martes, 23 de marzo de 2010

Sábado de gloria


El Festival del Centro Histórico (sigo sin acostumbrarme a 'Festival de México') es, en pocas las palabras, las tres semanas que espero con más ansia cada año; pero casi es necedad decirlo, pues es harto sabido en este blog. Debido a la carga de trabajo y a la inestabilidad de las últimas semanas, sumado a los gastos que hube y he de hacer, no asistí a todas las actividades que quería. Pero de alguna manera tenía que solventar eso:
El solo planteamiento de Huey Mecatl me parecía increíble a priori: contenedores de barco utilizados como cajas de resonancia. Había escuchado antes de arquitectura que recicla los contenedores, y me parece maravilloso (replanteé la idea que tengo de mi casa cuando descubrí a este despacho en Monterrey), pero no hay punto de comparación entre eso y una instalación de arte sonoro. Y a'i va uno a enarbolar de nuevo sus estandartes de batalla: nunca es el qué, sino el cómo.
Dispuestos en un pentágono de dos pisos de altura, cinco contenedores de siete metros de largo distribuyen el sonido que se produce en los otros cinco que soportan sobre ellos; esperando en la fila, alguien apuntaba que había visto las cajas en el estacionamiento de la Tienda UNAM, y ya antes lo había notado, y me había preguntado por qué estarían ahí, sin hacer las debidas asociaciones hasta que aquel sujeto hizo la nota. Dos músicos y tres cuerdas tensadas por caja, arcos, instrumentos de percusión, un director musical con harto carisma, una soprano que rondaba entre las cajas inferiores, dos compositores, una hora y media de sol y música y estruendo. Eso sólo puede tildarse de felicidad.
En varios momentos la instalación era una masa de sonido que golpeaba con una fuerza sorprendente, y sin embargo no lastimaba los oídos. Era la parte física del sonido, su espacialidad, su materia, las vibraciones recorriendo el aire e impactando el cuerpo. Y las dos piezas que presentaron eran de una belleza apabullante, la segunda más orgánica y dinámica (y divertida cuando los músicos saltaban y golpeaban muros y piso y techo, a patadas, con palmas y puños, con los arcos enormes, con tablones de madera, mazos y cadenas); más de la mitad de ese tiempo cargué una vasta sonrisa, pensando en una canción de cuna dulcísima. Cuando un helicóptero nos sobrevoló, fue inevitable recordar el Cuarteto para cuerdas y helicópteros de Stockhausen, y el compositor ya me parecía un genio (la vibración de las hélices era brutal), pero resultó un accidente francamente despreciable para los organizadores, que no para mí.
Lo único lamentable fue la logística: si la instalación depende de la vibración de una caja de resonancia, lo salomónico es no permitir que el público entre en contacto con ella. Y jamás será encomiable que los organizadores deban indicar a la gente dónde pueden sentarse, qué espacios no obstruir para que el director pueda entrar y salir. Para ser la cuarta presentación de cinco, ya debían tener previstas todas esas situaciones.
Salí de ahí físicamente cansado (no en balde pasa una hora y media de pie), y un tanto preocupado pues sabía que faltaba mucho para esa noche: primero el centro de Coyoacán para ver a IG Blech y en la noche al Lunario del Auditorio Nacional al concierto de los Boredoms. ¿Afortunadamente? algo sucedió con los primeros, porque recorrí la plaza entera y no encontré el menor indicio de fiesta.
A sabiendas de que me iba a gastar lo que me quedara de cuerpo y oídos con los Boredoms, no apuré el paso y me tomé la providencia de comer algo antes de entrar; sabia acción: Fat Mariachi no merece más que esta mención, y me siento tranquilo de ahorrarme la casi totalidad de su set.
KK Null… Hasta la noche de ayer tenía tinnitus en el oído derecho, y probablemente perdí varios años de audición: no recuerdo, de entre todos los eventos de Radar a los que he asistido, que los fotógrafos de prensa tuvieran que utilizar orejeras de protección… A pesar de la tortura que se lee, se debe reconocer que el tío tenía un dominio sorprendente de su recursos y sin duda sabe manipular una caja de ritmos y los procesadores de sonido que tenía en la mesa. Aullido sobre aullido, se podía escuchar el camino en descenso hacia el final, un tanto más sereno.
Pero para los Boredoms había que beber cerveza, y preparar el cuerpo, y disponerse a algo, sin que quedara claro qué era. Había que bajar los brazos y esperar a que mostraran qué harían con una Telecaster de siete cuellos, con cuatro baterías, con siete arpas montadas en vertical y dos estaciones de sintetizadores. Fue algo como esto:


Pero no, el inicio fue otro: Yamataka Eye golpeaba con delicadeza la Sevena, esa monstruosa guitarra de siete cuellos, mientras Yoshimi P-We dirigía a dos bateristas, marcando una síncopa de largas pausas en los toms; lo que nadie esperaba era la salida de un baterista más al fondo del Lunario, cargado en hombros y reventando tarola y platos y bombo en un solo estremecedor, gritando al escenario y dialogando con Eye.
Lo que siguió no puede terminar de describirse. Todo intento será vano. El esbozo de una experiencia incomunicable será, cuando mucho y en el mejor de los casos, una insinuación. Si arriesgado, tendré que comparar a Yamataka Eye con Gonzalo, el director musical de Huey Mecatl, batuta en mano, llevando la segunda pieza musical a un espacio mucho más sobrio y sutil, sin dejar de lado la energía que exige la precisión.
Across over 20 years, founder and leader Eye, along with frequent collaborator Yoshimi, has taken the band on a cosmic road trip, from the early swamps of chaos through times of tribal frenzy, oceanic tranquility, and massive sonic constructions. Perhaps most remarkable is the unceasing commitment to vision above all else, and the effects of that Commitment.

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