
- Señora -dijo San Pedro, levantándose y acercándose al postigo-, ¿de dónde viene?
- De San Francisco -replicó la Mujer con embarazo, mientras grandes gotas de sudor perlaban su frente espiritual.
- No importa, mujer -dijo el Santo, comprensivo-. La eternidad es mucho tiempo; podrás olvidarlo.
- Pero eso, con permiso, no es todo -la Mujer estaba cada vez más confundida-. He envenenado a mi marido. He descuartizado a mis hijitos. He...
- ¡Ah! -dijo el Santo con súbita severidad-, tu confesión sugiere una gravísima posibilidad. ¿Eres miembro de la Asociación de Mujeres de la Prensa?
La Mujer se irguió y dijo con calor:
- No.
Las puertas de perlas y jaspe giraron sobre sus goznes de oro, produciendo una música de lo más encantadora, y el Santo, apartándose a un lado, hizo una inclinación de cabeza y dijo:
- Entra entonces a tu eterno descanso.
Pero la Mujer vaciló.
- El envenenamiento..., el descuartizamiento..., el... el... -tartamudeó.
- No tienen importancia. No vamos a ser tan rigurosos con una dama que no ha pertenecido a la Asociación de Mujeres de la Prensa. Toma un arpa.
- Pero solicité el ingreso: me rechazaron.
- Entonces toma dos.

Santo y Pecador
- Amigo mío -dijo un distinguido oficial del Ejército de Salvación a un Pecador Muy Malvado-, una vez fui borracho, ladrón y asesino. La Divina Gracia me ha hecho lo que soy.
El Pecador Muy Malvado lo miró de arriba abajo.
- En adelante -dijo-, imagino que la Divina Gracia dejará a la gente en paz.

El Lobo y el Cordero
Un Cordero, perseguido por un Lobo, fue a refugiarse en un templo.
- Si te quedas ahí -dijo el Lobo-, te cogerá el sacerdote y te sacrificará.
- Igual me da ser sacrificado por el sacerdote que ser devorado por ti -dijo el Cordero.
- Amigo mío -dijo el Lobo-, me duele verte enfocar tan importante cuestión desde un punto de vista puramente egoísta: para mí no es igual.

El Lobo y los Pastores
Al pasar un Lobo ante una cabaña de pastor, se asomó y vio a unos pastores comiendo.
- Pasa -dijo uno de ellos irónicamente-, y participa de tu plato favorito: pierna de cordero.
- Muchas gracias -dijo el Lobo marchándose-, pero debéis disculparme; acabo de tomarme un cuarto trasero de pastor.

El Milano, las Palomas y el Halcón
Unas Palomas que corrían peligro de que las atacase un Milano pidieron a un Halcón que las defendiese. Éste consintió, y tras ser admitido en el corral, esperó al Milano, lo apresó y lo devoró. Cuando estuvo tan saciado que apenas podía moverse, fueron las agradecidas Palomas y le sacaron los ojos.

El Lobo y el Bebé
Pasaba un Lobo Famélico por delante de la puerta de una casita del bosque, cuando oyó a la Madre que le decía a su bebé.
- Cállate, o te arrojaré por la ventana y te comerán los lobos.
Así que se quedó apostado bajo la ventana todo el día, sintiendo más hambre cada vez. Y por la noche, el Viejo, al regresar de la tertulia del pueblo, arrojó por la ventana a la Madre y al Hijo.

