Mientras en Gadara, harto del campamento, salí a buscar el lupanar. Esperando mi turno –pues interminables porqueros entraban y salían bufando–, un esenio se acercó y me preguntó qué hacía; como si no fuera evidente.
–¿Ya estás curado, legionario?
Creí que se referían a mí, mas vi que le hablaban a uno con la cara rajada, los brazos aún sangrantes y las manos marcadas por grillos; apenas miraba al esenio, bajaba la cabeza y el otro sonreía.
–¿Has oído sobre los cerdos? –le dije, esperando que se alejara– Dos mil, y todos se despeñaron.
–Ése que ves allá fue el responsable –respondió–, por él se arrojaron.
Sus palabras me desconcertaron: sabía que no mentía y no habría de jurar.
–En éste habitaban tantos que a sí mismo se llamaba Legión. Quise lanzarlo, pero me imploraron que no lo hiciera. Les ofrecí, entonces, la piara, de donde podrían migrar adonde gustasen.
Rió para sí mismo, como guardando el sabor del triunfo.
–Pero era conceder demasiado: después de todo, alguien debía ahogarse hoy.
–¿Ya estás curado, legionario?
Creí que se referían a mí, mas vi que le hablaban a uno con la cara rajada, los brazos aún sangrantes y las manos marcadas por grillos; apenas miraba al esenio, bajaba la cabeza y el otro sonreía.
–¿Has oído sobre los cerdos? –le dije, esperando que se alejara– Dos mil, y todos se despeñaron.
–Ése que ves allá fue el responsable –respondió–, por él se arrojaron.
Sus palabras me desconcertaron: sabía que no mentía y no habría de jurar.
–En éste habitaban tantos que a sí mismo se llamaba Legión. Quise lanzarlo, pero me imploraron que no lo hiciera. Les ofrecí, entonces, la piara, de donde podrían migrar adonde gustasen.
Rió para sí mismo, como guardando el sabor del triunfo.
–Pero era conceder demasiado: después de todo, alguien debía ahogarse hoy.