viernes, 27 de marzo de 2009

Formica divinae

Gabriela me hizo un comentario que, por un azar, resonó con un correo que recibí justo un día después. Resumo y traduzco las ideas más importantes de aquel correo:
El punto focal de mi meditación es rendir, una y otra y otra vez, todos mis pensamientos. Requiere un enfoque incansable, continuo y sin fin hacerlo.
[...] Meditación Zen extremadamente simple: tus pensamientos son como peces saltando fuera del agua en el océano; tu mente cree que si dejas de pensar, si los peces dejaran de saltar, morirías o incluso desaparecerías. De hecho, lo cierto es lo contrario: si la mente guarda silencio, más o menos renaces, un sentimiento de "volver a casa".
Intentar y detener el pensamiento no es posible; el truco es simplemente relajarte, cerrar los ojos, mirar justo al frente a los puntitos de luz bailarines y mantener tu atención en ellos tanto como puedas. Por supuesto, los peces seguirán saltando. [...] Lo que debes hacer es dejar la curiosidad y el interés por los pensamientos, dejarlos hacer lo suyo y mantener la atención en los puntos de luz, sin distracción. Esto requiere una atención INTENSA; ayuda pretender que tu vida depende de ello.
De ahí, ten una intención, una oración, para mirar el océano debajo de los pensamientos. [...] La mente ya está 99 % callada, pero estamos hipnotizados por ese molesto 1 %, así que sólo debes descubrir el resto.
[...] El truco reside en dejar ir cada pensamiento desde el momento en que surge, y seguir atento a los puntitos de luz. Y no hagas nada más: no trates de sentir nada, enfócate en los puntos, ignora todo lo demás. Se requiere un poco de fe, y paciencia.
[...] Si te mantienes en calma y atento, eventualmente pondrás en silencio tu mente y "te volverás" el espacio. Vas de lineal a no-lineal, de ser el contenido a darte cuenta de que eres el contexto.
Ya he confesado en otras ocasiones (no me acuerdo cuáles) ese periodo new-age de mi vida; los resabios persisten, pero de manera tan sutil que apenas se asoman en mi persona. Dos (quizá tres, pero ése no es materia de discusión) fueron los motivos por los que me alejé, a saber: la feroz tendencia a usar términos abstractos que no tienen un correlato con el mundo conocido y sensible, sin parámetros de reconocimiento y que sólo oscurecen la explicación que hacen (sí: mi cerebro racional pseudocientífico está al frente de esas afirmaciones; sí: la ciencia recurre a los mismitos procedimientos las más de las veces). Si de un lado es cierto que la materia de ese universo es otra a la del nuestro y por tanto se debe configurar un lenguaje que le sea adecuado, no he encontrado quien defina sus elementos. Es bien curioso darse cuenta que quieren jugar a que son matemáticos y usan axiomas, sin antes haberlos demostrado o explicado: no eres Euclides, tío.
El otro motivo es que nunca me enseñaron o lograron que entendiera cómo meditar. Vamos, me han dicho que me rebosa la magia desde el fondo de las tripas, pero nadie ha tenido la delicadeza de darse a entender. Y otra vez, no ha habido un lenguaje nuevo ni un correlato.
Por primera vez, en la explicación de este tío, encuentro un ejercicio de meditación claro y que construye un pequeño universo referencial comprensible; pero inmediatamente me asalta la sospecha. O más bien, mi necedad por subvertir presupuestos sin mayor uso que organizar debacles innecesarias.
Un postulado del Zen es el vacío, la ausencia de deseo, pensamiento, identidad, et al., la fusión del todo en un no-lugar donde no hay tiempo ni distinción. "La mente ya está 99 % callada, pero estamos hipnotizados por ese molesto 1 %"; ¿qué sucedería si el intento fuera en sentido contrario, si la lucha feroz no fuera por vaciar a la mente de sonido, sino llenarla, multiplicar ese 1 % y ordenarlo de manera que todo tuviera otra consonancia? Las paralelas se tocan, las conclusiones son las mismas: por oposición no se hace más que probar y validar lo rechazado.
Sin duda, el silencio es consonante con absolutamente todo: John Cage lo descubrió en una cámara anecoica. "No entendieron. No hay tal cosa como el silencio. Lo que pensaban que era silencio, porque no sabían escuchar, estaba lleno de sonidos accidentales. Podías oír el viento soplando afuera durante el primer movimiento. Durante el segundo, las gotas de lluvia comenzaron a estampar el techo, y durante el tercero la gente misma hizo toda clase de sonidos interesantes cuando hablaba o salía de la sala."
A veces llego a la conclusión de que quisiera llenar todo ese espacio, no con conocimiento crudo, sino con sonido mismo quizá, a momentos ordenado, a veces caótico, sonando y resonando en todos los rincones, encontrando lentamente -ya por su propia cuenta o por mi orden o delirio- una forma que conviva sin excluir. Supongo que si existe algo divino, tendrá que ser algo entre una banda de Möbius al hipercubo y una hiperesfera.



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