jueves, 23 de abril de 2009

Un espíritu festivo

Las Fábulas fantásticas de Ambrose Gwynnett Bierce se publicaron en 1899, y son el libro que debiera acompañar a todo estudiante de primaria. Festejando el Día Internacional del Libro, copio algunas de mis favoritas. Regalen(me) libros: el Diccionario del Diablo debiera formar parte de toda biblioteca, y falta en la mía.

El Principio Moral y el Interés Material
Un Principio Moral se encontró con un Interés Material en un puente cuya anchura sólo daba para uno.
- ¡Al suelo, despreciable criatura -tronó el Principio Moral-, y deja que pase sobre ti!
El Interés Material se limitó a mirar al otro a los ojos sin decir nada.
- ¡Ah! -dijo el Principio Moral, vacilante-, echemos suertes, a ver quién de los dos ha de retroceder para que pase el otro.
El Interés Material mantuvo un silencio impasible y una firme mirada.
- Para evitar conflictos -prosiguió el Principio Moral, algo inquieto-, me agacharé yo para que pases tú sobre mí.
Entonces el Interés Material encontró una lengua, que por extraña conicidencia era la suya, y dijo:
- No creo que me convenga pisarte. Soy algo escrupuloso sobre lo que tengo debajo de los pies. De modo que al agua.
Y así fue.

La Gata y el Rey
Una Gata estaba contemplando a un Rey, como autoriza el proverbio.
- Bien -dijo el monarca al observar la inspección que la gata realizaba de su real persona-, ¿te gusto?
- Aún puedo imaginar un Rey -dijo la Gata- que me gustaría más.
- ¿Cuál?
- El Rey de los Ratones.
El soberano se sintió tan complacido por la agudeza de la respuesta que le concedió permiso para arrancarle los ojos a arañazos a su Primer Ministro.

El León y la Serpiente de Cascabel
Un hombre que se había encontrado en su camino con un León se puso a someterlo por el poder del ojo humano; y no lejos de allí se hallaba una Serpiente de Cascabel dedicada a fascinar a un pajarillo.
- ¿Cómo te va, hermana? -dijo el Hombre al otro reptil, sin apartar sus ojos de los del León.
- De maravilla -dijo la serpiente-. El éxito es seguro: mi víctima se acerca cada vez más a pesar de sus esfuerzos.
- Pues la mía -dijo el Hombre- se acerca cada vez más a pesar de los míos. ¿Estás segura de que es así?
- Si no estás seguro -replicó esl reptil, lo mejor que pudo con la boca llena-, es mejor que lo dejes.
Media hora después, el León, limpiándose pensativamente los dientes con las uñas, le contó a la Serpiente de Cascabel que jamás en toda su variada experiencia de ser sometido, había visto a un amansador que intentara tan seriamente abandonar el trabajo.
- Pero -añadió con amplia y significativa sonrisa-, le he mirado atentamente a la cara.

El Médico Compasivo
Estando sentado un Médico Bondadoso junto a la cabecera de un paciente aquejado de una enfermedad incurable y dolorosa, oyó un ruido detrás de él, y al volverse, vio a un gato que se reía de los débiles esfuerzos que realizaba un ratón herido por salir a rastras de la habitación.
- ¡Bestia curel! -exclamó-. ¿Por qué no lo matas de una vez como un caballero?
Se levantó, echó al gato de una patada y, cogiendo al ratón compasivamente, le alivió sus desdichas arrancándole la cabeza. Llamado nuevamente junto a la cama por los lamentos de su paciente, el Bondadoso Médico le administró un estimulante, un tónico y un reconstituyente, y se marchó.

En las puertas del Cielo
Tras abandonar la tumba, una Mujer se presentó ante las puertas del Cielo y llamó con mano temblorosa.
- Señora -dijo San Pedro, levantándose y acercándose al postigo-, ¿de dónde viene?
- De San Francisco -replicó la Mujer con embarazo, mientras grandes gotas de sudor perlaban su frente espiritual.
- No importa, mujer -dijo el Santo, comprensivo-. La eternidad es mucho tiempo; podrás olvidarlo.
- Pero eso, con permiso, no es todo -la Mujer estaba cada vez más confundida-. He envenenado a mi marido. He descuartizado a mis hijitos. He...
- ¡Ah! -dijo el Santo con súbita severidad-, tu confesión sugiere una gravísima posibilidad. ¿Eres miembro de la Asociación de Mujeres de la Prensa?
La Mujer se irguió y dijo con calor:
- No.
Las puertas de perlas y jaspe giraron sobre sus goznes de oro, produciendo una música de lo más encantadora, y el Santo, apartándose a un lado, hizo una inclinación de cabeza y dijo:
- Entra entonces a tu eterno descanso.
Pero la Mujer vaciló.
- El envenenamiento..., el descuartizamiento..., el... el... -tartamudeó.
- No tienen importancia. No vamos a ser tan rigurosos con una dama que no ha pertenecido a la Asociación de Mujeres de la Prensa. Toma un arpa.
- Pero solicité el ingreso: me rechazaron.
- Entonces toma dos.

Santo y Pecador
- Amigo mío -dijo un distinguido oficial del Ejército de Salvación a un Pecador Muy Malvado-, una vez fui borracho, ladrón y asesino. La Divina Gracia me ha hecho lo que soy.
El Pecador Muy Malvado lo miró de arriba abajo.
- En adelante -dijo-, imagino que la Divina Gracia dejará a la gente en paz.

El Lobo y el Cordero
Un Cordero, perseguido por un Lobo, fue a refugiarse en un templo.
- Si te quedas ahí -dijo el Lobo-, te cogerá el sacerdote y te sacrificará.
- Igual me da ser sacrificado por el sacerdote que ser devorado por ti -dijo el Cordero.
- Amigo mío -dijo el Lobo-, me duele verte enfocar tan importante cuestión desde un punto de vista puramente egoísta: para mí no es igual.

El Lobo y los Pastores
Al pasar un Lobo ante una cabaña de pastor, se asomó y vio a unos pastores comiendo.
- Pasa -dijo uno de ellos irónicamente-, y participa de tu plato favorito: pierna de cordero.
- Muchas gracias -dijo el Lobo marchándose-, pero debéis disculparme; acabo de tomarme un cuarto trasero de pastor.

El Milano, las Palomas y el Halcón
Unas Palomas que corrían peligro de que las atacase un Milano pidieron a un Halcón que las defendiese. Éste consintió, y tras ser admitido en el corral, esperó al Milano, lo apresó y lo devoró. Cuando estuvo tan saciado que apenas podía moverse, fueron las agradecidas Palomas y le sacaron los ojos.

El Lobo y el Bebé
Pasaba un Lobo Famélico por delante de la puerta de una casita del bosque, cuando oyó a la Madre que le decía a su bebé.
- Cállate, o te arrojaré por la ventana y te comerán los lobos.
Así que se quedó apostado bajo la ventana todo el día, sintiendo más hambre cada vez. Y por la noche, el Viejo, al regresar de la tertulia del pueblo, arrojó por la ventana a la Madre y al Hijo.

Bierce, Ambrose. Fábulas fantásticas (1899). Trad. Francisco Torres Oliver. Madrid: Valdemar, 1999.

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