Bierce, Ambrose. Fábulas fantásticas (1899). Trad. Francisco Torres Oliver. Madrid: Valdemar, 1999.

jueves, 19 de febrero de 2009

Necedad

Porque qué bonito es el amor (aunque de momento no tengo motivo para enarbolar esa bandera) y porque el DJ random saltó furtivamente de "Love is in the air" de John Paul Young a "Can't get enough of your love" de Barry White, y eso es un gran ponmedebuenas.
Estas rolotas son antítesis tras antítesis. My Bloody Valentine, Loveless, y las mejores canciones donde el ruido le gana en emoción a la melodía, que en pocas palabras es el estandarte del shoegaze. En todos los sentidos, un disco feroz: una producción avasalladora, un dominio de la edición para asustar, un chorro de capas de sonido, virtuosismo necio a la "¿no era más fácil darle la vuelta y ya?", letras oscuramente emotivas y todas amorosas hasta la desesperación. Alan McGee hizo bien en tenerle fe al esquizoide caprichoso de Kevin Shields y dejarlo gastarse el capital casi entero de Creation Records.
Oyendo con algo de atención, me vino a la cabeza un pasaje de La ciudad y los perros*, un despliegue de técnica narrativa que ya quisiera yo para un fin de semana. Para decirlo en pocas palabras, así somos muchos.

vargas llosa
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My Bloody Valentine

*Si Vargas Llosa andaba por los 25 cuando la escribió, entonces va siendo momento de disciplinarme.

viernes, 13 de febrero de 2009

Saturnismo

Así que se desbordan los corazones y los globos y los chocolates y las rosas y el mocoso rubio con alitas, arco y flechas. ¿Por qué a todo mundo se le olvidará que ese mocoso cargaba puntas de plomo además de las doradas? Misterios de la mercadotecnia...
Horacio Quiroga decía que en la literatura sólo había tres temas: amor, locura y muerte; no por nada su libro de cuentos más importante (ése donde se encuentra "El almohadón de plumas") se llama Cuentos de amor, de locura y de muerte. Dah. Northrop Frye, que sabía más de crítica literaria que la abrumadora mayoría de nosotros, postula en Anatomía de la crítica que en toda obra literaria hay un deseo, y que ese deseo es en el fondo el motor de la diégesis.
Si me preguntaran (porque, por supuesto, es de lo más improbable que alguien lo haga), tendría que decir que estoy de acuerdo con los dos: las artes, y especialmente la literatura, son concresiones de abstractos abrumadoramente amplios, pero reconocibles dentro de un marco determinado; el que logra romper ese marco es a) un genio, b) un idiota, c) un incomprendido, d) un iluminado, e) un ente ajeno a nuestras cuatro dimensiones. Por ponerlo en otras palabras, los estructuralistas rusos (Todorov, si no me traiciona la memoria) encontraron unas catorce historias para contar, y no más.
"In the Pride of his Youth"* es una de las historias de amor más ridículas que he leído; y no porque sea rosa hasta el hartazgo ni hermosa hasta el empacho, sino por la exhibición de la estupidez -que no devoción amorosa, aunque se disfrace de tal- de un hombre.
A 120 años, algunos parecemos constatar que efectivamente existen patrones universales de comportamiento, o al menos estamos regidos por un mito que nos negamos a reconocer.


* Disculparán si no traduzco, pero admito que tengo alguna pereza. Por lo demás, el inglés de Kipling es una gloria y bien merece que se le lea en lengua de origen.

