lunes, 4 de agosto de 2008

La verdad

¿Decirla o callarla? ¿Apegarse a los hechos o tergiversarla? ¿Hacerla pública o restringirla a los dominios de lo privado? ¿Decirla completa o reservarse algo? ¿Aceptarla serenamente o renegar con virulencia de ella? ¿Atenerse con responsabilidad a ella o afrentarse debido a ella? ¿Abrazarla o abrasarla? ¿Apreciarla o temerle? ¿Defenderla o pasarle por encima?
Mi constitución moral me prohíbe mentir y no lo hago, particularmente para las cosas que me son de mayor importancia. A veces el asunto se vuelve cruel y uno se ve orillado a responder cosas que no quisiera decir o dice cosas que otros no quisieran escuchar, pero el ministerio de la verdad -al menos en un mundo ideal, donde los ciudadanos detentan valores- tendría que ser irrestricto y público ante todo: ¿a poco no sería bien lindo si todos nos dijéramos la verdad y, sobre todo, si aceptáramos esas verdades? Supondría, primero que nada, que somos conscientes de nosotros mismos y también de los demás, y en función de ello podríamos discriminar lo cierto de lo falso. Aunque quizá Nietzsche ya me hubiera dado una zarandeada y me gritaría al oído que sólo los valientes son capaces de soportar la verdad.
Pero ante todo, hay que decir la verdad ante todos, ya sean desconocidos, conocidos, burócratas de oficina de gobierno y dependencias judiciales, amigos, necios, los que nos quieren, los que uno quiere, los que no, la familia, el cocinero que les ha servido la peor sopa que han comido en toda su vida (a él en especial hay que decirle la verdad), los desterrados... Reza ese dicho absurdo que el mundo requiere de la hipocresía para sobrevivir, pero yo no estoy de acuerdo.
Y aunque no puedo poner la mano sobre una Biblia (pero sí puedo ponerla sobre Iliada y Odisea, o el Amadís, o Si una noche de invierno un viajero, o El Principito, o...), juro decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad:
- Quiero y extraño a mis niños, a todos.
- Quiero terrible y vibrante e incendiariamente a una mujer.
- Soy fan del chocolate.
- Soy workaholic.
- Detesto el kitsch.

7 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy buena entrada, el problema está en la definición de verdad y en el uso que cada quien le da.

Anónimo dijo...

¡Ah! Coincido. La verdad ante todo.
Aunque una que otra vez me han visto con ojos de pistola por decir verdades...

Pero, admito que me siento mejor cuando digo la verdad. Y he ayudado a varios haciéndolo...

Mmm, bueno, es todo, creo...

Julián Iriarte (bueno, ya: Oliver) dijo...

Xotla: ingrata cosa ésa de la relatividad. Y otra vez: se requiere conciencia para discernir.
Ellisse: precisamente, por decir la verdad me he visto un chorro de veces ante ojos de escopeta y fusil... Chin.

Anónimo dijo...

No entendí Oliver, por favor ayudame.

¿Cómo puedes discerinir si algo es verdadero por medio de la conciencia?

Saludos.

Julián Iriarte (bueno, ya: Oliver) dijo...

Espero ser claro: se requiere conciencia de uno mismo y del objeto en cuestión, de las particularidades de cada uno, del contexto de cada uno; no es la conciencia en sí misma, sino un cúmulo mayor de factores. Sin embargo, si uno no tiene claro eso, si no lo puede relacionar, si ni siquiera puede decir por propia cuenta qué le es verdadero, pues seguro que no podrá discernir.
Estimados (dos) lectores de estos comentarios: disculpen si nada de lo que he dicho tiene un gramo de claridad. Me he metido en un escollo y no he sabido salir de él.

Anónimo dijo...

Querido Oliver, la humanidad está metida en ese escollo y no sabemos cómo salir de él.

El conocimiento de “la verdad” según los científicos (y la única definición que me convence) es inalcanzable, pero se le puede hacer algunas aproximaciones, hasta dar márgenes de error es posible en algunos casos, es tan dócil que se deja poner a prueba una y otra vez, a lo mejor sabe que de cualquier forma es inasequible.

Cualquier otra verdad que se me proponga carece de argumentos que sean comprobables y ante los cuales me siento un completo neófito; tiendo a clasificar a esas verdades como opiniones personales, como todas las que dejo en tu blog, que distan mucho de tener algo de veracidad.

Saludos.

PD. Compré un libro con varios trabajos de Samuel Beckett, la lectura está pesada y agradable, como esos cafés turcos; gracias una vez más por la recomendación.

Julián Iriarte (bueno, ya: Oliver) dijo...

Admitamos una cosa: nos encanta meternos en escollos. Y lo mejor de todo esto es que estoy perfectamente de acuerdo contigo, salvo por un punto: no coincido en que tu opinión carezca de veracidad.
Beckett es difícil (sobre todo el teatro), pero es sorprendente: algo le tenía que aprender a Joyce en sus años de secretario.