Incuestionablemente (lamentablemente) el mundo está infestado de imbéciles; según una teoría que escuché hace poco, debido al cambio climático los únicos seres vivos capaces de poblar la tierra en un futuro cercano serán cierto tipo de cucarachas que comienzan a adaptarse a climas más cálidos y húmedos y los imbéciles. Es una pena que no formen parte de la lista de especies en peligro de extinción: sería la única que reportaría provecho si desapareciera.
Lo grave del asunto es que vivo con un ejemplar de ésos, y no siendo suficiente tolerarlo, tuvo el cinismo de llevar a la novia con él y encima querer imponerse. Pero el quid de esta entrada no es mi desprecio por los imbéciles, sino muy otra cosa.
La Caza abrió formalmente el día de ayer -y después de más de un año- su convocatoria para la segunda edición. En esta ocasión, en lugar de poner a los concursantes a escribir los textos más variopintos y de más diversa naturaleza y técnica (como fue nuestro caso), los doce gallardos seleccionados tendrán que retocar una novela corta de su autoría.
Presumo (y ellos me habrán de disculpar si no he revisado sus blogs, pero -para no variar- le robo el tiempo a esta oficina para escribir estas líneas) que los demás participantes de la primera Caza han comentado algo al respecto. De algunos sé de cierto que no van a presentarse a esta segunda convocatoria (cito textual la mejor respuesta: "Sería de mal gusto ganar dos veces seguidas"); de los otros lo deduzco debido a las respuestas que dieron a su salida: el consenso es que fue una linda experiencia, pero fue una y suficiente. Yo, por mi parte, no puedo participar por motivos técnicos: ni tengo una novela corta registrada en Indautor, ni escrita, además de que la planeada versa precisamente sobre la vida y obra [sic] de Julián Iriarte, así que la cosa del anonimato se ve soterrada, por decir lo menos.
Considerando lo anterior, no los conmino, sino que prácticamente les exijo que sigan el concurso y lean con regularidad a los autores participantes: este blog se debe a la Caza, así que vayamos a ella y leamos, seamos críticos, vilipendiemos a quien nos parezca que no es un buen autor y apoyemos a quien sí. Tengan una sola cosa en consideración: estar allí adentro implica una carga impresionante de esfuerzo, trabajo, disciplina y desvelos, pero sin duda es harto más divertido que penoso.
En conclusión, llegado el momento escojan a su presa y tiren certero: si es escritor, con su más afilado comentario; si es imbécil, con el fusil que tengan más a mano.
La Caza abrió formalmente el día de ayer -y después de más de un año- su convocatoria para la segunda edición. En esta ocasión, en lugar de poner a los concursantes a escribir los textos más variopintos y de más diversa naturaleza y técnica (como fue nuestro caso), los doce gallardos seleccionados tendrán que retocar una novela corta de su autoría.
Presumo (y ellos me habrán de disculpar si no he revisado sus blogs, pero -para no variar- le robo el tiempo a esta oficina para escribir estas líneas) que los demás participantes de la primera Caza han comentado algo al respecto. De algunos sé de cierto que no van a presentarse a esta segunda convocatoria (cito textual la mejor respuesta: "Sería de mal gusto ganar dos veces seguidas"); de los otros lo deduzco debido a las respuestas que dieron a su salida: el consenso es que fue una linda experiencia, pero fue una y suficiente. Yo, por mi parte, no puedo participar por motivos técnicos: ni tengo una novela corta registrada en Indautor, ni escrita, además de que la planeada versa precisamente sobre la vida y obra [sic] de Julián Iriarte, así que la cosa del anonimato se ve soterrada, por decir lo menos.
Considerando lo anterior, no los conmino, sino que prácticamente les exijo que sigan el concurso y lean con regularidad a los autores participantes: este blog se debe a la Caza, así que vayamos a ella y leamos, seamos críticos, vilipendiemos a quien nos parezca que no es un buen autor y apoyemos a quien sí. Tengan una sola cosa en consideración: estar allí adentro implica una carga impresionante de esfuerzo, trabajo, disciplina y desvelos, pero sin duda es harto más divertido que penoso.
En conclusión, llegado el momento escojan a su presa y tiren certero: si es escritor, con su más afilado comentario; si es imbécil, con el fusil que tengan más a mano.
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