viernes, 12 de septiembre de 2008

Una pregunta cruel

Por andar de bocona, una amiga se comprometió a conseguir la opinión de diez respetados escritores (sic; no me pregunten por qué decidió convocarme a mí también) en torno a una pregunta que, cualquiera que sea el contexto, es estúpidamente difícil de contestar. Sin embargo, si la ubicamos en un contexto específico, la cosa se pone peor; copio textual del correo que recibí:
¿Cuáles son las diez obras literarias que darían en su opinión una mayor solvencia formativa a aquellas personas que se encargan de la educación de nuestros niños y jóvenes en el primer nivel de la pirámide educativa?
La respuesta, al menos para mí, no es en absoluto sencilla; pero por andar de bocón yo también, ya me comprometí a responder, y jodida la cosa, tengo que hacerlo antes de que se acabe el día...
En términos generales, lo que se pide es que uno juegue al antologador; por definición, toda antología es incompleta y ni por accidente pasa de lo ilustrativo. Con tal consideración en la cabeza, ¿cómo hace uno para antologar la historia de la literatura? ¿Cuál debiera ser el criterio de selección y, por tanto, eje rector de análisis y marco conceptual?
De inicio se me ocurre muy honesto escoger mis diez libros favoritos, pero dudo que a un maestro de primaria le sirva de un carajo una novela como o El amante o Si una noche de invierno un viajero. Después me viene a la cabeza que esos diez libros tendrían que ser representativos de la cultura universal -cualquier cosa que eso signifique-; pero para ser verdaderamente representativos tendría que haber muestras de las diez culturas más significativas (¿según quién?) para el saber humano, y debo admitir que no he leído mucho a los japoneses ni El libro de los muertos, por mencionar algunos.
También se me ocurre que esos diez libros podrían ser los que más ruido han provocado a posteriori al menos en literatura y entonces es obligatorio meter a la Biblia y a los griegos, sobre todo las Metamorfosis. Pero ya estoy oyendo a los que echaron la encuesta y a los críticos del sistema educativo: "Mocho pendejo, ¿qué no sabes que la educación pública en este país es laica?". Sí, sí sé, y también sé que la Biblia es un libro (por eso las itálicas) antes que un dogma y que no practico devoción religiosa alguna, aunque el jainismo me haga ojitos. Por lo demás, casi estoy viendo a los maestros de primaria (mocho como es este país) dando clases de catecismo en lugar de analizar historias tan divertidas como la de Jonás o poemas tan hermosos como el Cantar.
Y ahora no sé qué debiera hacer; y lo peor es que el futuro de este país y esas generaciones está en mis manos (!!!; ajá...).
Sus diez, en los comentarios.

