No sé cómo escribir esta entrada, sobre todo porque apenas puedo pensar debido al cansancio. Demasiado para procesarlo y decir las cosas con alguna coherencia; estoy tentado a simple y llanamente hacer una enumeración caótica, pero quiero que se entienda lo que escribo.
Empezaré por lo difícil que fue sobrellevar el jueves y lo mucho que agradezco que mis amigos quisieran distraerme, aunque no lo lograron; sin embargo, mejor lo logró -sin planearlo- Elías García Islas, el amabilísimo taxista que me llevó al aeropuerto el viernes por la mañana. Y aún en mis paupérrimas condiciones, casi incapacitado para entender nada, tuve lucidez suficiente para mirar el vapor que sale del pasto, temprano por la mañana, y sonreír.
En esas mismas condiciones, llegué a Chihuahua para conocer de nueva cuenta a mi familia. Puede que esté mal que yo lo diga y quizá alguien puna el comentario, pero qué guapas son mis primas; sobrado más importante, son tres mujeres esplendorosas, terriblemente hermosas, que hoy tienen mi cariño y a quienes quiero un chorro, aun con este mal corazón, más dado a muy otros sentimientos menos lindos. Nunca un helado me hizo tanto bien, ni una lata de cerveza que me duró como ochenta segundos, o una cena y una taza de café.
Más o menos (más o menos) en el mismo tenor, fue bien linda la nevada: hacía dieciocho años (quizá más) que no veía nieve. "Te vas a cagar de frío, tápate, te presto una chamarra, llévate una cobija", me decían todos, pero nada: supongo que me hacía falta el aire helado, por algún motivo que no conozco. En todo caso, ¿a quién le importa el frío, si los copos eran casi del tamaño de una moneda de cinco pesos, si todo se cubrió por un instante de blanco?
Y a pesar de que me muevo solo por el mundo, me sentí constante y gratamente acompañado y por muchos (los que lo saben, no tengo que enumerarlos): el buen Pitufo, Fany, los novios y maridos de las primas, los hijos de la prima, y mención especial a Anabel, enfermera a la que tuve a bien coquetearle dos días seguidos. Decir gracias no es suficiente.
En muy otros menesteres, también tuve oportunidad de afilar la ironía: alguien debiera erigirle una estatua al que llamó a una calle del centro de Chihuahua la "13 1/2", evidentemente entre la décima tercera y la décima cuarta.
Nada, que me dobla el sueño y me sobra el trabajo. Y me sobra el cansancio y el hartazgo y la falta de paciencia y la rabia y chorros de otras cosas que no tengo ya manera ni intención de nombrar.
Empezaré por lo difícil que fue sobrellevar el jueves y lo mucho que agradezco que mis amigos quisieran distraerme, aunque no lo lograron; sin embargo, mejor lo logró -sin planearlo- Elías García Islas, el amabilísimo taxista que me llevó al aeropuerto el viernes por la mañana. Y aún en mis paupérrimas condiciones, casi incapacitado para entender nada, tuve lucidez suficiente para mirar el vapor que sale del pasto, temprano por la mañana, y sonreír.
En esas mismas condiciones, llegué a Chihuahua para conocer de nueva cuenta a mi familia. Puede que esté mal que yo lo diga y quizá alguien puna el comentario, pero qué guapas son mis primas; sobrado más importante, son tres mujeres esplendorosas, terriblemente hermosas, que hoy tienen mi cariño y a quienes quiero un chorro, aun con este mal corazón, más dado a muy otros sentimientos menos lindos. Nunca un helado me hizo tanto bien, ni una lata de cerveza que me duró como ochenta segundos, o una cena y una taza de café.
Más o menos (más o menos) en el mismo tenor, fue bien linda la nevada: hacía dieciocho años (quizá más) que no veía nieve. "Te vas a cagar de frío, tápate, te presto una chamarra, llévate una cobija", me decían todos, pero nada: supongo que me hacía falta el aire helado, por algún motivo que no conozco. En todo caso, ¿a quién le importa el frío, si los copos eran casi del tamaño de una moneda de cinco pesos, si todo se cubrió por un instante de blanco?
Y a pesar de que me muevo solo por el mundo, me sentí constante y gratamente acompañado y por muchos (los que lo saben, no tengo que enumerarlos): el buen Pitufo, Fany, los novios y maridos de las primas, los hijos de la prima, y mención especial a Anabel, enfermera a la que tuve a bien coquetearle dos días seguidos. Decir gracias no es suficiente.
En muy otros menesteres, también tuve oportunidad de afilar la ironía: alguien debiera erigirle una estatua al que llamó a una calle del centro de Chihuahua la "13 1/2", evidentemente entre la décima tercera y la décima cuarta.
Nada, que me dobla el sueño y me sobra el trabajo. Y me sobra el cansancio y el hartazgo y la falta de paciencia y la rabia y chorros de otras cosas que no tengo ya manera ni intención de nombrar.
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