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sábado, 1 de enero de 2011

A su salud

Sobran, a todos, los motivos para recordar y hacer evaluaciones, especialmente en estos dos días. Me parece más pertinente planear y disponerse a descubrir que sancionar, o no tener la providencia de considerar complementarios esos dos momentos.
En última de las instancias, tendría que hacer memoria en función de las cosas que me apasionan y cambiaron, por adición o sustracción. En mi lista de conciertos que reverberan con rabia, despuntan los Boredoms, Massive Attack (los dos) y Health. En su momento no hice una reseña en forma y orden, pero me excusa (que no disculpa) el vértigo que continúa al día de hoy y que seguirá al menos durante dos semanas.
Para repasarlo de manera sencilla, pocas veces verán que una masa de ruido haga bailar al público. Intenso. Emocionante. Divertido. Vital.
Revisen las rolotas: de veritas que vale la pena.

viernes, 24 de septiembre de 2010

Todo resonancia

La cardenchada dura lo que dura el sotol.
–Decir del presentador
I.
Hace cuatro años tuve el impulso de compartir mi reciente descubrimiento del festival Poesía en Voz Alta con una mujer. Sin duda quería que participara de eso que yo disfrutaba entrañablemente, y con esa intención en mente escogí la presentación de Alexis Díaz Pimienta: repentista cubano (ensamble de son de fondo) que improvisaba décimas como si las sacara del bolsillo. Y no siendo suficiente, invitaba al público a tirar el verso que viniera en gana y respondía en "paráfrasis" de octosílabos pareados, sin importar si el verso tirado era un alejandrino.
Sin embargo, los dos actos poéticos que antecedían no tuvieron un grano de la exquisitez de Alexis.

II.
El padre me odió y la madre me despreció por llevar a la mujer (habrá que acotar: contaba entonces 17 años) pasadas las once de la noche. Lo que los padres probablemente jamás supieron es que no vimos completa la presentación de Alexis, que los dos actos anteriores se extendieron lo que les vino en gana y se excedieron en tiempo.
Cuando regresé a casa recibí mensaje de que, en pocas palabras, tenía prohibido verme de nuevo. Y ahí comenzó un conato de debacle que ni siquiera vale mencionar.

III.
Mi reacción fue fincar toda la responsabilidad de esa distancia erigida en los dos sujetos que se extendieron: además de que su trabajo me pareció deplorable (y ni qué hacer si esta aversión a lo posmo se vuelve más recalcitrante según encuentro otras expresiones artísticas posmo, si se pueden calificar tal), a mi entender nada hubiera sucedido de apegarse al programa.
A la distancia, la claridad de las cosas es otra: en lugar de fincar responsabilidad, la trasladé. En un intento por no manchar la integridad de la mujer en cuestión, busqué un chivo expiatorio que la preservara inmaculada. Por supuesto: no podía ella ser responsable de tan infausta situación. Pero a la luz de la distancia, era una proyección metonímica (Barthes) y así levanté un muro de desprecio contra el sujeto P. con tal de no despreciarla a ella por no asumir su responsabilidad en lo que parecía ser una relación.

IV.
Conocemos al director de uno de los centros culturales más importantes de la ciudad, y en un arrebato nos dice que quiere trabajar con nosotros: por fin esa revista de arte cosecha frutos algo menos liminares. Y nos plantea el proyecto y es espléndido, lo que hemos buscado durante mucho tiempo. Hacía mucho tiempo que mi diseñadora y yo no nos ilusionábamos con tanto ahínco.
Entre los muchos otros proyectos que dirige o supervisa quien nos ha invitado, me entero de que el sujeto P. forma parte del consejo consultivo de una escuela de escritura creativa, y por un momento me doblo de ira en la silla: resabios de eso que fue desprecio.

V.
Poesía en Voz Alta inaugura con un slam en el Laboratorio Arte Alameda. Mi roomie, una colombiana con una historia incuestionablemente fascinante (pero que no he de mencionar por respeto y por las implicaciones que tiene este preciso momento histórico en la vida de su familia), trabaja en el Laboratorio. En ocasiones tengo la certeza de que se siente sola en esta ciudad, y el buen samaritano se asoma y es él quien busca la manera de ser lo más cercano a una familia aquí (después de todo vivimos juntos).
– Hay actividades en Casa de Lago. De hecho inauguraron en el Laboratorio.
– Ah, sí: yo estaba ahí, sirviendo cerveza en la barra.

VI.
Pero no puede acompañarme, pues su jefe le pide que le ayude con unas traducciones. Ni modo. Ya tendrá ocasión.
Llego onerosos cincuenta minutos tarde, agitado, esperando escuchar al Grupo Cardenchero de Sapioríz: cuatro hombres de setenta años, últimos ejecutantes de este canto tradicional, a todas luces en vías de extinción. Las canciones prescinden de instrumentación, compuestas para tres voces, de temática eminentemente amorosa. A veces parecidas a un corrido, a veces con algún dejo de bolero, a veces con métricas que se reconocen norteñas, estas canciones decimonónicas son de una languidez y emoción avasallantes: cuando la voz aguda alcanza el tono más alto en su acompañamiento a la principal, la piel se enchina ante la potencia.

VII.
Llego onerosos cincuenta minutos tarde, busco en la oscuridad un asiento libre. Justo a mi izquierda está sentado P. Y el sujeto ya no me provoca aversión tan sólo por ser. Dudo que pueda escucharlo de nuevo y aprecie su trabajo como poeta, pero al menos no lo desprecio.
Como especie de corolario
cuya relación me es clara y sin embargo no puedo decir puntualmente, es tiempo de levantarme y volver a decir, apurar el tequila (a falta de sotol) que descansa en la mesa, aún a riesgo de que el antiinflamatorio pierda efecto y vuelva a colapsar de dolor, recuperar la voluntad y saber que la escritura es ahí donde no estás.


lunes, 31 de mayo de 2010

Eyjafjallajökull

(I shall be excused, for the words to recall this experience have come to my mind exclusively in English from the very beginning; may the reader understand my lack of capabilities.)
After rushing from a rushy meeting which meant a publishing deal, I arrived to the venue, caring not for the hunger, the heat or the distance walked in a rough (almost rogue) neighborhood. Not particularly surprised by the attendees, I rather went for a beer and deal acrimoniously with the waiters and their wages. A full forty minutes late, múm went out to the stage, kinda nervous due to the roaring crowd.
And dare I say I cannot recall a concert where the audience would yell and clap so loudly for such a regular performance. Sing along to songs you don't know, múm's newest record, has been harshly criticized (if not downright deplored) by specialized magazines: indeed, it is far from being their best, as the band moved away from their glitchy, edgy and very distinctive sound to a (and I quote a friend) psychotically joyful pop. It is so very hard to relate their very intimate 7+ minute soundscapes to these dull and oh, so painfully naive glossolalia and consequently recognize an evolving career.
On the other hand, múm has become undeniably fun and the band glimmers on stage, the girls singing (or trying) in such high-pitched tones that it was like an ill children choir; also, the girls' highly dramatic gestures, shaking their hands in the air and looking seriously into the dim lights aided to that atmosphere. Still, I could not stop thinking that it was fun ripped from emotion. If they were intending to go back to a child-like state of merry and delight, they managed to do it quite fine, even if it meant parting ways from the maturity they seemed to have reached. I wonder if Kría Brekkan's departure take with her such compelling sound.
But then it is compulsory to look around and take a time to talk about the audience. Most of them could be described as obnoxious, self-centered, egotistical, shallow, trendy hipsters, which somehow gets myself into such a description. Forsooth I tell thee: soap and clean garments and hair are actually very cool, by far more than the biological hazards those kids fashion. *shiver*
So, I am there, trying my best to actually enjoy the concert and have a good time; and I was making my way just fine when a couple of redneck pricks arrived just behind me, screaming nonsense and annoying every one around. Zen, and I pay no attention to them, until this bloody springbreaker starts dancing as if he had some kind of stroke, pushing and losing his balance now and then; so, wisely I stretch the elbows, just in case he is way to close to me. And then, paradise: this asshole jumps and shakes his glass of beer in my shoulder and spilled half of it all over me. I guess the guy beside me thought I was just about to smash him to the floor, for he was the first to hold my shoulder and calm me down, having no responsibility on the matter. "Fellow, PLEASE! Is it so difficult to be careful?" and the bloody redneck is apologizing stupidly as I shove the beer off my face. Next thing I know, he starts jumping and pushing once again, so I rather flee before actually smashing him down…
Excuse my swearing, but that guy really gave me a hard time.
If I have to keep a fond memory out of the concert, it would be the encore: as the band came back to the stage, evidently overwhelmed by the roaring crowd, one of them got close to a microphone with a little jar in his hand: "Thank you very, very, very, very [8x] much for being so amazing tonight. We have a gift for you. These are ashes from the volcano and they are for you" and started scattering small pinches towards the people. That was nice.