miércoles, 10 de septiembre de 2008

Uno de los grandes asaltos verbales

Seamos gente y tengamos la cordialidad de recuperar la literatura. Disculparán el abandono y la miríada de divagaciones, pero bien saben (porque para estas alturas me conocen hasta la talla de zapato, estoy seguro) que tiendo a la indisciplina y la digresión, particularmente para conmigo mismo.
es una de mis más terribles envidias, y Thomas Bernhard un grande en mi panteón; para datos biográficos, sírvanse ejercer esa poderosa metichería suya... Contrario a las otras ocasiones en que he publicado mi opinión sobre un libro, esta vez me limito a copiar: no puedo decir mucho sin arruinarles un momento extraordinario, en tanto es cosa para experiencia y no para chisme. Así que dejen de hacer lo que sea que estén haciendo (y me importa un corcho que sean las cuatro de la mañana la hora en que estén leyendo esto), vayan a comprarlo (o róbenselo: recuerden a Darien) y sobrevívanlo.
La cuarta de forros tiene una sana advertencia: "Desde la primera frase [...] la cosa está clara: o bien dejamos el libro, o bien tomamos impulso para no detenernos hasta el final."; y para que no quepa duda, esa primera frase:
El Suizo y su compañera llegaron a casa del corredor de fincas Moritz precisamente cuando yo, por primera vez, no sólo trataba de describirle a Moritz y, en definitiva, explicarle científicamente los síntomas de mi enfermedad sentimental e intelectual, sino que había ido a casa de Moritz, probablemente la persona que en ese momento me estaba realmente más próxima, para volverle del revés, súbitamente y del modo más desconsiderado, la cara interna, no sólo enferma sino totalmente deformada ya por la enfermedad, de mi existencia, que hasta entonces sólo conocía él en un aspecto superficial que ya no le irritaba y, por tanto, en modo alguno le afectaba de modo inquietante y, simplemente por la inesperada brutalidad de mi experimento, por el hecho de que esa tarde, en un momento, descubrí y desvelé por completo lo que, en los diez años de mi relación y amistad con Moritz, le había ocultado, le había escondido siempre en definitiva, con sutileza matemática, y le había disimulado incesantemente y sin compasión por mí mismo a fin de no permitirle a él, Moritz, la menor idea de mi existencia, se había sentido profundamente horrorizado, pero yo no me había dejado cohibir lo más mínimo por ese horror suyo en mi mecanismo de revelación, por una vez puesto en marcha esa tarde de una forma vehemente y, lógicamente, condicionada también por el tiempo atmosférico, esa tarde, poco a poco, como si no tuviera otra elección, le había descubierto a Moritz, atacado por mí esa tarde, de forma totalmente inesperada, desde mi emboscada intelectual, todo lo que a mí se refería, descubierto todo lo que había que descubrir, desvelado todo lo que había que desvelar; durante toda la escena, como siempre, yo había estado sentado en el asiento del rincón situado frente a las dos ventanas, junto a la puerta de entrada del despacho de Moritz, el por mí llamado cuarto de los archivadores, mientras el propio Moritz, al fin y al cabo era ya finales de octubre, se sentaba frente a mí con su sobretodo de invierno de un gris ratón, quizá en ese momento ya en estado de embriaguez, no pude determinarlo exactamente en la oscuridad que había caído ya; yo no lo había perdido de vista a él durante todo el tiempo, era como si esa tarde, después de no haber estado desde hacía semanas en casa de Moritz y, de hecho, desde hacía semanas nada más que conmigo mismo, lo que quiere decir que había estado abandonado a mi propia mente y mi propio cuerpo un tiempo mucho más largo, aunque todavía no destructor de mis nervios, en la mayor concentración con respecto a todo, me hubiese decidido a todo lo que para mí había significado la salvación y, saliendo por fin de mi casa húmeda y fría y oscura, y atravesando el bosque espeso y sombrío, me hubiese precipitado sobre Moritz como sobre una víctima propiciatoria para, eso había pensado en el camino hacia la casa de Moritz, no dejarlo ya con mis revelaciones y por tanto, en realidad, inadmisibles ofensas, hasta haber alcanzado un grado soportable de alivio y, por tanto, haber descubierto y desvelado cuanto fuera posible de mi existencia, disimulada de él durante años.
Estaba a punto de meter mi cuchara (en la tercera de forros escribí algunas notas para el trabajo que tenía que entregar ese semestre, y hasta parecen inteligentes), pero no lo voy a hacer. Basta con que diga que este agresivo narrador se calma en el transcurso de la novela y la lectura regresa a lo posible, pero no por eso deja esa escritura obsesiva.
Aquí viene una confesión [sic]: me choca ver subrayados y marcas en los libros; me encabronaba sacar un libro de la biblioteca y encontrar párrafos y páginas enteras manchadas (porque no hay otro nombre) con marcatexto, ése de colores fosforescentes que agreden a simple vista. Sin embargo, suelo tomar nota al margen -obligatoriamente a lápiz- cuando un autor escribe sobre su idea de escritura o literatura. Cuando una idea así aparece en un libro como , es imperativo tomar nota:
Ahora [...] puedo hablar de la compañera del Suizo, o sea de la Persa, e intentar al menos conservar el recuerdo de ella, aunque sólo sea fragmentariamente y sólo en forma defectuosa y, como todo lo escrito, no pueda en lo más mínimo hacerse de forma acabada y completa, después de que tantos intentos como he hecho en los últimos tiempos han fracasado siempre. Sin embargo, todo lo que ha de escribirse debe empezarse siempre desde el principio e intentarse siempre de nuevo, hasta que por lo menos una vez se logra de forma aproximada aunque nunca satisfactoria. Y por inútil que sea, y por terrible y desesperado que sea, hay que probar siempre de nuevo cuando tenemos un tema que nos aflige siempre y siempre con la mayor obstinación y no nos deja ya en paz. Aun sabiendo que nada es seguro y que nada es completo, debemos, aun en medio de la mayor inseguridad y de las mayores dudas, comenzar y proseguir lo que nos hemos propuesto. Si siempre renunciamos antes de haber empezado, caemos en definitiva en la desesperación y en definitiva y finalmente no salimos ya de esa desesperación y estamos perdidos.
¿A alguien le queda alguna duda?

