martes, 7 de julio de 2009

Mercy

I.
Otra vez me paso dos horas enclaustrado en la oficina, en una oficina que no es la mía porque la mía está en remodelación, en una oficina que ni siquiera es oficina, sino la sala de juntas que hemos tomado por asalto por las siguientes semanas, en una oficina mucho más fría que la mía (y por tanto más dolorosa), y cuyo único encanto son las paredes de madera y el ventanal que mira al jardín de atrás, al sonido de la lluvia azotando los árboles y el pasto.
Por fin se detiene, por fin puedo salir de aquí, un poco harto de hacer poco de provecho y con mucha hambre. Los charcos en los jardines son enormes y el reflejo de la luna y las lámparas en el lodo (cuarenta centímetros) hace un contraste muy hermoso con el verde vibrante de las hojas, y el amarillo, y el rojo.
Cincuenta pasos y una nube no alcanza a esconder la luna.

II.
Pasada la una de la mañana. He estado viendo la televisión para no pensar, porque me rehúso a caer en uno de esos momentos en que devasto. He visto una serie estúpida, mal escrita y peor actuada; he visto un comentario sobre el golpe en Honduras y francamente me importa poco; he visto el noticiero de medianoche, sólo por ver algo; he visto el ruido blanco (la antena de conejo restringe la oferta televisiva, aún más) y me siento más cómodo.
Apago la televisión, me recuesto y me quito la colcha de encima. Espero a que los gatos suban a la cama; Timoteo se acerca a mi pecho, mulle el colchón, gira hacia mis rodillas y le pido que regrese. Fuchi sube, se acomoda a mis pies; Timoteo recuesta la cabeza en mi brazo, lo veo suspirar, le rasco la oreja, me quedo dormido.

III.
Alguna hora de la madrugada. El gato me despierta, acurrucado junto a mí, ronroneando. Levanto la mirada: la cabecera y la pared están tan iluminadas que me deslumbran, el gato casi brilla, Fuchi ya se está acercando, nomás de metiche.
Miro con atención y pienso por un instante que el vecino tiene la luz encendida; pero no tengo vecinos frente a mi ventana. Giro y veo la luna a punto de esconderse entre los edificios; la luz cubre la mayor parte del cuarto. Me acomodo otra vez, sonriendo.
In moonlight you came from the other side.

2 comentarios:

Palomilla Apocatastásica dijo...

La luna se cuela en tu cuarto, tan inquieta que ha logrado despertarte. Afortunadamente tus sabanas no se han convertido en piedra, aprisionandote los pulmones.
Odio cuando el sueño se escurre y por más que trata uno de alcanzarlo, se va por la coladera de la noche. Tal vez la luna solo se reía.

Julián Iriarte (bueno, ya: Oliver) dijo...

La verdad es que no alcanzó a arrancarme el sueño. Pero sí: cuando sucede, es detestable pasarse la noche en vigilia, y encima no tener siquiera la intención de levantarse por el libro.