Sin el menor empacho o vergüenza alguna, digo que sobre mi cama hay un oso de peluche y se llama Ruperto. A pesar de ser negro, está moteado de blanco, evidentemente por las generosas cantidades de pelo de gato que flotan en mi casa; por lo demás, no es inusual que alguno de los dos esté dormido encima de Ruperto.
Antes de que los gatos llegaran, ocasionalmente lo pescaba y me abrazaba a él antes de dormir. Como podrán suponer, más de una chica lo ha visto con ojos inquisitivos, y acto seguido me ha mirado con su mejor expresión de "¿Será que este idiota sigue siendo un mocoso mimado?"; mi mejor respuesta es: "¿Qué quieres? Mi sobrino me lo regaló".
Para la mala fortuna de esos niños, sus padres les regalaban cantidades estúpidas de juguetes, todos los que querían, sin que jugaran con ellos más de dos días. De hecho, era yo el que terminaba jugando con sus juguetes cuando los niños se hartaban de estar diez minutos sentados y pasaban al siguiente cachivache y después al siguiente y luego a alguna otra chunche que los entretenía lo mismo que duran los comerciales de la tele.
La madre de esos niños se deshacía una vez cada cuanto de los juguetes que ya no usaban, no sé si para hacer más espacio para regalarles más juguetes que al poco iban a dejar de usar. Recuerdo que varias de esas chunches estaban incompletas (nunca han sido ni tantito cuidadosos) y para terminar de joder el asunto les faltaban precisamente las partes más necesarias para funcionar. Pero ¿qué parte le puede faltar a un oso de peluche? Como no sea una oreja o la nariz o un ojo, suelen estar completos: es rara la ocasión en que a un niño se le ocurre el encanto de cortarle el pelo, cosa muy contraria a las Barbies (recuerdo las de mis hermanas esquiladas como borregos).
Y llegó el momento en que Ruperto se iba a la basura. Si no mal recuerdo, lo había visto sólo en dos ocasiones y francamente me parecía una chulada. Una de esas ocasiones, me lo eché encima y la forma del bicho abraza; mi hermana (ésa que sí es parte de mi familia) me vio y se rió de mí. "¿Qué? Me gustan los bichos que abrazan."
Mi sobrino se acercó y me dijo "Te lo regalo, tío". A sus entonces cuatro años todavía era dulce el mocoso; lo último que he sabido de él (hace más de un año que no lo veo; esa última vez, casi se echa a llorar y yo también cuando nos despedimos, y me decía que me fuera con ellos y le decía a su madre que quería que me fuera con ellos, pero ni ella me permitiría entrar a su casa ni yo me quitaría la tentación de degollarla una madrugada o en ese mismo instante) es que se ha vuelto como su padre, un patán en miniatura, arrogante, materialista, ofensivo e intolerable. Entre otras muchas particularidades de los padres de este niño y su hermana, ésta me hace rabiar y me entristece sobremanera. ¿Qué culpa han tenido estos niños de tener el par de imbéciles que son sus padres, cuya educación (más bien abandono) se traduce en "ve la tele, a mí no me jodas"?
Hace algunos años, cuando vivíamos juntos, yo tenía más control sobre ese niño que sus padres; ellos podían gritarle varias veces que se fuera a dormir o comiera o se metiera a bañar y al final no les hacía el menor caso. Si yo se lo pedía, se ponía quieto y obedecía. Y aunque tuviera que leerme en una misma semana La Celestina, El grado cero de la escritura, analizar dos antologías de cuento mexicano, alguna obra de teatro latinoamericano y sabrán los dioses cuántos ensayos, nada me costaba sentarlo junto a mí y jugar un rato con él.
Sí, puedo ser ácido como pocos y estar terriblemente amargado, pero la familia es de las pocas cosas que procuro. Ahora me resulta casi imposible y no se me ocurre manera de acercarme a él y su hermana sin tener que hacer escala en el susodicho par de imbéciles (no voy a comentar más sobre ellos: no hay por qué amargarle el día a nadie), pero no significa que deje de quererlos y que los extrañe un chorro.
Después de lo anterior, me sigue importando un corcho admitir que hay un oso de peluche en mi cama y que duermo con él y dos gatos y que le puse de nombre Ruperto y que me gusta mi oso de peluche y que quiero a mis niños.
Antes de que los gatos llegaran, ocasionalmente lo pescaba y me abrazaba a él antes de dormir. Como podrán suponer, más de una chica lo ha visto con ojos inquisitivos, y acto seguido me ha mirado con su mejor expresión de "¿Será que este idiota sigue siendo un mocoso mimado?"; mi mejor respuesta es: "¿Qué quieres? Mi sobrino me lo regaló".
Para la mala fortuna de esos niños, sus padres les regalaban cantidades estúpidas de juguetes, todos los que querían, sin que jugaran con ellos más de dos días. De hecho, era yo el que terminaba jugando con sus juguetes cuando los niños se hartaban de estar diez minutos sentados y pasaban al siguiente cachivache y después al siguiente y luego a alguna otra chunche que los entretenía lo mismo que duran los comerciales de la tele.
La madre de esos niños se deshacía una vez cada cuanto de los juguetes que ya no usaban, no sé si para hacer más espacio para regalarles más juguetes que al poco iban a dejar de usar. Recuerdo que varias de esas chunches estaban incompletas (nunca han sido ni tantito cuidadosos) y para terminar de joder el asunto les faltaban precisamente las partes más necesarias para funcionar. Pero ¿qué parte le puede faltar a un oso de peluche? Como no sea una oreja o la nariz o un ojo, suelen estar completos: es rara la ocasión en que a un niño se le ocurre el encanto de cortarle el pelo, cosa muy contraria a las Barbies (recuerdo las de mis hermanas esquiladas como borregos).
Y llegó el momento en que Ruperto se iba a la basura. Si no mal recuerdo, lo había visto sólo en dos ocasiones y francamente me parecía una chulada. Una de esas ocasiones, me lo eché encima y la forma del bicho abraza; mi hermana (ésa que sí es parte de mi familia) me vio y se rió de mí. "¿Qué? Me gustan los bichos que abrazan."
Mi sobrino se acercó y me dijo "Te lo regalo, tío". A sus entonces cuatro años todavía era dulce el mocoso; lo último que he sabido de él (hace más de un año que no lo veo; esa última vez, casi se echa a llorar y yo también cuando nos despedimos, y me decía que me fuera con ellos y le decía a su madre que quería que me fuera con ellos, pero ni ella me permitiría entrar a su casa ni yo me quitaría la tentación de degollarla una madrugada o en ese mismo instante) es que se ha vuelto como su padre, un patán en miniatura, arrogante, materialista, ofensivo e intolerable. Entre otras muchas particularidades de los padres de este niño y su hermana, ésta me hace rabiar y me entristece sobremanera. ¿Qué culpa han tenido estos niños de tener el par de imbéciles que son sus padres, cuya educación (más bien abandono) se traduce en "ve la tele, a mí no me jodas"?
Hace algunos años, cuando vivíamos juntos, yo tenía más control sobre ese niño que sus padres; ellos podían gritarle varias veces que se fuera a dormir o comiera o se metiera a bañar y al final no les hacía el menor caso. Si yo se lo pedía, se ponía quieto y obedecía. Y aunque tuviera que leerme en una misma semana La Celestina, El grado cero de la escritura, analizar dos antologías de cuento mexicano, alguna obra de teatro latinoamericano y sabrán los dioses cuántos ensayos, nada me costaba sentarlo junto a mí y jugar un rato con él.
Sí, puedo ser ácido como pocos y estar terriblemente amargado, pero la familia es de las pocas cosas que procuro. Ahora me resulta casi imposible y no se me ocurre manera de acercarme a él y su hermana sin tener que hacer escala en el susodicho par de imbéciles (no voy a comentar más sobre ellos: no hay por qué amargarle el día a nadie), pero no significa que deje de quererlos y que los extrañe un chorro.
Después de lo anterior, me sigue importando un corcho admitir que hay un oso de peluche en mi cama y que duermo con él y dos gatos y que le puse de nombre Ruperto y que me gusta mi oso de peluche y que quiero a mis niños.
2 comentarios:
Estas tan dulce con Ruperto y tus sobrinos que te desconozco, mejor dicho me alegro un chorro que seas asi. cariños Rosy.
Pd. Donde està mi relato corregido, o tirado a la papelera o le ha servido a los gatos para hacer "pipì"?
Ups... Siendo franco, se me olvidó, pero en la basura no está. Paciencia, ya empiezo.
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