martes, 23 de febrero de 2010

Una masa rabiosa

No soy fan de Massive Attack: como casi cualquier radioescucha de a pie, disfruto sus canciones y asocio ciertos recuerdos a ellas (a algunas). El Auditorio Nacional, por su parte, tampoco me gusta como foro para un concierto; o quizá sí me gusta como foro, pero para espectáculos de teatro italiano y tramoya.
La noche de ayer, sin embargo, eso tomó su propia concepción.
Este concierto, hay que aclarar, empezó en agosto del año pasado: "¿Quién se apunta al concierto de Guadalajara? Me sobra un boleto." Y es política de la empresa asistir, en la medida de lo posible, a todos los conciertos que llamen la atención, ya sea por las canciones que uno recuerda, por el músico (compositor o ejecutante) que es extraordinario o porque la recomendación viene del metiche a cuyo gusto musical uno puede tenerle fe.
Entonces recibimos aviso de que no será en septiembre el concierto, sino que se pospone a febrero; y no hay por qué quejarse: nadie tenía serios planes al respecto. Pero surge, natural, la incógnita: "¿Y dónde nos quedamos? ¿Y cómo nos vamos, para empezar?" Fingimos la salida abrahámica y nos decimos con disimulo "dios proveerá."
Y dos meses después de hacernos a la idea de que no tenemos idea de cómo vamos a llegar a Guadalajara ni dónde vamos a resguardarnos de la noche, se anuncia una nueva fecha de Massive Attack, la de ayer, en el Auditorio Nacional. Corolario directo e indirecto: los costos se abaten. Comparado con los $1,300 que pagamos, los $850 del boleto nuevo se tradujeron de inmediato en a) qué poca madre, ya pagué el otro, b) qué rifado, ya no tenemos que sacarnos un conejo de bajo la manga, c) ya nos alcanza para las palomitas y la cerveza.
Llegamos, por fin, en esta historia, a la noche de ayer: Martina Topley-Bird es gloriosa, y la necesidad de tan pocos recursos en el escenario es evidencia de una capacidad musical incuestionable. Treinta minutos, doce roadies, pruebas finales de guitarra y una de iluminación después, 3D salía al escenario. Y allí se derrumbó todo.
De todos los conciertos que recuerdo, con bandas más rabiosas, con espectáculos más abrumadores por el aparataje técnico, con sistemas de sonido mucho más grandilocuentes, en escenarios que permiten con más soltura que los asistentes se desgarren las ropas, nunca he visto al público rugir de esa manera. El encore obligado era una masa de sonido, y antes del primer estribillo de "Inertia creeps" 3D intentó hacer un silencio dramático que se extendió ante los gritos de la gente; miraba al resto de la banda, desconcertado, y nadie sabía a ciencia cierta cómo recuperar el dominio sobre el público y seguir. Algo dijo, pero bajo ese muro de aullidos y silbidos y aplausos era casi imposible entender los murmullos con que habla.
¿Por qué la gente llegó a ese estado? Las pantallas de leds que enmarcaban el escenario mostraron frases casi exclusivamente en español durante todo el concierto, todas en una declaración política y social muy evidente, aunque a veces insinuada con ironía: una conversación entre cuerpos militares durante una operación de ataque, frases aisladas que se reconocen descripciones de Guantánamo hechas por internos, citas sobre la libertad que abarcaban la Declaración de los Derechos Humanos, Alexis de Tocqueville, William Wordsworth, Malcolm X, Simone de Beauvoir ("Desearía que todos los humanos fueran transparentemente libres") y otros tantos que francamente desconozco; cifras netas del gasto anual de un senador inglés en papel higiénico (¡$3,480!), el ingreso anual de un trabajador social en Ghana (¡¡$1,500!!), el producto interno bruto de Haití y Etiopía, la fortuna de Bill Gates, el presupuesto del gobierno mexicano en armas (¡$1,500,000,000!) en 2007, el ingreso por armas vendidas a países en desarrollo; información de vuelos comerciales que se transforma en fragmentos de las banderas de varios países, que se mezclan con los logotipos de las trasnacionales más grandes (soberbio ejercicio de semiótica).
El momento capital, sin lugar a dudas, fue "Inertia Creeps" (cuando se recuperaron y pudieron continuar): las pantallas, en grandes letras verdes, presentaban encabezados de las notas de chismes nacionales, y alguna otra sobre personajes del jet-set internacional. Noticias que, en estricto sentido, son de nulo valor, salvo para quienes están directamente relacionados con esas personas; "2 siglos de independencia? / 1 siglos [sic] de revolución?", los signos de interrogación rutilantes e hincando hondo la pregunta. "¿Cómo estuvo TU semana? / Tu voto cuenta / Tienes una voz / Toma tus decisiones / VIVA MÉXICO CABRONES [aullido generalizado]"; me queda claro que estaban moviendo conciencias, incitando a una revolución, y yo estaba a punto de arrancar el asiento de enfrente.
Este concierto es, dicho en pocos términos, el más inteligentemente político, el que más atención ha puesto en su público, el más furioso, uno de los más energéticos a pesar de la relativa calma de los músicos ("Thank you very much for being here tonight. I'm saying cheers with a cup of tea" y después la voz casi en basso profondo de Daddy G): uno de los mejores conciertos a los que he asistido, si no es el mejor.



Vía la que soltara la invitación inicial a Guadalajara, el setlist de ayer; por supuesto, piénsenlo en una versión sumamente modificada, saturada y –en la jerga nuestra de cada día– empuerquecida. Siete horas después pude terminar de escribir este post.

2 comentarios:

Diana Gutiérrez dijo...

Supe que sería uno de los mejores conciertos de mi vida cuando escuché el solo del baterista de la mujer Martina.
Fue un agradabilísimo momento ese en el que te encontré en la fila de objetos prohibidos, je.
Ya está la comida para dentro de 15 días.
Besos massivescos

Julián Iriarte (bueno, ya: Oliver) dijo...

Uff… Yo quiero amigos como ese tío. Se ha dicho: en dos sábados.
Creeping kisses