jueves, 27 de mayo de 2010

The green grass

Hoy, en unas pocas horas, Sir Paul McCartney dará el primero de dos conciertos en esta ciudad. Los comentarios sobre la gira versan sobre el repertorio programado y las enormes pantallas donde se proyecta un espectáculo de alrededor de cuarenta minutos antes del concierto. Según lo que escuchaba por la mañana, Sir Paul se muestra generoso ante su público no sólo por la transmisión en vivo del concierto del viernes, sino por todas las canciones que no ha tocado en México en presentaciones pasadas y que están contempladas para esta ocasión.
Y duele pensar que uno tiene toda la disposición de ajarse la garganta a gritos y los ojos a lágrimas con "Blackbird" y el comentario de ese ukulele que George le regalara, y estar fuera de presupuesto para comprar un boleto y aullar por el placer de ver a quien otrora formara parte de una de las bandas preferidas, como duele también saber que mañana ya está ocupada la tarde con los compromisos que darán pie a que regrese la sangre.
Pero entonces uno debe hacerse del remedio que le alegre el corazón de borrego.
Live and, most of all, let die.

lunes, 5 de abril de 2010

Domingo de ramos

La responsabilidad dicta que debiera hacer una reseña de la clausura del Festival del Centro Histórico, con Bomba Estéreo y Tijuana Sound Machine en el escenario. Pero la volatilidad de la información, la obligación de la frescura de las notas hace ya impertinente tal entrada.
¿Y a mí qué con cualquier lineamiento periodístico?
Dicho en muy pocas palabras, Bomba Estéreo es la pura onda: cumbia colombiana con rimas de hip-hop y elementos de electrónica sabiamente dosificada. En palabras de ellos, "electro vacilón contestatario"; y ciertamente se reconoce la necesidad de diversión en sus letras, en el ritmo harto bailable, en la coquetería y abierto tono sexual de las líricas de Li Sahumet, en la crítica social que no se desbarranca en "comentarios" como los de otras bandas que tienen el pecho rojo con la cara del Che Guevara.
Lamento, sin embargo, la decisión de los organizadores del Festival de poner como grupo abridor a Bomba Estéreo y como principales a Tijuana Sound Machine. Los asistentes al Festival saben que el concierto de clausura está en manos de Radical Mestizo, la sección de música de fusión (que afortunadamente no raya en world music, aunque lo parezca); por tanto, la tónica de ese último concierto se sostiene en descubrimiento y nuevas experiencias para una generosa mayoría: allí descubrí a Rachid Taha, Goran Bregovic, Balkan Beat Box, y reafirmé cuánto me gusta Asian Dub Foundation.
Tijuana Sound Machine, le pese a los fans, no es un descubrimiento: el colectivo Nortec ha formado parte del panorama sonoro de este país desde hace ¿diez? años. Cierto, en sus inicios se les reconoció primero en Londres, y meses después en Tijuana y no sé cuántos meses después de eso en otras ciudades. Sin embargo, los miembros (Hiperboreal, Clorofila, Bostich, Fussible…; Murcof –en todo caso– se cuece aparte, eminentemente porque se separó en una etapa temprana del colectivo y agarró una dirección muy alejada de Terrestre) han alcanzado un reconocimiento sólido en estaciones de radio y tienen una muy devota base de seguidores. Se han vuelto icónicos de la cultura de vanguardia nacional, y eso es de celebrarse. Pero ya no son eso de allá arriba: descubrimiento.
Y pesa también que no haya con quien comentar (que no describir) la presentación de Bomba Estéreo, pues no sé de nadie que los haya visto. No dudo que muchos amigos estuvieron ahí, entre las treinta mil personas que atiborraron la calle frente al Monumento a la Revolución, pero no los encontré y no he leído reseñas suyas. ¿Cómo hacer suficiente una descripción de Roco y Pato de Maldita Vecindad acompañando y haciendo coros en "Fuego"?


¡Qué aburridos son los gringos en un concierto!


Addendum: Entonces uno chismea y se encuentra con que alguien, precaria pero atinadamente y con alguna suficiencia, filmó esa presentación, y la colgó en YouTube, y Bomba Estéreo la "autorizó" en su página de Facebook. Y uno la comparte. Digo, nomás como ejercicio antropológico de comparación.


martes, 23 de marzo de 2010

Sábado de gloria


El Festival del Centro Histórico (sigo sin acostumbrarme a 'Festival de México') es, en pocas las palabras, las tres semanas que espero con más ansia cada año; pero casi es necedad decirlo, pues es harto sabido en este blog. Debido a la carga de trabajo y a la inestabilidad de las últimas semanas, sumado a los gastos que hube y he de hacer, no asistí a todas las actividades que quería. Pero de alguna manera tenía que solventar eso:
El solo planteamiento de Huey Mecatl me parecía increíble a priori: contenedores de barco utilizados como cajas de resonancia. Había escuchado antes de arquitectura que recicla los contenedores, y me parece maravilloso (replanteé la idea que tengo de mi casa cuando descubrí a este despacho en Monterrey), pero no hay punto de comparación entre eso y una instalación de arte sonoro. Y a'i va uno a enarbolar de nuevo sus estandartes de batalla: nunca es el qué, sino el cómo.
Dispuestos en un pentágono de dos pisos de altura, cinco contenedores de siete metros de largo distribuyen el sonido que se produce en los otros cinco que soportan sobre ellos; esperando en la fila, alguien apuntaba que había visto las cajas en el estacionamiento de la Tienda UNAM, y ya antes lo había notado, y me había preguntado por qué estarían ahí, sin hacer las debidas asociaciones hasta que aquel sujeto hizo la nota. Dos músicos y tres cuerdas tensadas por caja, arcos, instrumentos de percusión, un director musical con harto carisma, una soprano que rondaba entre las cajas inferiores, dos compositores, una hora y media de sol y música y estruendo. Eso sólo puede tildarse de felicidad.
En varios momentos la instalación era una masa de sonido que golpeaba con una fuerza sorprendente, y sin embargo no lastimaba los oídos. Era la parte física del sonido, su espacialidad, su materia, las vibraciones recorriendo el aire e impactando el cuerpo. Y las dos piezas que presentaron eran de una belleza apabullante, la segunda más orgánica y dinámica (y divertida cuando los músicos saltaban y golpeaban muros y piso y techo, a patadas, con palmas y puños, con los arcos enormes, con tablones de madera, mazos y cadenas); más de la mitad de ese tiempo cargué una vasta sonrisa, pensando en una canción de cuna dulcísima. Cuando un helicóptero nos sobrevoló, fue inevitable recordar el Cuarteto para cuerdas y helicópteros de Stockhausen, y el compositor ya me parecía un genio (la vibración de las hélices era brutal), pero resultó un accidente francamente despreciable para los organizadores, que no para mí.
Lo único lamentable fue la logística: si la instalación depende de la vibración de una caja de resonancia, lo salomónico es no permitir que el público entre en contacto con ella. Y jamás será encomiable que los organizadores deban indicar a la gente dónde pueden sentarse, qué espacios no obstruir para que el director pueda entrar y salir. Para ser la cuarta presentación de cinco, ya debían tener previstas todas esas situaciones.
Salí de ahí físicamente cansado (no en balde pasa una hora y media de pie), y un tanto preocupado pues sabía que faltaba mucho para esa noche: primero el centro de Coyoacán para ver a IG Blech y en la noche al Lunario del Auditorio Nacional al concierto de los Boredoms. ¿Afortunadamente? algo sucedió con los primeros, porque recorrí la plaza entera y no encontré el menor indicio de fiesta.
A sabiendas de que me iba a gastar lo que me quedara de cuerpo y oídos con los Boredoms, no apuré el paso y me tomé la providencia de comer algo antes de entrar; sabia acción: Fat Mariachi no merece más que esta mención, y me siento tranquilo de ahorrarme la casi totalidad de su set.
KK Null… Hasta la noche de ayer tenía tinnitus en el oído derecho, y probablemente perdí varios años de audición: no recuerdo, de entre todos los eventos de Radar a los que he asistido, que los fotógrafos de prensa tuvieran que utilizar orejeras de protección… A pesar de la tortura que se lee, se debe reconocer que el tío tenía un dominio sorprendente de su recursos y sin duda sabe manipular una caja de ritmos y los procesadores de sonido que tenía en la mesa. Aullido sobre aullido, se podía escuchar el camino en descenso hacia el final, un tanto más sereno.
Pero para los Boredoms había que beber cerveza, y preparar el cuerpo, y disponerse a algo, sin que quedara claro qué era. Había que bajar los brazos y esperar a que mostraran qué harían con una Telecaster de siete cuellos, con cuatro baterías, con siete arpas montadas en vertical y dos estaciones de sintetizadores. Fue algo como esto:


