martes, 18 de mayo de 2010

Un modesto tributo

Hace treinta años, Ian Curtis consumó una decisión. La semana pasada, discutiendo con mi alumno sobre la Libertad, le decía que comprendía a quienes se quitaran la vida a razón de un dolor físico intolerable (el suicidio: el gran ejercicio de libertad de los existencialistas franceses; ah, qué pereza me dan la mayor parte del tiempo), mas no por una condición psicológica o una situación coyuntural. Me guardo el comentario al respecto que mi misántropo está arrojando desde el fondo de mis costillas: no hay necesidad de amargar la tarde.
Al margen de lo que yo pueda considerar reprobable o admisible, el hecho es que la música tomó un rostro nuevo con tan sólo dos discos de Joy Division, y probablemente sería tanto más interesante si Curtis viviera o hubiera vivido unos años más. Alcanzo a ver, en mi fantasía, un disco más, por el cual el Madchester fuera más hondo, el glam metal gringo no tuviera la menor justificación, el pop noventero (las Spice Girls, específicamente) no encontrara sustento, el grunge fuera más ordenado y reactivo.
Pero no es así: la memoria de Ian Curtis se sustenta –lamentablemente; primordialmente– en su muerte, en las posibilidades del rumbo que pudo tomar Joy Division y la música en general (como yo mismo especulo), en constituirse leyenda, alma atormentada en resonancia con los mares de adolescentes (todos los que somos y fuimos) en desasosiego. Un héroe para quienes no encuentran pertenencia y a quienes habla directamente, desde la misma experiencia.
Los grandes lo serán por sus actos.


All she ask's the strength to hold me
Then again the same old story

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