miércoles, 26 de enero de 2011

Un banco de arena

La última vez que pisé una playa fue en el verano de 2004, justo después de varios malos momentos. Lo que ha seguido se resume en trabajo y poco tiempo libre; también poca voluntad.
El sábado, por intempestiva iniciativa del primo de mi cuñado, aparecimos en la Bahía de Kino con tres cervezas bajo la mano. No recuerdo cuándo fue la última vez que comí ostiones frescos, o pata de mula, o jaibas en su concha; pero sí recuerdo la última vez que pisé una playa, y acompañado de quien. Y ese recuerdo navegaba el instante, mi relación con una playa que no conocía.
El agua era incómodamente fría, no cargábamos toallas con nosotros (sólo tres cervezas), no era clima para nadar en el mar: el sol era plácido, pero había familias en chamarra. No era ocasión de nadar —al menos para aflojar por fin el cuerpo después de tanto tiempo de tensión y trabajo y entregas y dolor—; a pesar de alguna necedad de lanzarme, sólo pude meter las piernas hasta las rodillas y mirar mis pies hundidos en la arena.
Si me paro en cierto lugar, este viaje fue mala idea; si doy un paso, es lo más prudente y correcto en mucho tiempo.

No hay comentarios.: