jueves, 31 de julio de 2008

Lingüística aplicada

I.
Miércoles, 12:10 am. Para este momento el metro ya cerró sus puertas, así que no tiene el menor caso correr; por el contrario, mejor prepararse para cruzar de nueva cuenta esta universidad de madrugada y hacerlo tan agradable como lo permita la noche. Por lo demás, caminar es mi único ejercicio y si lo he hecho durante cuatro horas seguidas, poco me afectan estos treinta minutos que se avecinan.
En el estacionamiento encuentro un auto con las luces encendidas, lo cual es cosa poco común; pero por supuesto debe haber más como yo que se quedan hasta alguna hora de la noche haciendo algo en su oficina o su cubículo o su laboratorio o sabrán los dioses qué. Salgo del estacionamiento y el auto en cuestión me alcanza: "¿Qué rumbo llevas?" y el conductor me ofrece un aventón; me pregunta dónde trabajo, qué hago, qué hago aquí a estas horas, pero su esposa, sumida en el asiento del copiloto, guarda un silencio sepulcral. Pasados dos minutos, yo también guardo silencio.
Llegamos a nuestro destino, seis inmensos minutos después, y el conductor me vuelve a interpelar, no recuerdo sobre qué; lo que sí recuerdo es que me preguntó mi nombre y acto seguido les agradecí.

II.
El domingo tuve el impulso de escribirle a una mujer a la que quiero terriblemente; impulso bastante inusual, he de anotar: mi disposición para escuchar o leer a alguien más es constante, aun cuando mi paciencia no es avasalladora y el tiempo es un bien que no me sobra. Sin embargo, no sé decir, no inicio conversaciones, no les doy mayor continuidad, no sé darles continuidad, no sé establecer empatía.
Pero volviendo de la digresión. Me decía que justo un día antes revisó los mensajes que le he mandado (asumo que desde enero) y se preguntaba si me acordaría de ella. Lo mejor que pude hacer en mi defensa, estúpido como suelo ser, fue albergarme en el trabajo y la falta de tiempo, y pedir paciencia. Y no sé si me desarmó o me pasmó, pero ya no pude decir más nada ante lo que leí (cita editada: el amor no quiere decir que deje de lado mi trabajo y la corrección de estilo): "Soy una mujer muy impaciente, pero contigo tiene que ser diferente, a ti aprendí a quererte, extrañarte y comprenderte en tan poco tiempo que sólo dejo que lo demás suceda".
Justo como en ese momento, no sé qué apuntar. Extendiendo el ejercicio de silencio que precedió a ese mensaje, se sigue que he de mantenerme callado; ¿cómo decir?

III.
En repetidas ocasiones y distintas personas me han acusado de que mi silencio es violento; alguna razón he de darles -más por la insistencia y la repetición no intencionada-, pero también debo anteponer una respuesta. El silencio, como toda palabra, como cualquier significante, como toda entidad perteneciente a la estructura de un sistema lingüístico, carece de significado en sí mismo: en un sistema de signos, sólo hay diferencias, definición por oposición, no existencia sustancial. A nivel discursivo, sin embargo, el silencio -y todo significante- se convierte en un signo, pues se carga de significado o alguien puede imponerle uno: entre otras cosas, en la carrera aprendí (y, como esas otras cosas, nada me cuesta trasladarlo a terrenos no literarios) que nada es gratuito ni accidental, todo tiene una lógica dentro de la intención del autor (de un buen autor), y aún los silencios tienen un valor específico.
Podría continuar con mi respuesta y argumentar que el silencio carece de particularidades o atributos, y sin embargo alguien más tendrá la oportunidad de contestar que, muy por el contrario, el silencio es polisémico, y que lo mismo denota cobardía, enojo, resentimiento, apatía, ostracismo, negación, tristeza y una interminable lista de otras condiciones. Pero no es el silencio en sí mismo el que dice, sino quien lo interpreta, quien impone sentido.

