martes, 10 de marzo de 2009

Prescindible

(Habrán ustedes de perdonar, pero lo que van a leer a continuación se resume en una digresión estúpida que no redundará en beneficio suyo, salvo que se entienda así a una ominosa pérdidad de tiempo; no me he tomado la molestia de reflexionar [sic] mucho en estos días, y las cosas serias sobre las que he pensado requieren más elaboración: cuando sea grande, quiero ser como Jonathan Swift.)

I.
El sábado fuimos a ver Watchmen, la función de las 22:30. Me habían presumido que había fiesta, así que di por entendido que, saliendo del cine, haríamos camino. Y cuál es mi sorpresa que ya es la una y media de la mañana y en el cine no venden cerveza ni tacos de suadero; v.g. tengo sed y hambre. Y no hubo fiesta.
No puedo emitir una opinión autorizada sobre Watchmen, puesto que ni he leído la novela de Alan Moore, ni alcanzo a pescar todas las dimensiones de la cinematografía. Admito, en cualquier caso, que esta entrada picó mi curiosidad; y si el señor está haciendo su tesis doctoral en el cómic como discurso en el S. XXI, yo -con la humildad que me cabe en el cuerpo- me sujeto a su autoridad, no pregunto y voy de metiche al cine, y quizá después (en función del presupuesto) consiga una versión en papel. Por otra parte, suelo caer rendido cuando me cuentan sobre una historia que no sigue una narrativa lineal y donde tiempos y conceptos se entretejen así, compleja y delicadamente.
Al margen de lo anterior, me parece una historia sumamente interesante (y para un obseso metiche como yo, ver física cuántica es maravilloso), con personajes extraordinarios (no todos: presumo que los de la novela sí lo son; quizá se deba a las actuaciones) y una exploración en torno a causas mayores, sensibilidad y pulsiones humanas, política, crítica social y la historia estadounidense reciente. De hecho, estuve a punto de chillar de rabia cuando vi el logo de MTV y un instante después a Nixon dando un discurso: qué bueno que entré rapidito en ese universo paralelo, pues los fans me hubieran despedazado y hecho pasto de su furia.
Tengo que admitir que sigo haciendo chistes, como los hice en la sala de cine, sobre varios puntos, especialmente el de la cámara nuclear: hoy en la mañana especulaba si mi horno de microondas funcionaría de manera parecida si lo conecto a un acelerador de partículas. Digo, pelón y soberbio ya soy: nada más me falta ser azul, alto y fuerte como roble, dominar la física cuántica, transmutar la materia a nivel atómico, caminar sobre la superficie del sol, tener un desapego escalofriante por la humanidad y en el fondo ser coherente hasta la última fibra.
Qué banal soy...

II.
El domingo fuimos a comprar arena para nuestros hijos a Costco. Para no variar, los tres nos detuvimos en las mesas de ropa a ver qué había y qué nos quedaba.
- Caballero, por favor: ya cómprese unos pantalones. Los que trae puestos ya están muy rotos.
- Si me encuentras un talla 28, te compro uno a ti.
Y rauda como flecha, repasó cuatro mesas. Lo más cercano era un 30x32, y me sobraba bastante cintura. ¿Por qué los fabricantes de ropa no entenderán que, además de los millones de obesos que pueblan este país, algunos no pasamos de los cincuenta kilos?

II bis.
Hoy en la mañana decidí ponerme unos de esos pantalones que están abandonados en lo más profundo de mi clóset. Talla: 20 slim, o niño alto y ñango.
Y me quedan de puta madre.

III.
Digamos una frase que, en cualquier otro momento y bajo cualquier otra circunstancia, me haría repudiar a mi propia persona: estoy tentado a sacrificar a Mike Patton en aras de una noche de iPods y vodka tonic.
Las cosas que uno es capaz de considerar en ocasiones... Y las soluciones que se le pueden venir a la mente.

IV.
Hoy más que ayer,

I Want to Hold Your Hand - The Beatles

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