sábado, 3 de enero de 2009

Deshacer camino

Me rendí.
En términos generales, es cosa que me tengo prohibida: mi constitución moral me obliga a no dejar nada inconcluso, a seguir hasta las últimas (y más estúpidas o absurdas, en ciertos casos) consecuencias. Pero si alguna entre las pocas virtudes que tengo he de rescatar y ponderar como capital es la prudencia, aunque no todos los días sea un dechado de tal.
El 31 tenía intención de ir a un bar a tomarme una cerveza tan sólo para no sentirme miserablemente solo. Según yo, a eso de la una de la mañana ya iba a estar de vuelta en la casa, hecho bolita, con los gatos encima; pero tuve la buena fortuna de encontrarme a una amiga de hace varios años y brincar de ahí a una fiesta, y luego a otra, y luego otra. A las diez de la mañana me rendí, pachón de cerveza y aturdido de electrónica de la que no me gusta.
Y habré llegado a la casa a las once de la mañana, pero mi determinación de cruzar Insurgentes no se iba a diluir por una nimiedad como haber pasado la noche de fiesta y no haber comido en dos días. Empecé a caminar a las seis de la tarde, dirección sur: en la tradición china, Khwan es Yin, el norte, la tierra, la sumisión; Khien es Yang, el sur, el cielo, la fuerza. Ergo, era la única ruta a seguir. Casualidad o no, Feng-Shui o no, I Ching o no, el norte de Insurgentes es una zona oscura, sórdida, desagradable a momentos, atemorizante en otros tantos (y de verdad que preferí hacer como que no era turista); y tan sólo uno se acerca al centro de la ciudad, todo cambia significativamente.
Caminé cinco horas y media; y a pesar de la tentación de irme a mi casa (estaba a cinco cuadras), no me rendí sino hasta llegar a Periférico, recorridos unos (no me hagan mucho caso, que no sé calcular distancia a ojo de pájaro) 22 kilómetros.
Si fuera yo un buen émulo de mis artistos de otros tiempos, diría que crucé la topografía de mis sentimientos y mis relaciones personales, en un periplo épico posmoderno que disloca la noción de realidad y construcción de la memoria, cuestiona al individuo en el microcosmo identitario y cercena la pulsión emotiva al desplazarla a los dominios del riesgo físico. La verdad de las cosas, y dicho en palabras reales, Insurgentes ciertamente es el paisaje de muchos momentos de mi vida, y me era imposible no relacionar alguna calle o barrio con gente que estuvo en algún momento conmigo. Y si hubiera seguido caminando, hubiera tendido más puentes todavía.
Me rendí mucho antes de llegar a Periférico, quizá a la entrada de Ciudad Universitaria, cuando decidí que sólo podía caminar una hora más. En ese trayecto me sentí un tanto abrumado, por saber que no iba a terminar lo que me había impuesto y que el bendito Metrobús ya había cerrado; en algún momento, y sin que entienda todavía por qué, estuve a punto de llorar, colmado de una extraña sensación de cansancio e impotencia, conmovido por el cielo claro y el filo de luna que se veía.
Cuando pude ver Periférico, sentí el pecho abierto: no importa claudicar esta vez, me importa un corcho que todo ese esfuerzo no se traduzca en "llegué", pues en primavera lo voy a volver a intentar. Mi decisión más prudente era rendirme, aun cuando me rehúso siempre a hacerlo y puno la rendición: es lo único que en verdad le reprocho a mi padre; y tengo perfectamente claro que, por dignidad, era lo más correcto que él podía hacer.
Pongámonos muy elevados, muy metafóricos, hasta llegar al lugar común: si fuera el autor de la novela de mi vida, tendría que hacer a mi personaje más humano y darle oportunidad de rendirse ante las circunstancias. Quizá sea momento de que se rinda y deje a mucha gente: acéptalo, no lo vas a lograr.
Pero antes de escribir una sola frase de esa novela (que seguramente sería aburrida como Pío Baroja), me quedo con el único buen deseo que recibí este año nuevo, y sin lugar a dudas ni sorpresas de una de las mujeres más hermosas e importantes para mí; del otro lado, tengo la impresión de que es indispensable empezar a renunciar para que se cumpla:
Vi a la Felicidad, me dijo que va a vivir contigo. Le pedí que se llevara también a la Salud y al Amor. Trátalos bien, son amigos de la Fortuna, y van de mi parte... Feliz Año Nuevo.
En vista de todos los nuevos roomates que ya me asignaron, voy a tener que rentar un departamento más grande. Al margen de eso, ¿cómo corchos no adorarla?

4 comentarios:

LiLiTh (NeFeSh) dijo...

Rendirme fue una de las cosas más importantes que aprendí (y practiqué) en 2007, y más en 2008. Nunca pensé que claudicar representara ser más fuerte. Pero lo es. Hay una entrada, "¿Por qué un TCA?" que es la vuelta de hoja de esta. Semejante circunstancia, distinto personaje.
Atentamente,
La misma. (Eres de los pocos que saben que soy la misma).

Julián Iriarte (bueno, ya: Oliver) dijo...

Y eso es un orgullo.
Camus y su obsesión con el suicidio, la decisión, la voluntad, la paradoja de valentía que subyace a todo eso. Sí: para algunos, renunciar no es cosa de inconsistencia ni cobardía, sino lo contrario.
Estoy aprendiendo.

LiLiTh (NeFeSh) dijo...

Es raro que menciones a Camus. O quizá es perfecto. El mito de Sísifo fue mi libro favorito toda la prepa, y en definitiva fue mi encuentro con el existencialismo lo que: a)Me evitó seguir sufriendo como bestia a los catorce, o al menos le dio sentido a ese sufrimiento; b)Me llevó a estudiar filosofía. O como me dijo Esther Seligson (esa bruja-maga semidesconocida de la palabra): Que Cioran te transmita su alegría de vivir.

Julián Iriarte (bueno, ya: Oliver) dijo...

Oh, la pura angustia con esos señores. Uno se queda sin la certeza de qué es más difícil, qué tiene en verdad de maravilloso la vida, qué respiro nos queda, cuánto podemos decidir.
O dicho en otro castellano, hay otras alegrías en la vida.