(El trabajo me aplasta así que otra vez asalto la bodega. No se quejen, no me regañen: no me sobra el tiempo [me robo el de la oficina hasta para estas minucias gloriosas].)
La belleza de mi mujer es resplandeciente: su pálida piel de tuberculosis y sus manos carcomidas me asaltan con una ternura indecible; su cándido beso de leprosa sin labios entibia mi corazón, mientras en sus ojos -incapaces de ver el mismo objeto- encuentro siempre las respuestas que busco. Y sus piernas rechonchas y sus nalgas a setenta y siete centímetros del suelo y sus senos de amapola seca y todas sus manchas de carne adolorida pueden más que cualquier estrella errante o la luna de pleamar: su sombra me basta por encanto y brujería, sus palabras dichas sin intención dicen más que el viento entre las hojas o el balido de las cabras.
Estas últimas noches camino armado con la ballesta bajo el brazo; mi presa, en esta ocasión, no son conductores de veloces automóviles que andan lentamente o alegres viandantes, sino una luna llena que veo a merced de mi mano. Espero paciente a que se disipen las nubes o que los árboles formen un claro aceptable, empujo la flecha con decisión, levanto el arco y entonces disparo; suelo fallar -no soy dueño del viento, aún-, pero a cada ocasión rasgo el manto del cielo y aparecen esos resplandores que tanto me incomodan.
La belleza de mi mujer es resplandeciente: su pálida piel de tuberculosis y sus manos carcomidas me asaltan con una ternura indecible; su cándido beso de leprosa sin labios entibia mi corazón, mientras en sus ojos -incapaces de ver el mismo objeto- encuentro siempre las respuestas que busco. Y sus piernas rechonchas y sus nalgas a setenta y siete centímetros del suelo y sus senos de amapola seca y todas sus manchas de carne adolorida pueden más que cualquier estrella errante o la luna de pleamar: su sombra me basta por encanto y brujería, sus palabras dichas sin intención dicen más que el viento entre las hojas o el balido de las cabras.
Estas últimas noches camino armado con la ballesta bajo el brazo; mi presa, en esta ocasión, no son conductores de veloces automóviles que andan lentamente o alegres viandantes, sino una luna llena que veo a merced de mi mano. Espero paciente a que se disipen las nubes o que los árboles formen un claro aceptable, empujo la flecha con decisión, levanto el arco y entonces disparo; suelo fallar -no soy dueño del viento, aún-, pero a cada ocasión rasgo el manto del cielo y aparecen esos resplandores que tanto me incomodan.
4 comentarios:
felicidades ñango, por tu texto en emeequis!!! realmente lo disfruté.. dejame releerlo para hacerte más comentarios!!
saludos!
Uff, que si lo disfrutaste, ya cumplió su cometido (o una partecita). Anda, dale duro: 500 puntos al comentario más corrosivo!! jajaja
Saludotes (como corresponde) bien amplios
El comentario mas corrosivo, lo hizo un tal Ludwig...
el tipo escribio:
Ella siguió moviéndose despacio
mientras duraba la llamada. Apenas se
callan, el vendaval se desata furioso, veloz.
Un instante después dejan reposar los
cuerpos.
y dijo que tu si sabias de tiempos y de narrativa.
SE TE ADMIRA COMO NO TIENES IDEA MAESTRO Y ADEMAS...
HE VISTO COMO MIRAS A LA XQUENDA.
REALMENTE TE CONSIDERO ENTRE MIS AMIGOS. Estamos en la misma red de cazadores buscando gandhis desinflados que engorden leyendo libros.
Soy la amiga de Ajo Kano que tiene el pelo borgoña y que adereza sus letras.
pd. beso para Xquendita de mis amores.
Y PARA TI...UN ABRAZO DE HERMANO BIEN IMPRESIONANTE... creo que ya te lo he dado.
Ése párrafo fue una [...] terrible: algo me hace dudar todavía de él. Pero sí sé de tiempos.
Desde que me acuerdo he sido ñango; y desde que me acuerdo como en cantidades absurdas: a los seis me refinaba un kilo de camarones y pedía galletas y pastel de postre. Así que sí: engordaré de libros, porque de los 52 kilos no paso (ténganme envidia, reinas).
Besos, besos, besos
P.D. Nunca se dan suficientes abrazos.
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