jueves, 15 de enero de 2009

To sing a nightingale

Hoy es uno de esos muchos días en que lamento terriblemente no poder leer una partitura como si fuera una novela, o quizá debiera decir un poema, dependiendo de la composición.
La primera vez que escuché mencionar el nombre de Olivier Messiaen fue en una clase de Poesía y Poética Latinoamericana; mi maestro, Juan Alcántara Pohls -una de esas bibliotecas de datos curiosos exquisitísimos-, hacía una brevísima revisión de grandes compositores del S. XX: Varèse, Ligeti, Schönberg, Webern, Antheil (qué vida tan extraordinaria), Cowell... Nota al margen: si alguna vez, por un motivo que los rebasa, se han preguntado por qué corchos escucho música que frisa en el ruido, se lo debemos en mayor parte a Juan; cúlpenlo a él y a esa clase en específico.
Parecería difícil encontrar el punto donde la música de un puñado de locos -de cualquier lugar menos latinoamérica- toca a Girondo, Neruda, Vallejo, Huidobro, Cardenal, Eielson y afines; pero cuando uno se toma la molestia de revisar el momento histórico y entender esa pulsión revolucionaria e inventiva, cobra sentido. No mucho, hay que advertir, porque entre que son dos disciplinas distintas y todos hacían algo radicalmente diferente de los demás, de pronto no toda esa música suena a toda esa poesía.
El caso es que Messiaen de pronto desapareció de mi memoria, salvo por su método de composición: pájaros. Ornitólogo, necio, apasionado, devoto y virtuoso hasta las uñas, organista de la Iglesia de la Trinidad durante sesenta años, construyó su propio sistema de notación musical a partir del canto de todos los pájaros que escuchó en sus muchísimos viajes. Y además, son una chulada de composiciones, de las que conmueven hasta a los que tienen atole en las venas; cosa nada gratuita: "una composición musical debe ser medida siguiendo tres criterios distintos: para ser exitosa, debe ser interesante, hermosa de escuchar, y debe tocar al oyente".
Hay muchísimas otras cosas que hacen de Messiaen uno de esos autores que, te guste la música de compositor o no, todos debieran escuchar con atención. Entre lo anecdótico y, por tanto, menos significativo a esas razones -aunque tremendamente ilustrativo, en particular en lo referente a su influencia-, hay que contar a tres de sus alumnos: Pierre Boulez, Karlheinz Stockhausen y Iannis Xenakis. A'i nomás.
Pero como yo no sé leer partituras y mi ignorancia me limita a palabra escrita, alguien se tomó la molestia de subsanar mi carencia. Estaría buenísimo que sacaran el widget de esta cosa: ah, ese gusto por la posesión...
¿Quién quiere saber cómo se dice su nombre en ruiseñor?

4 comentarios:

Palomilla Apocatastásica dijo...

Vaya, que interesantes composiciones de ese Olivier Messiaen...
Grax por el tip

Julián Iriarte (bueno, ya: Oliver) dijo...

Y no te imaginas cómo sonó el órgano de la Basílica en el Festival del Centro Histórico del año pasado. Uff...

Anónimo dijo...

STOCKHAUSEN EL MEJOR

Julián Iriarte (bueno, ya: Oliver) dijo...

Grande, sin duda, nomás hay que tenerle paciencia.