martes, 26 de agosto de 2008

Festejar muchas cosas

Considerando que la población de la licenciatura en Literatura Latinoamericana de la Universidad Iberoamericana se componía (al menos hasta hace tres años) en 80 % o más de chicas, tengo más amigas que amigos desde hace varios años. Para este momento, casi todas han terminado ya la carrera, y algunas ya están haciendo la maestría. "¿Y tú qué estás haciendo?" Pos aquí nomás, fingiendo que aplico (tangencialmente) lo que aprendí en tres años: ¿quién dijo que la ciencia dura no está estrechamente relacionada con la metáfora y la metonimia y el Siglo de Oro español y los románticos alemanes y la vanguardia? Todo es cosa de hurgar [sic]...
Justo durante ese último semestre que cursé, algunas de ellas tomaron una materia de escritura creativa -con especial énfasis en el microrrelato- con Raúl Renán, escritor que trabaja un chorro de géneros, en particular poesía y minificción. Algo encaprichadas (habrán de perdonarme: denme un párrafo y me explico), publicaron una somera (¿podía ser de otro tipo?) selección de esos cuentitos. Me acuerdo que a lo largo del curso tuvieron ríspidas discusiones con un par de mequetrefes que se creían en condiciones de corregir a Barthes y a Todorov y a Frye y a Benjamin y a Adorno y a cualquier otro miembro del panteón de la teoría y la crítica literaria; con esa poderosa confianza en sí mismos, fundaron -con otros compañeritos igualmente soberbios- una revista de literatura que, si mal no recuerdo, tenía por objetivo difundir lo más arriesgado y novedoso de la narrativa actual, así de pretencioso como lo leen. No tengo que apuntar que siempre vi con malos ojos esa revista, desde el mismo día en que me invitaron a participar y decliné cortésmente, empezando por que el título (que me voy a cuidar de mentar: uno nunca sabe qué calaña de escoria metichea en un espacio público como éste) es uno de los más insulsos que he escuchado en años.
El asunto es que este par de mequetrefes se negaron categóricamente a formar parte de la selección que se publicó bajo el cobijo de Renán, a menos de que tuvieran el control de la edición. Huelga decir que mis amigas, además de ser relindas, son reinteligentes y nada les costó mandarlos a la mierda, con argumentos de sobra. Total, si no se quieren incluir, ¿para qué hacer el esfuerzo? Y qué bueno que lo hicieron: alguna vez me mostraron uno o dos de los cuentitos de esos lelos y tuve el impulso de quedarme a la clase y despedazarlos. Ah, ahora que recuerdo, a uno de ellos lo despedacé en otra materia... Ups.
En fin, las señoras heroínas de esta historia imprimieron su libro, lo engargolaron y lo presentaron con fanfarrias en uno de los auditorios de la universidad. Me regalaron un ejemplar, y una vez cada cuanto lo leo, ya por metichería, ya por nostalgia (¿snif?). Y cada vez que lo leo, no puedo dejar de observar la dimensión caprichosa de esto: de un lado, la selección trastabillea y no todos los cuentos gozan de buena salud (de hecho, me gustan menos de la mitad); del otro, la edición adolece de faltas de ortografía, algunas penosas. Ellas me podrán decir que fueron sus pinitos, así que alguna licencia tenían, pero yo podría objetar que...
En fin, conteniendo mis impulsos de furioso corrector y editor, hoy vengo a copiar mis favoritos, que además son de la misma autora. A fin de reconocer y ensalzar su autoría, su nombre es Laura Vizcaíno; y métanselo en la cabeza, que las costillas me apuesto a que le van a leer más. Aquí me siento impelido a mencionar que el sábado festejó su cumpleaños en un antro buena ondita del sur de esta ciudad. A pesar de ser un exquisito en términos musicales (ya se habrán dado una idea con esas rolotas que escuchan aquí), puedo fingir demencia y tolerar joyas como el popurrí en vivo de Luis Miguel y los sencillos de Belanova y la vanguardia del reggaetón y (mi favorito) electrónica que no entiende de melodía y aparentemente tampoco entiende cómo funciona el ritmo. Sin embargo, por ningún motivo tolero a un mesero imbécil al cual tengo que pedirle seis veces -casi en tono de discusión- que me sirva una cerveza barata que me cobra a precio de alemana con levadura viva, que además me entrega caliente, de mala gana y encima me cobra la propina; si a eso le sumamos a los otros tres meseros a los que les pedí una cerveza y al bartender que me dijo que no me podía servir y al pendejo cajero que también me quiso cobrar la propina (¿quién carajos se merece una propina por sólo recibir dinero?), pues jodida la cosa y ladra como si en verdad te fueran a escuchar. En cuanto llegué a mi casa, lo primero que hice fue enviarle el siguiente mensajito: "Y si esto no dice cuánto y cuánto y cuánto te quiero, entonces hoy mismo me divorcio de mis gatos...".
Dicho todo lo anterior:
Llovizna
Tu amor es así de natural: altera el ambiente para nada, sólo para ensuciar.

Primer deseo
El genio apareció a mitad del desierto dispuesto a conceder tres deseos al primer peregrino que pasara por ahí. Seguro de su omnipotencia y colmado de vanidad y soberbia, se sentó a esperar a algún suplicador de milagros.
De repente, un hombre pasó de largo, por lo que el genio, lleno de ansiedad por mostrar sus poderes, tuvo que interponerse en su camino. Aquella persona, que parecía más necesitada que nunca, pronunció su primer deseo: "Protégeme de lo que quiero" y el genio tuvo que desaparecer.

Pura vanidad
Cuando desperté, él ya estaba encima de mí, tomándome con sus manos callosas, restregándome contra el estiércol del piso, infectándome de su aliento a pescado encerrado. Traté de defenderme jalando sus cabellos y lo único que logré fue llenarme los dedos de algo pegajoso, y cuando quería golpearlo mis manos se pegaban a su piel. Él intentaba sujetarme la cara mientras olía el sudor de sus brazos que goteaba en mis ojos. Cuando mordió mis labios y simuló un beso, había algo más que saliva en esa boca, como trozos de pellejos y semillas, un sabor agrio, mezcla de sus secreciones que me obligaba a probar. Cuando sentí todo el bulto de mugre dentro de mí, ya no pude hacer nada. Volteé a ver las ratas que me habían rodeado desde el principio y las envidié profundamente.

Las Aurelias
La medusa Aurelia discurre en el océano. Baila, gira e inventa muchas historias en su mente. La medisa tiene muchos amigos y familia, pero el día de hoy se siente sola. El meduso de sus sueños no ha aparecido, no lo conoce y nunca lo conocerá, porque nadie le ha explicado que para meducir a un meduso se necesita medusearlo de rosa, meduciar cada endodermo con todos sus tentáculos hasta saciarlo de dulces meduceos.
Así que la medusa Aurelia está llorando, pero ¿quién se atreverá a explicarle que para tener meducitos necesita que su plánula se fije en el fondo marino para formar un pólipo?
Hay tantos medusemas problemáticos que las medusas mayores prefieren mantener en secreto y no se dan cuenta que las Aurelias ya están en extinción.
Extrañamente, hace un par de semanas me escribió pidiéndome consejo sobre una minificción que le publicaron en una página de internet. "Apelo a tu experiencia y conocimiento". ¿Y qué corchos tengo yo que aconsejarle? Como si no escribiera de darme envidia...

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