Hay días en que el sol no navega su ruta con calma, y en su desasosiego se olvida de entibiar el aire o iluminar su propio camino. Hay días en que los cardúmenes de nubes se agolpan, indecisos de ser níveos o mudar la piel y teñirse de púrpura y pez. Hay días en que la música decide desplomarse, dejar de cruzar aire y agua, sentarse en un rincón del que no sale. What if the seas refused to wave? Y hay días en que se siente traicionar las convicciones, en que se eleva la esperanza de que exista un cuerpo inmaterial y presencia ultraterrena.
Si las voces de los fantasmas, entonces una conversación. Si las presencias inmateriales, entonces una sonrisa. Si la comunicación con las esferas superiores, entonces tu consejo. Si solamente quien escuchara, entonces todo lo que hoy te haría sonreír y decirme que no desmaye.
Entonces podría invocarte. What if the words could bring you here? Pero sé que no, que traicionar las convicciones es un retroceso que no se puede operar. Sé que no vienes tú, sino mi recuerdo de ti. Sé que no te hablo a ti, sino que me hablo a mí, que me hablo a través de ti, que le hablo a tu recuerdo en mí. Sé que memoria.
Y sé que memoria es palabra y palabra es virtualidad: te nombro en este momento, estás aquí en cuanto te nombro y te veo caminar hacia mí con ese extraño paso marcial, el brazo estirado y las zancadas amplias, imponente, para sentarte a mi lado con la sonrisa afable a pesar del ceño perpetuamente fruncido. Te veo y en mí te veo, en el corte de los ojos, en las manos y los gestos. Te veo a pesar de que no estás aquí. No estás.
Lentamente esto se remueve, puedo, digging now for the feel of something new. Y a pesar de que se anuncia una nueva luz, ni por pienso el día –este día– es más luminoso.
No importan las condiciones lamentables en que estoy ("se fue por sus tequilas, ¿verdad joven?", dice el taxista en el camino a esta oficina), hoy me reventaron los ojos. Y no puedo hablar, y no puedo pensar, y no puedo decir: sólo sé que tengo las lágrimas en el pecho.
Hace mucho dijiste que mi regalo de graduación iba a ser esa litografía de Dalí que vimos. Aún me la debes, porque aún te debo un título. Hoy empiezo a cobrar y saldar la deuda:
Supongo que tendré que regresar a Hawaii por lo que es mío.
¿Qué quiere decir "pensar en alguien"? Quiere decir: olvidarlo (sin olvido no hay vida posible) y despertar a menudo de ese olvido. Muchas cosas, por asociación, te recuerdan en mi discurso. "Pensar en ti" no quiere decir otra cosa que esa metonimia. Puesto que, en sí, ese pensamiento está vacío: no te pienso; simplemente, te hago aparecer (en la misma medida en que te olvido).
–Roland Barthes, Fragmentos de un discurso amoroso
Hace mucho no platicamos. Al menos no así, in extenso, con mucho que decir. Pero he perdido la cuenta de las cosas que han sucedido, también de las que valdría la pena alguna mención; probablemente olvide algo: sobrevivirá sólo lo que en verdad sea significativo.
Terminé a finales del año pasado (sí, ya mucho tiempo ha) dos libros que en verdad me gustaron; no pude moverme los días siguientes, tal era el cansancio, pero esos dos tienen un brillo especial en mi currículo. Y los menciono a la primera excusa, para hacer alarde de ellos (de mí), para sentir que el esfuerzo y el tiempo que le he dedicado a la edición tienen un peso específico y palpable.
Después siguió un periodo extraño como pocos: sigo sin entender por qué, pero me pidieron que revisara el plan de estudios de una licenciatura en gestión cultural, y que escribiera el programa de ocho materias. Yo, que no he terminado la carrera, que sé eminentemente de literatura y esencialmente nada de gestión cultural o periodismo o comunicación, que no tengo elementos para decir con solvencia si un plan de estudios es adecuado o no. Vamos, es una responsabilidad seria: de una u otra manera, el futuro de un puñado de personas estaba en mis manos. Pero lo hice, con toda la dignidad que pude y la ayuda de muchos amigos que tenían más en claro qué debía hacer.
En el lapso fui a Hermosillo, a ver a Cindy, a madre, a los niños. Especialmente iba a ver a Yarehd, para qué decirlo de otra manera. Cindy me contaba cada semana cómo iban los preparativos de la fiesta, el vestido, los amigos, cómo controlar a la tropa de adolescentes… El día de la fiesta fui a la playa: la última vez que pisé arena fue contigo, hace seis años; estaba pasmado, el mar frío y tranquilo frente a mí, el cielo nublado, el día apenas tibio a mediados de enero en el desierto. Apenas escuchaba lo que me decían. Recordaba las tardes en casa de Lorraine, la morena amarilla que vivía bajo la piedra frente al barandal, la arena gruesa, las cervezas y las discusiones hasta tarde. Y mientras todo eso se revolvía, me hablaban y me preguntaban qué me parecía el paisaje, por qué no decía nada.