Bernhard, Thomas. . (trad. Miguel Sáenz [heroico]; prol. Juan Goytisolo) 4° ed. Anagrama: Barcelona, 1999.

miércoles, 9 de julio de 2008

De donde parte el robo

Sí, ayer también porstergué a Girondo, pero tenía una cita que al final no se hizo. ¡Qué raro es presentarse a entrevistar al que va a ser el reemplazo en el trabajo que acaba de dejar! Bueno, eso es relativo, porque no entrevisté a nadie y no dejan de darme trabajo.
En fin, al quid.
Oliverio Girondo (1891-1967) fue el poeta más radical de lengua hispana. Digamos que si los americanos tienen a cummings, los argentinos tienen a Girondo. Lo más interesante es que a cada libro es más radical, y a cada libro es más impresionante su poesía.
Desde la ironía más filosa que uno pueda encontrar hasta una ternura que ni de lejos se lleva bien con globos de corazones y cartas escritas en papel rosado, pasando por un erotismo exquisito, la poesía de Girondo me abrió otra perspectiva de lo que significa la literatura. Quizá lo haga con ustedes: recordemos que las cosas que a mí me gustan, a otros tantos les parecen actos de franco terrorismo.
Más les vale que lo disfruten, porque en lugar de pasar tranquilamente mi tarde en casa, estuve un chorro de horas peleándome con el InDesign, y yo de diseño no sé un carajo... (bueno, ya: si no lo disfrutan, está bien. ¿Actos de terrorismo?)
Hace unos días dije que a alguien le robaba yo sus recursos para escribir lo mío. Aquí está la respuesta; por supuesto, me faltan como quince años luz para acercármele, pero de disciplina se nutre el arte (chale, qué pretencioso suena eso... Disculpen mi impertinencia.).

girondo
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Addendum: disculparán ustedes si no puse antes la ficha bibliográfica, pero tuve que salir intempestivamente y sin mayor uso: para la hora en que llegué a la estación del metro, ya habían cerrado la puerta. Nada de qué quejarse: caminar de madrugada por esta universidad es una gloria y hasta los tlacoaches se dejan ver.
Antelo, Raúl (ed. y coord.). Oliverio Girondo: obra completa. Edición crítica. Col. Archivos, 38. Madrid, Barcelona, Lisboa, París, México, Buenos Aires, Sao Paulo, Lima, Guatemala, San José, Santiago de Chile: ALLCA XX, 1999. 798 pp.

jueves, 26 de junio de 2008

Resonancias

Ayer apunté que encuentro, toda proporción guardada, un chorro de resonancias entre mi experiencia y la de Nathaniel Hawthorne. "The Custom-House", texto autobiográfico introductorio para The Scarlet Letter, es el recuento de los años que el autor pasó en la Oficina de Aduanas de Boston, que -de manera tangencial- le dieron pie para la escritura del libro.
Pero no tengo necesidad de comentar más sobre el asunto: ahí tienen el Wikipedia y el Google y los libros de historia de la literatura norteamericana y los estudios sobre la obra de Hawthorne y "The Custome-House" para que se den una idea completa de qué corchos se trata el asunto. En atención a ello, y confiando irrestrictamente en los alcances y capacidad para la metichería de mis lectores, me limito a copiar (porque ese inglés, ya en desuso, merece ser leído varias y varias veces) y traducir (así los habré de querer) el fragmento con el que más estrechamente me relaciono.
It is a good lesson -though it may often be a hard one- for a man who has dreamed of literary fame, and of making for himself a rank among the world's dignataries by such means, to step aside out of the narrow circle in which his claims are recognised, and to find how utterly devoid of significance, beyond that circle, is all that he achieves, and all he aims at. I know not that I especially needed the lesson either in the way of warning or rebuke; but, at any rate, I learned it thoroughly; nor, it gives me pleasure to reflect, did the truth, as it came home to my perception, ever cost me a pang, or require to be thrown off in a sigh. In the way of literary talk, it is true, the Naval Officer -an excellent fellow, who came into office with me, and went out only a little later- would often engage me in a discussion about one or the other of his favourite topics, Napoleon or Shakespeare. The Collector's junior clerk, too -a young gentleman who, it was whispered, occasionally covered a sheet of Uncle Sam's letter-paper with what (at the distance of a few yards) looked very much like poetry- used now and then to speak to me of books, as matters with which I might possibly be conversant. This was my all of lettered intercourse; and it was quite sufficient for my necessities.

