Empecé a escribir a los quince años, una tarde de hastío en que definitivamente no tenía ganas ni de escuchar la radio. Casi inmediatamente después me autonombré cuentista [sic] (qué naif... disculparán ustedes: la inocencia de la edad), y me presumí de tal durante cuatro años, hasta que entré a la carrera y salí de mi ensueño; por supuesto, me convencí de cursar la licenciatura en Literatura Latinoamericana porque seguramente ahí me iba a formar como escritor. Para mi buena fortuna, antes de que terminara el primer semestre caí en cuenta de que mi formación era de lector, punto al que otros no llegaron (y siguen en el ensueño).
El grueso de lo que escribí en esos tres años fueron ensayos monográficos; de a poco descubrí lo interesante y divertido de la labor, aprendí a decirle a mis maestros lo que pensaba y con mi propia voz, en el tono que querían escuchar. Y muy pronto entendí que la especificidad y la precisión son indispensables en la tarea del crítico: las grandes obras literarias se pueden leer de muchas maneras, y siempre tendrán algo que decirle al lector.
Hoy día, enrolado en una revista electrónica que me está exigiendo una cantidad importante de escritos en poco tiempo, esencialmente oxidado en el hábito de escribir según UNA línea argumentativa (ese asunto de la cabeza digresiva), con las habilidades retóricas sepultadas bajo el torrente de la opinión y el impulso del sentimiento [sic], sin tener en claro quién es mi lector y no poder dirigir mis palabras a ese horizonte en específico (lo que se traduce en 'no poder hacer trampa'), me veo en la dificultosa tarea de abordar uno por uno los temas que me interesan, restringido por extensiones a las que jamás me he sometido.
Hoy día, enrolado en una revista electrónica que me está exigiendo una cantidad importante de escritos en poco tiempo, esencialmente oxidado en el hábito de escribir según UNA línea argumentativa (ese asunto de la cabeza digresiva), con las habilidades retóricas sepultadas bajo el torrente de la opinión y el impulso del sentimiento [sic], sin tener en claro quién es mi lector y no poder dirigir mis palabras a ese horizonte en específico (lo que se traduce en 'no poder hacer trampa'), me veo en la dificultosa tarea de abordar uno por uno los temas que me interesan, restringido por extensiones a las que jamás me he sometido.
2 comentarios:
Pues no hay gran diferencia, solo deja que las letras salgan si ton ni son, luego lidiaras en el arte de esquivar las restricciones y por último le puedes dibujar un par de orejas puntiagudas, unos bigotes y una cola larga a la imagen. Seguramente con eso te sentirás más cómodo.
Incómodo, incómodo, no (aunque sin duda sería más interesante con la primera que con el segundo): nomás agobiado. Y para mi mala fortuna, me es más fácil escribir que editar: llevo un artículo redactado y tuve que escoger retazos de otros tres para lograrlo.
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