En esta universidad he visto bichos de muy diversa índole, a saber: ardillas, tlacoaches, murciélagos, gorriones, gatos, caballos, borregos, conejos y perros (los últimos cuatro en la Facultad de Medicina Veterinaria y Zootecnia), y un par de mandriles (ah, no: ésos eran estudiantes de 17° semestre de la Facultad de Filosofía y Letras; se desconoce qué carrera estudian, pero ellos presumen que todas las que se ofrecen, además de Economía). Me han pasado el chisme de que también se asoman de pronto tarántulas y culebras, pero a la fecha no he tenido la buena fortuna de desearles buen día.
Me han chismeado también que no siempre se comportan como gente decente: antes de que yo entrara a trabajar aquí, una ardilla se metió por la ventana a la oficina de mi jefe y asaltó una caja de galletas que tenía la secretaria en su escritorio. Importando un corcho que se hubiera zampado las galletas (pues al final era de lo menos grave), lo maravilloso del asunto fue que después buscó más y tiró todo lo que se interpuso en su camino; ergo: una oficina hecha un desmadre y cubierta con excrementos de ardilla por todos lados. No siéndole suficiente una caja de galletas y algo de papel, se escurrió a la oficina de la Secretaria Administrativa, donde -según reza la leyenda- le guardan los cacahuates, las nueces y los chocolates al director del Centro... Locura y destrucción.
"Bueno, dulces y botanas, algunos papeles revueltos: no es pérdida ominosa." No, pero ¿quién será el valiente que la saque de atrás del archivero? Maldita sea la cosa, me hubiera encantado ver a las secretarias corriendo desaforadas por los pasillos o subidas en los escritorios: como si no hubieran visto a esa misma ardilla brincoteando en los jardines, a cinco pasos de ellas.
Pero eso fue hace más de un año... El asunto es que ayer por la noche alguien (que no era peludo y de cola esponjada, o quizá en otro sentido) tocó a la puerta de mi oficina y puso un pie dentro:
"Bueno, dulces y botanas, algunos papeles revueltos: no es pérdida ominosa." No, pero ¿quién será el valiente que la saque de atrás del archivero? Maldita sea la cosa, me hubiera encantado ver a las secretarias corriendo desaforadas por los pasillos o subidas en los escritorios: como si no hubieran visto a esa misma ardilla brincoteando en los jardines, a cinco pasos de ellas.
Pero eso fue hace más de un año... El asunto es que ayer por la noche alguien (que no era peludo y de cola esponjada, o quizá en otro sentido) tocó a la puerta de mi oficina y puso un pie dentro:
Empiezo a tomarle cariño a mi más nueva adquisición tecnológica: uno nunca sabe cuándo puede ser útil una camarita en el teléfono; y por cierto, eso da pie para mi más nueva diversión, pero esperen otro post.
Muy amablemente le deseé buenas noches al señor caballero, apagué la luz y salí a paso firme del Centro. Por un momento creí haber cometido un error y consideré regresar a planchar al bicho, pues bien podría estar ocupando mi silla cuando llegara yo por la mañana. Pero no pude: de pronto tuve un arranque de jainismo (nota al pie: quizá la única religión que me podría llamar la atención; ingrata relación entre sus símbolos sagrados y su uso histórico) y el bicho me fue más valioso que miríadas de individuos. Uno ve todos los días a gente estúpida en la calle y se pregunta si el mundo sería muy diferente sin su presencia o si acaso no sería mucho mejor; pero pocas veces uno le abre la puerta de su segunda casa a un invitado que llega como emperador otomano, y además se deja seducir. Por lo demás, los hoyos en las suelas de mis tenis bien podrían servirle de casa.
Como era de esperarse, mi cabeza -que en mucho se parece al estómago de una vaca- no se pudo quitar la imagen en todo el camino de regreso a casa, y el solo roce de las correas de la mochila en los brazos era espeluznante, por decir lo menos. He ahí el poder de un bicho del tamaño de mi meñique y que pesa menos que mi pulgar.
¿Quién siente comezón en los costados y la espalda esta tarde?
En cierto sentido, no es de sorprender su visita: los escorpiones pueden vivir en prácticamente cualquier clima (oh sí, algunos hasta a 25 °C bajo cero), son de hábitos eminentemente nocturnos y gustan de zonas pedregosas, como casi cualquier lugar de esta universidad. Por otro lado, los que vinieron antes que él llegaron antes que yo, y más bien soy yo quien puso (...; ustedes entienden) una oficina en su changarro.
Como constata la fotografía y mi tarjeta del Metrobús (arrojada desde y a una distancia cobardemente prudente, con cuidadito para no alebrestar al bicho: pura providencia), no era un monstruo enorme y abominable. Sin embargo, tranquilamente apostado este caballero en el claro de mi puerta, confieso que me pegué al marco tanto como pude (y ñango como soy, me sobraba espacio); tampoco recogí la tarjeta en ese lugar, sino que la jalé con la punta del piecito y a salvos 50 centímetros me agaché sin despegarle el ojo al octópodo.Muy amablemente le deseé buenas noches al señor caballero, apagué la luz y salí a paso firme del Centro. Por un momento creí haber cometido un error y consideré regresar a planchar al bicho, pues bien podría estar ocupando mi silla cuando llegara yo por la mañana. Pero no pude: de pronto tuve un arranque de jainismo (nota al pie: quizá la única religión que me podría llamar la atención; ingrata relación entre sus símbolos sagrados y su uso histórico) y el bicho me fue más valioso que miríadas de individuos. Uno ve todos los días a gente estúpida en la calle y se pregunta si el mundo sería muy diferente sin su presencia o si acaso no sería mucho mejor; pero pocas veces uno le abre la puerta de su segunda casa a un invitado que llega como emperador otomano, y además se deja seducir. Por lo demás, los hoyos en las suelas de mis tenis bien podrían servirle de casa.
Como era de esperarse, mi cabeza -que en mucho se parece al estómago de una vaca- no se pudo quitar la imagen en todo el camino de regreso a casa, y el solo roce de las correas de la mochila en los brazos era espeluznante, por decir lo menos. He ahí el poder de un bicho del tamaño de mi meñique y que pesa menos que mi pulgar.
¿Quién siente comezón en los costados y la espalda esta tarde?
6 comentarios:
¡Cuán peligroso! Yo hubiera gritado...
Oh sí, lo sé.
¿Sabes que yo hubiera gritado?
O ¿sabes que sí es peligroso?
Las dos cosas. Los grillos bastan, ¿qué habría de provocar un alacrán?
hummm Ay,¡no me digas que te conté cuando había un grillo en mi habitación.!
I SO hope I didn't...qué pena.
Esos bichos tienden a meterse muy seguido a mi cuarto. No sé ni cómo le hacen, no les basta con cantarme TODA la noche. Grrr...
Ups...
Publicar un comentario