Pero no, el inicio fue otro: Yamataka Eye golpeaba con delicadeza la Sevena, esa monstruosa guitarra de siete cuellos, mientras Yoshimi P-We dirigía a dos bateristas, marcando una síncopa de largas pausas en los toms; lo que nadie esperaba era la salida de un baterista más al fondo del Lunario, cargado en hombros y reventando tarola y platos y bombo en un solo estremecedor, gritando al escenario y dialogando con Eye.
Lo que siguió no puede terminar de describirse. Todo intento será vano. El esbozo de una experiencia incomunicable será, cuando mucho y en el mejor de los casos, una insinuación. Si arriesgado, tendré que comparar a Yamataka Eye con Gonzalo, el director musical de Huey Mecatl, batuta en mano, llevando la segunda pieza musical a un espacio mucho más sobrio y sutil, sin dejar de lado la energía que exige la precisión.
Across over 20 years, founder and leader Eye, along with frequent collaborator Yoshimi, has taken the band on a cosmic road trip, from the early swamps of chaos through times of tribal frenzy, oceanic tranquility, and massive sonic constructions. Perhaps most remarkable is the unceasing commitment to vision above all else, and the effects of that Commitment.

martes, 23 de febrero de 2010

Una masa rabiosa

No soy fan de Massive Attack: como casi cualquier radioescucha de a pie, disfruto sus canciones y asocio ciertos recuerdos a ellas (a algunas). El Auditorio Nacional, por su parte, tampoco me gusta como foro para un concierto; o quizá sí me gusta como foro, pero para espectáculos de teatro italiano y tramoya.
La noche de ayer, sin embargo, eso tomó su propia concepción.
Este concierto, hay que aclarar, empezó en agosto del año pasado: "¿Quién se apunta al concierto de Guadalajara? Me sobra un boleto." Y es política de la empresa asistir, en la medida de lo posible, a todos los conciertos que llamen la atención, ya sea por las canciones que uno recuerda, por el músico (compositor o ejecutante) que es extraordinario o porque la recomendación viene del metiche a cuyo gusto musical uno puede tenerle fe.
Entonces recibimos aviso de que no será en septiembre el concierto, sino que se pospone a febrero; y no hay por qué quejarse: nadie tenía serios planes al respecto. Pero surge, natural, la incógnita: "¿Y dónde nos quedamos? ¿Y cómo nos vamos, para empezar?" Fingimos la salida abrahámica y nos decimos con disimulo "dios proveerá."
Y dos meses después de hacernos a la idea de que no tenemos idea de cómo vamos a llegar a Guadalajara ni dónde vamos a resguardarnos de la noche, se anuncia una nueva fecha de Massive Attack, la de ayer, en el Auditorio Nacional. Corolario directo e indirecto: los costos se abaten. Comparado con los $1,300 que pagamos, los $850 del boleto nuevo se tradujeron de inmediato en a) qué poca madre, ya pagué el otro, b) qué rifado, ya no tenemos que sacarnos un conejo de bajo la manga, c) ya nos alcanza para las palomitas y la cerveza.
Llegamos, por fin, en esta historia, a la noche de ayer: Martina Topley-Bird es gloriosa, y la necesidad de tan pocos recursos en el escenario es evidencia de una capacidad musical incuestionable. Treinta minutos, doce roadies, pruebas finales de guitarra y una de iluminación después, 3D salía al escenario. Y allí se derrumbó todo.
De todos los conciertos que recuerdo, con bandas más rabiosas, con espectáculos más abrumadores por el aparataje técnico, con sistemas de sonido mucho más grandilocuentes, en escenarios que permiten con más soltura que los asistentes se desgarren las ropas, nunca he visto al público rugir de esa manera. El encore obligado era una masa de sonido, y antes del primer estribillo de "Inertia creeps" 3D intentó hacer un silencio dramático que se extendió ante los gritos de la gente; miraba al resto de la banda, desconcertado, y nadie sabía a ciencia cierta cómo recuperar el dominio sobre el público y seguir. Algo dijo, pero bajo ese muro de aullidos y silbidos y aplausos era casi imposible entender los murmullos con que habla.
¿Por qué la gente llegó a ese estado? Las pantallas de leds que enmarcaban el escenario mostraron frases casi exclusivamente en español durante todo el concierto, todas en una declaración política y social muy evidente, aunque a veces insinuada con ironía: una conversación entre cuerpos militares durante una operación de ataque, frases aisladas que se reconocen descripciones de Guantánamo hechas por internos, citas sobre la libertad que abarcaban la Declaración de los Derechos Humanos, Alexis de Tocqueville, William Wordsworth, Malcolm X, Simone de Beauvoir ("Desearía que todos los humanos fueran transparentemente libres") y otros tantos que francamente desconozco; cifras netas del gasto anual de un senador inglés en papel higiénico (¡$3,480!), el ingreso anual de un trabajador social en Ghana (¡¡$1,500!!), el producto interno bruto de Haití y Etiopía, la fortuna de Bill Gates, el presupuesto del gobierno mexicano en armas (¡$1,500,000,000!) en 2007, el ingreso por armas vendidas a países en desarrollo; información de vuelos comerciales que se transforma en fragmentos de las banderas de varios países, que se mezclan con los logotipos de las trasnacionales más grandes (soberbio ejercicio de semiótica).
El momento capital, sin lugar a dudas, fue "Inertia Creeps" (cuando se recuperaron y pudieron continuar): las pantallas, en grandes letras verdes, presentaban encabezados de las notas de chismes nacionales, y alguna otra sobre personajes del jet-set internacional. Noticias que, en estricto sentido, son de nulo valor, salvo para quienes están directamente relacionados con esas personas; "2 siglos de independencia? / 1 siglos [sic] de revolución?", los signos de interrogación rutilantes e hincando hondo la pregunta. "¿Cómo estuvo TU semana? / Tu voto cuenta / Tienes una voz / Toma tus decisiones / VIVA MÉXICO CABRONES [aullido generalizado]"; me queda claro que estaban moviendo conciencias, incitando a una revolución, y yo estaba a punto de arrancar el asiento de enfrente.
Este concierto es, dicho en pocos términos, el más inteligentemente político, el que más atención ha puesto en su público, el más furioso, uno de los más energéticos a pesar de la relativa calma de los músicos ("Thank you very much for being here tonight. I'm saying cheers with a cup of tea" y después la voz casi en basso profondo de Daddy G): uno de los mejores conciertos a los que he asistido, si no es el mejor.



Vía la que soltara la invitación inicial a Guadalajara, el setlist de ayer; por supuesto, piénsenlo en una versión sumamente modificada, saturada y –en la jerga nuestra de cada día– empuerquecida. Siete horas después pude terminar de escribir este post.

lunes, 30 de marzo de 2009

A New World Order

La noche de ayer clausuró el Festival: el Balkan Beat Box es pura diversión, y el Asian Dub Foundation es feroz; en un país como éste, su dinámica de trabajo, composición y reflexión social y política son una aguja quebrando hielo. Estoy convencido de que sí hay otra manera de pensar las cosas, el mundo y la realidad se pueden resolver de otra manera.
A pesar de que pudo ser mi concierto favorito de esta edición del Festival, lamento decir que no: hubiera sido mucho más divertido de haber estado más cerca del escenario para escuchar mejor. Siendo francos, el audio fue pobre. Al margen de eso, y muy probablemente porque esperaba una versión exponencial, algo me resulta de mayor relevancia que el concierto.
Debido a mis rasgos paranoides y -en palabras de Lemuel- a una memoria feliz, salgo con la predisposición de encontrarme con alguien: en bares, fiestas y eventos de vario color, suelo reconocer rostros que vienen de muchos rumbos, que son familiares. Entre los muchos miles que tapizaron ayer la plancha de la segunda plaza de armas más grande del mundo, efectivamente encontré a alguien: iba con un grupo de amigos, y en determinado momento, justo cuando se iba, se dio la vuelta y me reconoció. Ella no lo sabe, pero la había visto una hora antes, y la había perdido de vista y me había resignado a no verla de nuevo; y por el concurso de las circunstancias, después de que mis amigos decidieran irse (hartos de la humareda de marihuana), me paré detrás de ella, en lo que a ella y a mí nos pudo parecer un accidente. No la busqué, es cierto, pero sigo sin creer en la casualidad.
La conocí hace unos doce años, en un áshram; en ese centro conocí a mucha gente, y a la fecha muchos me reconocen, aún cuando desde hace siete años no pongo pie por ahí. La comunidad de jóvenes (v.g. entre trece y 24 años) me conocía bien porque yo era el encargado de la cafetería y a cada reunión yo contaba mi experiencia de meditación, con irreverencia y sarcasmo, cosa que no era usual en ese entorno solemne y pacato. Terminada una de esas reuniones, nos quedamos viendo, con una sonrisa amplia, y tímidamente me acerqué (ya nada podía hacer para evadirla): "Me dan mucha risa tus comentarios", y en adelante platicamos unas cuatro horas, a pesar de que los dos teníamos cosas que hacer.
Me enamoré perdidamente de ella, o eso me decía: la infatuación conserva una importante distancia del enamoramiento y otra tanta del amor en sí mismo. Salimos en un par de ocasiones, la llevé al teatro y le contaba del libro que estaba leyendo (en tercero de secundaria, Carmen Carrillo -crucial en mi formación literaria y mi maestra de Español- nos dio la opción de leer Cien años de soledad o La ciudad y los perros; por algo lo levanté de nuevo el mes pasado). Un día me decidí a confesarle que estaba "enamorado" de ella: se lo susurré al oído (me faltó la voz), temblando, con las manos entumidas, incapaz de comprender su reacción, que fue un paso atrás, abochornarse, y darme las gracias con la mirada baja.
Uno o dos meses después, en una tarde de hastío, escribí el primer borrador de un cuento que trabajé obsesivamente; uno de los personajes era ella. Le di el cuento a Carmen, quien tuvo la deferencia de dudar de mí y preguntarme quién lo había escrito, lo que demostraba que era razonablemente bueno. Dicho con toda propiedad, ellas dos son las principales razones por las que esto comenzó. Y no les he agradecido con el debido rigor.
Hacía siete años que no la veía, y en cuanto la reconocí, me asaltó la sorpresa y sentí un golpe en la cara y la espalda fría. Eso tampoco lo sabe. Fue un gusto encontrarla y ver que es tan linda como la recuerdo; sólo para no variar con respecto a mi incapacidad social, poco pude decir y preguntar, salvo los rigurosos "¿Cómo estás?" y "¿Qué has hecho?".
Quiero creer, arrogante como soy, que ninguno de los dos sabía qué hacer con el otro: yo miraba al frente mientras caminábamos al metro, ocasionalmente intervenía en la conversación de sus amigos y hacía comentarios sobre lo maravilloso que es el Centro; y sentía su mirada (presumo de curiosidad) que saltaba de mí a otra cosa cuando la miraba de vuelta.
He de decir que en otro tiempo, si la hubiera encontrado, muy probablemente sentiría la tentación de intentar una relación con ella; pero no: lo único que se agitó fue un recuerdo, y no queda sentimiento (porque no lo hubo, si somos honestos y miramos la cosa con objetividad). Ello no implica que no me gustaría tenerla por amiga y aprender algo.
El mundo se reacomoda, y yo sigo sin entender cómo.

martes, 24 de marzo de 2009

Un carbón ardiente

Como no encuentro manera para describir lo que vi el sábado:



Zu + Mike Patton quartet; Kenji Haino abrió el concierto, y he de admitir que me cansó terriblemente.
Al margen de eso, imágenes de Scarful, que de pronto se me antoja uno de los mejores ilustradores que he visto jamás.