IV.
Paul Ricœur fue uno de los filósofos franceses más prominentes (entre sus alumnos se cuenta, por ejemplo, a Jacques Derrida); sus investigaciones se fundamentaban tanto en la fenomenología como en la hermenéutica, y sus mayores aportaciones fueron en el campo de la teoría literaria. Casi el teórico de cabecera del Departamento de Letras de la universidad, el enfoque primario de interpretación que nos enseñaron parte de su trabajo.
Copio de Teoría de la interpretación la siguiente cita, la única que me cautivó lo suficiente -en el último curso de lingüística que tomé- como para recordarla.
Para el lingüista, la comunicación es un hecho, incluso uno obvio. Las personas en verdad se hablan una a la otra. Pero para una investigación existencial, la comunicación es un enigma, incluso una maravilla. ¿Por qué? Porque el estar juntos, condición existencial para que se dé la posibilidad de cualquier estructura dialógica del discurso, parece una forma de transgredir o superar la soledad fundamental de cada ser humano. Por soledad no me refiero al hecho de que frecuentemente nos sentimos aislados en una multitud, o al que vivimos y morimos solos, sino, en un sentido más radical, a que lo experimentado por una persona no puede ser transferido íntegramente a alguien más. Mi experiencia no puede convertirse directamente en tu experiencia. Un acontecimiento perteneciente a un fluir de pensamiento no puede ser transferido como tal a otro fluir de pensamiento. Aun así, no obstante, algo pasa de mí hacia ti. Algo es transferido de una esfera de vida a otra. Este algo no es la experiencia tal como es experimentada, sino su significado. Aquí está el milagro. La experiencia tal como es experimentada, vivida, sigue siendo privada, pero su significación, su sentido se hace público. La comunicación en esta forma es la superación de la no comunicabilidad radical de la experiencia vivida tal como lo fue.
¿Cómo decir? ¿Cómo transmitir la experiencia de un evento, de un momento? ¿Qué uso tiene siquiera la intención, o intentarlo? ¿Qué queda?
Una aporía, similar a la de Agustín: cuando no digo, la experiencia me es perfectamente clara, la puedo decir; cuando intento decir, la experiencia se reduce y se pierde, no la puedo decir.
Ahora que recuerdo, los tres tomos de Tiempo y narración de Ricœur parten de su interpretación de la aporía de Agustín.

V.
El último poema que escribió Samuel Beckett, en 1989, fue "What is the word". Fue uno de los primeros poemas que leí en la carrera, y marcó significativamente las ideas que yo tenía sobre la escritura y la lectura, mismas que después se extendieron y cambiaron según aparecían cosas nuevas (o viejas: el Amadís sigue siendo glorioso). Lo correcto sería copiar el original, pero tentar la metichería de los lectores de este blog resulta mejor a mis fines. Sirva como corolario a los cuatro puntos de allá arriba.

CÓMO DECIR
para Joe Chakin

locura
locura de
de
cómo decir
locura de esto
todo esto
locura de todo esto
debido a
locura debido a todo esto
viendo
locura viendo todo esto
esto
cómo decir
esto esto
esto esto aquí
todo esto esto aquí
locura debido a todo esto
viendo
locura viendo todo esto esto aquí
de
cómo decir
ver
entrever
parecer entrever
necesidad de parecer entrever
locura de necesitar parecer entrever
qué
cómo decir
y dónde
locura de necesitar parecer entrever
qué dónde
dónde
cómo decir
allí
allá
allá lejos
a lo lejos
a lo lejos lejos lejos de allá
desvaído
desvaído a lo lejos allá lejos allá qué
qué
cómo decir
viendo todo esto
todo esto esto
todo esto esto aquí
locura de ver qué
entrever
parecer entrever
necesidad de parecer entrever
desvaído allá lejos allá qué
qué
cómo decir

cómo decir

433" - John Cage

7 comentarios:

Xotlatzin dijo...