Es una buena lección -aunque puede ser dura- para un hombre que ha soñado con la fama literaria, y con hacerse de un rango entre los dignatarios del mundo por dichos medios, salirse del estrecho círculo en el que sus derechos son reconocidos, y notar cuán totalmente desprovisto de significado, fuera de ese círculo, es todo cuanto logra, y todo lo que se propone. No sé si yo no necesitaba especialmente la lección, ya fuera a modo de advertencia o reproche; pero, en todo caso, la aprendí perfectamente; tampoco, me complace reflexionar, la verdad, en tanto llegaba al hogar de mi percepción, me costó jamás un remordimiento, o requirió ser arrojada en un suspiro. Al modo de una conversación literaria, es cierto, el Oficial Naval -un excelente individuo, quien entró a la oficina conmigo, y se retiró sólo un poco después- regularmente me engancharía en una discusión sobre uno u otro de sus temas favoritos, Napoleón o Shakespeare. El asistente del Recaudador -un joven caballero quien, se murmuraba, ocasionalmente cubría una hoja para carta del Tío Sam con lo que (a la distancia de una cuantas yardas) en mucho parecía poesía- también acostumbraba de vez en cuando hablar conmigo de libros, como asuntos en los que yo pudiera ser versado. Éste era todo mi intercambio letrado; y era por demás suficiente para mis necesidades.

viernes, 18 de abril de 2008

Un cumplimiento

¡Muera el mal gobierno de RIM!
Explico lo anterior. Según mis cuentas y el plan de trabajo que se contemplaba para esta semana, por ningún motivo iba a terminar de copiar esos capítulos de las Memorias que prometí. Y en teoría, si me apegara al nuevo plan de trabajo -intempestivo, improvisado, exigente, ridículo, enervante nuevo plan de trabajo-, no podría terminar ni siquiera la semana entrante.
Sin embargo, como entré en estado de negación (una variante del golpe de estado), decidí mandar a la mierda al arte contemporáneo y a las publicaciones especializadas en arte contemporáneo y a los sitios de internet del arte contemporáneo y a los editores de arte contemporáneo, al menos por esta tarde: me han puesto de mal humor. Y donde me ponga de peor humor, también las ferias de arte contemporáneo se van a la mierda.
Pero no tengo por qué desperdigar esa repulsa como si fuera agua bendita o bala de fusil. Mejor me pongo de buenas (ajá...), mejor lean algunos capítulos de las Memorias (¿debiera decir que estuve muy tentado a copiar el último capítulo porque es _____ [llene con su adjetivo laudatorio preferido]? Pero no, todavía me quedan dos dedos de respeto y me contuve para no arruinarles la lectura.), mejor remato dos pendientes de esta bendita revista, mejor me voy a taladrar los oídos con un concierto de noise que va a estar brutal.
Si el Festival del Centro Histórico no me pone de buenas, entonces voy a tener que consumir una generosa (onerosa) cantidad de cerveza y tirarme a dormir...

cubas
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