jueves, 19 de marzo de 2009

La esperanza y el iris

La espontaneidad se practica.
-Franz Klein

El Teatro de la Ciudad ayer no supo a mojito ni a matzá: fue algo como ajenjo con láudano, un cubito de azúcar quemada, una medida de THC destilado y el vino de Borgoña más duro que se encuentren. Esos cuatro señores __________ [rellene con la expresión eufórica que le venga a la cabeza, porque a mí se me vienen un par de decenas y no sé ponerles orden].
Para mi mala fortuna, no alcancé boletos baratitos, a cincuenta metros del escenario, y me vi forzado a tomar un lugar en platea; me quedé en tercera fila, en el costado izquierdo del Teatro. Qué maldita suerte la mía...
Sin siquiera decir agua va, Han Bennink empezó a tocar la batería; Marc Ribot ni siquiera se había sentado ni conectado la guitarra, y Greg Cohen apenas estaba levantando el contrabajo del piso. Y sin decir agua va, empezó a tocar la tarola con el tacón del zapato y a golpear los platillos con una toalla. De verdad, ese señor toca lo que sea, y sentado en el escenario, golpeó la duela, las suelas de sus zapatos, el atril de un micrófono, se metía las baquetas a la boca, y remató acostado, en lo que cualquiera pensaría que es un estertor harto doloroso. Alguien me dijo que un buen baterista se reconoce porque siempre está haciendo algo: Bennink es el hipercubo de eso.
Ribot, el que le seguía de atascado, me dio el momento de más felicidad: después de un largo pasaje de texturas sonoras, empezó a rasgar las cuerdas en los puentes, ahí donde nunca han visto a un guitarrista hacer un solo porque simplemente no es espacio convencional de ejecución. Sin escalas, pensé en una caja de música y en una canción de cuna. Justo después se desquició y eso se volvió un delirio.
La persona de Ray Anderson me pareció extraordinaria: durante todo el concierto pareció encantado y sorprendido de lo que hacían los demás y a cada instante miraba a Greg Cohen con una sonrisa, como diciendo "en la madre, ya perdimos a este tío; y qué bueno: es la onda". Sus solos sonaban a veces como blues, a veces con una melancolía súper linda, a veces con una risa (se veía que estaba echando chistes que nomás él entendía), a veces como una ola, a veces como jazz "convencional" (si alguna vez ha existido eso), y rara vez como algo que pueda reconocerse o asociarse con otra cosa.
Pero Greg Cohen... Ayer decidí que quiero aprender a tocar el contrabajo, y esta vez no es como cuando digo que quiero amigos como James Turrell o que un día de éstos voy a escribir mi Ciudad y los perros (toda proporción guardada) o que ya pronto voy a empezar a nadar. En el programa de mano lo calificaban del "guardaespaldas perfecto", y ya antes lo habían considerado el cuerdo que le ponía orden a Masada cuando John Zorn perdía el suelo: Cohen es un ejemplo glorioso del uso e importancia de los límites de que hablaba Calvino. No hace nada extraordinario con el contrabajo, salvo tocar dentro de todos sus registros con una sencillez (jamás exenta de virtuosismo) sorprendente, coadyuvando a los otros y marcando el ritmo, esperando paciente el momento en que él debía llevar.
Y ahí fue donde, otra vez, la gente jodió la cosa: justo cuando el solo brincaba a Cohen, algún necio gritaba y aplaudía y el Teatro entero aplaudía, y Cohen se detenía y se le veía un cierto disgusto por la interrupción; en consecuencia, lo pararon tres veces y no abundaron sus solos. Supongo que a ése que gritaba nunca se le pasó por la cabeza que la improvisación exige un oído finísimo y una concentración feroz. Bennink calló a la gente en un solo.
Quiero creer que se llevaron una gran impresión de su público, pues los cuatro se mostraban contentos y se vieron forzados a regresar el escenario dos veces: a su segunda salida, la gente no paró de aplaudir durante cinco minutos, los últimos dos acompasados los aplausos. Me gusta pensar que ninguno (Han Bennink tiene más de cuarenta años de carrera) ha tenido un público tan feroz como nosotros; me encanta mi arrogancia.
En definitiva no podía llegar a mi casa, así que tuve que ir por una cerveza: simplemente no podía brincar de ese estrépito a la comodidad de mi cama y los ronroneos de mis gatos. Hubiera preferido una borrachera de ésas que son mala idea entre semana, pero no hubo quién me reclutara en su fiesta.

martes, 17 de marzo de 2009

Aquí como allá

Si mi memoria no me traiciona, Roland Barthes distingue el placer del goce según la atención y apertura requeridas para lo segundo: llegan a tal extremo que rayan en el aburrimiento. Para un observador, quien se apasiona por algo realiza una actividad absurda y asquerosamente aburrida, sin beneficio de ningún tipo. La materia de trabajo de Barthes en ese ensayo era la lectura de una novela realista (placer) y una moderna (goce).
El domingo, las Percusiones de Estrasburgo tocaron Le noir de l'etoile, de Grisey, en el Espacio Escultórico de esta honorable universidad; sin embargo, no todos los asistentes eran tan honorables o dignos de respeto.

I.
A mi lado, un joven padre de familia se hacía cargo de sus dos hijos, de ¿cuatro? y ¿uno? Sería incorrecto de mi parte quejarme de él y recriminarle que los niños no dejaran de hablar, pero el hombre se esmeró todo lo que pudo por tenerlos tranquilos; en cuanto se pusieron beligerantes, hizo lo más pertinente y se los llevó: yo hubiera estado rabioso y mucho más beligerante si tuviera que sobrevivir, a su edad, a seis percusionistas que tocan muy erráticamente y muy lejos de mí.
La verdad es que ellos tres no fueron motivo para mi disgusto: "Papá, Miguel [o como se llamaba] me mordió el pelo. Me duele mucho."

II.
A pesar de que el personal de seguridad prohibió inicialmente que la gente se subiera a las estructuras de concreto del Espacio Escultórico, cedieron y se veía a muchos sentados allá arriba. No sé si mi paranoia es tan grave, pero estoy convencido de que eran los más ruidosos y molestos, por encima de los que contestaban el celular, los que comentaban la anécdota del sábado, los que estaban considerando en qué taquería iban a cenar, los que refunfuñaban porque qué aburrido es esto, los que callaban a los que estaban hablando, los que callaban a los primeros, et al.
Cuatro chicos de los que estaban allá arriba me calentaron gravemente las tripas: amargas discusiones porque alguno secuestraba la mota y la cerveza, la llamada al celular "Fer, te habla tu mamá", anunciada con el mismo volumen que lo haría cualquiera de ustedes si estuviera en la sala de su casa, eructos, piropos a todas las chicas que cruzaban por su campo visual, "no ma, qué hueva con estas mamadas", y todo lo demás que tuvimos que soportar.
Independientemente de que yo sea un exquisito y de que no me saque de la cabeza que "el arte se contempla en silencio", frase que me dijo mi profesor de sociología en la preparatoria, estoy convencido de que la música exige respeto, no sólo a los ejecutantes, sino a los asistentes.
Si Grisey o Wagner no me parecen interesantes, me largo a hacer cualquier otra cosa que sí me lo parezca y asunto arreglado. ¿Para qué perder mi tiempo?

III.
Para contextualizar debidamente es necesario anotar que Le noir de l'etoile es una pieza donde abundan el silencio y los cambios de volumen y tono: en la presentación que se hizo, se le pidió al público que por favor guardara mucho silencio, pues empezaba en un volumen muy bajo. Hay largos pasajes muy suaves para un sexteto de percusiones, y en general es difícil distinguir la reverberación de las grabaciones de estrellas. En suma, es una pieza contemplativa de las que exigen tripas.
A mi lado, después de casi una hora, escuché a alguien decirle a su chica: "Nada más estoy esperando a que pase algo". Presumo que esperaba un despliegue espectacular como el de Kraftwerk y Radiohead, que en esos momentos debía estar empezando.

IV.
Escuchaba ayer comentarios generales sobre el concierto de Radiohead del domingo. Presumen una cosa sublime, precisamente un despliegue espectacular que supo aprovechar y manejar un determinado número de recursos. Pero cuando uno es culto cultísimo puede prescindir de esas demostraciones poco significativas del arte e inclinarse por el Festival del Centro Histórico; v.g. en noviembre no tenía dinero y el Festival es una opción distinta, disponible en el mismo momento.
Entre esos comentarios, hubo quien se movía de lugar si alguien hablaba o cantaba (???) a su lado, y hacía un esfuerzo por que nadie le perturbara la experiencia.

V.
Sería lindo tener presentaciones hechas a mi talla, en mi casa o el foro que me venga en gana, con los asistentes que me parezcan los adecuados, con las cantidades de cerveza y vino que se me antojen, sentado con esa mujer que me interese.
Tiene su encanto compartir con otros (ya para estos momentos reconozco a varios de los asistentes a Radar, y ellos también me reconocen), sólo que a veces quisiera que esos otros fueran otros y no ésos.

jueves, 12 de marzo de 2009

Pulsar

Hoy inaugura el Festival, y aunque no voy a ver Don Giovanni, desde hoy mi humor es otro. La sola idea de toda la música loca que voy a escuchar me emociona a rabiar: todas las mañanas, taza de café en mano y gato restregándose en las piernas, veo con ansiedad mis boletos, especialmente el de Marc Ribot, Greg Cohen (los dos otrora miembros de Masada, en sus distintas encarnaciones), Ray Anderson y Han Bennink.
Me acuerdo que de niño pasé unas vacaciones con la familia de mi madre en Tijuana; fue la primera vez que viajé solo, sin mis padres, así que brincaba de casa en casa y mis tíos cumplían mis caprichos, aunque eran pocos. Uno de ellos, dueño de un 7-Eleven en San Diego (cuyos refrigeradores y dulcerías matemáticamente asaltamos todos mis primos y yo cuando éramos niños), me llevó a una juguetería y me dijo que escogiera lo que quisiera; me llevé un avión, e inmediatamente me recriminó que no llenara un camión de juguetes, así que me preguntó si tenía alguna consola de videojuegos y me puso enfrente todos los que se le cruzaron. Me pasé las siguientes tres semanas de mis vacaciones ansioso por regresar a casa, mirando las cajas de mis dos nuevos videojuegos y brincoteando encantado.
Más o menos me siento así en este momento, toda proporción guardada. Aunque es probable que hoy también brincara como niño si tuviera una consola...
Otro concierto que espero es Le noir de l'etoile, de Gérard Grisey: con su permiso, voy a escuchar estrellas. Y mientras llega el domingo, a Marc Ribot y los Cubanos Postizos en las Rolotas.



