Haces una mudanza, la quinta en tres años. Tu casa vive en cajas: libros, comida, artículos personales, utensilios de cocina, todo está empacado y esperando a que tengas tiempo y recursos para darles orden.
Te pasas el día recorriendo la casa, pensando cómo acomodar, dónde construir, dónde colgar los cuadros. Te pasas el día, esencialmente, haciendo nada; cuando más, lavas la ropa y el par de platos que estás usando.
Has hecho una mudanza; la quinta, decíamos. Reparas que de todos los locales que ocupan la planta baja, la tienda de parafernalia de los Beatles es más interesante que la papelería y la taquería. Dispuesto a atender los menesteres de casa, te quitas de encima al gato y subes a recoger la ropa que tendiste al sol. Comienza el frío de la tarde; piensas en voz alta (casi en cuello), rumias tus pensamientos, sin caer en la trampa de recordar los amargos.
Destiendes las camisas, y empiezas a doblar las sábanas cuando escuchas el graznido. Levantas la mirada y distingues un ave mayor posada en la antena de radiotelefonía que corona tu edificio. Miras de nuevo y cuentas cuatro; miras con atención y reconoces por fin a cuatro halcones pequeños, saltando entre las estructuras de la antena.
Te reconocen a ti también; saben que estás ahí, y no importa. Sientes la tentación de escalar los doce metros de hierro y mirarlos de cerca: una idea estúpida. Sigues mirándolos, con el pecho alzado y súbitamente recordando la lección más grande de tu padre: nunca pierdas tu capacidad de sorpresa. Y ya desde antes se te escurrían las lágrimas por el rostro. Y tiemblas.
Levantan el vuelo, uno a uno. Trazan rumbo hacia el oriente, y los ves perderse sobre los árboles. La ropa podría quedarse prendida de los cordeles toda la noche.
Te pasas el día recorriendo la casa, pensando cómo acomodar, dónde construir, dónde colgar los cuadros. Te pasas el día, esencialmente, haciendo nada; cuando más, lavas la ropa y el par de platos que estás usando.
Has hecho una mudanza; la quinta, decíamos. Reparas que de todos los locales que ocupan la planta baja, la tienda de parafernalia de los Beatles es más interesante que la papelería y la taquería. Dispuesto a atender los menesteres de casa, te quitas de encima al gato y subes a recoger la ropa que tendiste al sol. Comienza el frío de la tarde; piensas en voz alta (casi en cuello), rumias tus pensamientos, sin caer en la trampa de recordar los amargos.
Destiendes las camisas, y empiezas a doblar las sábanas cuando escuchas el graznido. Levantas la mirada y distingues un ave mayor posada en la antena de radiotelefonía que corona tu edificio. Miras de nuevo y cuentas cuatro; miras con atención y reconoces por fin a cuatro halcones pequeños, saltando entre las estructuras de la antena.
Te reconocen a ti también; saben que estás ahí, y no importa. Sientes la tentación de escalar los doce metros de hierro y mirarlos de cerca: una idea estúpida. Sigues mirándolos, con el pecho alzado y súbitamente recordando la lección más grande de tu padre: nunca pierdas tu capacidad de sorpresa. Y ya desde antes se te escurrían las lágrimas por el rostro. Y tiemblas.
Levantan el vuelo, uno a uno. Trazan rumbo hacia el oriente, y los ves perderse sobre los árboles. La ropa podría quedarse prendida de los cordeles toda la noche.
6 comentarios:
La verdad es que nunca estarás seguro, pero ese instante en la azotea me parece un buen indicio.
Saludos ;)
Si me preguntan, muy peregrinamente, quiero estar seguro.
Lo placentero de estar en un lugar es creado (o destruído) por la gente que lo habita o con la que tenemos que interactuar, en muy menor grado contribuye a alterar dicha armonía todo lo demás.
Suerte!
Después de cuatro años de vivir solo, tengo que decir que es cierto. Pero si le creemos a la física contemporánea (y la experiencia dicta que es cierto), todo el entorno -contando a los que forman parte de él- incide en la vehemencia con que uno llama 'casa' a esas paredes.
Bueno pues. Te invito a mi casa.
Vayamos, pues. Pero sería lindo tener indicaciones puntuales (la sola idea de recorrer mi colonia sin tener la certeza de adónde voy me provoca escalofríos).
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