"La palabra más soez y la carta más grosera son mejores, son más educadas que el silencio." F. Nietzsche. http://www.nietzscheana.com.ar/por_que_soy_tan_sabio.htm

Gracias Oliver por mencionar a Samuel Beckett, no lo conocía y me gustó éste poema, le leeré más.
http://wwwcip.informatik.uni-erlangen.de/~msfriedl/whatistheword.html

Saludos.

Julián Iriarte (bueno, ya: Oliver) dijo...

Oh, yo nunca dije que mi silencio fuera cortés, o correcto: eso lo sabemos todos. Si he de justificarme -cosa muy estúpida-, es mera incapacidad.
Busca Nohow On: Beckett traducía todo lo que escribía al francés, y esto es de las pocas cosas (si no la única) con que no pudo. Brutal.

Anónimo dijo...

El silencio por incapacidad es una cortesía obligada, muy distinto del silencio arrogante, al que se refería F.N.

Ya habíamos tocado el tema de las traducciones en la poesía; con Nohow On queda demostrado lo que traté de expresar aquella memorable ocasión de los manazos.

Que tengas una buena caminata en el pedregal de los tlacuaches.

Anónimo dijo...

Hola Oliver. Desde esta pequeña ciudad Museo que es Teruel, te leo rápidamente y sigo admirando tu expresividad. Veo una gran voluntad de comunicar y sólo juegas un poco con la dureza del silencio que tiene múltiples motivaciones.
Es verdad que el silencio suele doler, pero hay que respetarlo porque el que lo guarda tiene la llave para mantenerlo o para romperlo según su deseo o su capacidad, como tú dices.
Personalmente yo soy partidaria de decir aunque sea algo. He descubierto hace años que es de agredecer que te cuenten algo las personas que te vas encontrando.
Bueno, no te he hablado antes porque tengo que dar una escapadita al ciber para poder conectarme y hoy ha sido posible.
Espero contarte algo más en breve que volveré a Valencia.
Un beso de Concha.

Julián Iriarte (bueno, ya: Oliver) dijo...

Xotla: tienes razón, hay modos para todo. Y los tlacuaches de madrugada son redivertidos.
Concha: lamentablemente, uno no siempre tiene ganas de contar. Al margen, creo que encontraste al importante: el silencio no significa, sólo tiene motivaciones.

Anónimo dijo...

gatate muerto de hambre k jodido ha de ser no tener para tragar y ademas estar tan feo como tu jotito recuerda que ya no esta papito para cuidarte

Julián Iriarte (bueno, ya: Oliver) dijo...

I. Lamentablemente para ti, mi mediocre anónimo, tengo dinero para comer, y suficiente, y para pagarme TODOS mis gastos sin que nadie me mantenga.
II. Una generosa cantidad de mujeres me encuentra atractivo, y por muchas más cualidades que una supuesta belleza física que puedo apostar, con absoluta certeza, que no tienes.
III. No requiero de mi padre para que me cuide: me basto para hacerlo. Lo cual es irónico, pues él efectivamente cuidó a más de uno, y sin que lo merecieran siquiera, y sin que se lo agradecieran después. Podría mencionar a dos imbéciles en particular, por citar un ejemplo.
IV. ¿Puedo considerar tal una amenaza? Sería un extraordinario cumplido e instrumento para mí.
V. Ni siquiera debí tomarme la molestia de publicar tu mediocre comentario, en tanto a) los anónimos que no tienen el menor valor para sostener sus férreos y valerosísimos comentarios con su propia identidad no son bienvenidos y b) la mala ortografía es muy mal vista en este espacio.
En fin: considera que esto es lo único escrito por ti que vas a ver aquí, pues éste es mi espacio y soy celoso de él. En última de las instancias, si formas parte (estoy seguro de que sí) de las nutridas filas de imbéciles que pueblan este mundo y no te gusta lo que aquí se publica, puedes ahorrarte el entripado y no regresar jamás; te conmino, con toda la amabilidad con que puedo decirlo, a que lo hagas.