viernes, 4 de abril de 2008

Gourmet

Tratando de desviarme de las cosas que está rumiando mi cabeza, cambio de velocidad, aunque no sé a cuál.
Este blog podrá tener algún encanto (sabrán los dioses cuál) y podrá estar sembrado de grandes poemas de grandes poetas y habrá algunas reflexiones que quizá sirvan de algo (sabrán los dioses a quién) y me será catártico y útil; de pronto pienso que este blog es como el anís: es dulce, pone de buenas, apendeja llegado cierto punto, es digestivo. Pero también empalaga; además, hay días en que uno quiere acompañar la comida, y no con una copa de vino: unos tacos de barbacoa o un plato de pozole o virtualmente cualquier otro platillo mexicano se disfruta más con una cerveza.
Hoy haremos cerveza: la reflexión más irrelevante que pueda suceder, y sin embargo tendrá algo que agrade, o al menos eso espero. Si alguno de mis lectores (los ocho) creen que soy un necio, está en lo correcto y nada puedo hacer sino corroborarlo; pero si por algún motivo presume que soy solemne, entonces me veré en la ominosa necesidad de ladrar sin orden ni sentido: me considero un tipo serio, pero la solemnidad es un recurso, no un modus vivendi. Paso, entonces, a la sumaria reflexión que he hecho desde hace ya varios días y que no había logrado formar con exactitud.
Sabido y consabido es que mis gatos me son harto importantes; especulo que así es para la mayor parte de los dueños de gatos (una manera de plantearlo, pues lo cierto es que ellos son los dueños de uno), quienes compartimos una serie de particularidades, a saber:

1) Nos pasamos el día viendo a nuestros gatos jugar, a sabiendas de que, en algún momento, van a hacer algo locamente estúpido que sin duda nos hará reír.

2) Miramos dormir a nuestros gatos, y aún eso nos parece gracioso.

3) Perseguimos a nuestros gatos hasta los lugares más insospechados, nuevamente a la espera de alguna gracia.

4) Nuestra desmedida atención hacia ellos nos obliga y compele a cuidarlos y mimarlos, y no hay momento en que no nos parezcan tiernos, linduritas de cajita de galletas, a pesar de cualquier circunstancia.

5) Si sus estupideces no nos hacen reír, nos enternecen al punto de arrancarnos un sentido y emotivo "Ayyy, qué liiindo", seguido de una risita que por motivo ninguno es burla.

6) Si nuestros gatos no hacen algo estúpido, lo hacemos nosotros por ellos, o fomentamos esa estupidez, o proveemos los artículos necesarios para tal fin.

7) Aun cuando alguna estupidez suya pudiera hacernos rabiar, todo delito cometido contra la hacienda y bienes del dueño se ve irremisiblemente atenuado por una sonrisita coqueta y unos ojos como los del Gato con Botas de Shrek.

Sin embargo, la mayor particularidad que tiene todo dueño de gatos es que los encuentra tan fotogénicos que prefiere tomarles fotos a ellos que a sí mismos, los amigos, la familia o cualquier otro ente. Y si tuviera el tiempo suficiente, seguro me encontraría una encuesta que revelaría que la mayor cantidad de fotos impresas son de gatos.

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