martes, 17 de marzo de 2009

Aquí como allá

Si mi memoria no me traiciona, Roland Barthes distingue el placer del goce según la atención y apertura requeridas para lo segundo: llegan a tal extremo que rayan en el aburrimiento. Para un observador, quien se apasiona por algo realiza una actividad absurda y asquerosamente aburrida, sin beneficio de ningún tipo. La materia de trabajo de Barthes en ese ensayo era la lectura de una novela realista (placer) y una moderna (goce).
El domingo, las Percusiones de Estrasburgo tocaron Le noir de l'etoile, de Grisey, en el Espacio Escultórico de esta honorable universidad; sin embargo, no todos los asistentes eran tan honorables o dignos de respeto.

I.
A mi lado, un joven padre de familia se hacía cargo de sus dos hijos, de ¿cuatro? y ¿uno? Sería incorrecto de mi parte quejarme de él y recriminarle que los niños no dejaran de hablar, pero el hombre se esmeró todo lo que pudo por tenerlos tranquilos; en cuanto se pusieron beligerantes, hizo lo más pertinente y se los llevó: yo hubiera estado rabioso y mucho más beligerante si tuviera que sobrevivir, a su edad, a seis percusionistas que tocan muy erráticamente y muy lejos de mí.
La verdad es que ellos tres no fueron motivo para mi disgusto: "Papá, Miguel [o como se llamaba] me mordió el pelo. Me duele mucho."

II.
A pesar de que el personal de seguridad prohibió inicialmente que la gente se subiera a las estructuras de concreto del Espacio Escultórico, cedieron y se veía a muchos sentados allá arriba. No sé si mi paranoia es tan grave, pero estoy convencido de que eran los más ruidosos y molestos, por encima de los que contestaban el celular, los que comentaban la anécdota del sábado, los que estaban considerando en qué taquería iban a cenar, los que refunfuñaban porque qué aburrido es esto, los que callaban a los que estaban hablando, los que callaban a los primeros, et al.
Cuatro chicos de los que estaban allá arriba me calentaron gravemente las tripas: amargas discusiones porque alguno secuestraba la mota y la cerveza, la llamada al celular "Fer, te habla tu mamá", anunciada con el mismo volumen que lo haría cualquiera de ustedes si estuviera en la sala de su casa, eructos, piropos a todas las chicas que cruzaban por su campo visual, "no ma, qué hueva con estas mamadas", y todo lo demás que tuvimos que soportar.
Independientemente de que yo sea un exquisito y de que no me saque de la cabeza que "el arte se contempla en silencio", frase que me dijo mi profesor de sociología en la preparatoria, estoy convencido de que la música exige respeto, no sólo a los ejecutantes, sino a los asistentes.
Si Grisey o Wagner no me parecen interesantes, me largo a hacer cualquier otra cosa que sí me lo parezca y asunto arreglado. ¿Para qué perder mi tiempo?

III.
Para contextualizar debidamente es necesario anotar que Le noir de l'etoile es una pieza donde abundan el silencio y los cambios de volumen y tono: en la presentación que se hizo, se le pidió al público que por favor guardara mucho silencio, pues empezaba en un volumen muy bajo. Hay largos pasajes muy suaves para un sexteto de percusiones, y en general es difícil distinguir la reverberación de las grabaciones de estrellas. En suma, es una pieza contemplativa de las que exigen tripas.
A mi lado, después de casi una hora, escuché a alguien decirle a su chica: "Nada más estoy esperando a que pase algo". Presumo que esperaba un despliegue espectacular como el de Kraftwerk y Radiohead, que en esos momentos debía estar empezando.

IV.
Escuchaba ayer comentarios generales sobre el concierto de Radiohead del domingo. Presumen una cosa sublime, precisamente un despliegue espectacular que supo aprovechar y manejar un determinado número de recursos. Pero cuando uno es culto cultísimo puede prescindir de esas demostraciones poco significativas del arte e inclinarse por el Festival del Centro Histórico; v.g. en noviembre no tenía dinero y el Festival es una opción distinta, disponible en el mismo momento.
Entre esos comentarios, hubo quien se movía de lugar si alguien hablaba o cantaba (???) a su lado, y hacía un esfuerzo por que nadie le perturbara la experiencia.

V.
Sería lindo tener presentaciones hechas a mi talla, en mi casa o el foro que me venga en gana, con los asistentes que me parezcan los adecuados, con las cantidades de cerveza y vino que se me antojen, sentado con esa mujer que me interese.
Tiene su encanto compartir con otros (ya para estos momentos reconozco a varios de los asistentes a Radar, y ellos también me reconocen), sólo que a veces quisiera que esos otros fueran otros y no ésos.

5 comentarios:

Palomilla Apocatastásica dijo...

El arte es un estado contemplativo, no importa que expresión tome. Especialmente si hay que prescindir del ruido cotidiano. El problema es que no falta el que rechifla, el que se queja, el que le pica las costillas al otro, o el que fue nomas por que era "la novedá". Sí, es difícil tratar de contemplar algo, cuando las palomitas de maíz crujen en la boca del tipo a lado.

Palomilla Apocatastásica dijo...

Por cierto, aquí nuestro "festival" es en octubre, bajo la luna más hermosa del año.

Julián Iriarte (bueno, ya: Oliver) dijo...

El asunto es que muchos no entienden eso, y ah, qué molesto es.
Por una parte, todos tenemos derecho a la cultura, pero no todos están obligados a participar de determinadas experiencias. Y precisamente por eso, en el derecho a participar de otras formas culturales reside la responsabilidad de a) no deleznar al otro y b) respetar que consuma lo que le venga en gana, sin perturbar esa experiencia.
Acá la luna no es la más hermosa en esta época, y el clima es más bien rocambolesco. Pero ya será el día en que haga turismo festivalero.

Anónimo dijo...

uno de los fines del yoga es no dejarse perturbar por las experiencias negativas externas, porque es un hecho que no las puedes evitar, pero sí puedes aprender a que no te afecten. sé que suena cuasi imposible y a veces pareciera que se nos pone a prueba, pero cuando te vuelves uno con eso que requiere toda tu atención, no debería haber cosa que te saque de ahí.

Julián Iriarte (bueno, ya: Oliver) dijo...

Intenté el yoga hace algunos años y por varios años, y simplemente no fue cosa con la que comulgue.
Al margen de mis propios fallos y de que, cierto, debiera tener a estas alturas la capacidad de enfocarme en lo que estoy haciendo, aquí hay un asunto de respeto y reconocimiento del otro. En última de las instancias, el fin ulterior del yoga no es hacer caso omiso a las experiencias negativas, sino que éstas no existan debido a un sentido de comunión.
Perdón si sueno necio, pero mi cabeza ha rebotado en cosas muy distintas y de pronto absolutamente todo es susceptible de mejora, yo en ese todo, por supuesto.