Ya en la fiesta, me sentía alejado de todo: los poquísimos adultos estaban ocupados en cuidar que los adolescentes no metieran de contrabando una botella de ron, o se dedicaban a tomar una cerveza que escondían celosamente. Nadie con quien conversar. En toda honestidad, pasé un mal rato: su gusto musical es, por lo menos, irritante. Pero qué importaba si Yarehd se veía hermosa, si la niña de quince años se estaba robando la fiesta entera, si disfrutaba cada canción y bailaba como si nada más importara.
También en ese lapso decidí (me vi obligado) a compartir la casa. Por fortuna la primera chica que llegó es extraordinaria persona, con una historia de vida que abrumaría a casi toda la gente que conozco. Madura, sensata, razonable. Sé de cierto que si no me hubiera relacionado tan limpia y apaciblemente con ella, mi humor sería todavía más violento. Los dos padecíamos una soledad terrible, y ahora, a la distancia, nos hacemos compañía con conversaciones en las que constantemente nos damos ánimos.
Ahora comparto la casa con una sommelier. Me sorprende la claridad de sus ideas y sus decisiones, su madurez, su cordialidad. Le pedí una botella de aquel licor de whiskey que nos tomamos hace unos años; no hay en la tienda en que trabaja, pero me dice que de buena gana me traería una en julio, cuando regrese de Londres. Quería tomarme un vaso hoy, contigo; tendrá que esperar.
El trabajo volvió. Hacía casi un año que no estaba formalmente empleado, y de pronto cayó una oferta, justo cuando empezaba a desesperarme. De nuevo camisa y pantalón de vestir, pero traducir, el solo acto, compensaba ésa y otras incomodidades, como la soberbia idiota de los muchos mercadólogos que me exigían un inglés prístino muy a pesar de su español lamentable. Y traducir, trabajar el lenguaje de otra manera, trabajar el lenguaje mismo.
Después se me anunció otra vuelta a la forma: "Ven, te invito a un proyecto editorial en el que vas a aprender mucho." Admito que lo dudé, pero el sentido común dice que la única manera de devorar mi pasión es no soltarla. Así que de nuevo estoy haciendo libros; unos que me parecen terribles, que no disfruto, que me dan vergüenza (al menos uno), que me hastían. Quiero pensar que una manera de crecer como editor es trabajando libros que no me gustan, conocer sus particularidades; fuera de eso, me cuesta encontrar ese aprendizaje que me prometieron.
Por regla general, consulté contigo muchas de mis decisiones: quizá no siempre me diste el mejor consejo, pero siempre vertiste alguna luz sobre esas dudas, sobre el mejor resultado posible. Y en esto hubiera querido a mi mentor conmigo: me preguntaba (pregunto) cuál sería tu opinión, qué me dirías, cuál sería tu sugerencia a partir de tu experiencia, qué anécdota me contarías.
No sabes de ella –al menos no por mí–, pero una mujer llegó. No recuerdo que alguien me haya querido así: desde el principio me ha procurado, me ha cumplido caprichos varios, me ha tolerado en mis momentos exasperantes, y sigue ahí. Es hermosa en muchos sentidos, es puntillosamente detallista y atenta, es sumamente inteligente (aunque a veces se rehúsa a creerlo). No conoce el alcance de su influencia en mi persona: puedo relacionarme un poco más con una mujer, procurar su felicidad y ver en eso algo de la mía, entiendo que el veneno de mi voluntad y de mi ira han alejado a mucha gente, hay una brizna de calma.
Me avergüenza no quererla, o no en la misma medida que ella, a pesar de que lo he intentado tantas veces. Recordó tu cumpleaños, sin que yo dijera nada en las semanas pasadas. “Me tomo la licencia (disculpa por eso) de felicitar a quien cimentó a ese hombre que eres ahora.” No podrías decirme que no es una mujer magnífica.
Ya ves (lo sabes, siempre) que mi vida es parca, que se parece en mucho a la tuya. Hay tanto en lo que te reconozco. Las metonimias se enciman, desde el espejo hasta la ira y la voz ronca, en las manías y los gustos. Es ausencia imposible, si el referente pervive en tantos espacios que se llenan sin siquiera evocar, que se llenan de manera incompleta.
En el corazón de todo eso es difícil no pensarte. Sé que la escritura no compensa nada, no sublima nada, que es precisamente ahí donde no estás (Barthes de nuevo), pero ésta es la necesidad de conversar contigo.
