lunes, 22 de junio de 2009

Te Deum

Ésta será una de esas reflexiones que cansan; si usted, estimado lector, no se encuentra en disposición de pensar diez minutos o pasó a esta sepultura a ver en qué divertimento consumía su tiempo, le recomiendo que consulte esta etiqueta o visite el xkcd.

I.
Hace unos meses, mi diseñadora (que también es mi socia y mi guardaespaldas y mi espía y la madre de mi sobrina gata) me preguntó qué era la espiritualidad. Cuando las preguntas son tan abstractas y las posibles respuestas son bastísimas, creo que la mejor es la que no se piensa, sino la que se espeta: "la necesidad de trascendencia". Además, spirituality means dealing with intuition.
Consideramos el asunto, y resultó que a los dos nos hacía sentido: pronto recordó algún pasaje del I-Ching. Es terriblemente interesante el tiempo que Confucio le dedicó y su poco interés en las aproximaciones espirituales, por sobre las que puso gravísimas reflexiones filosóficas y metafóricas; tampoco es gratuito el interés de Jung, aunque su sistema me interese poco: John Cage es más divertido.

II.
El sábado, después de atragantarnos, fuimos por cerveza. Nos hartamos de esperar en un bar y brincamos al siguiente. Cómo, no sé -porque no estaban los humores para honduras ni los estados etílicos suficientemente altos para necedades-, pero nos enfrascamos en una larga discusión sobre religión.
El postulado era: "Rendir la voluntad ante otro y perder la libertad en aras de una vida que no voy a disfrutar en estado consciente, es estúpido; ¿por qué declinar la experiencia sensible y someterme al miedo?". En estricto sentido, no tenía nada que objetar, pues encuentro correcta la premisa. Pero lo que me asaltó fue la reducción que hizo después: la sola profesión religiosa es estúpida, y desde sus bases toda religión es un error. De ahí siguieron otras reducciones que me agitaron, como que sólo los religiosos tienen tendencias extremistas: siendo mi interlocutor de tendencia neo-nazi (y me pregunto cómo es que me considera entre sus mejores amigos, ario como soy), estuve a punto de encajar una aguja.
Mi empeño, tratando de sosegarme, fue navegar otra ruta: el pensamiento mítico funcionó en su momento para explicar fenómenos que rebasaban a los pueblos. Yo, persona, puedo confeccionar artículos a partir de materias primas, pero no puedo producir esas materias; si yo no lo hice y él no lo hizo y ninguno de los que nos antecedieron pudieron haberlo hecho, ¿quién entonces? Y ahí hacen su aparición tanto los dioses como las potencias infernales: en el Corán, existen artesanos (de sumo especializados, hay que agregar), pero no artistas: Alá es el único artista; poiesis.
Más todavía: veo y conozco este mundo, tengo una experiencia en él y tengo relación con otros. Entiendo mi procedencia (siempre sé mi pasado, mientras lo recuerde o lo asocie con el pasado de otro), pero desconozco mi destino. Qué sucede cuando muero es una experiencia que sobrepasa cada una de mis capacidades, salvo la conciencia de que algún día habrá de ser. Lo único que me parece plausible es pensar en una tierra donde todos seguimos y que no está aquí: Hades, She'ol, Hel, Mictlán, Naraka, todos comparten la residencia en el inframundo, y no necesariamente el sitio de lamentaciones y castigo.
Por otra parte, y como corolario, las religiones tuvieron una función crucial: el ordenamiento social. Los diez mandamientos sentaron las bases de lo que después fue el Derecho en diversas encarnaciones, y fueron suficientemente lejos como para hacerlos auto-gestivos: los tres primeros imponen autoridad para limitar la transgresión del resto.

