domingo, 26 de diciembre de 2010

Suum cuique

Hay algo perverso y magnífico en ver un amor menguante: la pareja que ha resbalado por el mundo con inercia proverbial, declarándose constantemente las proporciones de su amor, con enconado énfasis. Ella camina con los senos inflamados de orgullo (le llama 'amor'), secretamente comenta los planes de la boda con sus amigas, ya presume el vestido y comienza la pugna de las madrinas; y ante todo se dice, convencida, que es incontrovertiblemente feliz. Recorre el mundo de su brazo, miran juntos el atardecer en la ciudad que ella quiso visitar, él la engalana con bisutería fina y cena de vestidos largos. No podrían esconder su felicidad.
Él responde cada vez y siempre con un 'te amo', le besa la frente y los ojos antes de quedarse dormidos, le llama cuatro veces al día en el mismo horario y otras ocho en instantes desperdigados, planea cada fin de semana y busca un regalo por cada mes de aniversario. Entonces gira el rostro y mira sin sigilo a la mesera, a las amigas, a la desconocida al otro lado del bar, a la puta cuyo teléfono relumbra en la pantalla de su teléfono, a la prima de ella que jura no decir nada mientras aprieta las sábanas.
A la mañana siguiente le besa la frente mientras almuerzan. Se preguntan cómo estuvo la noche. Él invoca la reunión con su socio, el plan de trabajo del mes que sigue, el cansancio, la cama temprano. Ella le sonríe, asumiendo al menos un viaje breve en marzo; apura el jugo y percibe, por algún motivo, un dejo de los labios que lamió hasta sentir la barbilla mojada.
Pero el amor pervive. Al menos mientras se lo repitan mutuamente.

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