Marc Ribot

martes, 21 de octubre de 2008

Una foto ridícula

A todas luces, no soy en absoluto fotogénico.
De todos los conciertos en los que he estado, éste fue _________ [adjetivo laudatorio]; me cuesta definirlo, o será más bien que me rehúso. Siendo franco, no me atrevo a ponerle una etiqueta: mis experiencias, buenas o malas, no tendrían por qué caer en algún formato, como no debiera caer la de nadie. ¿O de verdad podemos analizar objetiva y racionalmente y catalogar nuestros sucesos significativos?
Por supuesto, ver a los Flaming Lips, treinta teletubbies brincoteando con lámparas y bastones de luz, roadies vestidos como constructores, un bagre y un sapo disfrazados de marineros (?), chorros de globos de colores, serpentinas, luces locas, Wayne Coyne metido en una esfera de plástico transparente haciendo body surfing, y escuchar un arsenal de pura rola ponmedebuenas en medio de la fiesta más grande que he visto jamás, basta para decir que el sábado fue uno de esos días que voy a traer pegados por mucho tiempo. Pero Trent Reznor y ese monstruo visual y las dos horas de catarsis...
Apenas voy recuperando la voz, y valió cada grito y cada ladrido.

viernes, 18 de julio de 2008

Y nada más

Esto me ha pasado ya no sé cuántas veces (tendría que revisar los archivos para saberlo, y francamente me provoca pereza). Hoy consideré abstenerme de publicar una entrada, pues no tengo nada que decir; o será quizá que algún sutil resabio de tristeza no me lo ha permitido. Dejemos esa especulación de lado; a fin de cuentas, ¿qué importa?
Ésta fue la tercera canción que sonó esta tarde en mis audífonos -curiosamente, The Beatles hoy sonaron bastante en mis audífonos-. Me es increíblemente conmovedora; y el motivo me importa un corcho. Como las cosas que son grandiosas, es irrelevante investigar sus causas. Pasando la estafeta de Lennon a McCartney, let it be.
Por un momento estuve tentado a contar la historia de la grabación, pero para eso no me necesitan: el Wikipedia resuelve más dudas que la Enciclopedia Británica. Basta decir que casi todo lo que se oye, salvo las vocales de Lennon, es el audio original.


viernes, 2 de mayo de 2008

Una solicitud

El post de este día no tenía temática definida (realmente no tenía muy claro de qué escribir; más todavía, no tenía intención de escribir). Sin embargo, en atención a Agla, ordeno mi cabeza y dispongo este escrito.
Ayer, gracias a los Mártires de Chicago, tuve un día de asueto; y en lugar de quedarme encerrado en casa con los gatos, mi mejor opción fue dar una vuelta por el Centro Histórico. Podía, también, hacer turismo capitalista (???) y recorrer el centro comercial que hay a unos pasos de casa, comprar un helado y leer en las bancas de esos suntuosos pasillos atiborrados de señoritas que compran bolsas de mano de $4,000 (hechas en Tailandia) o pantalones talla cero (nota al pie: ñango como soy, me quedan bastante bien, lo mismo que la talla 14 para niño, con la salvedad de que me llegan arriba de los tobillos). Digo, de shoppear en un mall a husmear en las librerías de viejo de Donceles... Resultado: seis viejas adquisiciones.
Y sí: el Centro es distinto cuando no hay tanta gente. Antes, de día era un oloroso y ruidoso bosque de gente que impedía el paso hasta obligar al peatón a caminar por la calle, en lugar de hacer el correcto uso de las aceras; y por la noche era un muladar de basura y residuos de dudosa procedencia, que uno prefería no caminar dada la escasa seguridad. Presumo que el Festival (y la senda lista de empresas que lo respaldan y cuya imagen está involucrada) tiene alguna responsabilidad en ese cambio, otra cosa que debiéramos agradecerle.
Sin embargo, muchos todavía le tienen, más que respeto, franco terror y mal recuerdo al Centro. Uno de ésos, para mi mala fortuna, es el novio (ése al que casi le incendio la casa) de mi mejor amiga y room-mate. Pero mejor me explico, pues bien se pudiera interpretar de muy otra manera lo que quiero decir: el domingo, desvelado, suficientemente cansado como para preferir la cama a cocinar y comer, el mundo entero se fue a la mierda y me hice bolita, un gato entre las rodillas y otro en el pecho. A eso de las cinco me hablan desde la puerta: "Pollo, ¿no vas a ir al Centro?". Según mi memoria, el concierto de Goran Bregovic, y por añadidura el evento de clausura del Festival, empezaba a las ocho, así que básicamente le debo a la roomie mi asistencia puntual.
Me desperezo, me pongo los zapatos, y bajo los cuatro pisos de mi edificio. Y este infame, en virtud de que no se ha cambiado los calcetines en tres días (me habrá de disculpar, pero este tipo de cosas y toda su escatología se tienen que ventilar, en toda la extensión de la frase), se toma más tiempo del exclusivamente necesario, muy a pesar de que ya tenemos algún retraso en nuestra contra. Ah, pero tu novia es demasiado consecuente contigo en ocasiones, infame, y yo te tolero más de lo que mis tripas toleran... Y todavía tienes el cinismo de quejarte: "Ay, pero es el Centro, y el Centro es bien peligroso. ¿Y tenemos que ir en Metro? Es que me choca el Metro. Además va a llover... Blah blah beeeeeee". Grrr...
Y llegamos por fin a la Plaza de Santo Domingo, después de otra larga perorata de quejas (mala cosa si uno sigue a medio dormir y el humor no da para calma). Qué lindo es el Centro, a cualquier hora; y qué pena es llegar tarde a los conciertos en plazas públicas y quedarse a veinte metros del escenario, viendo manchitas o pantallas. Siempre es interesante ver a los músicos haciendo lo suyo, y pocas cosas me cautivan tanto; sin embargo, si a uno le quedan dos dedos de sentido común (cierto, cierto: se me olvida que ése no es un bien ampliamente difundido), uno va a un concierto a escuchar música, no a verla.
Si a últimas fechas me he interesado por la música de Europa del Este (A Hawk and a Hacksaw, Gogol Bordello, The Cracow Klezmer Band, Kocani Orkestar [vs. Animal Collective]...), me acabo de aficionar con la mitad de las tripas. Por principio de cuentas me encantó el ensamble que carga Bregovic: la Orquesta y Coro para Bodas y Funerales (metales; el saxofonista es glorioso), dos coristas tradicionales de los Balcanes, la Banda Instrumental de Oaxaca (que a momentos parecían terriblemente aburridos, aunque las cuerdas sonaron rebién) y un coro de vocalistas masculinos, en pulcrísimos fracs. Uno no creería que tal conjunto haría bailar y brincar a la banda, al más animoso estilo de un concierto de rock, pero oh sí, lo lograron: la polka se baila (dah...) y es redivertido, aunque nadie bailara polka propiamente dicho.
Me pareció bien interesante que hubiera un chorro de niños, y hasta parecían divertirse más que el resto de la gente. Evidentemente, los padres parecían más preocupados que ellos por la lluvia. "Me duelen las rodillas, me estoy mojando, vámonos, tengo hambre"; y ése no era un niño, aunque lo parece... Ah, me debí haber fugado con los otros cuates que estaban al otro lado de la calle.
Casi tres horas de música gitana, con sus momentos harto emotivos por las voces de esas dos mujeres que por un segundo pensamos que podían ser oaxaqueñas (por el tocado, claro, porque sus 1.80 de altura y la tez blanca y el cuerpo delgado no son muy oaxaqueños), con otros harto divertidos. La banda de metales y los solos de clarinete o trompeta... uff, no tengo que terminar la frase. Y las vocales -gitanerías y chillidos y algunos gritos- me hacen reiterar que la voz debe ser un instrumento más en la música (de pronto me viene a la cabeza esa anécdota en que John Lennon quería que "Tomorrow never knows" sonara como cien monjes tibetanos cantando y la única manera que se le ocurrió fue colgarse de cabeza sobre el micrófono y pendular; "We're looking into it, John" decía George Martin, guardándose la repulsa ante idea tan idiota). Por supuesto, nadie entendía nada, pero no había necesidad. Tú pásatela bien, y no lloriquees.
Como era de esperarse, tocaron varias piezas de Underground y otras películas de Emir Kusturica, lo nuevo del Alcohol y varias piezas "tradicionales", con arreglos por los que se hizo famoso Bregovic.
Una cosa sencilla (nada en música es sencillo, ni el punk más básico: la actitud es más difícil que un acorde de guitarra), sucia, amontonada, con chorros de capas encimándose y jugando, con cambios repentinos, estrepitosa, colorida. De eso al noise no hay mucha diferencia, salvo que uno baila.
A resumidas cuentas, que me la pasé rebién, y supongo que la gran mayoría de los que fueron. Hoy estoy tentado a ponerle paliacates a los gatos.

