jueves, 6 de agosto de 2009

El poder de lo minúsculo

En el país de Lilliput, Lemuel es condenado a muerte, una terriblemente cruel: mientras duerma, le quemarán la casa, un ejército de varios miles le disparará flechas envenenadas a la cara y manos, los sirvientes rociarán de veneno su ropa de cama y demás efectos personales. Pero la magnanimidad de Su Majestad Imperial reconocerá los servicios que Lemuel hizo al imperio y conmutará la pena: sólo habrá de perder los ojos.
Esta mañana, dos gusanos más pequeños que la uña de mi dedo meñique (al menos el pueblo de Lilliput medía la doceava parte que Gulliver) decidieron que no desayunaría el mango que me saboreaba desde ayer en la mañana.
Sus más temidos enemigos, quienes mayor injerencia tienen sobre ustedes, no son más grandes que la palma de su mano.

No hay comentarios.: