Disculparán ustedes, amables (cuatro) lectores si estas últimas entradas han versado sobre ideas mías rumiadas de camino a casa y a esta oficina. Lamentablemente (para ustedes) el hecho de que yo tenga menos trabajo o al menos éste sea más disperso implica que puedo pensar un poco más. Si habrán de culpar a alguien, pasen con el secretario académico que decide los calendarios de la UNAM, y después con mis editoras y editores.
En fin, que ayer tentaron mi capacidad para alisar mis pensamientos y darles alguna lógica, con la sutil esperanza de que el resultado fuese suficientemente claro como para que tuviera algún sentido escribir sobre el asunto. A ver si sí...
¿Cuánto es capaz de abarcar nuestra atención? Algún estudio al respecto arrojó hace unos años (no pregunten datos concretos: son cosas que recuerdo no sé cómo) que la atención del sujeto promedio frisaba los tres minutos y medio. Si alguna vez se han preguntado por qué no terminan de leer algunas de las entradas de este blog, he ahí la respuesta. Curiosamente (o perversamente), los sencillos radiales, los videos musicales, los comerciales televisivos, las cápsulas televisivas, los tráilers cinematográficos, y etcétera, rara vez pasan ese lapso. Algunos especulan que un perverso cuerpo de análisis notó el hecho y subrepticiamente delimitó esos tiempos; otros, un poco menos paranoicos, especulan que los medios de comunicación han modelado un chorro de capacidades, entre ellas el criterio y el sentido común (maldito oxímoron...).
Peor: ¿algo puede asaltar nuestra atención al punto de volverse único y exclusivo? ¿Puede algo instituirse el centro absoluto de la atención, de MI atención? Tengo dos gatos y como padre responsable y amoroso que soy (ajá...) a ellos me entrego sin empacho; tengo (todavía) cuatro trabajos que me absorben, y si no estoy pensando en los pendientes de uno, estoy resolviendo los de otro, o estoy resolviendo cosas de dos (o tres) trabajos al mismo tiempo (bueno, algo parecido); tengo una casa que administrar y dos inquilinos a quienes cobrarles la renta y el gas y la luz y todo lo demás, dos inquilinos para lidiar y sacar los dientes de ira una vez cada cuanto y ladrar cuando las cosas no fluyen; tengo un cuerpo adolorido y más viejo de lo que en realidad es, al que debiera prestarle atención una vez cada cuanto y hacer caso cuando me grita.
Supongo que son pocos los que pueden abstraerse de tal modo que en verdad haya un único objeto de atención, un absoluto. Es más: supongo que han sido poquísimos en la historia quienes lo han logrado. Se me ocurren (quien quiera desmentirme o ampliar la lista, sírvase pasar a los comentarios) personajes como Santo Tomás de Aquino, San Agustín, Santa Teresa de Jesús, Job (Job, ¿vería otra cosa que Dios? Job, que no veía daño en perder toda su hacienda y vida); un poquito más cercano a nosotros, Søren Kierkegaard, que renunció a Regine, su prometida, a la "fama" filosófica, a una vida "normal" por dominar el estado religioso, lo único que tenía valor. Admito que no conozco o al menos no se me ocurre otro ejemplo más contemporáneo.
En parte se debe a la manera en que se distribuye nuestro tiempo hoy día y la cada vez más escasa posibilidad de dedicar largos periodos a una sola actividad. Si me sigo con el planteamiento de una entrada anterior, nos hemos acostumbrado a vivir instantes: antes había oportunidad de tener largos momentos, y la gente se dedicaba a buscarlos, o a construirlos.
Y siguiéndome precisamente con esa idea, se requiere de un momento -jamás un instante- para que sea absoluta la atención. Algo puede abstraerme y secuestrarme hasta de mis gatos, pero sólo será por un corto periodo. Y sin embargo, nada más tendrá importancia alguna.
He de advertir, entonces, que algo comienza a producir esos momentos; digamos, por otra parte, que en este instante tengo intención de hacer que se sigan uno detrás de otro casi encadenados, que sobrepasen a cualquier otro en su constancia, que los objetos de mi atención se reduzcan en cantidad y condición. No puedo hacerme un momento perpetuo como los arrobos de Santa Teresa, pero al menos puedo intentarlo: de necedad se nutren las grandes empresas.
¿Cuánto es capaz de abarcar nuestra atención? Algún estudio al respecto arrojó hace unos años (no pregunten datos concretos: son cosas que recuerdo no sé cómo) que la atención del sujeto promedio frisaba los tres minutos y medio. Si alguna vez se han preguntado por qué no terminan de leer algunas de las entradas de este blog, he ahí la respuesta. Curiosamente (o perversamente), los sencillos radiales, los videos musicales, los comerciales televisivos, las cápsulas televisivas, los tráilers cinematográficos, y etcétera, rara vez pasan ese lapso. Algunos especulan que un perverso cuerpo de análisis notó el hecho y subrepticiamente delimitó esos tiempos; otros, un poco menos paranoicos, especulan que los medios de comunicación han modelado un chorro de capacidades, entre ellas el criterio y el sentido común (maldito oxímoron...).
Peor: ¿algo puede asaltar nuestra atención al punto de volverse único y exclusivo? ¿Puede algo instituirse el centro absoluto de la atención, de MI atención? Tengo dos gatos y como padre responsable y amoroso que soy (ajá...) a ellos me entrego sin empacho; tengo (todavía) cuatro trabajos que me absorben, y si no estoy pensando en los pendientes de uno, estoy resolviendo los de otro, o estoy resolviendo cosas de dos (o tres) trabajos al mismo tiempo (bueno, algo parecido); tengo una casa que administrar y dos inquilinos a quienes cobrarles la renta y el gas y la luz y todo lo demás, dos inquilinos para lidiar y sacar los dientes de ira una vez cada cuanto y ladrar cuando las cosas no fluyen; tengo un cuerpo adolorido y más viejo de lo que en realidad es, al que debiera prestarle atención una vez cada cuanto y hacer caso cuando me grita.
Supongo que son pocos los que pueden abstraerse de tal modo que en verdad haya un único objeto de atención, un absoluto. Es más: supongo que han sido poquísimos en la historia quienes lo han logrado. Se me ocurren (quien quiera desmentirme o ampliar la lista, sírvase pasar a los comentarios) personajes como Santo Tomás de Aquino, San Agustín, Santa Teresa de Jesús, Job (Job, ¿vería otra cosa que Dios? Job, que no veía daño en perder toda su hacienda y vida); un poquito más cercano a nosotros, Søren Kierkegaard, que renunció a Regine, su prometida, a la "fama" filosófica, a una vida "normal" por dominar el estado religioso, lo único que tenía valor. Admito que no conozco o al menos no se me ocurre otro ejemplo más contemporáneo.
En parte se debe a la manera en que se distribuye nuestro tiempo hoy día y la cada vez más escasa posibilidad de dedicar largos periodos a una sola actividad. Si me sigo con el planteamiento de una entrada anterior, nos hemos acostumbrado a vivir instantes: antes había oportunidad de tener largos momentos, y la gente se dedicaba a buscarlos, o a construirlos.
Y siguiéndome precisamente con esa idea, se requiere de un momento -jamás un instante- para que sea absoluta la atención. Algo puede abstraerme y secuestrarme hasta de mis gatos, pero sólo será por un corto periodo. Y sin embargo, nada más tendrá importancia alguna.
He de advertir, entonces, que algo comienza a producir esos momentos; digamos, por otra parte, que en este instante tengo intención de hacer que se sigan uno detrás de otro casi encadenados, que sobrepasen a cualquier otro en su constancia, que los objetos de mi atención se reduzcan en cantidad y condición. No puedo hacerme un momento perpetuo como los arrobos de Santa Teresa, pero al menos puedo intentarlo: de necedad se nutren las grandes empresas.
5 comentarios:
"antes había oportunidad de tener largos momentos, y la gente se dedicaba a buscarlos, o a construirlos."
Estoy muy de acuerdo con eso, es algo que ya había pensado en ocasiones anteriores aunque no había salido de mi pensadero.Jaja.
Hacen falta espacios. La humanidad ha degradado el verdadero significado del ocio ¡Pero cuán bueno es el ocio! Ese ocio contemplativo que de vez en cuando a todos nos debería de poseer.
Falta también la creación de significados comunes ¡Qué digo! ¡Si falta la creación de simples significados! Y al parecer, pocos entienden lo que es el "significado".
Prefiero no decir más.
Ahora sí, me tomo el atrevimiento de etiquetar mi comentario como: críptico (nomás yo me entiendo) ;)
Te mando mi cariño.
¡Tú clávate maestro! Sí, sí vale la pena.
Saludos.
Ellisse: puede ser que no comprenda todo, pero lo bonito de las cosas crípticas es que dejan espacio para rellenar. Al margen, ¡qué importantes son los significados comunes! Ésos que sólo un puñado comprende porque tiene el contexto.
Xotla: no me haga sugerencias, señor, que al reto esto va a ser un rebosadero de Crípticos (nomás yo me entiendo); ¿dónde quedarían los Procurando humor y los Terrorismo? Equilibrio ante todo (o algo que se le parezca).
Bueno, entonces no te claves..
¡Ah, si aprendiera yo a hacer eso...! El perfil obsesivo es de lo más insano.
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