[Ustedes disculparán, pero esta conversación es exclusivamente de dos.]
And terrible as it seems, and actually is, I admit it; and I'd love to see that dress rolling around, close to me. Soon I might be deprived of even the slightest of it, and such is indeed painful.
Hace dos días fue el aniversario luctuoso de Allen Ginsberg. Podrían encontrar anécdotas hermosas como el día en que los Beatles -poco después de que pusieran pie en Nueva York- se sintieron intimidados ante la presencia de Ginsberg, invitado personal de Bob Dylan; y entre anonadado y confuso, incómodo por el silencio que había en la sala, se sentó en las piernas de John. "Dime John, ¿te gusta la poesía?" Y raudo negó. "Ah, no mientas: tu favorito es Blake", se escucha entonces en la voz mordaz de Yoko. Allen Ginsberg, en cierto sentido, es el paradigma del poeta contemporáneo que conjuga dos tradiciones. Por un lado, el poeta maldito que explora los bajos fondos y conoce por experiencia propia la mezquindad humana, que está dispuesto a consumir el mundo en todas sus formas, radical, contestatario y crítico; se declaró abiertamente homosexual temprano en su carrera -cosa locamente escandalosa en los cincuenta, en especial para un judío; en terrenos del arte, también constituía algo cercano al suicidio- y consumió todas las drogas que existían en su tiempo. Por otro lado, era practicante poco ortodoxo del budismo zen, sobrio, moderado, de conocimiento enciclopédico. Ginsberg podía ser a la vez el Beaudelaire de cabello teñido de verde y el Kenneth Rexroth que traduce poetas místicas japonesas. Y así como la poesía de Ginsberg es sumamente personal, me siento movido a recordar el impacto que tuvo en mí, esa clase de literatura norteamericana en que escuché una grabación del "Howl" en su voz y sentí cómo me golpeaba la espalda, el ritmo que no podía alejar y que tuve que imitar de alguna manera, la profundidad con que entendí Estados Unidos a través de algo más potente que la crónica histórica o la propia imagen directa. Sin embargo, no es justo: todo eso se volvió mío de una manera, pero puede ser de alguien más de otro modo.
I. Pasada la medianoche de ayer caí en cuenta de qué día es hoy. "No desmayes" me dijiste un día en que ambos estábamos en condición precaria; desde hace dos meses es frase que trato de grabarme en los brazos para tenerla presente, cerca del corazón: no desmayes, no te rindas, no ceses, pues el trabajo es apenas la sombra de todo lo que debes hacer, apenas una fracción del esfuerzo. Y sin embargo he caído, en términos reales y no retóricos, rendido ante el cansancio, el momento, el panorama, el día de hoy, y especialmente el de ayer; hay quien dice que también ante ti. Quizá sea cierto y me esté empecinando en hundirlo todo. Tu cumpleaños fue amargo, el día fue el más espeso, y la turbulencia ingente. Hoy no. Es factible considerar que mi atención está empantanada con las reflexiones de filósofos soberbios y artistas en el vértigo de sus procesos creativos. No recuerdo un momento en que el cansancio se tradujera en dolor crudo.
II. La extravagancia del título me llevó a leer un artículo de física en Nature. Demonología por una parte; la física al otro lado. La curiosidad. ¿Saber qué? ¿De dónde obtener energía o los medios para transformarla? La segunda ley de la termodinámica cobra sentido ontológico cuando la definición de 'sistema' se considera en términos orgánicos. Tuve que escribirla inmediatamente, para tenerla como recordatorio y mirar el sistema en su conjunto, a la distancia, y modificarlo.
III. Efectivamente el día ha sido más ligero que en otras ocasiones. Si me aficioné al jazz hace tiempo es debido a ti, y ahora es más llevadero el día.
Hace treinta años, Ian Curtis consumó una decisión. La semana pasada, discutiendo con mi alumno sobre la Libertad, le decía que comprendía a quienes se quitaran la vida a razón de un dolor físico intolerable (el suicidio: el gran ejercicio de libertad de los existencialistas franceses; ah, qué pereza me dan la mayor parte del tiempo), mas no por una condición psicológica o una situación coyuntural. Me guardo el comentario al respecto que mi misántropo está arrojando desde el fondo de mis costillas: no hay necesidad de amargar la tarde. Al margen de lo que yo pueda considerar reprobable o admisible, el hecho es que la música tomó un rostro nuevo con tan sólo dos discos de Joy Division, y probablemente sería tanto más interesante si Curtis viviera o hubiera vivido unos años más. Alcanzo a ver, en mi fantasía, un disco más, por el cual el Madchester fuera más hondo, el glam metal gringo no tuviera la menor justificación, el pop noventero (las Spice Girls, específicamente) no encontrara sustento, el grunge fuera más ordenado y reactivo. Pero no es así: la memoria de Ian Curtis se sustenta –lamentablemente; primordialmente– en su muerte, en las posibilidades del rumbo que pudo tomar Joy Division y la música en general (como yo mismo especulo), en constituirse leyenda, alma atormentada en resonancia con los mares de adolescentes (todos los que somos y fuimos) en desasosiego. Un héroe para quienes no encuentran pertenencia y a quienes habla directamente, desde la misma experiencia. Los grandes lo serán por sus actos.