jueves, 24 de abril de 2008

Cumpliéndome

Hace un rato que quería escribir esto. Bendita falta de tiempo (y ánimo...).
Ya antes había dicho, en varias ocasiones, que soy REfan del Festival de México en el Centro Histórico: gracias a él conocí la abrumadora mayoría de la música que más aprecio.
Como en cualquier otro festival, uno tiene que hacer un calendario según el gusto, la curiosidad, la disponibilidad de tiempo y -sobre todas las demás cosas- el presupuesto. Este año he sido un tanto mezquino para conmigo mismo y no he asistido a todos los conciertos que me había programado, pero entre desidia, apatía y un presupuesto que proyecta gastos significativos en un futuro más o menos cercano, hube de hacer un recorte, como en otros años.
Hace tres ediciones, Radar trajo al Fantômas de Mike Patton. Maldita sea, no los conocía, no me interesó tanto como para invertirles y me fui a ver alguna otra cosa (no recuerdo con precisión qué; ya revisaré mi honrosa colección de boletos); que evidentemente no me arrepiento, pues hasta la fecha nada del Festival me ha decepcionado.
Este año, el turno en Radar fue de Melt Banana. Hace mucho no me divertía TANTO en un concierto, y me atrevo a decir que nunca me había divertido tanto. Creo que un factor importantísimo para eso fue el inicio: Jamie Saft y Mike Pride (aka Kalashnikov), capas y capas y capas de texturas sonoras, noise, free-jazz, improvisación, cincuenta minutos. Y de eso -envolvente y penetrante-, un salto veloz, explosivo, poderoso, rabioso, impetuoso, ________ (y cualquier otro adjetivo en el campo semántico).
Ñango como soy, con mis lentecitos y mi ceguera, con mi librito en la bolsa del pantalón (efectivamente: uno de los pocos idiotas que carga un libro a un concierto), me tuve que contener y mantenerme afuerita del mosh, por más que moría de ganas de meterme: la banda punk abundaba, con sus 1.90 y sobrados 80 kilos, codos al aire, puños y antebrazos. No, mejor procurar el ñango físico.
Sin embargo, muy sin embargo, no me libré del golpe más estúpido que la Historia registre: con mi propio codo en las costillas. No me pregunten, mejor hagan un ejercicio de visualización y anatomía.
A manera de compensación personal, el video de abajo. Patton en la voz cantante (en toda la extensión de la frase), Fantômas y la mitad de Melt Banana en una improvisación dirigida, más o menos al estilo de John Zorn y Cobra. Tsss...

miércoles, 23 de abril de 2008

Antítesis

O más bien oxímoron.
Esta mañana, de camino por el café a la H. Facultad de Medicina Veterinaria y Zootecnia de la H. Universidad Nacional Autónoma de México, escuché una de las frases más estrambóticas de que he tenido noticia en mucho tiempo. Llegué tarde para escuchar el chisme completo, pero no se requiere demasiado para comprender. Me explico a continuación.
Una de las importantísimas doctoras de este Centro de Investigación comentaba con mi jefe acerca del microscopio (o, siendo más específico, la cámara y el software necesarios, así como algunas otras chunches periféricas) que tienen intención de comprar a una empresa inglesa; parte de la conversación giraba en torno al precio obsceno del aparatejo y a las condiciones que estipula la empresa para la venta, entre las cuales indican que no se hacen responsables una vez salido el paquete de sus oficinas.
De pronto mi jefe empieza a reírse e interrumpe a la importantísima doctora: "La pro-forma dice que la empresa no se hace responsable por retrasos en la entrega debidos a a) Actos de Dios, b) Desastres naturales...".
Resulta innecesario que termine la lista. ¿ACTOS DE DIOS? Supongo que si llueve fuego o durante treinta días continuos con sus noches o se dividen los mares y el barco donde transportan el aparatejo no puede avanzar o si una ballena se traga al mensajero y lo escupe en otro país o si el mensajero cae muerto porque es el primogénito de la familia (y no es judío, evidentemente) o si descienden las huestes celestiales a combatir las terribles fuerzas de la Bestia, entonces la empresa tiene derecho a lavarse las manos pues desde un principio estipuló que no se hacía responsable si Dios se interponía entre ellos y sus clientes.
O más interesante todavía: la empresa queda eximida si Dios se colude con Indra para que reviente el avión a rayos o si Huitzilopochtli envía un comando de colibríes a anunciar la guerra que evite un desembarco en tierra mexicana o si Odin -por algún accidente- yerra el tiro y le atina al avión en lugar del corazón de Fenrir o si Anubis momifica al mensajero o si Poseidón orquesta un periplo de diez años, o doce, ¿por qué no?
Ya antes me he preguntado por qué doctoran a estos señores, si tienen unas faltas de ortografía y redacción que mi sobrina de trece años no comete, si no tienen (en palabras de otra importantísima doctora en ciencias) "el mínimo pudor editorial y científico de revisar los escritos que someten". Pero ahora entro en la interminable y absurda cuestión de Dios contra la ciencia: en esta esquina, Charles Darwin, Max Planck y Albert Einstein; en esta otra, el Señor, el Crucificado y el Espíritu Santo. Quizá sea prejuicio mío, o será que mi propio ateísmo se impone, pero me suena (de inicio) locamente extraño que un laboratorio científico considere las intervenciones divinas en su catálogo de eventos posibles.
Supongamos que les doy el beneficio de la duda; me quedan, entonces, dos posibilidades: A) algún hijoputa demandó a la empresa en alguna ocasión debido a que "Dios se interpuso en la entrega" y la corte falló a favor del demandante (justo ahora recuerdo que el reglamento de la Universidad Iberoamericana prohibe llevar vacas a la escuela o meter un elefante a la fuente, precisamente porque algún imbécil lo hizo hace unos años); B) alguien en esa empresa tiene un sentido del humor finísimo que ya quisiera yo poder desplegar en mis trabajos...
Espero en Dios que sea B.
(Paréntesis absolutamente alejado del asunto de este post: ¡qué glorioso es el Rooftop Concert de los Beatles!)