III.
Pero entre el séptimo y el décimo se encargan de quitarle lo divertido al cotidiano...
Al margen del mal chiste, creo que el problema mayor es que las religiones se construyeron alrededor del pensamiento mágico-mitológico, y no se actualizaron ante las circunstancias. Galileo sobra como ejemplo; la alquimia es un paréntesis sincrético locamente extraño. Y llegado el S. XIX, con Darwin derrumbando bastiones, con la técnica comprendiendo e imitando esos fenómenos que estudiaba, con la ciencia desarrollándose (irónicamente) a partir de lo que hicieron bien los alquimistas, no hubo una religión que abrazara esos nuevos postulados, esencialmente porque sería ir contra sí misma.
Comprensible: nadie encuentra comodidad en ver su constitución demolida porque algún metiche le demostró su error. Los más ágiles, después del entripado, quizá miren hacia atrás y contemplen las posibilidades que perdieron, asuman sus responsabilidades, rectifiquen el camino; pero serán los menos: sentido común, qué doloroso oxímoron.
Pero a pesar de eso, ¿de verdad es tan estúpido, en el S. XXI, profesar una devoción religiosa?

IV.
Es tan evidente que las religiones no actualizaron sus presupuestos fundacionales que a la fecha conservan a sus enemigos. O recurren a mecanismos "sincréticos" (si se me permite la expresión) para sobrevivir y atraer adeptos. El estado en que se contuvieron funcionó plenamente hasta hace ¿400? años (una concepción cristiana concebía a Europa, África y Asia como la comprobación terrenal y geográfica de la Trinidad; América vino a dar al traste, y luego Oceanía, y la Antártida), pero la costumbre de las formas no supo seguir ese paso vertiginoso. ¿Qué hacer hoy en día con los científicos que se entretienen con aceleradores de partículas y juegan a crear el universo?
Sin embargo, lo más rescatable -entre muchas otras cosas- es la fe, que no es sino esperanza en lo que no se conoce. Fe en el futuro o la consecución de una meta, en los otros, en cada cual, en la posibilidad de hacer las cosas de un modo distinto. El que dice "quiero creer que no soy tan mala persona, que mi ego -en tanto enorme- es terriblemente frágil", en realidad está haciendo una declaración de fe, precisamente sobre lo que conoce de sí mismo, y sin embargo escapa de su comprensión: el conocimiento que tiene el otro.

V.
Dios ya no sirve para explicarnos el mundo sensible (o más o menos: las partículas subatómicas no son muy sensibles), pero sabe hacer su trabajo: "La religión es el suspiro de la criatura oprimida, el corazón de un mundo descorazonado, el alma de una situación sin espíritu. La religión es el opio de los pueblos"; si al menos los ateos radicales citaran a Marx considerando el contexto.

3 comentarios:

Unknown dijo...

"Pero entre el séptimo y el décimo se encargan de quitarle lo divertido al cotidiano..."

JAAJAJAJAJ!


Soy fan de la Pollología.

Palomilla Apocatastásica dijo...

Procuro abstenerme de hablar sobre religiones, debido a que éstas se profesan por dogma, lo cual significa que el raciocinio queda fuera. Por lo tanto aquel que razona la religión no tiene completa cabida en ella.
Además las religiones son a mi parecer creaciones humanas, mientras que la conciencia de Dios o la espiritualidad va más allá.
El cuento es muy sencillo, simplemente todo se resume a rellenar con fe el hueco que queda luego de no poder explicar algo de forma racional.

Julián Iriarte (bueno, ya: Oliver) dijo...

ars: procuro. Diría una amiga: menos deber ser y más de se me antoja.
Palomilla: creo que ahí también hay una reducción fea. San Agustín y Santo Tomás razonaron mucho y no tuvieron empacho en meter en cintura (filosofía clásica) cuanta especulación teológica les vino. Los Doctores de la Iglesia tenían más de filósofos que de teólogos.
Por lo demás, la conciencia divina también está enmarcada por la experiencia humana: curioso que un deprimido o un disperso no tiene arrobos, pero un devoto dedicado (digamos un monje zen) encuentra lo divino en todo.
¿De veras los cuentos humanos son sencillos? Las miriadas de filósofos me hacen suponer que no.