viernes, 28 de septiembre de 2007

El valor de las cosas

Ayer me preguntaban por qué no he actualizado el blog. De momento me sobra el trabajo, pero más allá de eso, no tengo nada que decir. Y eso me choca, porque mi única conclusión es que le he dedicado el tiempo a cosas que no me interesan, y divago en minucias que ni me divierten ni me sirven para mayor cosa.
¿Y qué habré de escribir hoy? Si es que tengo intención de escribir y robarle más tiempo a esta oficina, que ya hoy me he divertido mucho tirando lámina y contando chistes de mi más corrosivo humor negro, sacándole filo a la lengua a expensas de imbéciles que dicen que uno puede no prestarle atención a Flaubert o Borges o Cortázar porque la lengua es algo en movimiento y tales autores ya no tienen validez. Sin comentarios...
Pero pienso de nuevo, busco algo que valga la pena comentar. Nada. Y de pronto una epifanía: ayer, con el vaso de licuado de plátano en la mano, me vino el recuerdo del tiempo en que mi padre trabajaba en el área de auditoría y seguridad en una empresa de traslado de valores. Como ejercicio inicial de inspección, estuvo tres días metido en uno de esos camiones blindados que son más amenaza que seguridad; hizo el recorrido con los custodios, chaleco antibalas puesto, por buena parte de la ciudad.
Supongo que de él me viene lo metiche: auditor bancario igual a contador (aunque le choca a la fecha el trabajo contable) inquisitivo. Desconociendo el manual de procedimientos de los custodios, pregunta con algún candor:
- Oye, ¿y si un asaltante toma como rehén a tu compañero para que le entregues el dinero?
- Pues le disparo a mi compañero. Así no tiene con qué presionarme.
Nota al pie: las escopetas que esos tíos cargan usan balas tipo slug, capaces de partir el motor de un camión a la mitad.
Oh sí: así de humanas son las empresas de transporte de valores, así de obedientes sus custodios. ¿Alguien quiere hacer un depósito en mi cuenta, de pura casualidad?

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