miércoles, 8 de agosto de 2007

A punto de asesinar

Si me ven en la calle, mejor no se me acerquen, al menos por los próximos cinco días: escupo rabia y bien podría arrancar trozos de piel a dentelladas.
Me choca que me cambien los planes por caprichos. Si pasan por Coyoacán y ven un departamento en llamas, igual y fui yo.
Besitos

viernes, 3 de agosto de 2007

Carencias...

(El trabajo me aplasta así que otra vez asalto la bodega. No se quejen, no me regañen: no me sobra el tiempo [me robo el de la oficina hasta para estas minucias gloriosas].)

La belleza de mi mujer es resplandeciente: su pálida piel de tuberculosis y sus manos carcomidas me asaltan con una ternura indecible; su cándido beso de leprosa sin labios entibia mi corazón, mientras en sus ojos -incapaces de ver el mismo objeto- encuentro siempre las respuestas que busco. Y sus piernas rechonchas y sus nalgas a setenta y siete centímetros del suelo y sus senos de amapola seca y todas sus manchas de carne adolorida pueden más que cualquier estrella errante o la luna de pleamar: su sombra me basta por encanto y brujería, sus palabras dichas sin intención dicen más que el viento entre las hojas o el balido de las cabras.

Estas últimas noches camino armado con la ballesta bajo el brazo; mi presa, en esta ocasión, no son conductores de veloces automóviles que andan lentamente o alegres viandantes, sino una luna llena que veo a merced de mi mano. Espero paciente a que se disipen las nubes o que los árboles formen un claro aceptable, empujo la flecha con decisión, levanto el arco y entonces disparo; suelo fallar -no soy dueño del viento, aún-, pero a cada ocasión rasgo el manto del cielo y aparecen esos resplandores que tanto me incomodan.