Elmer Davidson [sic]
21/ene/07
Leo en La letra E de Augusto Monterroso (citando a Claude Roy): “hay un asombro, en el fondo bastante general, que invita a la mayor parte de los hombres a preguntarse, cuando existen tantas cosas apremiantes, placenteras y útiles en la vida, por qué, en lugar de vivir, los autores escriben.”; y la pregunta es tan generalizada que aún los propios autores se cuestionan, sin duda.
Cuando se le pregunta a un escritor por qué escribe, la respuesta nunca es fiable, salvo en un caso: “no lo sé”; habrá sin duda quien diga que es un ejercicio catártico, o que lo hace por diversión, por necesidad, por obligación, por solicitud de otro, pero lo más razonable es dudar.
En todo caso, una pregunta más adecuada sería desde dónde escribe: a veces desde la furia, el hastío, el mero aburrimiento, una alegría envidiable, el miedo, la curiosidad, la obsesión, el deseo o simple lujuria (cada quien escoja la de mayor pertinencia, que nombres exactos sobran); y entonces la escritura –si nos ponemos maniqueos– se vuelve exorcismo o reiteración.
El autor, entonces, se para en un punto dado, asume una postura, mira hacia cierta dirección y hacia allá enfila el lenguaje; y como puede plantar los pies en el suelo de la desesperación, lo mismo puede pararse en la línea divisoria (si es que tal cosa puede reconocerse) entre la rabia y la tristeza, la risa sardónica y la vergüenza. El autor vuelve viajero al lenguaje, que emigra entre territorios para llegar a un destino que puede ser el punto de partida, muy otro lugar o ninguno.
Y hasta yo estoy dudando los motivos por los que debiera entender esto en términos geográficos, pero antes de razonar me respondo: todo texto literario tiene rasgos autobiográficos que el autor no podrá dejar de verter. Así, tampoco podrá evitar alguna intención de que esas experiencias pasen del texto al lector, y que se llene de melancolía o asco o gusto por una ciruela fría: su emoción (que he de admitir que no me convence la palabra, pero no puedo pensar en otra) se extiende, como las vibraciones de la lluvia golpeando un espejo de agua, abrazando todo lo que encuentran a su paso.
21/ene/07
Leo en La letra E de Augusto Monterroso (citando a Claude Roy): “hay un asombro, en el fondo bastante general, que invita a la mayor parte de los hombres a preguntarse, cuando existen tantas cosas apremiantes, placenteras y útiles en la vida, por qué, en lugar de vivir, los autores escriben.”; y la pregunta es tan generalizada que aún los propios autores se cuestionan, sin duda.
Cuando se le pregunta a un escritor por qué escribe, la respuesta nunca es fiable, salvo en un caso: “no lo sé”; habrá sin duda quien diga que es un ejercicio catártico, o que lo hace por diversión, por necesidad, por obligación, por solicitud de otro, pero lo más razonable es dudar.
En todo caso, una pregunta más adecuada sería desde dónde escribe: a veces desde la furia, el hastío, el mero aburrimiento, una alegría envidiable, el miedo, la curiosidad, la obsesión, el deseo o simple lujuria (cada quien escoja la de mayor pertinencia, que nombres exactos sobran); y entonces la escritura –si nos ponemos maniqueos– se vuelve exorcismo o reiteración.
El autor, entonces, se para en un punto dado, asume una postura, mira hacia cierta dirección y hacia allá enfila el lenguaje; y como puede plantar los pies en el suelo de la desesperación, lo mismo puede pararse en la línea divisoria (si es que tal cosa puede reconocerse) entre la rabia y la tristeza, la risa sardónica y la vergüenza. El autor vuelve viajero al lenguaje, que emigra entre territorios para llegar a un destino que puede ser el punto de partida, muy otro lugar o ninguno.
Y hasta yo estoy dudando los motivos por los que debiera entender esto en términos geográficos, pero antes de razonar me respondo: todo texto literario tiene rasgos autobiográficos que el autor no podrá dejar de verter. Así, tampoco podrá evitar alguna intención de que esas experiencias pasen del texto al lector, y que se llene de melancolía o asco o gusto por una ciruela fría: su emoción (que he de admitir que no me convence la palabra, pero no puedo pensar en otra) se extiende, como las vibraciones de la lluvia golpeando un espejo de agua, abrazando todo lo que encuentran a su paso.
2 comentarios:
Generalmente queremos una receta que nos permita "averiguar" que lleva a las personas a escribir. Pero es como pretender que el músico explique por qué vibra con una partitura, o por que el pintor goza o sufre con las líneas que va plasmando.
El que escribe, establece un puente entre lo que se queda oculto en su cabeza y lo que llega a convertirse en palabra, pero por más que haga no todo logrará plasmarse, la mayoría de las ideas quedarán para siempre dentro de las "sombras de la idea"
Uff... Se me hace que te voy a robar la idea. En algún lugar de este blog hay una cita de Paul Ricoer que ah, qué linda es, y cómo ayuda a aclarar ideas.
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