Ya no recuerdo cuál fue la última película que vi en el cine, pero es harto probable que haya hablado aquí de eso, así que pueden metichear en los archivos (y decirme). En términos generales, el cine rara vez llama mi atención, pero siempre tengo disposición para ver una buena película: lamento horriblemente Transformers 2 y Hancock, y me queda claro que las vi sólo por pasar una tarde con mi mejor amiga.
Los Óscares, en consecuencia, tienen poca relevancia para mí (por no decir que me importan un rábano). Sin embargo, tirado en la cama en un estado de ominosa pereza que me guardó de salir siquiera a comprar las croquetas de la gata, vi trozos de la ceremonia de entrega. Si leen algo que ya saben, por favor recuerden que este blog ha vivido varios periodos de perogrulladas, y que la naturaleza de mis reflexiones eminentemente es ésa.
I.
La coreografía para el número musical que antecedió al premio en la categoría de mejor banda sonora –una mezcla de piezas de los candidatos– llama especialmente mi atención. Algo a caballo entre la danza clásica y b-boys de hip-hop, lo que se presentaba en el escenario no era homogéneo, ni solemne. Si consideramos que el hip-hop fue una cultura marginal que surge a finales de los setenta y que le debe casi toda su existencia a músicos salidos de los barrios olvidados de Nueva York, estamos ante un fenómeno francamente radical.
Los doctos en hip-hop vendrán y me harán pasto de su ira debido a mi ignorancia, pero no me queda la menor duda de que debe de ser el último movimiento musical del S. XX que modificó la relación que la gente establece con la música. He oído o sabido de cualquier clase imaginable de mestizaje entre hip-hop y ritmos locales, y en muchos casos con resultados muy afortunados.
El punk, unos cuantos años antes, estuvo a punto de lograr eso mismo, pero sus alcances fueron mucho más limitados. Presumo que se debe en gran medida a que uno tenía, en el fondo, una noción de comunidad y construcción (Afrika Bambaataa y la Universal Zulu Nation), y el otro siempre ha sido abiertamente contestatario, pero también demoledor sin –en muchos casos– proponer un orden que renueve lo que ya destrozaron.
La adopción del hip-hop en la cultura popular norteamericana, con actos más bien vergonzosos y actitudes ridículas (vid. la portada de cualquier revista para adolescentes o MTV), es un signo de cómo funciona esa sociedad en particular: lo que alguna vez fue marginal y opuesto a la agenda cultural, política o social del momento puede eventualmente entrar en el gusto general, y formar parte de lo institucional. Ezra Pound, repudiado durante y después de la Segunda Guerra Mundial por su apoyo al fascismo italiano, respetado y (a veces) alabado por todos los grandes poetas que le siguieron, reconocido como una figura central en el desarrollo de la vanguardia poética, laureado con el premio Bollingen por los Cantos pisanos, fue incluido apenas hace siete años en la Library of America, que –en pocas palabras– es la colección que sentencia qué obras de la literatura norteamericana califican como clásicos.
Y mientras escucho el Rather ripped de Sonic Youth, viene a mi memoria un comentario de Thurston Moore en entrevista durante una visita a México en el marco del Festival del Centro Histórico. Parafraseando: "encuentro al hip-hop profundamente radical. Alguna vez el punk lo fue, pero surgió una oleada de músicos que se adhirieron sólo por seguir una moda: los ideales y el formato de vida del punk se diluyeron y dejó de ser fresco. El hip-hop es distinto. No deja de sorprenderme que una música de pandilleros y estigmatizada debido a quiénes la consumían haya entrado en el mainstream y que su público sea cada vez más variado. Es radical."
II.
Pero eso es una de mis muchas reflexiones marginales y una de las pocas cosas que aprecio y envidio de la sociedad norteamericana (como su sistema vial). Sería injusto saturar a mi lector con ideas densas, así que agradezco otra vez al que me regalara uno de los mejores conciertos de mi vida, esta vez por mandarme esta liga para ver a los nominados al Óscar por mejor corto animado.
Los Óscares, en consecuencia, tienen poca relevancia para mí (por no decir que me importan un rábano). Sin embargo, tirado en la cama en un estado de ominosa pereza que me guardó de salir siquiera a comprar las croquetas de la gata, vi trozos de la ceremonia de entrega. Si leen algo que ya saben, por favor recuerden que este blog ha vivido varios periodos de perogrulladas, y que la naturaleza de mis reflexiones eminentemente es ésa.
I.
La coreografía para el número musical que antecedió al premio en la categoría de mejor banda sonora –una mezcla de piezas de los candidatos– llama especialmente mi atención. Algo a caballo entre la danza clásica y b-boys de hip-hop, lo que se presentaba en el escenario no era homogéneo, ni solemne. Si consideramos que el hip-hop fue una cultura marginal que surge a finales de los setenta y que le debe casi toda su existencia a músicos salidos de los barrios olvidados de Nueva York, estamos ante un fenómeno francamente radical.
Los doctos en hip-hop vendrán y me harán pasto de su ira debido a mi ignorancia, pero no me queda la menor duda de que debe de ser el último movimiento musical del S. XX que modificó la relación que la gente establece con la música. He oído o sabido de cualquier clase imaginable de mestizaje entre hip-hop y ritmos locales, y en muchos casos con resultados muy afortunados.
El punk, unos cuantos años antes, estuvo a punto de lograr eso mismo, pero sus alcances fueron mucho más limitados. Presumo que se debe en gran medida a que uno tenía, en el fondo, una noción de comunidad y construcción (Afrika Bambaataa y la Universal Zulu Nation), y el otro siempre ha sido abiertamente contestatario, pero también demoledor sin –en muchos casos– proponer un orden que renueve lo que ya destrozaron.
La adopción del hip-hop en la cultura popular norteamericana, con actos más bien vergonzosos y actitudes ridículas (vid. la portada de cualquier revista para adolescentes o MTV), es un signo de cómo funciona esa sociedad en particular: lo que alguna vez fue marginal y opuesto a la agenda cultural, política o social del momento puede eventualmente entrar en el gusto general, y formar parte de lo institucional. Ezra Pound, repudiado durante y después de la Segunda Guerra Mundial por su apoyo al fascismo italiano, respetado y (a veces) alabado por todos los grandes poetas que le siguieron, reconocido como una figura central en el desarrollo de la vanguardia poética, laureado con el premio Bollingen por los Cantos pisanos, fue incluido apenas hace siete años en la Library of America, que –en pocas palabras– es la colección que sentencia qué obras de la literatura norteamericana califican como clásicos.
Y mientras escucho el Rather ripped de Sonic Youth, viene a mi memoria un comentario de Thurston Moore en entrevista durante una visita a México en el marco del Festival del Centro Histórico. Parafraseando: "encuentro al hip-hop profundamente radical. Alguna vez el punk lo fue, pero surgió una oleada de músicos que se adhirieron sólo por seguir una moda: los ideales y el formato de vida del punk se diluyeron y dejó de ser fresco. El hip-hop es distinto. No deja de sorprenderme que una música de pandilleros y estigmatizada debido a quiénes la consumían haya entrado en el mainstream y que su público sea cada vez más variado. Es radical."
II.
Pero eso es una de mis muchas reflexiones marginales y una de las pocas cosas que aprecio y envidio de la sociedad norteamericana (como su sistema vial). Sería injusto saturar a mi lector con ideas densas, así que agradezco otra vez al que me regalara uno de los mejores conciertos de mi vida, esta vez por mandarme esta liga para ver a los nominados al Óscar por mejor corto animado.
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