All she ask's the strength to hold me Then again the same old story
Doug Savage, además de dibujar un cómic maravilloso (PROD3000 es el epítome de muchos de mis trabajos), acaba de animar "July flame" de Laura Veirs. Y está increíble.
En definitiva, si hay algo que me parece aburrido ad nauseam es que los videos musicales sean una larga toma de los músicos. Por eso precisamente el stop-motion me parece tan relevante en un momento en que contar historias o materializar visualmente una idea corre el riesgo constante de caer en lugares comunes o mantenerse al margen de construir un objeto (el video) que trascienda a su pre-texto (la canción) y se constituya un objeto autónomo, o tanto como le sea posible. [Ahora que lo considero, sirva esto de pequeño regalo de cumpleaños a mi sobrina, aunque la posibilidad de que lo vea va de ínfima a nula.]
De una manera extraña, quizá perversa, este post habrá de servir como buen deseo. Ante mis ojos falleció un compañero de oficina hace una hora. De corazón, espero que llegue a buen puerto.
No era legal que estuviera siquiera en el bar, aunque la bar-tender no dejó de servirme vodka con jugo de arándano. Me sobraban las licencias para tener esa sonrisa de idiota. Tres días después me rompí la nariz, y lo que en verdad me enfurecía era "interrumpir" el momento: el dolor, siempre pasajero e incierto amigo, no mella ahí.
Life is what happens to you while you're busy making other plans.
Yesterday was dramatic, today is [almost] OK. Ahora que ya puedo ordenar mi cabeza en lugar de que me revienten las tripas a alta temperatura, presto atención a lo que debí hacer ayer. ■ Les advertí en su momento, y ya empieza: 1 y 2. Me enorgullece decir que rara vez me equivoco: las dos ediciones de la Caza me respaldan. Acepto que me hubiera encantado leer cuentos nuevos, pero cuando uno está afinando detalles de una ponencia, el tiempo se va entre los dedos. ■ Una amiga muy querida me pide un favor que no puedo negar: "A todos mis amigos, ayúdenme a vender [o comprar, en su defecto] los cuadros de mi madre: si saben de alguien que quiera remodelar la sala o la oficina, échenles el ojo". Y puesto que la dama de suso pidió el don a este caballero, con juramento de no perjuriar la mía honra, y en viéndome obligado por las leyes de caballería y la honrada memoria de mi facienda, cumplo la dona de grado y con promesa de non la dejar fasta que la prenda sea pagada. [Me cae que voy a volver a pescar el Amadís; la pura onda.] ■
Las Rolotas del día de hoy van en honor a Lux Interior, "el híbrido psico-sexual del infierno entre Elvis y un hombre lobo" (no me digan a mí: así dice en la biografía de la página), uno de los psicópatas más encantadores que el rock haya conocido. Ayer por la noche me enteré de su fallecimiento, y lamento terriblemente no haber visto a The Cramps en vivo. Una parte importante de la música que más me divierte y me emociona encuentra sus raíces en ellos; y otros tantos que no me divierten, pero hacen un trabajo razonable, se cuadran cuando los escuchan mentar. No tenía intención de publicar nada, porque no tengo nada que decir. Sin embargo, música no apta para personas de buenas costumbres, estrecho criterio, susceptibles ante la ofensa o que sencillamente no aceptan que otros pueden divertirse más.
She, who is still one of the most important women in my life, just lost someone she loves. It is my time to pay and be there with her, as she was for me. On Saturday, the family will hold a funeral mass, which we all will attend; I hate such to be the reason to meet her once again. And even though I know her feeling about it, for sure I will be horribly unable to say a word, as it has always been. For that I am sorry. And sad.
She, who for years has been one of the most important women in my life, who has loved me to an extent I cannot requite, who has been the factual demonstration that love is deserved and happens in spite of your will, who has supported me in ways I have not even had notice of, departed today for Barcelona.
My best will goes with her, and from the bottom of my heart, I expect her to be happy, something I couldn't do back in the time. Somehow, I should feel a deep loss, but the only sadness is that of never really talking to her, and probably not having such a chance again.We are different people.