martes, 15 de abril de 2008

Muera el mal gobierno

Los que sí saben de Historia dicen que ésta fue la última frase que el cura Hidalgo gritó la madrugada del 16 de septiembre de 1810. Tan textualmente como a no sé quién le conste (me sigo preguntando cuál es la fuente real de esta cita; digo, para elucidar uno de los tantos y tantísimos mitos que acompañan al movimiento de Independencia de México [aunque asumo que habrá mitos en un chorro de otros eventos históricos]), el final del discurso que levantó a este país -entonces colonia- en armas reza como sigue: "¡Viva la Virgen de Guadalupe! ¡Viva Fernando VII! ¡Muera el mal gobierno! [gritos desaforados de fondo]".
Matar al mal gobierno, cualquiera que éste sea, empezando por el propio.
El gobierno de mi persona empieza a cobrar impuestos que no estaban estipulados en mi Constitución ni en mi Diario Oficial, impuestos que ni siquiera se anunciaron y cuyo recaudo comenzó intempestivamente. El gobierno de mi oficio fue depuesto en un golpe de estado por el gobierno de mi trabajo, y por más que hay algunos movimientos de oposición y la Resistencia (al más puro estilo de la francesa de la Segunda Guerra Mundial) presenta sus frentes, la imposición autoritaria parece no tener fin.
El gobierno de mi amor decididamente se anunció en bancarrota: arcas vacías, activo fijo y capital en números rojos, estados financieros maquillados, balance general desproporcionado. Dicho en pocas palabras, si Enron era la gran corporación trasnacional de energía, mi gobierno no está muy lejos de destrozar sus documentos, uno detrás del otro, en las trituradoras de papel; o más correctamente, en repetidas ocasiones se han triturado los papeles y han dejado en bancarrota a la empresa.
Bueno, queda un imperio que ya quisieran Alejandro y Gengis Khan y Carlo Magno: el de mis gatos.
El gobierno de mi fe, por su parte, es harto similar al comunismo marxista: si alguna vez existió, fue sólo una linda idea. La diferencia es que mi gobierno no ha movilizado a las masas, ni ha configurado el intelecto de un montón de generaciones, ni ha dominado a países enteros, ni ha divido otros. Vamos, que mi gobierno es de escala personal, ¿o debiera decir impersonal? Supongamos que existe: democracia griega, entonces, aunque sin quorum. ¡Ah, cuántas posibilidades!
Pero el asunto aquí es el gobierno de mi trabajo y sus implicaciones en la cultura nacional: la República Liberal y Democrática de RIM exige al Poder Ejecutivo de la Nación mejores condiciones de vida, acceso a la cultura, atención a las necesidades básicas de sus ciudadanos, planes de emergencia para salvaguardar la soberanía y el patrimonio nacionales, ejercicio fiscal racionalizado, distribución de los bienes.
Atención a las peticiones o muerte al mal gobierno. Los ciudadanos hemos dicho.

viernes, 28 de marzo de 2008

Un monstruo

Tenía yo la firme intención de postear algunos poemas (cosa que haré el lunes), pero me vi asaltado e impelido a cambiar de opinión, para no variar...
Conocí a Steve Reich en el Festival del Centro Histórico de 2006 (REfan y fiel devoto): Bang on a Can All-Stars presentaba el brutal e hipnótico Music for Airports de Brian Eno, tras una exquisitísima selección de obras de grandes compositores del S. XX, v.g. Hermeto Pascoal, Conlon Nancarrow y Reich.
Llegué rayando al Palacio de Bellas Artes y por poquito no me dejan entrar a la sala; cuando tomé mi asiento, Mark Stewart estaba tocando Electric Counterpoint ("suena a un beso", dijo Margarita, una de mis mejores amigas, cuando escuchó la pieza algún tiempo después). Y salí flotando, abrumado de tanta belleza, porque oh qué hermoso es Music for Airports (no recomendado para hiperactivos que no pueden estarse quietos más de tres minutos) y qué extraordinario es el Bang on a Can All-Stars.
A la primera oportunidad me di a la tarea de encontrar todo cuanto pudiera de Reich, entre información, métodos de composición y -evidentemente- piezas musicales. Su obra, iniciada en 1965, abarca algunos cientos de horas y géneros musicales: de los principios de la música electrónica y el noise, es considerado el padre del minimalismo, junto con Terry Reily (otro monstruo glorioso). Ha trabajado con Kronos Quartet, Alarm Will Sound (uff!!), Pat Metheny, Ossia, el Steve Reich Ensemble (como no abundaban los valientes y virtuosos que ejecutaran su música, Reich decidió dejarse de chingaderas y mejor juntó a su grupo); ha utilizado poemas de William Carlos Williams (uff... reuff!!), pasajes bíblicos y del Corán (cantados en hebreo y árabe) y textos de Ludwig Wittgenstein, entre varios otros.
Es considerado uno de los pocos compositores que cambió la dirección de la música, y no lo digo yo, lo dice el Guardian de Londres. El año pasado la Real Academia Sueca de Música le otorgó el Polar Prize y en 2006 obtuvo el Praemium Imperiale, que es el Nobel para las demás artes.
Hoy, organizando mis archivos, poniéndoles orden por fin, tuve la curiosidad de chismear otro poco y me encontré este video; es una versión ________ (rellene con el adjetivo que mejor le parezca) de Clapping Music. Quería poner otro de una filmación de los setentas, pero no lo encontré completo; que no es tan grave, pues bien pueden metichear en la página de Reich y segurito lo encuentran.
Los monstruos hacen cosas más hermosas: "El sueño de la razón produce monstruos".


martes, 13 de noviembre de 2007

Ni le voy a poner título

No lo sé, de verdad que no: quizá fue la generosacasiabsurda cantidad de cerveza que consumí el fin de semana entero que participó activamente en la depresión de mi sistema nervioso, o quizá sea que es peligrosísimo para gente como yo leer en tanto uno se apropia en demasía la experiencia literaria (gracias a Darien, este autor empírico se hizo en su momento de alguna prenda sin el pago correspondiente) y la visión y actitud de Raskólnikov son materia grave, pero el asunto es que estos días el mundo es raro.
Ayer por la mañana hice brevísima consulta antes de decidirme a ir a las taquillas del Palacio de los Deportes para comprar dos boletotes para el concierto de Soda Stereo de este viernes: regresé a casa con los bienhabidos boletos y tres mil pesos menos en la cartera (fuera yo tan pudiente como para gastármelos así nomás de buenas a primeras: me los hubiera robado). De camino, entre que de mal humor porque no había comido y la chica que estaba en la fila de la taquilla antes que yo se tardó como quince minutos en comprar cuatro boletos, llegué a una de esas conclusiones (que después desvarió hasta convertirse en este post) que parece que requieren de un esfuerzo mental y emocional enorme y no son otra cosa que sentido común aplicado.
Una experiencia no dura exclusivamente el periodo de tiempo que le toma para suceder, sino que inevitablemente se extiende hacia el tiempo que la antecede y la precede (benditas perogrulladas: si un teórico de la Historia leyera este blog, segurito quedaría prendado de la idea y la publicaría en su siguiente libro...). Expectativa y memoria, así de simple.
El asunto se vuelve grave cuando uno se hace consciente de ello: puedo estar emocionado [sic] por un concierto que por sí solo es harto emocionante, pero también me siento susceptible cuando en ese mismo espacio cabe una mujer (o varias) de hace tiempo, cuando me acuerdo de la infame cantidad de idioteces que he cometido, de las cosas que he perdido, de las que nunca tuve, de los días que fui más feliz y ya no son. Ésos últimos son los peores: las fotografías retratan un instante, sí, pero eso no quiere decir que el instante continúe con todas sus particularidades, y eso es otra perogrullada.
En fin, voy por un desenfriolito porque la gripa se está poniendo de a peso y no quiero sumarle más necedad a la experiencia del viernes. ¿Alguien se sabe un chiste? Me contaron uno rebueno el sábado, pero es de ésos que funcionan mejor en lo presencial.