lunes, 9 de noviembre de 2009

Mudatum est

O instructivo para sobrevivir un cambio de domicilio.
No hay mudanza grata. Lo más parecido es "no se rompió nada", "no se me olvidó nada", "no se perdió nada", "no tuve que cargar nada aparatoso en el auto." En otras palabras, una mudanza se evalúa por negación.
Por regla general, la sola obligación de empacar es físicamente demandante; la mudanza en sí misma (en relación al tiempo) lo es mentalmente. Uno carga con la casa hecho un manojo de dolor y estrés y ansiedad y preocupación; llegar al departamento que durante una temporada ha de ser tu casa (esmérate y reza por que sea más de un año esta vez) no se traduce en descanso, pues falta instalarte, limpiar el baño y todo el polvo que entró con las cajas, montar los libreros en los muros, tender la cama, sacar los platos (y lavarlos), acomodar la ropa, esperar una noche entera para poder conectar el refrigerador, cazar al señor que vende gas, verificar que todas las instalaciones (electricidad, agua, gas) funcionen adecuadamente, y matar bichos a pisotones si es que los gatos no son tu única compañía en esa nueva casa.
Pero aun cuando sucediera un milagro (hechas las oraciones a San Judas Iscariote) y lograras instalarte por completo ese mismo día y todos los libros reposaran cándidamente en las repisas y –según un cómputo anómalo del tiempo– pudieras conectar el refrigerador antes de que la comida se pudra en las cajas en que la cargaste, aún tienes una relación con aquélla que fue tu casa hasta la tarde de ayer: ¿limpiaste el polvo y pelo de gato que dejaste atrás, sacaste la basura y cerraste las llaves de paso del gas y el agua, comprobaste tres veces que efectivamente cargaste con todas tus cosas, estás seguro de que no escondiste nada en ningún lugar secreto (sin que sea claro por qué, pues vives solo), reparaste modestamente los muchos hoyos que hiciste en las paredes? ¿Entregaste las llaves del departamento que has abandonado?
Y encima de todo eso, el gato tortura a todos los presentes con un llanto desconsolador durante las dos horas que toma la mudanza. Ah, pero no es suficiente, porque se le ocurre hacer su gracia, y se esconde en el único recoveco de la cama al que nunca se metía porque era demasiado gordo (el connato de leucemia lo adelgazó hasta mi escalofrío; quizá no vuelva a ser pachón), y nos hace creer a su padre obsesivo/paranoico y a sus dos tíos que se ha escapado, y nos pasamos casi dos horas recorriendo el parque de la esquina y la colonia entera, la espalda encorvada y asomados debajo de todos los autos, y me sume en una tristeza infame; y el muy cabrón aparece justo cuando me rindo y me recuesto en la cama, con su carota de escuincle bien portado, un maullido apenitas audible y preguntando por comida.
Gatos hijos de bruja, miren si los he de querer y le han de sacar canas a mis cejas y pestañas, que en mi cabeza hace nueve años no hay cabello.

4 comentarios:

Xotlatzin dijo...

Te deseo la mejor de las suertes, y de los caseros. Pronto me toca la mudanza a mi, aunque aprte de mis dos libreros, no tengo mucho qué mudar.

Abrazo.

Julián Iriarte (bueno, ya: Oliver) dijo...

Pues esta vez, todo se mira mucho más agradable que las cuatro anteriores. Y yo tampoco tendré mucho más que los dos libreros, la cama y la cocina, pero ah, cómo cuesta trabajo.
Más suerte (y calma) de vuelta.

Palomilla Apocatastásica dijo...

Pues que el arduo proceso de mudanza sea recompensado con un mejor lugar para vivir, que no se convierta en un caos y que cuando por fin puedas echarte en la cama comiences a pensar que una casa o un departamento no hacen un hogar, el hogar lo haces tu y tu mininos, estén donde estén.

Julián Iriarte (bueno, ya: Oliver) dijo...

Sí y no: para estas alturas (seis departamentos habitados en cuatro años), estoy convencido de que una parte le toca al inquilino y los chamacos, pero otra harto importante le va a la casa.
Y sí: me gusta mi casa nueva. Aquí sí tendré una sala de nuevo.