martes, 18 de noviembre de 2008

Parafraseando a Sartre

I.
En primer año de secundaria, una amiga leyó alguna historia de Sherlock Holmes, no recuerdo si por pura metichería o por ganar puntos con el profesor de español, el ¿Dr.? Rubén Lima Conde; los dos se pasaron varias clases relatando al resto del grupo la historia entera, lo cual ahora me parece perfectamente estúpido (¿qué pre-adolescente de doce años presta atención a una clase de español, gramática, literatura y ciencias afines?), pero en ese momento tenía sentido. A la distancia, el propio Dr. Lima Conde me parece estúpido: si hago caso a los comentarios que hizo mi maestra de español de tercero, la Dra. Carmen Carrillo, y me creo la historia de su grado doctoral, y me creo la historia que yo mismo me hago de sus clases, lamento [sic] decir que no aprendí nada de literatura ni de gramática con él, además de que su gusto literario (presumiéndolo en función de los libros que leímos durante el curso) era terrible; y sin embargo en ese momento era la mejor clase de la secundaria.
En el transcurso de esa pormenorizada narración de las aventuras de Holmes -que mejor hubiera sido leer-, un rasgo particular de la personalidad del detective se me fijó: su memoria fotográfica; más interesante aún era su necesidad de discriminar la información que llegaba a él y desear, por ejemplo, no haber sabido -gracias a Watson- del heliocentrismo (¿o era geocentrismo? ¿Ya ven por qué hubiera sido mejor que yo mismo leyera el bendito libro?) por considerarlo un dato inútil.

II.
En la carrera, mis amigas me preguntaban por qué mis trabajos relacionaban datos supérfluos con otros de cualquier otra índole, supuestamente más significativos. Mis maestros, por otra parte, se mostraban encantados [sic] de que hiciera eso y que jugara a relacionar chunches de universos dispersos.
Una memoria terrible, una metichería igualmente terrible e insaciable, una mente digresiva, una extraña capacidad para encontrar puntos afines, una estúpida necesidad de retarme.

III.
Hace un par de años vi un documental sobre la memoria. Un inglés heptagenario, que había perdido la memoria a corto plazo años atrás, sólo recordaba a su esposa y el piano de la casa, que tocaba magníficamente (el piano, por supuesto: la intimidad de los heptagenarios no era central al documental).
Mi vida es un eterno presente. A veces veo las fotos familiares y quisiera recordar unas vacaciones que tomé con mi esposa o las fiestas de mis hijos, pero no puedo; y por más tristeza que sienta, al instante siguiente desaparece.
Si el budismo zen tiene razón y la iluminación reside en la estancia en ese eterno presente, este señor vive en un evento perpetuo de amor, a costa de la conciencia misma de saberse iluminado: si no se recuerda de qué se ha liberado, ¿qué clase de libertad se obtiene?

IV.
De memoria somos y en palabras existimos; la configuración cultural e identitaria de los individuos es el cruce de recuerdos propios y ajenos con la capacidad personal de reconfiguración de esos recuerdos: somos, cuando mucho y en el mejor de los casos, el cúmulo de referencias que hemos tomado de otros, que se nos han impuesto, que "escogimos", que llegaron por accidente a nuestras manos, limitados o coadyuvados por cuán ágiles somos para recuperar y ligar esos recuerdos. Derivar conocimiento sería, en todo caso y ante todas las cosas, la configuración y construcción de un nuevo recuerdo a partir del ordenamiento de otros previos.
La Realidad, en tanto sistema complejo y multidimensional de relaciones, es inasequible precisamente por eso: no hay memoria capaz de abarcar, al modo del Aleph de Borges, la totalidad de cuatro dimensiones simultáneas en un solo punto.
A pesar de que quisiera hacer como Holmes y en un esfuerzo atroz olvidar, es cosa que no puedo: una vez dentro de mi realidad, presente a fuerza de recordación e imposición, es poco probable que salga. No hay exorcismo posible. Infierno es memoria.
Hay cosas que no "recuerdo": simplemente, no las olvido.

2 comentarios:

Adriana del Moral dijo...

Me viene bien de muchas maneras tu entrada. Primero, busco hablante nativo de coreano que entienda español o inglés. Segundo, tuve una gripe terrible la semana pasada y leí dos libros enteros de Conan Doyle (tuve conclusiones de todo tipo: sobre sociología, toxicomanía, psicología de la genialidad, historia europea, historia de las ciencias, etcétera) y mi conclusión final fue que estudiar filosofía produce un daño cognitivo irreversible.
Tercero, el tema de la memoria siempre me ha obsesionado. Desde Proust hasta la neurobiología.

Julián Iriarte (bueno, ya: Oliver) dijo...

Un somero recuento de la vida y obra de los grandes filósofos más o menos da cuenta de ese daño; paralelo, insisto en que se debiera enlistar "proveniente de familia disfuncional [aunque eso sea un pleonasmo]", "neurótico", "desequilibrio emocional" y afines en el perfil de los candidatos a una licenciatura en literatura.
Si me pasas detalles del chisme, a lo mejor puedo localizar a mi coreana.