martes, 13 de enero de 2009

La muerte del journal

I.
En la preparatoria, por metiche (uno de mis motivos favoritos; contraproducente en ocasiones), representé a la delegación de Israel ante el Disarm and International Security Council, en las sesiones del Baur International Model United Nations, hasta donde sé el modelo más importante en América Latina: la secretaria personal de Kofi Annan formaba parte del presidium año con año y daba un breve mensaje de parte del ex-Secretario. Y lo mismo vi a representantes diplomáticos africanos que sudamericanos, uno que otro metiche de la OMS y otras dependencias de Naciones Unidas.
Durante cuatro días jugamos a que éramos representantes de países miembros, discutimos enardecidamente, tuvimos gana de ofendernos, pero siempre observamos el protocolo. Durante cuatro días fui un ciudadano israelí, con conocimiento de la ley mosaica, con el kipá en la cabeza y el tehilim... No, ése no lo llevaba. Pero yo era israelí, y por consiguiente judío, y defendía a ultranza las acciones del gobierno de Ariel Sharon, citaba al dedillo la historia contemporánea de Israel, llevaba la cuenta de los istishhadines palestinos, me indignaba de sólo escuchar que la Jihad iba en avanzada.
Ah: delirios y locuras de juventud.

II.
Debido a uno de mis científicos locos, tuve que consultar el catálogo de la revista The Lancet, sin duda un modelo de lo que debe ser un journal en el S. XXI.
Hagamos de cuenta que no sabemos ni nos importa que fuera fundada en 1823, que tiene un factor de impacto de 28.6 (pfff...) según la estadística de ISI Journal Citation Reports, que tiene una infraestructura bruta y suficiente para publicar tres especializaciones independientes al journal original, que prácticamente todos los avances significativos del S. XX en materia médica se han publicado ahí:
a) Podcast
b) Video-journal
c) De acceso abierto; v.g. completamente gratis.
d) La medicina es sólo un campo del conocimiento, y no importa desde dónde se aborde.

III. (original en inglés, previo registro)
Mientras el mundo mira los terribles eventos que suceden en Gaza, otras tantas zonas de conflicto alrededor del mundo permanecen ignoradas. A partir de que la ofensiva israelí por aire y tierra contra el régimen de Hamas en Gaza capturara la atención política y mediática internacionales, cientos de personas -400 en un solo día- han muerto en la República Democrática del Congo y muchos más carecen de la atención médica que tan desesperadamente requieren.

[...]

Justo como la ONU fue fundada en el espíritu de humanidad compartida, también lo fue la medicina. El Juramento de Hipócrates, y sus populares equivalentes modernos, ponen en su propio corazón el cuidado de los seres humanos y tratar cada vida como igual. Por supuesto que no son sólo los pocos valientes profesionales de la salud en la línea de fuego quienes tienen la responsabilidad de satisfacer las necesidades de salud de los civiles heridos en un conflicto. Médecins Sans Frontières –médicos sin fronteras– no debiera ser sólo el nombre dado a una organización médica humanitaria. Si el Juramento de Hipócrates significa algo, todos los doctores, cualquiera que sea su situación, especialidad o grado, debieran vivir bajo este nombre al exigir a sus gobiernos nacionales y a la comunidad internacional –quizá por medio de sus organizaciones médicas nacionales– que aseguren que los civiles heridos o afectados por un conflicto reciban la atención médica que requieren, sin importar dónde esté esta gente en el mundo. Tal acción no es una supuestamente humanitaria: es de lo que debiera tratarse formar parte de la profesión médica.
Por si quisieran leer la traducción completa:
Lancet
Lancet.pdf
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IV.
Veo un vicio gravísimo en la comunidad científica, que además de molesto, es francamente preocupante. Por supuesto, esta visión que alcanzo se limita a la comunidad que se acerca a la revista, la que quiere publicar los resultados de sus investigaciones financiadas para que los sigan financiando ad infinitum, y algo de lo que me veo obligado a leer una vez cada cuanto.
La ciencia tiene una forma discursiva "propia" que tiende a la asepsia, carente de afectación, objetiva, analítica, sobria; en términos generales -y como corrector de estilo que presta sus servicios a estos señores puedo decirlo con absoluta seguridad-, no importa la forma (y sigo peleando con esto): la estructura de lo dicho debe ser simple, a fin de que lo enunciado sea a) comprensible, b) repetible y c) aplicable. Esa forma discursiva sueña con la objetividad y abstracción absolutas. Me basta como ejemplo un lineamiento esencial que deben observar los autores: la redacción en forma impersonal; si leo "nuestro equipo de trabajo logró remediar suelos contaminados por medio de una zeolita", mi obligación es traducirlo a "se remediaron...". Por fin, no existes, autor: Barthes lo sabía y lo gritó.
Pero la aridez científica no hace de los investigadores el modelo ideal de escritor que anuncia Barthes: la ciencia, al menos como la leo (o la tengo que leer), no es el futuro de la escritura que avistaba. Precisamente es lo contrario: en lugar de que el texto sea permeable y poroso, un entrecruzamiento de citas y diccionarios que permitan múltiples lecturas, escrituras y reescrituras, el texto científico es más unívoco que las novelas del realismo ruso. El lenguaje, recargado de jerga ultraespecializada, pero sin tono de ningún tipo -claro está-, se vuelve inaprehensible y hasta los propios pares se ven en la necesidad de consultarse ante la falta de claridad de un término. Muerto el perro, se acabó la rabia; o en una paráfrasis literaria, muerto el escritor, jodida la escritura, y el lenguaje, y la comunicación.
Los científicos escriben para ellos, para los pares, para los árbitros que certifican que el conocimiento ahí expuesto tenga validez; y está bien: un escrito no es para todos, y en ocasiones se queda sin lectores. Sin embargo, especulo que no es cosa de conocimiento especializado y comprensión.
Las comunidades (actualmente; todas) tienden a estrecharse de tal manera que se vuelven incapaces de observar otras realidades, no se toman la molestia de considerar que hay otra aproximación, consideran erróneo o absurdo que el mundo no forme parte de su campo, deploran al otro. En consecuencia, y ni siquiera se dan cuenta, se vuelven incapaces de comunicar una idea sencilla como "le vaciamos medio litro de vinagre y lo agitamos"; todo su valiosísimo conocimiento, que podría servir para una infinidad de cosas sorprendentes, se queda enterrado: sí, te publicaron el artículo y alguien te va a citar, pero la aplastante mayoría jamás sabrá qué valor tiene.

V.
El tremendo valor de The Lancet reside precisamente en eso: en lugar de tomar una postura unívoca y rígida que acepte exclusivamente a un selecto grupo, se convierte en un metatexto por donde cruzan conocimientos de muchos campos. No adopta una identidad ante un órgano determinado, sino que difunde un conocimiento que carece de identidad, que se resuelve en quien se acerca a él: mis conocimientos médicos son paupérrimos, y sin embargo le estoy tomando gusto al journal.
Si algún día vemos una sociedad utópica e incluyente, las revistas especializadas deberán desaparecer como las conocemos, hacer un acto de humildad y aceptar que deben ir más lejos, tocar simultáneamente más registros, asumir una intención de apertura al punto que las contradice.

2 comentarios:

Palomilla Apocatastásica dijo...

El ISI ha llegado a darme náuseas, también las redes de investigadores con todo su cliché SNI (sería mejor sniff)Investigación para mí se ha convertido en sinónimo de mercenarismo, de un cardúmen de rémoras enfermas de puntitis...
Y de paso, con jergas profesionales tan sofisticadas que parece que son políglotas (acaso polidiotas)

Julián Iriarte (bueno, ya: Oliver) dijo...

Tsss... Me gusta, me gusta: ácido harto corrosivo.
Les respeto un chorro el trabajo, pero cuando se les olvida que el mundo es un poquito más que sus micrones y sales radioactivas y barras experimentales de error et caetera, me dan un chorro de hueva.
¿A poco no es bien bonito verlos discutir y ladrar? El canibalismo del S. XXI no es de tripas, sino de seso.