miércoles, 31 de diciembre de 2008

Crack

Casi sería necedad y perogrullada decir que la temporada me provoca escozor; es más, hasta podría justificarlo: el año se termina en dos horas, y lo salomónico sería despotricar y mentar madres como corsario, vomitar las tripas viejas y hacerle espacio a algo distinto, a ver si el año nuevo (me) cambia de cara.
Como es de suponer, las felicitaciones rebasan mis capacidades de socialización y mi corazón de tamal: si no te felicité, no lo consideres una ofensa, porque estás en una lista de muchos; malas habilidades, pero no mala intención. Por supuesto, mis amigos -que en poco se parecen a mí- me rebasan con harta facilidad: además de que es el mejor diseñador que conozco (y hay varios en esa nómina), es una de las pocas personas que tienen cada gramo de mis mejores deseos y buena voluntad. Año con año recibo una postal suya, que me pone una sonrisa -aunque sea breve- por el afecto que le profeso a él y a su familia; sin embargo, ésta es la primera vez que se lo agradezco.

Considerando lo anterior y para que vean que no soy tan grinch:

Hecho lo anterior, le rasco la barriga a mi sobrina-gata una hora más, me atraganto las cervezas que mis amigos dejaron en el refri (justo sueldo por cuidarles a la hija-gata) y hago camino a un bar para tomarme una última cerveza, desearle feliz año a un perfecto desconocido (mejor si desconocida) y regresar caminando a casa: hay que calentar para el recorrido de mañana.

No hay comentarios.: