Los que sí saben de Historia dicen que ésta fue la última frase que el cura Hidalgo gritó la madrugada del 16 de septiembre de 1810. Tan textualmente como a no sé quién le conste (me sigo preguntando cuál es la fuente real de esta cita; digo, para elucidar uno de los tantos y tantísimos mitos que acompañan al movimiento de Independencia de México [aunque asumo que habrá mitos en un chorro de otros eventos históricos]), el final del discurso que levantó a este país -entonces colonia- en armas reza como sigue: "¡Viva la Virgen de Guadalupe! ¡Viva Fernando VII! ¡Muera el mal gobierno! [gritos desaforados de fondo]".
Matar al mal gobierno, cualquiera que éste sea, empezando por el propio.
El gobierno de mi persona empieza a cobrar impuestos que no estaban estipulados en mi Constitución ni en mi Diario Oficial, impuestos que ni siquiera se anunciaron y cuyo recaudo comenzó intempestivamente. El gobierno de mi oficio fue depuesto en un golpe de estado por el gobierno de mi trabajo, y por más que hay algunos movimientos de oposición y la Resistencia (al más puro estilo de la francesa de la Segunda Guerra Mundial) presenta sus frentes, la imposición autoritaria parece no tener fin.
El gobierno de mi amor decididamente se anunció en bancarrota: arcas vacías, activo fijo y capital en números rojos, estados financieros maquillados, balance general desproporcionado. Dicho en pocas palabras, si Enron era la gran corporación trasnacional de energía, mi gobierno no está muy lejos de destrozar sus documentos, uno detrás del otro, en las trituradoras de papel; o más correctamente, en repetidas ocasiones se han triturado los papeles y han dejado en bancarrota a la empresa.
Bueno, queda un imperio que ya quisieran Alejandro y Gengis Khan y Carlo Magno: el de mis gatos.
El gobierno de mi fe, por su parte, es harto similar al comunismo marxista: si alguna vez existió, fue sólo una linda idea. La diferencia es que mi gobierno no ha movilizado a las masas, ni ha configurado el intelecto de un montón de generaciones, ni ha dominado a países enteros, ni ha divido otros. Vamos, que mi gobierno es de escala personal, ¿o debiera decir impersonal? Supongamos que existe: democracia griega, entonces, aunque sin quorum. ¡Ah, cuántas posibilidades!
Pero el asunto aquí es el gobierno de mi trabajo y sus implicaciones en la cultura nacional: la República Liberal y Democrática de RIM exige al Poder Ejecutivo de la Nación mejores condiciones de vida, acceso a la cultura, atención a las necesidades básicas de sus ciudadanos, planes de emergencia para salvaguardar la soberanía y el patrimonio nacionales, ejercicio fiscal racionalizado, distribución de los bienes.
Atención a las peticiones o muerte al mal gobierno. Los ciudadanos hemos dicho.
El gobierno de mi persona empieza a cobrar impuestos que no estaban estipulados en mi Constitución ni en mi Diario Oficial, impuestos que ni siquiera se anunciaron y cuyo recaudo comenzó intempestivamente. El gobierno de mi oficio fue depuesto en un golpe de estado por el gobierno de mi trabajo, y por más que hay algunos movimientos de oposición y la Resistencia (al más puro estilo de la francesa de la Segunda Guerra Mundial) presenta sus frentes, la imposición autoritaria parece no tener fin.
El gobierno de mi amor decididamente se anunció en bancarrota: arcas vacías, activo fijo y capital en números rojos, estados financieros maquillados, balance general desproporcionado. Dicho en pocas palabras, si Enron era la gran corporación trasnacional de energía, mi gobierno no está muy lejos de destrozar sus documentos, uno detrás del otro, en las trituradoras de papel; o más correctamente, en repetidas ocasiones se han triturado los papeles y han dejado en bancarrota a la empresa.
Bueno, queda un imperio que ya quisieran Alejandro y Gengis Khan y Carlo Magno: el de mis gatos.
El gobierno de mi fe, por su parte, es harto similar al comunismo marxista: si alguna vez existió, fue sólo una linda idea. La diferencia es que mi gobierno no ha movilizado a las masas, ni ha configurado el intelecto de un montón de generaciones, ni ha dominado a países enteros, ni ha divido otros. Vamos, que mi gobierno es de escala personal, ¿o debiera decir impersonal? Supongamos que existe: democracia griega, entonces, aunque sin quorum. ¡Ah, cuántas posibilidades!
Pero el asunto aquí es el gobierno de mi trabajo y sus implicaciones en la cultura nacional: la República Liberal y Democrática de RIM exige al Poder Ejecutivo de la Nación mejores condiciones de vida, acceso a la cultura, atención a las necesidades básicas de sus ciudadanos, planes de emergencia para salvaguardar la soberanía y el patrimonio nacionales, ejercicio fiscal racionalizado, distribución de los bienes.
Atención a las peticiones o muerte al mal gobierno. Los ciudadanos hemos dicho.
1 comentario:
Dice Jaime López:
"Creo que es así como se debe contestar a la represión: con lugares de solaz y esparcimiento, donde haya refuego verdaderamente político, pues éste se da desde las relaciones más íntimas. Tu relación política empieza desde el sexo. Creo que es la relación política por excelencia: encontrar otro cuerpo te libera de ti mismo, del cual vuelves a ti mismo mejor o peor".
Saludos, Xotla.
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